Desde que Ahmed me pidió compartir su sueño de celebrar una boda polinesia, el ritmo de la vida en la mansión se ha acelerado. Ya los guardias no custodian los muros, sino el pequeño riachuelo que queda a unos ciento cincuenta metros de distancia. Cuando me escapo de entre las sábanas de la habitación que mi prometido (nunca había pensado que esa palabra me traería tanta dicha) comparte conmigo y salgo a olfatear el aire libre, tropiezo con sirvientas cargadas de ramos de coloridas flores tropicales. Ahmed no hace tareas incompletas. Se ha gastado miles de dólares en rehacer Hawái bajo nuestra ventana. Todos los habitantes de la casa se encuentran excitados, pero ninguno como Basima. Ella casi no duerme en las noches. La noticia de mi boda le ha puesto a temblar de puro miedo. Asocia la relación sexual con los abusos recibidos por parte de André, no con los deseos carnales que produce un sentimiento genuino. A pesar de que he tratado de explicarle, se niega a comprenderme. Apenas conv
Basima nos sigue a pequeños saltos. Con torpeza, tropieza por las esquinas porque anda a ciegas, recitando una frase que no logro comprender. Cuando abra la puerta, la tristeza de Ahmed regresará, así que muevo el pomo con lentitud, intentando dilatar el momento. Sin embargo, al final me apresuro porque me ha parecido oír un extraño sonido proveniente del interior de la habitación. La mirada de mi novio se cruza con la mía. Él también os ha escuchado. A medida que entramos, sus instintos de fiera se enardecen. Algo raro flota en el ambiente, algo que huele a traición y engaño. Las ráfagas, que se cuelan a través de la ventana, remueven mi recién alisado cabello. Estoy segura de que la había dejado cerrada. Nunca cometería el error de peinarme con ella abierta. Hago un gesto mudo a Ahmed para transmitirle mis inquietudes; pero antes de que emita sonido, ya él ha sacado medio cuerpo fuera de la habitación. Una sombra se mueve entre los arbustos del jardín. Es demasiado veloz para def
Lo que comenzó siendo un sueño deseado se me ha vuelto una carga pesada, una pérdida de tiempo. La alegría de las personas que nos felicitan, entre risas y bromas, me aturde. Lo sucedido me ha enturbiado el juicio. Me cuesta sonreír y hasta sentir. Cuando el Kahuna recita el cántico ritual y da comienzo a la ceremonia, apenas le escucho. Mi espíritu se ha ido de paseo, vuela sin rumbo fijo a través de una dimensión astral. Aunque no se concibe una boda hawaiana sin una playa de fondo, los invitados, que son los propios guardias y sirvientes de la casa; me consuelan diciendo que todos los riachuelos van a los ríos, y los ríos, al mar. ¡Si supieran lo poco que me importa! Ahora mismo solo soy una cáscara de piel sosteniendo un revoltijo de huesos y articulaciones. Lo peor es que el enlace, como parte de la tradición, durará desde el anochecer hasta la salida del sol del día siguiente y no hay manera de modificarlo. Ahmed ni se ha perdido un pequeño detalle. Está de pie, junto a mí, en
Han sido horas de angustia infinita. Mientras Basima se debate entre la vida y la muerte, afuera, en el jardín, los invitados de la boda están celebrando nuestra unión. A través de la ventana, escucho las risas y la alegría. Me suenan falsas porque cada uno de ellos tiene una cuenta pendiente con el mercado de esclavas, un vacío interior que no se llena con colores, danzas, panderos o bebidas. Ahmed ha justificado nuestra ausencia con la excusa de que le ha urgido hacer el amor conmigo. A partir de hoy, seré conocida por los pasillos como la chingona con fuego uterino que no ha sido capaz de esperar a que la fiesta terminase para consumar el matrimonio. ¡Si supiesen cuánto la mentira dista la verdad! La oleada de miedo que me inunda me impide respirar, pensar, ver, sentir… El flácido cuerpo de Basima descansa sobre la cama de Ahmed. De vez en vez, le sobreviene un suave temblor y murmura algunos sonidos; pero luego, retorna a un estado de inconsciencia. Procuro mantener húmedos sus c
