—Debo hablar con alguien.
Comenté, no miré atrás, llegué hasta donde había visto al padre quien se tomaba un café caminando esa área del balcón.
—Bello día.
Habló, apenas me acerqué, se formó un nudo en la garganta, él intuyó que algo no iba bien.
» ¿Le pasa algo?
Le sonreí, mi suegra tiene una ley de vida y era Dios te pone las personas necesarias en el momento que tú más lo necesitas, vaya que, si necesitaba a una persona que desconocían situación y un sacerdote parecía la persona indicada. Y para gran coincidencia, fue el mismo que me casó.
—Usted fue el sacerdote que me casó hace nueve años.
—Recuerdo todas mis bodas.
Miró al interior, hice lo mismo. Vi cómo Blanca discutía con ellos, me sentí más miserable, ¿todos lo sabían?, acabo de hacer el papel de idiota.
» Tu rostro no lo recuerdo, pero el rostro de ese señor, el cual discute en esa mesa sí.
—Él es mi esposo. —dije.
—Interesante, tu imagen ha cambiado y por la tristeza en tus ojos pareces necesitar hablar. —Su mirada era intensa, sabia y tranquilizadora.
—¿Cómo se anula un matrimonio?
Meditó por un largo tiempo, me miraba a mí, luego miraba a la mesa donde César esperaba, ya se había calmado la situación, Blanca se había retirado.
—¿Cuál es el motivo?
Lo miré, me puse roja, reconocer la desdicha de estos nueve años hace que me avergüence.
—¿Si en casi nueve años solo hemos realizado el amor contadas veces no sería un motivo?
Volví a ver esa mirada de lástima, por eso no le contaba nada a mi familia.
—¿Ese es tu caso? —bajé la mirada.
—Mi lista es larga. —respondí.
—Trata de resumirlo, para ver si te comprendo. —suspiré.
—Falta de intimidad, maltrato verbal, indiferencia, mucha infidelidad, lo último es el verdadero motivo del porqué no tengo intimidad.
—María Joaquina, debemos irnos. —llegó César.
—Estoy en la misma iglesia, hablemos antes de cualquier decisión, ¿te parece? —afirmé. Me retiré, con la frente en alto, fui a despedirme de «mis amigos», en el mismo día no solo descubro la traición de mi esposo, también la de ellos. Los escuché hablando. Como dice doña Susana, mujer digna, siempre opaca, aplicaré tu filosofía madre.
—Nos vemos el otro fin de semana, aunque debemos reunirnos entes para comprar la ropa para el viaje.
Intervino Sandra, su mirada era igual a la del sacerdote hace un momento, de todos los presentes ella era la única que estaba inocente de lo que pasaba.
» Maju, ¿paso por ti el martes?
Mis amigos me llaman así, el único que siempre me ha llamado por mi nombre completo era César.
—¿Qué opinas, Fernanda?
Estaba avergonzada, no pudo sostenerme la mirada, somos amigas desde la universidad, sé que no le cae bien Rocío, pero tampoco fue honesta conmigo. Quería hablar con las dos, con Sandra lo haré el martes, por ahora me acerqué al oído de Fernanda.
» A menos que quieras llevar a Rocío. —Le susurré, solo ella me escuchó, bajó la mirada—. Sandra, llámame el lunes y cuadramos la hora. ¿El viaje cuándo es?
—Salimos el domingo.
Dijo Alejandro, también avergonzado, quien no pudo sostener la mirada, la única persona que lo hacía a los ojos era Sandra, los miré a cada uno, sonreí, aunque mis ojos me traicionaron. Tenía tanto dolor y por primera vez, miré con rabia a César.
Hoy tenía ganas de enviar todo a la m****a, ellos sabían los cuernos que me había puesto el hombre quien juró serme fiel. Hoy comprendí que siempre fue ella, nueve años con ella, ¿por eso no me toca?, solo cuando tenía un arrebato… como quisiera que el corazón no se comprimiera. «Ya deberías de tener cayos».
—Sandra, nos vemos amiga, te parece bien encontrarnos en el centro comercial de siempre y comprar lo que nos haga falta.
Una vez más la diplomacia de la hipocresía fue partícipe de la despedida.
» Nos vemos, «amigos».
Todos bajaron la mirada, Sandra miró con indignación a su esposo, ella se dio cuenta de todo, se veía dolida con su marido. Llegábamos al auto, en mi cabeza volví a cachetear a mi esposo, lo llené de insultos.
Entramos al auto en total silencio, busqué en la pantalla táctil del radio de la camioneta la carpeta y seleccioné mi archivo donde tenía las canciones que me gusta escuchar, era amante a la música de plancha, amo las baladas románticas.
