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Capítulo 4 - Faltó comunicación

Recordé la humillación de esta mañana, lo de anoche y todo lo vivido en los nueve años.

—He sido testigo de su disposición para que el señor César la ame, sé lo buena mujer que ha sido, se desvive por él. Debe pensar en usted.

—Mis hijos…

—Ya es momento de pensar en no hacerse daño.

—Gracias por tener la maleta lista, ¿cómo supiste? —bajó la mirada.

—Escuché al señor hablar anoche.

Me levanté, saqué unas gafas oscuras del cajón donde las guardamos los dos.

—El domingo entrante nos vamos a ir de viaje por dos semanas. —Ella abrió los ojos con un atisbo de sonrisa—. No es por nada de eso Carmen, el viaje era para él y su amante, se le vino abajo la mentira porque me encontraba en el desayuno, pero llego una amiga que les vendió el plan turístico, no había manera de que se fuera con Rocío.

—Dios intervino, ustedes están casados por la iglesia, en mi pueblo se tiene la creencia que el matrimonio por la iglesia está custodiado por ángeles siempre y cuando sea el verdadero amor.

—¿Crees que hay verdadero amor en mi relación?

—La hay de parte suya, la hay porque cada noche usted pide al único que puede concederle la restauración, créame, no comprendo la razón por la cual el señor César la trata como si no le importara, cuando en algunas ocasiones lo he visto mirarla con brillo en los ojos, ese modo de verla solo lo hace un enamorado.

—Te aseguro, en esos momentos piensa en ella, no en una mujer que no le para el pene. —Me señalé.

—Señora Maju, no diga esas cosas. —El rostro de Carmen se puso rojo.

—¡María Joaquina, apúrate! —señalé la puerta.

—No es a mí a quién ama, te apuesto que permanece a mi lado por sus hijos y por no ser el primero en su conservadora familia de estar divorciado. —tomé la maleta—. La de los niños…

—Ahí va todo, ropa para la finca hoy y mañana, también una extra para los chicos como usted misma me ha enseñado, lo de aseo, los medicamentos, todo.

—Gracias, no sé qué habría hecho sin ti.

Limpié una vez más mis lágrimas, las gafas ocultarán el rojo de mis ojos, no creo que se dé cuenta, pues nunca me repara.

—Casi que no bajas.

Pasé de largo, metí la maleta en el baúl del carro, sonó su celular, lo escuché decir «¡ahora no!», mi corazón volvió a arrugarse.

» No vuelvas a tirar la puerta del carro de esa manera, tú no la pagarías.

Hice caso omiso, me senté y la volví a tirar, he sido una idiota todo este tiempo, hasta anoche lo había justificado con problema eréctil… pero ¡qué!, bien descargado que lo mandaba Rocío, mientras que yo ni… ¡Al carajo! No seré la estúpida nunca más.

» María Joaquina, María Joaquina. —contuvo su rabia.

—Julián ponle el cinturón a Samuel y tú ponte el tuyo amor. Tu padre tiene afán.

—Si mamá.

Lo ignoré por completo, encendió la camioneta, serán dos horas a su lado, saqué los audífonos y me puse a escuchar mi música. Esta vez no me embobé mirándolo manejar, algo que me fascinaba.

Sus actitudes eran tan varoniles, ¡patética!, mientras que mis excitadas eran fijándome con su masculinidad porque creía que a él no se le paraba. Otra vez las ganas de llorar volvieron, con disimulo las limpiaba, traté en lo posible mirar siempre por la ventanilla y el papel de copiloto no lo ejercí hoy.

Era consciente de las muchas veces que sentí la mirada de César, pero en ningún momento lo miré. Como una tonta me trasladé a esa tarde en la cabaña en Canadá. La tarde en que nos juramos con pacto de sangre ser los primeros y los únicos en la vida de cada uno.

Solo fueron estupideces de jóvenes. Llegamos a la finca, mis suegros sonrieron al vernos, Julián se bajó y ayudó a su hermanito a bajar, quien salió como loco, a los brazos de su abuelo y su hermano mayor cuidándolo.

—Sé que debemos hablar María Joaquina, pero no aquí.

Me quité las gafas, era lo último, tal era mi ira que él por un momento me desafió con la mirada.

» Duele, ¿cierto?, el que fallen duele.

Salió del carro y se metió en la finca, a este imbécil ¿ahora que le picó? ¡Yo no he fallado! Eso no se lo iba a permitir, la estúpida María Joaquina murió en el club. César había ingresado a la habitación asignada desde el día en que nos casamos. Ingresé, echa una fiera, ya no me importaba nada. Se había sentado en el mueble, cerré la puerta.

—No voy a discutir contigo en la finca de mis padres y…

—¡Me importa una m****a si se enteran la clase de hijo que tienen! —Ya no seré más la estúpida María Joaquina.

—No te conocía esa actitud grosera.

—Sí, tienes razón, por años me convertí en una estúpida sumisa, todo por compadecerte. Mira César, escúchame muy bien, porque ya me cansé y por nueve años te justifiqué, pero ya no más.

» En esta relación, desde que nos hicimos novios, ¡jamás!, escúchame, ¡jamás he faltado a mis juramentos!, ¡no limpies en mí tus faltas! Porque quien falló en las dos ocasiones fuiste tú.

