Dejé lo que estaba haciendo -una reunión con unos posibles inversionistas asiáticos en uno de nuestros proyectos de exploración petrolífera- cuando recibí el mensaje de Emily, a través de Miguel, la única persona autorizada a interrumpirme en una junta de esa índole.
—Lo siento, caballeros, mi hijastra acaba de tener un accidente y está en un hospital. Me temo que tendremos que aplazar esta reunión —dije por pura cortesía, sin esperar a que nadie me diera su beneplácito o permiso.
De camino al hospital en donde había llegado la ambulancia que atendió a Valentina, le encargué a Miguel que atendiera a los inversionistas con la precaución propia de una junta interrumpida. Debía pagarles el hotel, y ofrecerles algunas invit
Cómo me había divertido con la broma de la amnesia, porque no creí que fuera a caer y, ahora que lo veía regresar, después de despedirse de Emily, vi que tenía la misma cara con la que estuvo por ponerse a llorar sobre mi pecho.—Pensé que estabas dormida —dijo luego de cerrar la puerta de la habitación.—Y me dormí, un ratico, pero entonces sentí mucho silencio y me desperté. Sus voces me arrullaron.—Bueno, igual ya es tarde y tuve un día muy pesado —dijo, desperezándose—. Voy a ir acomodando ese sofá, ¿tienes idea de dónde pueda encontrar unas cobijas?—No tengo ni idea. Tienes que preguntarle a la enferm
Estoy seguro de que la diferencia de edad entre Adán y Eva era de, al menos, veinte años, porque si no, de qué otra forma ella lo hubiera podido haber tentado a morder la fruta del deseo.Agradezco hoy al cansancio que me venció. Dios se apiadó de mí (ya era demasiado con haberme tentado con mi hijastra) y me embargó el dulce sueño, uno tan pesado que, al día siguiente, cuando Valentina me preguntó si había escuchado a la enfermera entrar a mitad de la noche, le respondí, con sinceridad, que no, porque, de no haber sido así, quizá me habría lanzado a morder la fruta que mi Eva me ofreció.Tuve también suerte en la reprogramación que hicieron los chinos y tuve la disculpa perfecta para aplazar la cita con Emily, una semana m&a
Me encontré con Sebastián en el aeropuerto luego de que Camilo nos hubiera prestado el jet de la empresa como premio por los excelentes resultados que habíamos obtenido en el exámen internacional, que nos abría las puertas para postularnos en las mejores universidades del mundo. O ese fue su pretexto, porque estoy segura de que lo hizo para que el capitán de la aeronave, y la asistente de vuelo, nos espiaran, como lo hacían los tutores y, en su momento, estoy segura de que hacía Emily, cuando era nuestra chófer.Por increíble que parezca, era la primera vez que me subía en el jet y, no más entrar, sentí que no iba a tener ninguna intimidad con Sebastián. Tal vez también Camilo me lo había ofrecido por eso, porque los espacios eran más bien pequeños, pero, más incómodo
Fue muy rico dormir en la misma cama con Sebastián sin que pasara nada más que unos cuchicheos, caricias y arrumacos, además de un montón de besos. Me quedé dormida sobre su pecho y, a mitad de la noche, cuando me giré, lo sentí apretado contra mi espalda, pese a que tenía un kilómetro cuadrado a donde moverse. Eso me encantó.Desayunamos temprano, porque ese día empezaba el Mundial y teníamos que estar listos para registrarnos antes de las ocho de la mañana. No le pregunté, porque se suponía que era una sorpresa, pero estaba angustiada de no poder llegar a registrarme por ser menor de edad.Cuando salimos de la habitación, sonó su celular y, en inglés, escuché que respondió que ya estábamos bajando.
Llegamos temprano al primer día del Mundial de Póker, con el dinero de la inscripción al torneo en fichas. El sorteo de las primeras mesas nos dejó a bastante distancia el uno del otro. Yo en la 15 y Sebastián en la 72, es decir, estaría sola en tanto no quedara eliminada, algo que no estaba dispuesta a dejar que pasar, al menos no sin dar la lucha y conseguir al menos llevarme, por una vez, el pot, o acumulado de fichas en la mesa. Ese era mi objetivo y me daría por satisfecha si pasaba una sola vez.—Nos vemos más tarde, bebé —Le dije a Sebastián con un beso en los labios—. O quizá sí tengamos suerte y no sea así.El póker no es un juego de suerte, o bueno, la tiene, como todo en la vida, pero es más un juego de estrategia, de lectu
Querid@s lector@s,Antes que nada, gracias por haber llegado hasta aquí.He querido añadir esta última sección para hacer una especie de making-off o tras bambalinas de la obra, con el ánimo de poder despejar las dudas que quizá hayan surgido durante la lectura, lo que no quiere decir que, más adelante, y cuando la plataforma lo permita, pueda responder a los comentarios que quieran hacerme. Este libro ha sido el resultado de un trabajo de más de un mes, de estar, todos los días, escribiendo y actualizando las entregas, cada vez con uno o dos capítulos nuevos. Ha sido una labor gratificante y que ha colmado una idea que venía dando vueltas en mi cabeza por varios meses. El tema que quería tratar era el de una chica colegiala rebelde que se enamora de un hombre mayor, que la dobla en edad. Se me ocurrió el tradicional profesor de colegio, pero lo descarté porque deseaba que tuvieran un ambiente común de convivencia en el que pudiera pelear, discutir y, al final, congeniar, así que
Desde la ventana del cuarto común, vi llegar el carro de mi padrastro. Acababa de encender ese cigarrillo y no iba a tirarlo así no más, aunque supiera que la Superiora debía estar por llegar para asegurarse de que ya tuviera mis maletas hechas, la camisa del uniforme estuviera bien planchada y no me hubiera subido la falda hasta los muslos; se llevaría una gran decepción. —¡Valentina, por dios! —La escuché gritar desde la puerta, al otro lado del cuarto— ¡Hasta acá llega el olor a cigarrillo!Vino corriendo, con los pliegues de su sotana dando brincos como si fuera una gallina que se estuviera bamboleando. Soplé el humo de la última calada por la ventana y la miré a los ojos. —Madre. —Le dije sin esperar su cantaleta—. Son mis últimos minutos en el internado, ya no tendrá que soportarme más. Solo déjeme terminar este cigarrillo y me pongo a planchar la camisa.Se escandalizó más cuando vio que todavía estaba en brasier y que, como temía, me había puesto la falda con la que nunca m
Antes de entrar a la casa, me recibieron el mayordomo y las dos mucamas que ya había visto frente a la puerta. También me llamaron señorita y, con un suspiro, me di cuenta que era un caso perdido intentar que me llamaran de otra forma, por lo menos en el corto plazo. Ya me ganaría después su confianza y podría pedirles que me llamaran como yo quería que lo hicieran. Mi padrastro, Camilo Ponce, se paró en medio del vestíbulo, entre los dos brazos de la escalera. Lo miré de reojo y crucé mis brazos, preparada a que me diera de nuevo un discurso sobre mi buen comportamiento y la obediencia que le debía, so pena de que no me pasara ni un centavo y, aunque en ese momento no sabía qué contestarle, sabía que sería solo cuestión de tiempo para evadirme de sus ínfulas de gran señor y empezar a hacer lo que yo quisiera. No me esperaba lo que me dijo.—Necesito que esta tarde vayas al ginecólogo y me traigas un certificado de tu virginidad. —¡¿QUEEÉ?!Lo había dicho frente a toda la servidumb