Los tres carros tenían las mismas carpetas de música que nos gusta a los dos, a César le gusta otro género, pero no creo se meta o me salga con algunos de sus típicos comentarios como: «esa música que escuchas es tan aburrida como tú».
Antes de llegar a la casa de mi hermana, salió una canción y le subí el volumen, ojalá entienda el mensaje, sobre todo la parte donde dice que es un perdedor. Llegamos, le realicé una llamada perdida a mi hermana para decirle que estábamos afuera.
Nuestros hijos salieron corriendo y al verlos sonreír, escondí el dolor de mi alma y bajé del auto, con mi rostro iluminado, al menos ellos me quedaron, son mi verdadera razón de ser.
—Mis caballeros, ¿cómo amanecieron?
Los abracé fuerte, ellos eran reales, por ellos he aguantado. Los besé, Julián de ocho años y Samuel con tres.
—Bien mami. —respondió Julián.
—¡Papi!
Gritaron los dos, César había bajado, si algo debía decir y ser honesta, para él, ellos eran su vida, los fines de semana eran sagrados para pasar con sus hijos, se desvivía por ese par de caballeros.
Yo los llevé nueve meses, experimenté los malestares, los parí y son dos gotas de agua idénticas a su padre. Ese amor entre ellos era lo que me ponía a pensar en que un divorcio sería acabar con la felicidad de mis hijos porque se adoran.
—¿Se portaron bien con la tía? —Mi hermana salió con los morrales de mis hijos. Le sonreí.
—Hola, par de tortolos. —Se acercó, tocó mis orejas y gritó—. ¡Son divinas!
Él y yo nos miramos, al hacerlo no pude evitar que los ojos se me humedecieran.
—Cuñada, por dos semanas te vamos a molestar. —cállate idiota.
—¿Y eso?
—El segundo regalo de aniversario es un viaje por dos semanas en Grecia.
Esas palabras eran una vil mentira, mi corazón explotó por dentro, no pude evitar reírme con las expresiones de mi loca hermana. Dicen que era parecida a mí, pero solo será en el físico, ella era una mujer pujante y frentera, mientras yo… en fin.
—Cuñado, el amor de ustedes es un ejemplo a seguir. Eso se lo digo a José todo el tiempo.
Ya no pude más, las lágrimas salieron sin dejar de sonreír, ojalá ella crea que son de felicidad, aunque estaba recogiendo pedazo por pedazo mi corazón con la poca dignidad que me quedaba.
» Hermanita, no tienes por qué llorar, soy la loca de la familia, pero cuidaré a mis sobrinos, además, mamá llegará para esos días y José sabes, es el acuerdo de los dos. —volví a mirarlo y él miró a Patri, idiota, no sostienes mi mirada—. No está de más la advertencia. —miró a mi esposo.
» Te lo dije el día que se casaron, cuídala, tú eres y serás su vida, no la dañes, pero sé que ese no es el caso de ustedes, tú la adoras. —Patri ¡cállate!, esas palabras le echan más sal a mi herida—. Yo siempre supe del noviazgo a escondidas, los pillé en esa cabaña, cuando pasamos las vacaciones en Canadá.
Me puse roja, vi a César sonreír, se vio tan bello, tan varonil, sus ojos cafés brillaron como hace años no lo veía.
» Amores como el de ustedes ya no quedan, ser los primeros en todo.
Ahora la risa de él fue falsa, arrugué mi frente, yo no fui la primera en su vida, aunque juramos serlo, pero él sí fue el mío, por más enredada que fue esa fiesta.
—Gracias, cuñada por todo, campeones al carro, nos vamos a ver a los abuelos a la finca.
—¡Yupiiii! —gritó Samuel.
—Nos vemos, los quiero. —Se despidió mi hermana. Subimos al auto.
—Debemos llegar a la casa.
—¿A qué? —Lo miré. Con cara de ¿perdón?
—Debo empacar nuestra ropa.
—¿No lo hiciste anoche? —La verdad hoy deseaba matarlo—. María Joaquina, ¿¡en qué pierdes tanto tiempo!? ¿En estúpidos recuerdos?
¡¿A este idiota qué le pasó?!, desde que éramos novios no me refería a él como idiota y hoy ya llevo varias.
—¡Papá!, a mamá no se le puede gritar. —comentó Julián.
—Lo siento, hijo.
—Es a mamá a quien le debes pedir disculpa, es lo que tú nos has enseñado. —cálmate, cálmate, cálmate, los niños se encuentran presente.
—Discúlpame, pero te dije lo de mis padres ayer, asumí que ibas a arreglar las cosas y era solo subirlas a la camioneta. —No respondí, si hablo lloraré, no quiero hacerlo en frente de mis hijos—. ¿No vas a responder nada?
