—Lo repito. Debería darte vergüenza. Te desapareces y ni una señal de humo me das, Genevieve.La aludida se encogió de hombros y sostuvo más arriba la tableta, por donde estaba hablando con una resentida Agatha Sinclair dos semanas después de la última llamada que compartieron.—Ma, perdón —insistió—. Se me olvida.—¿Se te olvida que tienes madre?Alessa suspiró y volvió a intentar:—Se me olvida comunicarme.—A mí no me engañas. Te he visto en línea estos últimos días.Atrapada. Alessa ladeó la cabeza y quiso pegarla contra una pared. Fue a propósito, la distancia. Necesitaba mantenerse lejos de los comentarios y los sermones de Agatha, después de su última conversación aquella noche. Le inquietó pensar que su madre ya se había enterado de los chismes acerca de ella, el rubí de la discordia, y su “supuesta aventura” con dos magnates empresarios. Si supo lo del falso embarazo…—Te envié a Estados Unidos para que estudiaras en esa estúpida Facultad, no para que nos fantasmearas o te qui
Alessa le rogó a Leonardo de usar un auto sencillo para ir a su casa. El viaje a Toronto lo realizaron en su jet privado y de allí se movilizaron enseguida en un deportivo plateado. Vale, al menos evitó que se llevara el naranja o el amarillo. Iban a parecer luciérnagas de lo llamativos que eran esos.Ella hizo mil intentos para convencerlo de no ir. Honestamente, aunque amaba a su familia, creía que era un paso que marcaría mucho su vida y no sabía si ya estaba preparaba.—¿Estás seguro de que quieres hacer esto, Leonardo? —preguntó por enésima vez, sentada de copiloto en el auto.Leonardo Gold la miró de reojo y resopló. Comprendía que la situación le resultaba incómoda, pero empezaba a pensar que, en realidad, por primera vez, Alessa estaba asustaba.—¿Tienes miedo de que conozca tu familia?Alessa no lo miró, ni respondió. Eso fue una clara respuesta que lo impresionó.—Princesa, ¿en serio estás asustada? —Esta vez no fue sarcástico, sino sincero y preocupado.La pelirroja suspiró
Cuando la cena estuvo casi lista, Leonardo apareció en la cocina con Charlie en brazos. Alessa los miró enseguida. Agatha sonrió.—Es evidente que se llevan muy bien.—Ya somos socios. ¿Verdad, campeón? —Leonardo le dijo al niño y el niño asintió—. Ahí lo tienen.—Oh, ya vuelvo. En un momento, ¿sí? —exclamó Agatha.La pelirroja menor señaló una de las ollas en la hornilla encendida.—¿Y eso, ma?—No te preocupes por eso, Alessa. No se va a quemar ni nada.—Sí, claro —ironizó, viendo a su madre salir de la cocina. Miró a Gold sentado en la mesa, con Charlie en sus piernas. Su hermano ahora tenía cara de llanto.—Los niños son manipuladores. Tu hermanito no es la excepción, sabe manipular con el llanto —comentó Leonardo, observando a Charlie con suspicacia. El niño quería que se levantara y lo meciera de pie, pero no lo hizo. En cambio, se explayó en la silla y empezó a tocarle la nariz con un dedo.Alessa estaba mordiéndose los labios y el pulgar mientras lo veía fijamente. Se acercó y
Después de aquella visita a la casa de los Sinclair, Alessa y Leonardo regresaron a la mansión. Cabe recalcar, que durante el viaje —tanto en auto como en el Jet— Alessa se mordió mucho el pulgar y él la miró a cada rato. Se sintió una extraña tensión en el ambiente; pero no era esa clase de tensión incómoda o algo parecido.Simplemente fue extraña.Finalmente, en la mansión, los dos entraron tomados de mano. Leonardo percibió el nerviosismo de la pelirroja y eso lo puso nervioso también. Tenía la idea en su cabeza, pero que ella estuviera así no lo ayudó a proceder.—¿De qué estás hablando?—Carla... creo que me propuso matrimonio —bisbiseó la pelirroja al teléfono, manteniéndose pendiente de que Leonardo no regresara del cuarto. Ella estaba en la cocina intentando aclarar su mente antes de todo, por el bien de la relación y de sí misma.Escuchó el grito de su mejor amiga y respingó. Vaya, que no era sutil.—¡No lo puedo creer! ¡Te vas a casar, zanahoria!Alessa sintió los revoloteos
