—Todavía no entiendo por qué ese hombre te abrió la puerta —dijo Myriam cuando íbamos camino al internado.
—¿Tú qué crees, Emily? —pregunté.
—Yo prefiero no opinar, chicas. Trabajo en esa casa y, como dice Alfredo, no me corresponde opinar.
—Ay, vamos, que no diremos nada —dijo Myriam.
—¿En verdad quieren mi opinión?
Asentimos.
—A ese hombre le encanta la música que escuchas, Tina —dijo Emily, copiando la manera en que Myriam me llamaba.
—Pero esa noche tenía los aud&iac
El jefe no quería que me fuera, lo percibí en sus constantes ofertas para que cambiáramos de actividad. Después de ganarle, por primera vez en una partida de billar, quiso que bajáramos a la cocina, a preparar, nosotros mismos, una receta de tacos que había visto en un programa. Fue un desastre y los ayudantes de la cocina tuvieron que ayudarnos a enmendar varios errores. Era la primera vez que veía que a alguien se le quemaba (con llama) una lechuga.Subimos, de nuevo, al cuarto de televisión y, desde allí, nos llegaron las risas de las chicas, que habían regresado. Camilo se acercó al ventanal, desde el que era posible ver al estacionamiento en donde estaban. Las miró como si estuviera viendo el hongo de una bomba nuclear que acabara de estallar al frente de su casa. En verdad estaba deshecho.
Carlos nos llevaría al aeropuerto en la madrugada. El vuelo saldría a las seis. Camilo me organizó una comida en la noche, según él, para despedirme, pero supe que en realidad la hizo con el ánimo de conocer a Myriam, a quien invitó a la cena.Esa tarde en el cole, hablamos sobre eso.—Es la primera vez que un CEO multimillonario me invita a comer —dijo Myriam mientras realizábamos un experimento de aminoácidos en el laboratorio de química—. ¡Qué emoción!La miré con las cejas casi juntas.—Así como lo dices, pareciera como si te hubiera invitado a una cita.Imitó mi ge
Yo era un hombre tranquilo, que llevaba una vida feliz, rodeada por el lujo, los viajes por el mundo, el reconocimiento laboral y una carrera brillante que se vio catapultada cuando conseguí casarme con la mujer más rica del país, luego de que su marido la hubiera abandonado y, después de que me hubiera acercado a ella para consolarla, siendo su secretario privado, me hubiera besado.Después de disculparse y yo, con falsa modestia, le hubiera dicho que la entendía, me contó que también estaba enferma, un cáncer que, sabía, terminaría con ella en unos años. No quería morir sola y necesitaba a alguien que se encargara de su hija cuando ella ya no estuviera.—Sé que eres tú, Camilo, el indicado para acompañarme y hacerse cargo de Valentina cu
Estábamos alojadas en una de las suites del crucero y era tan grande ¡Que casi parecía un apartamento sobre el mar!Cómo me hubiera gustado que Ivania estuviera aquí, con nosotras.. snif.El único percance fue que, al haber comprado sus tiquetes después, Myriam quedó excluida del número de camas de la suite (una confusión de logística, que nunca falta por muy cinco estrellas que sea el servicio) así que tuvimos que compartir, ella y yo, una cama doble para que Emily conservara la cama sencilla. Al final, no fue la gran cosa.Pero no me agradaba la idea de tener que dormir, en la misma cama¡CON ESE DEMONIO!(broma)&nb
Queríamos salir, no íbamos a pasar nuestra primera noche en el crucero encerradas en el cuarto, pintándonos las uñas, pero le habíamos dado carta blanca a Emily, que desde las seis de la tarde comenzó a arreglarse para su actor mexicano. Salió a las ocho convertida en una princesa, la adoramos, pero a la vez nos mordimos los codos porque no éramos nosotras las que estaban tan emocionadas.—Espero no volver, chicas. —dijo con un guiño—. Que duerman.Nos lanzamos, cada una, una almohada a la cara.—Tenemos que salir —dijo Myriam—. La diversión y las aventuras están afuera. Si salimos, algo encontraremos, ya verás.Nos decidimos, aunque no tuvi
Emyli nos obligó a desayunar a las diez de la mañana. Fue compasiva y nos permitió hacerlo en la habitación, con diez litros de jugo de naranja, otros diez de café negro y una tableta de doce aspirinas. Solo hasta que estuvimos hidratadas y con seis analgésicos en el estómago, fuimos capaces de comer los huevos revueltos y el pan, después de un poquito de caldo con mucho cilantro.—No vayan a comer mucho, o estarán vomitando en unos minutos —dijo cuando repasó el estado en el que estábamos. Se sentó a la mesa, con nosotras. Ella sí estaba como si hubiera dormido doce horas, arropada y mecida en una cuna gigante—. Ahora sí, ¿cómo les fue?Solo le dijimos que estuvimos bailando un poco, con un grupo de chicos de nuestra edad, pero que
No sé cómo interpretar lo que me estaba sucediendo desde el día en que la vi girarse y mirarme con sus ojos verdes como fraguas de jade, emocionada de cruzar su mirada con la mía. Después, cuando la vi pararse y salir del salón, me vi impulsada a seguirla. Vi el flequillo de su falda volando al interior del baño. Cuando entré, la oí sollozar y vi sus piernas, ceñidas por las medias de lana azul, detrás de la puerta de un cubículo. Me incliné esperando ver lo que vi. Su rostro era el de un angelito llorando. Me cautivó tanto, que todavía conservo esa imagen en mi memoria; sus ojos escurridos, hundidos en un mar de desesperación que me la mostraron tan frágil que solo quise abrazarla. Desde ese momento supe que la quería de una forma especial, tanto que, terminada la jornada, no deseaba que se apartara de mí.
Cuando Myriam me preguntó si estaba entendiendo las reglas de la ruleta, le mentí solo por molestarla. La verdad era que estaba súper mareada y me sentía divertida, más que la noche anterior con los gringos. Solo veía, delante mío, que la gente ponía grupitos de fichas encima de algún número o color y, después de que se giraba la ruleta, algunos celebraban o se quejaban, dependiendo de su suerte.—Explícame y juguemos. —Me pidió Myriam.Le dije lo de los números, me inventé las reglas sobre los colores y los cuadros con palabras, y después le susurré, al oído, que había un hombre, muy apuesto, que no dejaba de mirarla. Se rió y me pasó otra copita de ese delicioso néctar que me estaba empalag