Lo miré con ganas de matarlo, quitó la música del auto y puso su carpeta, su música era crossover, salsa, merengue, vallenatos, rock. Llegamos a la casa.
» No te demores, te esperamos aquí.
Bajé y cerré la puerta de un portazo. Adora su camioneta, «así que toma esta idiota». Tenía ganas de gritarle y mandarlo a la m****a. Las lágrimas salieron una vez ingresé a la casa. Carmen llegó, al verme me entregó la maleta lista. Tomé ese tiempo para llorar mientas ella prestaba su hombro como en otras ocasiones.
—Hoy comprobé todo, nada fue lo que yo pensaba, me has dado tantos consejos para llamar su atención y el problema radicaba en que si me amó lo hizo hasta el día que entró a la universidad, desde entonces su amor le pertenece a Rocío, siempre ha sido ella.
Recordé la humillación de esta mañana, lo de anoche y todo lo vivido en los nueve años.—He sido testigo de su disposición para que el señor César la ame, sé lo buena mujer que ha sido, se desvive por él. Debe pensar en usted.—Mis hijos…—Ya es momento de pensar en no hacerse daño.—Gracias por tener la maleta lista, ¿cómo supiste? —bajó la mirada.—Escuché al señor hablar anoche.Me levanté, saqué unas gafas oscuras del cajón donde las guardamos los dos.—El domingo entrante nos vamos a ir de viaje por dos semanas. —Ella abrió los ojos con un atisbo de sonrisa—. No es por nada de eso Carmen, el viaje era para él y su amante, se le vino abajo la mentira porque me encontraba en el desayuno, pero llego una amiga que les vendió el plan turístico, no había manera de que se fuera con Rocío.—Dios intervino, ustedes están casados por la iglesia, en mi pueblo se tiene la creencia que el matrimonio por la iglesia está custodiado por ángeles siempre y cuando sea el verdadero amor.—¿Crees que
No seguí escuchando, en la noche dormiré en el cuarto de mis hijos. Me dirigí a la camioneta, saqué la maleta, la llevé a la habitación de los niños, quienes llegaron alegres con un balón para meterse a la piscina.—Mami, Pichina. —siempre sonrió de las palabras de Samuel.—Piscina. —Lo corrigió Julián.—Bueno, vámonos a piscina.Los cambié e hice lo mismo, debajo del vestido de baño entero. —Casi nunca uso de dos piezas—. Me puse una licra para no mostrar mi cuerpo y una salida de baño que parece una camisa.Siempre había sido tema de discusión con César el que saliera con un vestido de baño de dos piezas, no obstante, ahora necesitaba relajarme, nadar me desestresaba. Cogí el protector solar, les apliqué a los niños y salimos en busca de la tan anhelada piscina, para el calor que hacía en Melgar el agua era lo más relajante.La mayoría de la familia había llegado, estaban tomando cerveza, los niños en el agua, mi esposo aún no llegaba, seguro mi suegro lo había reprendido, ojalá le
Se puso furioso, pero ahora estaba loco.—Nadando, y no me encuentro desnuda, además a ti que te importa cómo me veo, si solo soy una masa de celulitis y flacidez.Sus ojos cambiaron al escucharme, esas eran las palabras que constantemente me decía.» Si me permites continuaré nadando.Los primos bajaron, se sentaron en una de las sillas retiradas de nosotros. César me arrastró con él de nuevo al agua y sin darme tiempo a reaccionar pegó su boca con la mía, su pelvis con el mío, su miembro estaba duro.—La verdadera razón por la cual no quiero que uses ese tipo de vestuario es porque así me pones cada vez que te veo, tienes un tono de piel precioso para mí, tienes un cuerpazo y un culo...—Esas palabras las estás pronunciando muy tarde. —Me alejé de él.—Ni pienses en salir de esa forma, María Joaquina.Hice caso omiso, llegué al borde, salí lentamente, la toalla la había dejado al otro extremo, solo fui consciente de lo que pasaba cuándo los gritos a mis espaldas me hicieron girar. C
Éramos amigos desde la universidad, hemos sido socios en muchos proyectos. Había sido un defensor de María Joaquina desde que estudiábamos. Se sentó en el mueble, entonces no era una visita de socios, se acomodó el saco y me miró serio.Lo conocía muy bien, se encontraba cabreado y en esta ocasión merecía los sermones, antes justificaba mis actos por el odio al creer que me había fallado, que no solo se le había entregado a David, aparte de la doble vida como dijo Rocío y la prueba eran esas fotos.¡Malditas fotos y maldita cobardía por no enfrentarlo a tiempo! Desde que me gritó en la cara, no he dejado de recordar todo lo ocurrido aquella borrosa noche… Mi amigo sacó del bolsillo de su traje los tiquetes del viaje ya arreglados.Fue un malentendido de Blanca al suponer que me había casado con Rocío, quien era mi novia en esa época. Nos habíamos reunido con Carlos y Alejandro para darles un regalo a nuestras esposas.Y como Alejo se encontró a Blanca y esta le habló de los planes tur
