Dichas situaciones eran las que me hacían continuar o por lo menos dar la pelea en mi matrimonio, entenderlo y ayudarlo a superar su situación. Quedó sentado, miró el reloj de la mesa de noche, eran las siete de la mañana, vivíamos a media hora del club. En varias ocasiones se nos había presentado una situación como esta y hacemos todo juntos, eso me hace sentir lo compatibles que podíamos ser. «Si eres tonta».
—¡La puntualidad!, me confié, vaya cinco minutos más.
Sonreí de su propio regaño, como si fuera sincronizado, mientras yo le saco la ropa, un gesto al cual lo tenía acostumbrado y a él le gustaba, que le recomendara el cómo se iba a vestir. Corrí de un lado al otro por la habitación, le dejé encima de la isla que tenemos en el vestidor, en el mismo lugar de siempre.
Mientras él se vestía, yo me bañaba en tiempo récord, desde que nacieron mis hijos obtuve esa gran destreza. César era demorado para secarse los pies, tenía un ritual de casi cinco minutos, el cual me había parecido una pérdida de tiempo, sin embargo, para él era su momento de relax, se sentó en el mueble.
Mientras él secaba con el aire al mover los pies, yo me vestía enfrente, por más que le desfilaba con ropa interior de encajes y seda, era como si fuera su hermana quien se vistiera en sus narices. Cuando me vestí, puso el cojín que tenía en sus piernas a un lado para ayudarme.
Entre los dos siempre arreglamos la cama, él arregla su lado y yo el mío. Nos mirábamos en el espejo grande que tenemos en el baño, ya me había recogido el cabello en una cola de caballo, maquillado un poco mientras él se lavaba los dientes.
Aproveché el momento, saqué el regalo de aniversario, era un reloj deportivo, podía usarlo para hoy, muy seguro juegue con sus amigos; Alejandro Orjuela y compañía se encontrarán en el desayuno, al igual que mis amigas. El regalo seguía en su envoltura, unió sus cejas cuando le pasé el detalle.
—¿Y esto? —suspiré.
—Nueve años de matrimonio, feliz aniversario un día después.
Vi algo de pena en su expresión, no le concedí el placer de explicarme su olvido, menos ahora cuando pasó con alguna mujer bailando o coqueteando, porque no creo que haya pasado eso, confió en que no. «Sigue creyendo».
Carmen ya tenía el café listo, me lo tomé a las carreras y lo esperé en el auto. César llegó sin decir una sola palabra, sin embargo, portaba el reloj, al menos se lo puso. Debía ser fuerte, la mujer de ahora no era ni sombra de quien fui antes de casarme. Condujo lo más rápido que pudo. Llamé a Patricia.
—Hola, hermanita. —sonreí, ya era una experta mintiendo.
—¡¿Cómo le fue a mi pareja favorita?! —No tenía más remedio que continuar con la farsa.
—Como siempre, una increíble noche. —César apretó el volante—. Te llamaba para que no me traigas a los niños, nosotros pasaremos por ellos. Vamos a pasar el fin de semana en la finca de mis suegros.
¡No arreglé la maleta!, miércoles, espero no se enoje por tener que regresar después del desayuno.
—La celebración continúa. ¿Qué te regaló?
—Cuando pase a recoger a los niños te muestro mi regalo.
Hace unos días me había comprado un par de aretes de zafiro con oro blanco, «menos mal te anticipaste». Me los había puesto hoy porque conozco a mi hermana.
» Nos vemos, antes del mediodía, un beso. Saludos de César.
Él nunca le mandaba saludos, pero ante la familia era el ser más especial de la faz de la tierra.
—Gracias, prometo regalarte algo, perdona mi olvido.
—No hace falta, pero si te preguntan di que fueron unos aretes. —No lo miré, no obstante, él sí lo hizo—. Son los que tengo puestos. —comenté, llegamos al club justo a tiempo.
Nos bajamos, observamos a Alejandro con Sandra, ellos llevaban cinco años de matrimonio, tenían un hijo de tres años, nos saludamos e ingresamos al club juntos. Nuestra mesa ya estaba reservada.
Nos esperaba mi gran amiga Fernanda y Carlos Maldonado, amigos nuestros, siempre pasábamos las tres parejas juntos. Aunque faltaba un par de amigos más. También me sorprendió ver en la mesa a Rocío Cabrales, la ex de César, ella por un tiempo estuvo muy cerca de nosotros, ¿Qué hace aquí?
Mi corazón unió una variedad de hilos sueltos. Yo siempre he sospechado que él seguía enamorado de ella, supuestamente era su novia cuando todo pasó. También era cierto, a ella nunca la he visto con algún novio en las reuniones en donde nos encontrábamos. No era santo de devoción de Fernanda.