Ahmed abre de un empujón la puerta y la cierra de golpe tras desaparecer en el pasillo. No me atrevo a seguirle para no dejar a Basima sola aunque sé que en estos momentos está fuera de peligro. Aprovecho la ausencia de mi esposo para sentarme un poco. Desde hace un par de días, los nervios por la cercanía de la boda me han desajustado el cuerpo. Camino por inercia porque lo único que quiero es descansar, me pesa la cabeza y el estómago se me hace bilis. Pero, otra vez, el destino me niega los deseos, pues Basima comienza a agitarse. Ahmed me ha explicado que eso es normal antes de despertar, pero igual me preocupa. Podría magullarse contra de retablo de madera o caerse de la cama. Me le acerco y aguanto la respiración para no perder detalle de sus balbuceos. Al principio, me es difícil comprender de qué habla; pero luego, le escucho mentar el nombre de mi padre y el de Jasmine en una sola frase. Después, sus expresiones incoherentes adquieren lógica y se desprende a hablar en una pa
—¿A qué te refieres? Es demasiado difícil mantenerme impasible mientras los minutos trascurren con lentitud. Necesito saber qué nuevo secreto se levanta entre Ahmed y yo. De lo contrario, la presión de mi sangre me hará estallar las venas. —Luego de tantos años viendo mujeres embarazadas me ha sido imposible no notar tus senos más llenos entre mis manos y tus náuseas matutinas. Ya sé que eres primeriza; pero por si no te has dado cuenta, tienes dos semanas de atraso de tu período menstrual. He corroborado clínicamente mis sospechas mientras hacíamos el amor. Hace un par de días, introduje dos de mis dedos en tu vagina y te palpé el cuello del útero. Ha crecido y lo continuará haciendo hasta que nazca nuestro primer niño. Pensé que estabas aguardando el mejor momento para confesármelo y me armé de paciencia. Esperaba que ese fuera tu regalo de bodas. Ya veo que me equivoqué. ¿Embarazada? ¿Hay una mezcla de Hassim y Salem en mi interior? Con razón he llevado varios días sintiéndome ma
A mi pesar, Ahmed y yo no hemos tardado mucho tiempo en regresar a la habitación. Me he quedado con ganas de él, pero luego de lo que ha sucedido, debo vigilar a Basima. Me alegra verle despierta, con buen semblante y una sonrisa divina que se apaga en cuanto nos ve caminar abrazados. Como conocidos distantes, mi esposo y ella se saludan, pero no se tratan. Existe una aversión innata de mi amiga hacia Ahmed, algo que nunca le he visto sentir ante otra persona, incluyendo a mi padre. La presencia del señor Salem siempre le ha hecho temblar de miedo, no de repulsión. Aunque mi esposo se da perfecta cuenta de lo que sucede, no me suelta el brazo. Insiste en permanecer a mi lado. —Si vamos a vivir los tres juntos, es necesario que ella entienda que estamos enamorados —murmura a mi oído. Eso es cierto. Cuanto antes ella confíe en él, más rápido funcionaremos como un equipo. Sin embargo, ella tiene una opinión muy diferente del asunto. —Amira, a tu señor padre le desagradará que andes p
A cada segundo que Basima duda, se alejan nuestras posibilidades de escapar del traidor. Observo en vano que una reacción de su rostro me delate lo que piensa. Sus manos heladas me traspasan sus miedos, pero me he propuesto mantener la calma y lo intento a toda costa. Al fin, ella avanza hacia mí y murmura titubeante: —Solo hay un camino para saber la verdad. Luego de tanto batallar, no te dejaré sola. Iré a donde tú vayas y cuidaré de ti y de ese niño del que hablas. En el fondo de mi corazón, nace una sonrisa tan pequeña que me cuesta alegrarme. ¿Cómo hacerlo si el peligro persiste solo a un par de metros de nosotras? Agarro la mano de mi amiga, deposito en ella un beso de agradecimiento y amor filial, y le jalo hacia la salida. No es la primera vez que corro hasta la habitación de Ahmed con ella. Solo le pido a Dios que mi chinchoso tobillo me permita llegar a la meta sin complicaciones. Abro la puerta de cuajo, tomo impulso… y choco contra el pecho musculoso de Ahmed. No lleva c