Alessa fue presa del corrientazo que produjo su gemido cuando Leonardo le mordisqueó el cuello y la acorraló contra el Jeep.Sus besos la despertaron del letargo. Sus manos fueron tan implacables como su intención. Sin embargo, él estaba abriéndole la blusa cuando la ira resurgió y lo empujó hacia atrás. Asimismo, se alejó del Jeep y de él.—Estás equivocado. Muy equivocado, señor Gold —lo apuntó con un dedo, agitada, afectada por sus trucos. Pero no menos cuerda ni menos decidida—. Así no funcionan las cosas.Leonardo se distrajo descaradamente con la vista de su escote y su brasier (porque logró abrirle la blusa hasta la mitad). Y todavía pareció enojado.—Vas a jugar a esto, ¿cierto?—¿A qué? —fingió inocencia—. Solo pienso en lo que me conviene a mí. Solo a mí.Leonardo rodó los ojos. A pesar la furia que lo delataba, todavía tenía el descaro de sonreír. Alessa pensó en una buena forma de quitarle esa maldita cara de presumido. Pero ella también jugaba sus propias cartas en este j
—Entonces, señor Gold, ¿cerrará la puerta con cadenas?La mano llegó a su cabello antes de que pudiera escapar.La respiración de Alessa tartamudeó fuertemente cuando los dedos de Gold se anudaron sin piedad en sus mechones rojos, cavando hasta la raíz. Su jadeo hizo eco del punzante dolor. Él se cernió sobre ella como una sombra, y la atenazó con una sola mirada.—¿Qué acabas de decir? Su pulso se disparó. Aunque su falta de miedo la condujo a caminos sinuosos y ciegos.—Me escuchaste perfectamente —contraatacó, entreabriendo los labios. Incluso en la ira, Leonardo miró de reojo su boca cereza—. Parece que te suena el nombre.Afianzó el agarre en su pelo, acercándola más a él.—Parece que conoces la razón.—Es tu enemigo —dijo simplemente—. Debe ser muy influyente para que lo consideres una amenaza. Tú, tan egocéntrico.—Si te acercas a él...—¿Qué? ¿Vas a destruirme? —lo presionó, buscando en su rostro algo más que burla y narcisismo. ¿Si existió? ¿Ese algo? ¿O el infame Leonardo G
La voz robótica de Dan hizo eco en la mansión cuando le dijo que el señor Gold exigía que volviera al taller.Lo ignoró.Cuando corrió hacia la entrada, la figura fuerte del jefe Reynolds se materializó junto al auto donde siempre la traía y la llevaba.—¿Señorita Sinclair?—Sácame de aquí.El ceño fruncido del hombre mayor la juzgó mientras ella abría la puerta trasera del carro por su cuenta.—Tengo órdenes estrictas del señor Gold —aseveró estoico.—Y yo soy una niña desamparada, sin fama, sin auto, lejos de su casa —dramatizó Alessa, apoyándose de la puerta del vehículo. Reynolds entrecerró los ojos, haciéndola sentir el triple de pequeña y frágil—. Anda, Reynolds, ni que fuese un delito o un insulto a tu patrón que me lleves a mi casa sana y salva.La inseguridad sobró en Reynolds. Él miró hacia la mansión, la miró a ella, y repitió el proceso, perdido en su pensamiento.—Por favor —suplicó la joven pelirroja—. Serás mi héroe.Al final, Reynolds aceptó....—Leo...El multimillona
Carla la llamó por teléfono minutos después de que abandonó la mansión de Gold y lo primero que la muchacha le preguntó fue:—¿En qué bendito problema te metiste ahora, Alessa Sinclair?Técnicamente, Carla no necesitaba ser bruja o algo parecido para adivinar que, en efecto, se manifestaron los típicos problemas. Después de años juntas, viviendo juntas, descubriéndose los hábitos, era normal.—Ah, con que te enteraste.—¡Todos en la Facultad andan murmurando de ti y del Sugar Daddy mecánico! —siseó alarmada—. Los rumores corren como el agua por los pasillos, Alessa. Hasta la profe Sprout me miró raro hace un rato. Agh, gracias por condenarme a ser tu mejor amiga. Tengo un letrero neón en la frente ahora.A la pelirroja no le molestó que el jefe Reynolds escuchara su debate especial con Carla, porque de todos modos ya no era un secreto el chisme que se estaba cocinando a fuego lento.Que Leonardo Gold la había privilegiado por encima de los demás.—Para ser prodigios a veces son bien d
