Malú regresó a su casa sana y salva, sin embargo tenía la duda anclada en el corazón, quería saber que escondía Sebas en ese casillero, pero ¿cómo iba sin tener la certeza de que no la estuviera siguiendo? —Necesito saber qué escondes —susurró, caminaba por su alcoba, ansiosa, requería pensar con calma, y la única manera era usar a su hermana gemela y que la suplantara, suspiró profundo, y entonces su móvil sonó, se sobresaltó, miró que era Sebastián, y sintió un escalofrío, además era tarde, frunció el ceño, dejó pasar varios timbrazos y respondió—. Buenas noches. —Perdón por llamarte a esta hora, es muy tarde, no quiero ser atrevido, pero no estoy tranquilo, te fuiste muy enojada conmigo… —Sebas esta conversación no podemos tenerla por teléfono, pero tienes razón, tú siempre has sido un hombre correcto. —Puso sus ojos en blanco—, y ese abogado no me da confianza, seguro sedujo a mi hermana, se aprovechó que Majo no tiene experiencia, sin embargo repruebo que la dejaras como una z
Majo sintió una opresión en el pecho, se quedó sin aliento por milésimas de segundos, y luego su corazón empezó a latir a prisa, sintió un escalofrío, como si un mal presentimiento le recorriera la piel. Facundo el hombre que se quedó a cargo, fiel a su patrón no había hablado, y ella no podía sentirse tranquila con esa sensación de incertidumbre. De pronto miró que los hombres de Salvador corrían de un lado a otro, que alistaban las camionetas, Facundo entró a la casa desaforado. —Tenemos que sacarla de aquí —ordenó—, agarre sus cosas, lo indispensable, tiene quince minutos. —¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¡Exijo saberlo! —gritó con precisión—. Si no hablas tendrás que ejercer la fuerza bruta para sacarme, y no creo que a tu jefe le agrade, porque no me moveré. Facundo se detuvo, la garganta se le secó, miró a Majo a los ojos. —El doctor Arismendi sufrió un atentado, no sabemos si está vivo. Las piernas de Majo fallaron, palideció por completo, sintió que la sangre se le fue a l
Abel se acercó, la abrazó muy fuerte. —Hablé con Emiliano, él ya puso al tanto a la capitana Mendoza, recuerda que esa mujer quería a los cabecillas de la banda, no vamos a desamparar a Majo, así como encontraron a Lu, así mismo lo harán con ella. —Yo tengo las pruebas para hundir a Sebas —gruñó. Y de pronto la asistente de Malú, interrumpió, e informó que un misterioso hombre vestido de negro quería verla. Malú alzó la barbilla, sacó de su cajón su arma, ella siempre la tenía a mano, la puso cerca, pero escondida, y Abel se puso atento a lo que pudiera pasar. —Que entre. —Doctora María Luisa Duque, espero me recuerde, soy el hombre que…—Que me llevó el otro día a ver a mi hermana, ¿qué ocurre?—Imagino que se enteró que mi jefe ha muerto, pero nuestros planes siguen en pie, y requerimos eso que le iba a entregar. Malú parpadeó, suspiró profundo, su cabeza empezó a volar, y la de Abel también. —Comprendo, imagino que es para entregarle a mi hermana. —Claro, así es. —Bien, s
Majo no podía conciliar el sueño, deambulaba por el despacho, jamás había tocado las cosas de Salvador, pero ahora quería saber qué era lo que encontró en contra de sus enemigos, así que abrió los cajones, y encontró ahí unas fotografías, las agarró, y miró con ternura, en esas imágenes, aparecía él de niño, ladeó los labios, era un muchachito bastante flaco, sin ninguna gracia, su único atractivo era ese color de ojos que hacía contraste con su piel bronceada, suspiró profundo, ahí salía abrazado a su hermana, ella era una chica muy linda, de sonrisa amplia, mirada dulce. —La muerte de ambos, no quedará impune, lo juro. —Apretó los puños, entonces cuando encendió su computador, miró la alerta secreta, arrugó el ceño, abrió el mensaje. “A Salvador lo traicionaron, fue alguien de su gente, el agente Molina estuvo aquí, buscando lo que yo debía entregar, ese hombre no sabía que era, le di unos documentos, cuídate de él, no sé qué planean, trata de salir de ahí, es urgente” La piel d