Sigue sin casarse, ante todos los compañeros de la universidad yo me interpuse en su noviazgo cuando fue al revés, el problema fue que nosotros éramos novios a escondidas por la amistad de nuestras familias. «Por fin empiezas a pensar», todo encajó, fue tan claro en ese instante.
La mirada de Fernanda fue de pesar y se disculpaba por la presencia de Rocío, eso me lo confirmó. La reacción de Rocío también fue una confirmación, no le gustó que llegara con mi esposo. ¡Qué imbécil he sido! Yo justificando que él tenía un problema de disfunción eréctil cuando la razón siempre ha sido otra. Cálmate, cálmate, cálmate. «Tú eres la esposa».
En la mesa continúa reconocí a un hombre… fue el sacerdote que había realizado nuestra boda, le sonreí cuando nuestras miradas se cruzaron, incliné un poco mi cabeza y él muy gentil contestó.
Nos trajeron el desayuno, Rocío se veía muy sería, para ser sincera la reunión de amigos se tornó algo tensa. Era evidente que todos sabían o por lo menos la mayoría me vieron como la pobre esposa cornuda.
La vi escribir en su celular y escuché cuando el celular de César sonó, él no lo miró, se tensionó, ¡esto era lo último! Vi al sacerdote caminar hacia el balcón con un café en su mano, debía hablar con él. Tenía que hablar con alguien, ¿qué le diré?
El saludo eufórico de una mujer nos sacó del incómodo desayuno. Al mirar era Blanca Varela, nuestra loca compañera de la universidad. A los chicos los saludó como si los hubiera visto hace unas horas.
—¡Qué alegría verlos de nuevo amigos!
Sonreímos, ella no había cambiado, seguía siendo la misma a pesar de que había pasado nueve años desde que nos graduamos. Lo último que supe fue de su matrimonio con un millonario dueño de una cadena de hoteles en Grecia.
—Blanca, qué alegría verte. ¿Dónde te has metido? Te fuiste sin dejar rastro, nos olvidaste. —dijo Fernanda—. Te presentó a Sandra Saen, es la esposa de Alejandro.
—Mucho gusto. —Se saludaron—. Hola, Rocío me alegra, verte de nuevo, ¿enojada con César? Veo que están separados y él como siempre al lado de su amiga. —Me miró y extendió sus brazos—. ¡Maju! ¿Dónde se encuentra David?
Escuchar su nombre hizo que mi estómago se comprimiera, César empuñó las manos, crucé una mirada con Fernanda, ellos sabían una loca mentira que tampoco había desmentido y… En el tiempo en que Blanca rumbeaba con nosotros yo le intenté darle celos a Cesar con David. Seguíamos mirándonos, sé por qué lo preguntaba, la última vez… cometí una estupidez.
—Mi esposo es César.
Casi se le salen los ojos a Blanca, Rocío se levantó. Y Alejandro intervino antes de que metiera más la pata.
—¿Trajiste los tiquetes? —Ella sonrió, sacó los tiquetes de su bolso.
—Aquí los tengo, pero el lunes se los entrego, cometí un error.
Miró a César, me hice la que no se dio cuenta. Era evidente, yo no iba a ir a ese viaje, o sea que… ¿¡Todos los presentes sabían de la desfachatez de César con Rocío!? «Respira, respira, tranquila María Joaquina».
—¿Tiquetes para qué?
Necesitaba saber, no me iba a dejar, todo menos ya sabía todo y no me iba a dejar. Blanca los guardó con su típico aire de superioridad.
—Sus esposos pagaron por dos semanas en el plan de pareja para que disfruten de unas increíbles vacaciones en Grecia en tres de los hoteles de mi esposo en ciudades diferentes.
El mundo se me vino abajo, cerré los ojos por un momento, la piel se me erizó por completo, mi ritmo cardíaco aumentó. Al abrirlos vi que Sandra y Fernanda besaban a sus respectivos esposos, mientras yo confirmé todo. Con una daga en mi corazón supe lo que habría pasado si no hubiera llegado a dicho desayuno. Me acerqué al oído de César.
—Sé que no era para mí…
—Era una sorpresa, tómalo como tu regalo de aniversario.
El alma se me quebró, mis ojos se humedecieron, «compórtate». Ahora era mi conciencia la que me daba ánimos. Lo miré, lo había dicho en voz alta, Rocío había llegado en ese mismo instante. Era evidente que ella estaba igual de sorprendida, ellos eran los que se iban a ir de viaje.
Una vez escuché a mi madre decir; la esposa debe ser siempre la mujer digna, la que debe mantener su puesto, la otra siempre será la amante, yo fui al altar, yo hice los votos hasta la muerte, yo era la madre de sus hijos. Pero… que triste saber que todo era falso, él se contenía, tenía rabia.