La cercanía de Reynolds ciertamente la puso nerviosa, porque para ser tan grande y serio, su acción la pilló desprevenida.—¿De veras no tiene que volver? —cuestionó suspicaz.—El señor Gold me encargó de usted, y todavía no me ha dicho que deje de hacerlo.Las mejillas de la pelirroja combinaron con su cabello. La audacia del guardaespaldas era... una cosa de otro mundo.—Pues tranquilo, hasta aquí llego. —Alessa señaló el bloque de apartamentos con la barbilla—. Gracias por acompañarme. En serio.Reynolds la miró fijamente y asintió....—¿La tienes en la mira?—Sí.—Mantente así. Hay que cumplir una orden....La intención de Alessa era simple: comprobar quién o qué onda con el tal Elliot Le Roux.Se vistió con su típico uniforme de la Facultad y tomó el autobús en la parada cercana.Misión iniciada.Solo iba a visitar y averiguar cuál fue el propósito de Sprout en todo esto, contactándola con la competencia de Leonardo Gold. Esperaba encontrar algo interesante al menos, si estaba
Elliot Le Roux no esperó de ninguna manera que lo tuteara sin permiso, tampoco esperó que la pelirroja uniformada se le pusiera enfrente con genuino desinterés.—¿Qué quieres de mí? —exigió saber Alessa, cruzándose de brazos.Sintió las miradas de los escoltas sobre ella. Su único enfoque fue el rostro serio de Le Roux.—Eres directa.—Ser directa me evita aburrimiento y tiempo desperdiciado.El rubio asintió varias veces.—Sígueme. Te explicaré en mi oficina.—No.Fue un poco gracioso que Le Roux frenara súbitamente y regresara a ella con una expresión desconcertada.—¿No? —repitió y se lamió sus labios delgados mientras la observaba de arriba a abajo—. Señorita Sinclair, estará más cómoda en mi oficina.—No me importa la comodidad. Me importa averiguar qué quiere de mí.—Estamos en medio de la entrada del edificio.—Pues nos movemos un poco para allá —señaló a la izquierda—. Mira. Simple, sencillo, sano.—Patrón... —dijo Horacio en algún lugar detrás de ella, con un tono que claram
Alessa no pudo evitar pensar en el señor Gold cuando Elliot le dijo: —Trabaja para mí.Por algún motivo, su cerebro traicionero la obligó a rememorar el calor sofocante que Leonardo le produjo con su cercanía, sus palabras y sus miradas.Se sintió tan, tan traicionada por su propio cuerpo.Aunque la parte más poderosa de sí misma se convenció de que sus deseos físicos por Leonardo Gold solo eran pasajeros e insignificantes.—Convencí a los de Facultad para que controlarán un escándalo potencial si aceptas hacerlo.Alessa lo miró de reojo. ¿No era eso lo que le importaba al señor Gold? ¿El escándalo? Bueno, fue eso lo que escuchó de la mujer Sophia. Era de esperarse, por supuesto, de estos hombres afortunados, acostumbrados a pedir y recibir sin ver la cuenta.—Soy un problema.Le Roux asintió nada sorprendido. Sabía lo suficiente de ella y, si no le decía en los próximos cinco minutos qué el problema no era un problema para él, la joven se marcharía tan rápido como llegó. Le pidió que
Elliot Le Roux le ofreció un regreso cómodo a su bloque de apartamentos. Al principio lo rechazó, porque el rubio francés le ordenó a Horacio que la escoltara y eso fue tanto una idea tentadora como una amenaza inminente. —Este tipo me odia —bisbiseó la pelirroja para sí misma, deleitándose con la mirada tensa del gorila—. Seguro me corta el cuello y me tira por un acantilado. Como Le Roux insistió e insistió, Alessa prefirió sacarle provecho a las circunstancias.Horacio la guió a un lujoso Ashton Martin color plata y le abrió la puerta de atrás. Prácticamente, el gran Horacio la enterró viva y la revivió varias veces con una simple mirada, pero el tipo cumplió su trabajo al pie de la letra.Durante un instante, Alessa creyó ver un auto familiar cruzar la calle. Le restó importancia y emprendió su regreso a casa....Diez minutos después de un viaje incómodo y una ducha caliente, se atrincheró en la sala del apartamento, devorando un tazón de cereal.Había revisado su celular más ve