Se levantó con intensión de refutarme, la verdad era que no entendía su mirada.

—Con el primer juramento estamos empatados.

Sentí un calor por todo mi cuerpo, juro que la sangre me hirvió, no pude contener mi mano y le di una sonora cachetada, quedó desconcertado.

» Entonces, ¿te afectó tanto escuchar de nuevo su nombre?

—¡NO TE PERMITO QUE EMPAÑES MI INTEGRIDAD!

Jamás le había alzado la voz al nivel de gritar, era injusto de su parte acusarme de una mentira en mi cara, todo mi cuerpo temblaba producto de la ira, bajé un poco la voz.

» ¡Tan borracho estabas esa noche y no recuerdas que fuiste tú quien se llevó mi virtud! ¡Olvidaste la forma salvaje en cómo me tomaste hasta el punto que me desgarraste toda! ¿Acaso no viste la sangre en las sábanas de tu cama? César ¿Has creído todo este tiempo que no era virgen?

Su rostro había cambiado, se puso rojo, enmudeció, seguí hablando, era necesario sacar todo lo acumulado en mi pecho.

—María Joaquina…

—¡CALLATE! —Lo señalé—. Por nueve años he justificado tu indiferencia, maltrato verbal, amargura, apatía y asco hacia mí, además de tu constante enojo con la vida porque creí eran causados por tus problemas eréctiles, por eso las pocas veces que se te paraba te daban esos arrebatos salvajes en los cuales me tomabas.

Parecía un monumento, solo sus ojos eran los que hablaban y no eran consecuentes con su estático cuerpo.

» Me dolía ver cómo me alejabas y no quisieras afrontar la situación como pareja ante tu problema, no te alcanzas a imaginar lo mucho que lloraba por tu rechazo. Pero resulta que el señor no tiene ese tipo de inconvenientes.

» Ahora entiendo, tus llegadas tardes aludiendo trabajo… ERA MENTIRA. Tus viajes entre semanas por trabajo… MÁS MENTIRAS. Yo imaginándome que debía de ser muy duro para ti lidiar con tu maltratado ego masculino, y por eso te daba vergüenza aceptar ante tu falencia…

Las lágrimas resbalaban por mis mejillas, estaba harta de llorar, no podía controlarlas. Él arrugaba su rostro como si yo estuviera hablando el idioma extraterrestre.

» Y resulta que todo radica en qué simplemente no me amas, sino a otra. —La voz se me quebró, seguía callado, no sé si escuchaba las palabras—. Nos divorciaremos, pero lo haremos después de llegar de Grecia, nunca me diste una luna de miel, por eso la reclamaré después de nueve años.

» No te voy a dar ese gusto, te voy a truncar tus deseos de formica duro a cada rato porque ahora sé el motivo de tus llegadas tardes y viajes… ¿Eran para eso? Lo lamento por ti, porque te truncaré esos deseos en el viaje, como no se te levanta tu miembro conmigo, gastaste una fortuna para pasear a la mujer que te produce fastidio. 

—María Joaquina… —Fue un susurro.

—¡Que te calles! ¡No quiero oírte! No me importan los bienes en común, quédatelos, lo único que no se discutirá en el divorcio son mis hijos, ¡ellos se quedan conmigo! —Su respiración fue más notoria, se agarró la cabeza—. Yo nunca he faltado a mis juramentos.

» Nunca, créeme, jamás faltaré hasta que un papel con nuestras firmas diga lo contrario. —El solo imaginar, el no amanecer a su lado, quebró más mi alma—. Hasta anoche comprendí todo, lo que no entiendo es, si te produzco asco, ¿por qué has permanecido a mi lado? ¡Por Cristo!… No quiero ni pensar cuantas veces me has puesto los cuernos. —cerró los ojos.

» Siempre llegabas tarde, viajabas tres veces al mes y… Dime, ¿siempre te ibas con ella? —ahogué un grito, respiré profundo—. Y yo como una idiota creyendo que tu actitud era por tu virilidad herida. Pero qué patética fui. —Me limpié las lágrimas—. Qué estúpida debí haberme visto, ¿todos nuestros amigos sabían los cachos que me ponías?

Me cubrí el rostro con las manos, me alejé cuando César se abalanzó con intención de abrazarme.

» Esto no te lo perdonaré, César. —Su mirada era… ¿Dolor?, ¿tristeza?, ¿asombro? Era una mezcla de mil cosas—. Prepara a tu familia para nuestro divorcio. —Me di la vuelta y abrí la puerta.

—María Joaquina…

—¡No quiero escucharte! —tiré la puerta.

—Maju, ¿pasa algo? —La voz de don Amín me asustó, la puerta de la habitación se abrió—. En nueve años, es la primera vez que discuten.

—No discuto, yo quiero matar a su hijo, eso es diferente.

—Los matrimonios tienen percances, todo se arregla en la cama. —Lo dijo con picardía.

—Ese es el problema. —dejé desconcertado a mi suegro.

—No te entiendo…

—Que le explique su hijo. Con permiso.

—María Joaquina L’Charme, ¡debemos hablar! —No le contesté a mi esposo.

—César Luis Abdala Villegas. —Mi suegro estaba enojado.

—Papá, debo hablar…

—Te espero en mi despacho, ¡ahora!

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