Perseguidas
He dormido apenas un par de minutos en el mejor colchón del planeta: el cuerpo desnudo de Ahmed. Su hombro me ha servido de almohada; y su respiración, de arrullo. Pero ya casi es de día, y, mientras el ángel demonio reposa con la candidez de un bebé de teta, me coloco, con pereza, el estrujado uniforme. Viéndole así, tan frágil y desprotegido, no se asemeja a sí mismo.

Ahora es necesario que me apresure y ponga cada cosa en su sitio antes de que llegue la Anaconda Venenosa a la cocina y comiencen los procesos diarios. Podría irle con la mejor excusa de todas, decirle que tengo un salvoconducto por haber satisfecho sexualmente al jefe, pero yo no soy de esa manera. Primero cumpliré con mi deber de guardia culinaria y, luego, con mis nuevas obligaciones con Ahmed.

Aunque el sueño me vence, debo mantenerme en vilo. Aún soy una esclava con importantes obligaciones incumplidas que le teme a la Anaconda Venenosa. Ahmed tiene una vida demasiado agitada. No siempre me servirá de escudo.

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