—No…
—En la casa María Joaquina.
Comentó tajante, Rocío siguió caminando, decidió irse, no se sentó otra vez, ya no me quedaba la más mínima duda, Fernanda me miraba pidiéndome perdón, mientras Sandra seguía feliz besando a Alejandro.
Quise pagar esconderos a peso, yo no era la mujer que él iba a llevar a ese viaje. «Eso es evidente», y todos mis amigos lo sabían. «No lo dudes, aunque Sandra se ve inocente». Seguí con tu papel de estúpida, pero ya no aguantaba más, quería salir corriendo, sentía mucho calor, debía estar sonrojada, tomé el vaso con agua de la mesa, lo bebí completo, mis ojos se humedecieron, entonces vi al sacerdote que nos casó en uno de los balcones del restaurante. Necesitaba hablar con alguien.
—Debo hablar con alguien.Comenté, no miré atrás, llegué hasta donde había visto al padre quien se tomaba un café caminando esa área del balcón.—Bello día.Habló, apenas me acerqué, se formó un nudo en la garganta, él intuyó que algo no iba bien.» ¿Le pasa algo?Le sonreí, mi suegra tiene una ley de vida y era Dios te pone las personas necesarias en el momento que tú más lo necesitas, vaya que, si necesitaba a una persona que desconocían situación y un sacerdote parecía la persona indicada. Y para gran coincidencia, fue el mismo que me casó.—Usted fue el sacerdote que me casó hace nueve años.—Recuerdo todas mis bodas.Miró al interior, hice lo mismo. Vi cómo Blanca discutía con ellos, me sentí más miserable, ¿todos lo sabían?, acabo de hacer el papel de idiota.» Tu rostro no lo recuerdo, pero el rostro de ese señor, el cual discute en esa mesa sí.—Él es mi esposo. —dije.—Interesante, tu imagen ha cambiado y por la tristeza en tus ojos pareces necesitar hablar. —Su mirada era in
Recordé la humillación de esta mañana, lo de anoche y todo lo vivido en los nueve años.—He sido testigo de su disposición para que el señor César la ame, sé lo buena mujer que ha sido, se desvive por él. Debe pensar en usted.—Mis hijos…—Ya es momento de pensar en no hacerse daño.—Gracias por tener la maleta lista, ¿cómo supiste? —bajó la mirada.—Escuché al señor hablar anoche.Me levanté, saqué unas gafas oscuras del cajón donde las guardamos los dos.—El domingo entrante nos vamos a ir de viaje por dos semanas. —Ella abrió los ojos con un atisbo de sonrisa—. No es por nada de eso Carmen, el viaje era para él y su amante, se le vino abajo la mentira porque me encontraba en el desayuno, pero llego una amiga que les vendió el plan turístico, no había manera de que se fuera con Rocío.—Dios intervino, ustedes están casados por la iglesia, en mi pueblo se tiene la creencia que el matrimonio por la iglesia está custodiado por ángeles siempre y cuando sea el verdadero amor.—¿Crees que
No seguí escuchando, en la noche dormiré en el cuarto de mis hijos. Me dirigí a la camioneta, saqué la maleta, la llevé a la habitación de los niños, quienes llegaron alegres con un balón para meterse a la piscina.—Mami, Pichina. —siempre sonrió de las palabras de Samuel.—Piscina. —Lo corrigió Julián.—Bueno, vámonos a piscina.Los cambié e hice lo mismo, debajo del vestido de baño entero. —Casi nunca uso de dos piezas—. Me puse una licra para no mostrar mi cuerpo y una salida de baño que parece una camisa.Siempre había sido tema de discusión con César el que saliera con un vestido de baño de dos piezas, no obstante, ahora necesitaba relajarme, nadar me desestresaba. Cogí el protector solar, les apliqué a los niños y salimos en busca de la tan anhelada piscina, para el calor que hacía en Melgar el agua era lo más relajante.La mayoría de la familia había llegado, estaban tomando cerveza, los niños en el agua, mi esposo aún no llegaba, seguro mi suegro lo había reprendido, ojalá le
Se puso furioso, pero ahora estaba loco.—Nadando, y no me encuentro desnuda, además a ti que te importa cómo me veo, si solo soy una masa de celulitis y flacidez.Sus ojos cambiaron al escucharme, esas eran las palabras que constantemente me decía.» Si me permites continuaré nadando.Los primos bajaron, se sentaron en una de las sillas retiradas de nosotros. César me arrastró con él de nuevo al agua y sin darme tiempo a reaccionar pegó su boca con la mía, su pelvis con el mío, su miembro estaba duro.—La verdadera razón por la cual no quiero que uses ese tipo de vestuario es porque así me pones cada vez que te veo, tienes un tono de piel precioso para mí, tienes un cuerpazo y un culo...—Esas palabras las estás pronunciando muy tarde. —Me alejé de él.—Ni pienses en salir de esa forma, María Joaquina.Hice caso omiso, llegué al borde, salí lentamente, la toalla la había dejado al otro extremo, solo fui consciente de lo que pasaba cuándo los gritos a mis espaldas me hicieron girar. C