Tenía entendido que David se moría por María Joaquina, yo había fallado ante el juramento hecho a mis diecisiete años, ya teníamos dos años de novios a escondidas. Pero al irse y dejarme porque al señor Lizandro se le dio que debía perfeccionar el inglés…No soporté la lejanía, el ver las fotos enviabas a su hermana con nuevos amigos me dejé llevar por mi inseguridad y los refranes dé; el amor de lejos felices los cuatro. Ella me escribía y yo por enojo dejé de hacerlo.Me refugié en el alcohol, luego en el sexo. Supuse que, en un país tan avanzado, de mente abierta como lo era Estados Unidos, se habría dejado deslumbrar y también hacia lo mismo que yo. Cuando volví a verla, Dios llegó tan bella, con ese cuerpazo y ese trasero, me alegró que ingresara a la misma universidad.Yo no tenía cara para mirarla, seguía siendo la misma inocente niña de quien me había enamorado, sin embargo, yo no era el mismo, me había acostado con cuanta mujer se me ofreció. Le había fallado al juramento que
Teresa me miraba y ante el respeto que le tenía por tantos años no fue prepotente.—No se lo diré a nadie, créame, al parecer Dios me va a utilizar a mí para darle consejos y, logre salvar su matrimonio. No en vano tengo treinta y dos años de casada, la misma edad que tienes. —Me miró.» Ella, una vez dijo en una de las reuniones acostumbradas a hacer los fines de años, le escuchó a Martha decirme que sentía que su esposo le era infiel. Maju solo comentó. «El divorcio no es una opción, pero si tú no sabes cuándo tu esposo te dice la verdad o una mentira es mejor que te alejes». Martha le preguntó ¿Cómo se puede saber eso? Y ella muy segura dijo, el corazón lo sabe.—No te sigo, Teresa.—Solo tienes una oportunidad con su esposa, y esa es decirle la verdad por muy dolorosa que sea, nosotras las mujeres valoramos eso.—No tendré el valor de decírselo, he sido muy bajo.—Más que eso, me ha parecido un depravado. No repetiré sus bajezas, señor. Pero debe armarse de valor, confesar, demost
Llegué a la parroquia del padre Rafael Castro, me hicieron pasar al despacho parroquial, el lugar era ameno, limpio, tranquilo y muy sencillo. Una señora me ofreció un té. Luego el sacerdote ingresó, me dio la mano para saludarme.—¿Quieres que hablemos aquí, en los jardines o en el confesionario? —Me senté en uno de los muebles del despacho—. Perfecto, entonces aquí.—Gracias, padre.—Bueno, ¿continúas con la idea de anular tu matrimonio? —Le di un trago largo a mi té.—Quiero contarle mi historia, en este instante no solo necesito desahogarme, también un par de consejos, luego decido.—Bueno, hija, tengo dos horas, espero que sea suficiente.Le conté todo al padre, supo escucharme, no me interrumpió, llenó un par de veces más la taza con té y solo se limitaba a mover su cabeza de un lado al otro, afirmaba o negaba. Le dije, hasta lo mínimo, mis inseguridades, mis conclusiones y lo que ahora estaba pasando con relación a mi esposo. Había pasado una hora, una hora en la que solo hablé
Eran las cinco, César ya debió llegar a la casa, me había invitado a cenar, sin embargo, lo dejaré plantado. Mientras tanto debía hablar con Fernanda. Era mejor aclarar todo de una vez como lo recomendó el sacerdote. Quien iba a pensarlo, el señor resultó ser un buen consejero, me siento tan bien, él tenía razón. ¿Por qué debo sufrir yo?, si él fue quien falló. No era perfecta, pero no he faltado a mi palabra y mi conciencia se encuentra tranquila. Tomé mi celular y la llamé.—Hola, Maju. —noté la sorpresa en su voz.—Hola, Fernanda. —ingresé al carro—. ¿Nos podemos ver?, quiero hablar contigo.—Claro, ¿voy a tu casa?—No. De hecho, necesito llegar tarde y no soy como César.—Te entiendo, esa es una de las razones por la cual callé. ¿Dónde nos vemos y que podamos tomarnos un par de vinos?, así le daremos algo de que pensar a César, ¡con lo celoso! —solté la carcajada.—Sí, pero no llegaré muy tarde, mis hijos me esperan.—Nos vemos en el bar de la 93, el que nos gustaba, ¿te parece?—