La propuesta de Horacio y Myriam era muy tentadora y estuve a un latido de decirles que sí, pero, por otra parte, me di cuenta de que que necesitaba pensarla un poquito más y no podría comprometerme hasta no tener el permiso de Camilo; además, esa tarde me enteré de algo que me emocionó y por lo que quizá habría tenido que echarme para atrás en caso de haber aceptado.
Horacio y Myriam habían visto que, no muy lejos del colegio, por la carretera, habían terminado de construir un conjunto de edificios y, entre las ofertas de arriendo, había un apartamento ideal para estudiantes (no lo ofrecían así, pero ellos así lo quisieron ver): dos habitaciones, sala-comedor, una cocina amplia, zona de ropas, un depósito, en fin, un apartamento para una familia pequeña, pero que, si lo compart&iacu
Era, sin lugar a dudas, una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida y la tuve frente a mí, conduciendo mi vehículo por varias semanas, sin llegar a verla de la forma en que la vi esa noche, cuando salió de su casa en un vestido gris oscuro, de escote ligero, con una amplia apertura en la espalda que se trenzaba hasta llegar a su cintura y allí, alinearse en una horma que resaltaba su figura de sirena. Llevaba el cabello suelto, que caía, salvaje, sobre sus hombros morenos, cubiertos por un chal muy delgado, más decorativo que útil, pensé, y un maquillaje sobrio, el de una mujer que se sabe bella y solo retoca algunas sutilezas para no dar la apariencia de desarreglada.Quise caer de rodillas a sus pies e implorarle piedad por ser tan hermosa. Olía a lilas y supe, desde que aspiré su perfume, que no olvi
Mientras llevaba la chupeta a sus labios, me miraba a los ojos, buscando mi mirada, que yo le esquivaba. Llevaba así por lo menos quince minutos, mirándome y yo tamborileando los dedos sobre el pupitre, mirando a cualquier dirección menos al frente. Por fin la vi venir, por el rabillo del ojo, todavía con esa misma chupeta y los ojos echando fuego negro.Se paró frente a mi puesto, a un costado de la pantalla del computador, su mirada clavada en mi cabeza. Levanté los ojos, con lentitud, repasando casa fibra de las costuras de su falda colegial a cuadros, del saco, el nudo de la corbata, algo suelto, la camisa abierta, su cuello, apenas visible por la mano que lo interrumpía, sosteniendo la chupeta que llevaba a sus labios, húmedos, torcidos como si besaran algo desagradable, su nariz inhalaba y se extendía, el fuego oscuro de sus ojos qu
Ya le había dicho a Myriam lo que necesitaba y no podía echarme para atrás, aunque, encerrada en el baño de su habitación, con solo la ropa interior puesta, no me sentía cómoda de salir.¿Y si, en un arrebato, se repetía lo del beso?No era que pensara que Myriam, cuando me viera desnuda, se me fuera a lanzar encima, no, sabía que ella era incapaz de algo así. De quien no estaba segura era de mí misma.Rememoraba, una y otra vez, los momentos previos a ese beso en la ruleta.Fue ella la que se me lanzó, sí, pero yo la recibí.Hubiera podido negarme, torcer el rostro, contenerla, poner mi mano en su
Los días siguientes a la primera cita con Emily fueron de los más felices, maravillosos y tranquilos que recuerde haber vivido, solo superados por los primeros meses después de mi matrimonio con Gloria.Emily era una mujer maravillosa, no solo fue la impresión de la primera cita. Inteligente, cariñosa, algo bravucona y, pese a ser ahora dueña de una gran fortuna, seguía siendo una persona sencilla, noble y trabajadora.Primero, estuvo atenta, al lado de Valentina, de las donaciones que habían hecho para ayudar a las muchachas huérfanas del internado. Con el ojo de un halcón, Emily se encargó de que todo llegara a las chicas sin padres y no solo mejoraron la ropa que recibían, sino que después se encargaron de la comida que les daban y hasta de cambiarles los c
—¿Quién se quiere portar mal? —dije cuando vi el auto de Camilo salir por la portería del conjunto.—¿Por qué no llamas a Sebastián y organizamos una salida de cuatro? —dijo Myriam.—Y si lo llamo, ¿pero hacemos algo aquí? —sugerí. Quería “estrenar” el apartamento.—Sí, también puede ser, ¿pero invitamos a alguien más? —preguntó Myriam.—No. Solo nosotros cuatro está bien —dije.Estuvieron de acuerdo y llamé a Sebastián.Era la primera vez que Sebastián se un&ia
Lo admito, sí. ¿Por qué me pasé al apartamento de Horacio y Myriam, después de haberles dicho que no me interesaba y tener uno y mil motivos para no hacerlo? El motivo es sencillo y hasta tiene nombre: Emily.Después de la primera cita entre Emily y Camilo (después me enteré que no había sido ella la que se quedó en la mansión, sino su prima, la policía) empezaron una melosería que me provocó náuseas, y no porque siguiera sintiendo algo por mi padrastro (habían pasado apenas unos días desde que hablamos), sino porque de verdad eran repelentes. Besito viene, besito va, cuchillerías, piquitos, cogidas de mano, hablarse bonito… ¡Y yo en medio de esos dos!No lo soporté y hasta le comencé a hablar
Había pasado casi un año desde que Valentina se mudó con sus amigos del colegio. Se aproximaba su cumpleaños 17 y demostró que volvía a ser la misma niña pila que obtenía las mejores calificaciones de su curso. Estaba muy orgulloso de ella.Sin embargo, en la medida en que la vida de mi hijastra progresaba, la mía parecía estancarse. Mi relación con Emily había llegado a un punto en el que, si no le pedía matrimonio, corría el riesgo de que ella empezara a preguntarse si acaso había algo que me lo impedía.Me refugié en que todavía era demasiado pronto. No hacía ni un año que había enviudado y Valentina todavía requería de mi tutela.&mdash
Era casi mediodía cuando llegamos al restaurante-bar y nos atendieron como si fuésemos los primeros clientes en entrar a almorzar. Nunca lo había hecho tan temprano y, aparte de la hora, con el problema de un extraño que había estado siguiendo a Valentina, no tenía apetito ni para una entrada de empanadas. Miguel debió comer por mí. El detective no había llegado y, después de esperarlo por cinco minutos, le pedí a Miguel que lo llamara.—Ya viene en camino —dijo Miguel luego de colgar—. Está a diez minutos.Me he dado cuenta que, cuando alguien viene atrasado, siempre debes doblar el número de minutos que esa persona te dice que le toma llegar. Luego no lo veríamos hasta dentro de veinte.&