María Joaquina Duque se ganó el respeto de todos esos hombres que antes trabajaban para Salvador, y aunque intentaba mostrarse fuerte, por dentro se estaba muriendo lentamente, sin Arismendi nada era lo mismo. Así pasó una semana más, ella trabajando hasta tarde armando el expediente para hundir a esos criminales, en el día se quedaba dormida, Malú le hizo llegar las pruebas que requería, pero ahora los necesitaba con las defensas bajas a esos corruptos. Además, que con los documentos que le dejó Malú a Molina, Sebas confirmó que ella supuestamente estaba de su lado, al no entregar la tarjeta, ni la clave, ni nada que pudiera hundirlo, no sabía que todo era un complot de las hermanas Duque. Claro que muy contento no estaba, ya sabía que estaba fuera del país con su esposo e hijos, y eso le tenía de mal humor, además que no lo descartaban como sospechoso de la muerte de Salvador Arismendi. Majo se comunicaba con sus padres, para no angustiarlos más, les decía que estaba bien en
—¡Lo que escuchas! —exclamó ella con la naturalidad que la caracterizaba. —¿Pensaste que haría un duelo eterno? ¿Qué escaparía como una damisela en peligro? ¿Qué me refugiaría en casa de mis padres? —rebatió con seguridad—. Pues no. —Miró a Salvador con seriedad—, esos infelices no me iban a ver derrotada, juré hacer justicia y empecé a mover mis piezas. Salvador la contempló con seriedad por segundos, mantenía sus labios separados, impresionado. —¿Qué hiciste? —preguntó, sintiendo un escalofrío—, dime que no cometiste algún delito. —Tú me enseñaste que a veces se debe hacer cosas malas, actuar de la misma forma que esos delincuentes —expresó, lo miró a los ojos—, pero no vamos a hablar toda la noche de las cosas que hice o ¿sí? —cuestionó, irguió la barbilla—, solo quiero que te quede claro que aquí, quien da las órdenes desde ahora en adelante soy yo, y eso te incluye. Salvador soltó un resoplido, negó con la cabeza. —Sabes que jamás me someto ante la voluntad de nadie. Majo l
Salvador sintió un pinchazo en el corazón al escucharla, y de pronto el médico apareció, ya tenía los resultados de los análisis. —Buenos días, perdón por interrumpir —avisó—, solo vine a informar que ya tengo los resultados de sus estudios señorita. —Bien, venga a mi alcoba, y me dice lo que tengo —ordenó María Joaquina, ignoró por completo a Salvador. —No se mueva, lo que le tenga que decir a ella, lo dice en mi delante —ordenó. —Tú no eres nadie para meterte en mi vida —gritó Majo—. Me estás haciendo a un lado, no tienes derecho, ya no somos nada, hemos terminado. El médico inhaló profundamente. —Bueno, deberían reconsiderar la separación. —No se meta —gritó Majo—, hable, qué tengo —ordenó frunciendo el ceño. El médico iba a dar la noticia con una felicitación, pero dada las circunstancias, soltó el resultado de un solo golpe. —Usted está embarazada, señorita Duque. —Ah bueno, eso no es grave —contestó ella, sin todavía reaccionar, hasta que entendió. —¿Qué? ¿Est
Sebastián se encontraba en su oficina, revisaba las estadísticas de las últimas encuestas de la campaña, resopló al ver que la curva marcaba hacia abajo. —¡No puede ser! —gruñó, y resopló con molestia, entonces pensó en Malú, y lo lejos que estaban—, creo que te haré una visita. Terminó de decir esa frase cuando escuchó gritos afuera, se habían confiado demasiado y Majo desde la clandestinidad había movido las piezas a su favor, y las pruebas que le envió su hermana fueron contundentes. Y de pronto la puerta de la oficina del importante político se fue al piso, y varios policías ingresaron. —Doctor Sebastián Sáenz queda detenido por peculado y enriquecimiento ilícito. —Lo esposaron sin que él pusiera resistencia—, tiene derecho a guardar silencio y todo lo que diga será usado en su contra. —Soy inocente —gritó—, esto es una arbitrariedad, llama a mis abogados —solicitó a su asistente antes que lo metieran al elevador, entonces recordó que su defensora era Majo, y el bufete para el