El anillo arde en mi dedo, me taladra hasta llegar a lo más profundo del hueso mientras una pesadez en el pecho repiquetea de continuo. Lo peor no ha sido recibir a los hombres de Ahmed y montarme en un pedestal de hielo en un día soleado. Por mucho que pretendiese dármelas de gran señora, el mundo se ha derretido bajo mis pies. —Venga, señorita que, si no, el jefecito nos regañará —me ha dicho un tipo cuyo nombre no conozco. Aunque mide casi dos metros, mencionar a su líder le ha hecho temblar de miedo.— Luego, usted le da unos mimos y él se aclimata; pero, ahora, colabore. Su compañero no ha hablado. Le ha dejado todo el trabajo duro A pesar de que noto la angustia en sus miradas, no me conmueven. Ellos pronto se olvidarán de un regaño. En cambio, yo me juego algo mucho más importante. —Dígale a su jefe que si quiere deshacerme de mí, le será necesario usar la fuerza o venir él personalmente. Tomo la pose de una estatua de cera mientras los ruegos de ambos chocan contra mi piel
No me interesa hablar. Perdón… Eso no es del todo cierto. Me importa cuanto Ahmed pueda decirme, pero estar tan cerca de sus labios me arrebata. Deseo chuparlos hasta que la lengua me duela y, luego, seguir con el resto de su piel. Desde que estoy a unos milímetros de distancia, mi cuerpo ha tomado el control de mi voluntad. La sola idea de enfrentarme a sus caricias tensa los músculos de mi abdomen y mi respiración se torna rápida y profunda. Es un castigo desnudar el alma mientras él mantiene sus barreras en alto. Luzco como una pequeñuela hambrienta y sin dinero delante de la vidriera de una gran tienda de dulces. No quiero rogar porque, a pesar de que aún repiquetea en mi cabeza el deseo de no rendirme, mis fuerzas menguan a medida que mi atrevida boca incursiona en su cuello. Tal vez he perdido el raciocinio. Júzguenme y condéneme quienes así lo crean. Él humedece sus labios con la punta de la lengua y, aunque no responde a mis impulsos, tampoco me rechaza. Cuando siento el ro
—¿De veras no sientes dudas? Me asombra su pregunta con aire inocente mientras aún se ahogan las palabras entre respiraciones cada vez más espaciadas. Mis pechos acalorados poco a poco recuperan su ritmo tranquilo, pero pienso... Pienso en que sería supuestamente fácil tomar un avión y largarme con Basima al fin del mundo, recomenzar con algo de ayuda, huir de los peligros; pienso que ... ¿A quién engaño? No quiero otra vida en la que él no esté ni amanecer lejos de sus brazos. Deseo sus suspiros acompasando mis jadeos entrecortados, sus manos aladas recorriendo mis ganas y... nada más. No tengo otros sueños. —¿Temores? Por montones. Tengo miedo hasta de mi sombra —le contesto—, pero lo que más me aterra es un futuro en el que tú no estés. Me he tomado en serio llevar tu anillo en mi dedo y, aunque estoy consciente del peligro, no me lo dejaré arrancar sin entablar pelea. Asumo una pose belicosa e intento mantenerla a pesar de que los labios de Ahmed me hacen cosquillas en el cuell
Desde que Ahmed me pidió compartir su sueño de celebrar una boda polinesia, el ritmo de la vida en la mansión se ha acelerado. Ya los guardias no custodian los muros, sino el pequeño riachuelo que queda a unos ciento cincuenta metros de distancia. Cuando me escapo de entre las sábanas de la habitación que mi prometido (nunca había pensado que esa palabra me traería tanta dicha) comparte conmigo y salgo a olfatear el aire libre, tropiezo con sirvientas cargadas de ramos de coloridas flores tropicales. Ahmed no hace tareas incompletas. Se ha gastado miles de dólares en rehacer Hawái bajo nuestra ventana. Todos los habitantes de la casa se encuentran excitados, pero ninguno como Basima. Ella casi no duerme en las noches. La noticia de mi boda le ha puesto a temblar de puro miedo. Asocia la relación sexual con los abusos recibidos por parte de André, no con los deseos carnales que produce un sentimiento genuino. A pesar de que he tratado de explicarle, se niega a comprenderme. Apenas conv
