No sé cómo interpretar lo que me estaba sucediendo desde el día en que la vi girarse y mirarme con sus ojos verdes como fraguas de jade, emocionada de cruzar su mirada con la mía. Después, cuando la vi pararse y salir del salón, me vi impulsada a seguirla. Vi el flequillo de su falda volando al interior del baño. Cuando entré, la oí sollozar y vi sus piernas, ceñidas por las medias de lana azul, detrás de la puerta de un cubículo. Me incliné esperando ver lo que vi. Su rostro era el de un angelito llorando. Me cautivó tanto, que todavía conservo esa imagen en mi memoria; sus ojos escurridos, hundidos en un mar de desesperación que me la mostraron tan frágil que solo quise abrazarla. Desde ese momento supe que la quería de una forma especial, tanto que, terminada la jornada, no deseaba que se apartara de mí.
Cuando Myriam me preguntó si estaba entendiendo las reglas de la ruleta, le mentí solo por molestarla. La verdad era que estaba súper mareada y me sentía divertida, más que la noche anterior con los gringos. Solo veía, delante mío, que la gente ponía grupitos de fichas encima de algún número o color y, después de que se giraba la ruleta, algunos celebraban o se quejaban, dependiendo de su suerte.—Explícame y juguemos. —Me pidió Myriam.Le dije lo de los números, me inventé las reglas sobre los colores y los cuadros con palabras, y después le susurré, al oído, que había un hombre, muy apuesto, que no dejaba de mirarla. Se rió y me pasó otra copita de ese delicioso néctar que me estaba empalag
Cuando la llamé, lo hice a escondidas de Miguel, porque, de enterarse, me habría matado. Me torturó escuchar su voz, hablándome sin dejar de tutearme, pese al terrible dolor que le he causado, porque significa que guarda una esperanza, un atisbo de que sí podía existir un “nosotros”. Eso me duele más porque ya he decidido, fiel al juramento que le hice, que las palabras escogidas están encaminadas a descartar esa idea.No puede existir un “nosotros”.En mi última conversación con Miguel, en el bar de un hotel de Dubái, le dije que no seguiría construyendo un muro humano.—Si me la voy a sacar de la cabeza, y más importante aún, del corazón, lo haré si
Lo que Myriam le contestó a Emily era verdad, al menos en mi caso: no sabía por qué la había besado (y disfrutado del beso). Teníamos que hablarlo, pero sería después de la segunda resaca de mi vida, en la que juré, mientras me tomaba un litro de jugo de naranja y tres aspirinas, que no volvería a tomar licor en toda mi vida.—Estaré en la piscina —dijo Emily antes de salir. Ya sabíamos a cuál se refería.Quedamos las dos, frente a frente, desayunando la que parecía iba a ser nuestra dieta diaria de cada mañana en el crucero: aspirinas con jugo.—¿Comienzas tú o lo hago yo? —Le pregunté a Myriam cuando la vi regresar del baño, después de escuc
Había planeado lo que le iba a decir, pero no dónde y cómo iba a hacerlo. Desde que nos subimos a la moto, empecé a improvisar. Tomé rumbo a la ciudad porque habían muchas más opciones de sitios en donde podíamos sentarnos, comer y decirnos lo que teníamos pendiente, pero no sabía a dónde ir.Atravesamos algunas avenidas y después de pensarlo, me decidí por un restaurante de comida local que había abierto no hacía mucho y del que vi fotografías de sus platos en Instagram, en una de las tantas ocasiones en que estuve repasando las publicaciones del viaje de Valentina.Casi no lo encuentro y tuvimos que detenernos para que Waze lo hiciera por mí. Al abrir Instagram para buscar el nombre del restaurante, lo primero que apareció en la
La última noche en el crucero vimos una película. Yo voté por una de comedia romántica, pero Emily y Myriam se confabularon para que viéramos una de terror. Resultó ser una de zombies, la primera de ese tipo que veía en mi vida y, casi agarrada a Myriam, me estremecí con las escenas en que los muertos vivientes devoraban a los vivos que caían en sus garras. En su momento, me pregunté si sería posible que eso llegara a pasar en la vida real, me refiero a un apocalipsis zombie, pero lo descarté al pensar que sería ridículo creer que un muerto viviente pudiera sentir hambre y verse tentado a comer, porque, ¿acaso no está muerto? ¿para qué pediría su cuerpo ser alimentado?Bueno. Al llegar a la mansión, después de haber hablado con Camilo en el restaurante, comprend
Esa mañana puse al tanto a Miguel sobre los detalles de los principales cambios generados por el crucero de Valentina:1. Emily, la chófer, ahora era millonaria.2. Había hablado con Valentina y dejado claro que lo “nuestro” no podía ser .—Ah —dije—, casi se me olvida. Valentina también me sugirió que empezara a salir con Emily. Miguel emitió un largo y sonoro suspiro. —Y, me imagino, señor, que tiene pensado seguir la sugerencia de su hijastra. —Ya te había dicho que me agrada Emily, sí, así que voy a… intentarlo con ella, sí. —Y, ¿cómo piensa acercársele, ahora que no es su chófer, señor?Me levanté de mi silla, con el latte en la mano, y me acerqué a la ventana.—La señorita Emily tiene hoy agendada una cita con el vicepresidente de nuestra administradora de fondos —dije, luego de tomar un sorbo de café—. Averigua su número celular y consígueme un almuerzo, de negocios, con ella, ojalá para hoy mismo. Si no, mañana, o el día que sea. Pero debes ser enfático en que se trata de
La propuesta de Horacio y Myriam era muy tentadora y estuve a un latido de decirles que sí, pero, por otra parte, me di cuenta de que que necesitaba pensarla un poquito más y no podría comprometerme hasta no tener el permiso de Camilo; además, esa tarde me enteré de algo que me emocionó y por lo que quizá habría tenido que echarme para atrás en caso de haber aceptado.Horacio y Myriam habían visto que, no muy lejos del colegio, por la carretera, habían terminado de construir un conjunto de edificios y, entre las ofertas de arriendo, había un apartamento ideal para estudiantes (no lo ofrecían así, pero ellos así lo quisieron ver): dos habitaciones, sala-comedor, una cocina amplia, zona de ropas, un depósito, en fin, un apartamento para una familia pequeña, pero que, si lo compart&iacu
Era, sin lugar a dudas, una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida y la tuve frente a mí, conduciendo mi vehículo por varias semanas, sin llegar a verla de la forma en que la vi esa noche, cuando salió de su casa en un vestido gris oscuro, de escote ligero, con una amplia apertura en la espalda que se trenzaba hasta llegar a su cintura y allí, alinearse en una horma que resaltaba su figura de sirena. Llevaba el cabello suelto, que caía, salvaje, sobre sus hombros morenos, cubiertos por un chal muy delgado, más decorativo que útil, pensé, y un maquillaje sobrio, el de una mujer que se sabe bella y solo retoca algunas sutilezas para no dar la apariencia de desarreglada.Quise caer de rodillas a sus pies e implorarle piedad por ser tan hermosa. Olía a lilas y supe, desde que aspiré su perfume, que no olvi