«En serio, ¿Gold se casará con una niña? ¡Increíble! Y según mis fuentes, splo le queda un día para arrepentirse.»Una mujer de un programa de farándula fue la que espetó aquello con su lengua viperina. Alessa, sin embargo, no le ponía cuidado y miraba el hermoso anillo en su mano.«Le presto a la niñera de mis sobrinos!»«A mí parecer, no tiene nada malo que Leonardo Gold desee casarse con ella. Yo no la veo muy niña. La verdad.»«Oh, vamos.»«Además, me agrada de ella que no quiera hacer de su boda un espectáculo. Se ha ganado mi respeto.»Habían pasado ya un mes desde la proposición de Leonardo y, en efecto, quedaba un día para la boda. A veces no podía dejar de ver el anillo, o de repetirse que pronto sería la esposa de alguien. Y ese alguien era el hombre que amaba.Sonrió, sin prestarle atención a lo que decían las cotillas del programa. Cambió el canal a un show de música y empezó a moverse al son de una canción de pop.Mientras tanto, le dio un toque a la tableta que reposaba
—¡No puedo creer que estoy yendo tarde a mi boda! —exclamó la pelirroja azorada, intentando ponerse el liguero bajo el vestido blanco sin estropearlo.El vestido de novia era de encaje, strapple y sin cola, no quería arruinarlo todo si se enredaba con esa cola larga y rimbombante. El vestido era sencillo, pero su sencillez combinó con el descarado escote en su espalda.Tenía unos guantes blancos que llegaban más arriba de los codos, un detalle muy elegante y vintage. No llevó accesorios, solo unos pequeños pendientes de rubí. Su maquillaje era suave y los tacones simples. Usaba una tiara y su cabello rojo estaba recogido. No podía decir que estaba perfecto, pues se había pasado de tiempo en la siesta y June hizo lo que pudo en diez minutos.El destino había elegido un pésimo momento para llevársela al País de las Maravillas.—Yo les dije que era mala idea dejarla tomar una siesta —comentó Oriana. Era una de las damas de honor y su vestido, al igual que el de June, era rojo.—¡Cállate,
¿Cómo sucedió? ¿Cómo se convirtió en la esposa de alguien cuando nunca quiso ser la novia de nadie? Todo fue tan… espontáneo. Las respuestas a esas interrogantes no tenían mucha lógica, simplemente había sido un impulso del corazón, en este caso, del corazón ingenuo de Alessa Sinclair.Oh, qué camino le esperaba ahora.La pelirroja despertó en la suavidad costosa de unas sábanas de lino blanco. Ronroneó, se estiró y se acurrucó en la enorme cama, apagando por un bello instante todas las preocupaciones que los rodearon desde el principio. Lo único que pudo sacarla de su descanso fue la ausencia de Leonardo a su lado.—¿Leo? —El silencio fue atronador. Su voz hizo eco en el espacio vacío del dormitorio del penthouse.Más allá de las decoraciones caras, las paredes pintadas de color crema y la tenue luz del día que se coló por las cortinas cerradas, Alessa no encontró ni una pista de Leonardo en aquel lugar acogedor. Así que, con todo pesar, se desenredó de las sábanas y se sacudió la pe
Alessa revisaba su teléfono a menudo mientras viajaban en el Range Rover conducido por Reynolds. Después de un largo viaje en jet a Tenerife para su luna de miel. Era la más grande de las islas Canarias de España, frente a África Occidental. Alessa escogió el destino sin dudar ni un segundo, y él estaba gratamente feliz de correr con todos los gastos para complacerla. Pensó que escogería Jamaica, Bora Bora, Santorini, Marruecos… Cualquier santuario paradisíaco frecuente, pero su niña problema lo sorprendió, una vez más, tomando una decisión completamente especial, no solo para ella, sino para los dos, como su primer viaje de casados.Bebieron Chardonnay y brindaron, tintineando sus copas con sonrisas cómplices. El paisaje encantador estaba provocando un buen efecto.Cruzaban por una playa prístina cuando ella dijo:—Podríamos demandarlo por difamación.Fue tan casual con su comentario que Leonardo tuvo que parpadear, observarla varios segundos y confirmar que había escuchado exactament