Basima nos sigue a pequeños saltos. Con torpeza, tropieza por las esquinas porque anda a ciegas, recitando una frase que no logro comprender. Cuando abra la puerta, la tristeza de Ahmed regresará, así que muevo el pomo con lentitud, intentando dilatar el momento. Sin embargo, al final me apresuro porque me ha parecido oír un extraño sonido proveniente del interior de la habitación. La mirada de mi novio se cruza con la mía. Él también os ha escuchado. A medida que entramos, sus instintos de fiera se enardecen. Algo raro flota en el ambiente, algo que huele a traición y engaño. Las ráfagas, que se cuelan a través de la ventana, remueven mi recién alisado cabello. Estoy segura de que la había dejado cerrada. Nunca cometería el error de peinarme con ella abierta. Hago un gesto mudo a Ahmed para transmitirle mis inquietudes; pero antes de que emita sonido, ya él ha sacado medio cuerpo fuera de la habitación. Una sombra se mueve entre los arbustos del jardín. Es demasiado veloz para def
Lo que comenzó siendo un sueño deseado se me ha vuelto una carga pesada, una pérdida de tiempo. La alegría de las personas que nos felicitan, entre risas y bromas, me aturde. Lo sucedido me ha enturbiado el juicio. Me cuesta sonreír y hasta sentir. Cuando el Kahuna recita el cántico ritual y da comienzo a la ceremonia, apenas le escucho. Mi espíritu se ha ido de paseo, vuela sin rumbo fijo a través de una dimensión astral. Aunque no se concibe una boda hawaiana sin una playa de fondo, los invitados, que son los propios guardias y sirvientes de la casa; me consuelan diciendo que todos los riachuelos van a los ríos, y los ríos, al mar. ¡Si supieran lo poco que me importa! Ahora mismo solo soy una cáscara de piel sosteniendo un revoltijo de huesos y articulaciones. Lo peor es que el enlace, como parte de la tradición, durará desde el anochecer hasta la salida del sol del día siguiente y no hay manera de modificarlo. Ahmed ni se ha perdido un pequeño detalle. Está de pie, junto a mí, en
Han sido horas de angustia infinita. Mientras Basima se debate entre la vida y la muerte, afuera, en el jardín, los invitados de la boda están celebrando nuestra unión. A través de la ventana, escucho las risas y la alegría. Me suenan falsas porque cada uno de ellos tiene una cuenta pendiente con el mercado de esclavas, un vacío interior que no se llena con colores, danzas, panderos o bebidas. Ahmed ha justificado nuestra ausencia con la excusa de que le ha urgido hacer el amor conmigo. A partir de hoy, seré conocida por los pasillos como la chingona con fuego uterino que no ha sido capaz de esperar a que la fiesta terminase para consumar el matrimonio. ¡Si supiesen cuánto la mentira dista la verdad! La oleada de miedo que me inunda me impide respirar, pensar, ver, sentir… El flácido cuerpo de Basima descansa sobre la cama de Ahmed. De vez en vez, le sobreviene un suave temblor y murmura algunos sonidos; pero luego, retorna a un estado de inconsciencia. Procuro mantener húmedos sus c
Ahmed abre de un empujón la puerta y la cierra de golpe tras desaparecer en el pasillo. No me atrevo a seguirle para no dejar a Basima sola aunque sé que en estos momentos está fuera de peligro. Aprovecho la ausencia de mi esposo para sentarme un poco. Desde hace un par de días, los nervios por la cercanía de la boda me han desajustado el cuerpo. Camino por inercia porque lo único que quiero es descansar, me pesa la cabeza y el estómago se me hace bilis. Pero, otra vez, el destino me niega los deseos, pues Basima comienza a agitarse. Ahmed me ha explicado que eso es normal antes de despertar, pero igual me preocupa. Podría magullarse contra de retablo de madera o caerse de la cama. Me le acerco y aguanto la respiración para no perder detalle de sus balbuceos. Al principio, me es difícil comprender de qué habla; pero luego, le escucho mentar el nombre de mi padre y el de Jasmine en una sola frase. Después, sus expresiones incoherentes adquieren lógica y se desprende a hablar en una pa