Éramos amigos desde la universidad, hemos sido socios en muchos proyectos. Había sido un defensor de María Joaquina desde que estudiábamos. Se sentó en el mueble, entonces no era una visita de socios, se acomodó el saco y me miró serio.Lo conocía muy bien, se encontraba cabreado y en esta ocasión merecía los sermones, antes justificaba mis actos por el odio al creer que me había fallado, que no solo se le había entregado a David, aparte de la doble vida como dijo Rocío y la prueba eran esas fotos.¡Malditas fotos y maldita cobardía por no enfrentarlo a tiempo! Desde que me gritó en la cara, no he dejado de recordar todo lo ocurrido aquella borrosa noche… Mi amigo sacó del bolsillo de su traje los tiquetes del viaje ya arreglados.Fue un malentendido de Blanca al suponer que me había casado con Rocío, quien era mi novia en esa época. Nos habíamos reunido con Carlos y Alejandro para darles un regalo a nuestras esposas.Y como Alejo se encontró a Blanca y esta le habló de los planes tur
Tenía entendido que David se moría por María Joaquina, yo había fallado ante el juramento hecho a mis diecisiete años, ya teníamos dos años de novios a escondidas. Pero al irse y dejarme porque al señor Lizandro se le dio que debía perfeccionar el inglés…No soporté la lejanía, el ver las fotos enviabas a su hermana con nuevos amigos me dejé llevar por mi inseguridad y los refranes dé; el amor de lejos felices los cuatro. Ella me escribía y yo por enojo dejé de hacerlo.Me refugié en el alcohol, luego en el sexo. Supuse que, en un país tan avanzado, de mente abierta como lo era Estados Unidos, se habría dejado deslumbrar y también hacia lo mismo que yo. Cuando volví a verla, Dios llegó tan bella, con ese cuerpazo y ese trasero, me alegró que ingresara a la misma universidad.Yo no tenía cara para mirarla, seguía siendo la misma inocente niña de quien me había enamorado, sin embargo, yo no era el mismo, me había acostado con cuanta mujer se me ofreció. Le había fallado al juramento que
Teresa me miraba y ante el respeto que le tenía por tantos años no fue prepotente.—No se lo diré a nadie, créame, al parecer Dios me va a utilizar a mí para darle consejos y, logre salvar su matrimonio. No en vano tengo treinta y dos años de casada, la misma edad que tienes. —Me miró.» Ella, una vez dijo en una de las reuniones acostumbradas a hacer los fines de años, le escuchó a Martha decirme que sentía que su esposo le era infiel. Maju solo comentó. «El divorcio no es una opción, pero si tú no sabes cuándo tu esposo te dice la verdad o una mentira es mejor que te alejes». Martha le preguntó ¿Cómo se puede saber eso? Y ella muy segura dijo, el corazón lo sabe.—No te sigo, Teresa.—Solo tienes una oportunidad con su esposa, y esa es decirle la verdad por muy dolorosa que sea, nosotras las mujeres valoramos eso.—No tendré el valor de decírselo, he sido muy bajo.—Más que eso, me ha parecido un depravado. No repetiré sus bajezas, señor. Pero debe armarse de valor, confesar, demost
Llegué a la parroquia del padre Rafael Castro, me hicieron pasar al despacho parroquial, el lugar era ameno, limpio, tranquilo y muy sencillo. Una señora me ofreció un té. Luego el sacerdote ingresó, me dio la mano para saludarme.—¿Quieres que hablemos aquí, en los jardines o en el confesionario? —Me senté en uno de los muebles del despacho—. Perfecto, entonces aquí.—Gracias, padre.—Bueno, ¿continúas con la idea de anular tu matrimonio? —Le di un trago largo a mi té.—Quiero contarle mi historia, en este instante no solo necesito desahogarme, también un par de consejos, luego decido.—Bueno, hija, tengo dos horas, espero que sea suficiente.Le conté todo al padre, supo escucharme, no me interrumpió, llenó un par de veces más la taza con té y solo se limitaba a mover su cabeza de un lado al otro, afirmaba o negaba. Le dije, hasta lo mínimo, mis inseguridades, mis conclusiones y lo que ahora estaba pasando con relación a mi esposo. Había pasado una hora, una hora en la que solo hablé