Fiebre de amor
No me interesa hablar. Perdón… Eso no es del todo cierto. Me importa cuanto Ahmed pueda decirme, pero estar tan cerca de sus labios me arrebata. Deseo chuparlos hasta que la lengua me duela y, luego, seguir con el resto de su piel. Desde que estoy a unos milímetros de distancia, mi cuerpo ha tomado el control de mi voluntad. La sola idea de enfrentarme a sus caricias tensa los músculos de mi abdomen y mi respiración se torna rápida y profunda.

Es un castigo desnudar el alma mientras él mantiene sus barreras en alto. Luzco como una pequeñuela hambrienta y sin dinero delante de la vidriera de una gran tienda de dulces.

No quiero rogar porque, a pesar de que aún repiquetea en mi cabeza el deseo de no rendirme, mis fuerzas menguan a medida que mi atrevida boca incursiona en su cuello. Tal vez he perdido el raciocinio. Júzguenme y condéneme quienes así lo crean.

Él humedece sus labios con la punta de la lengua y, aunque no responde a mis impulsos, tampoco me rechaza.

Cuando siento el ro
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