Era casi mediodía cuando llegamos al restaurante-bar y nos atendieron como si fuésemos los primeros clientes en entrar a almorzar. Nunca lo había hecho tan temprano y, aparte de la hora, con el problema de un extraño que había estado siguiendo a Valentina, no tenía apetito ni para una entrada de empanadas. Miguel debió comer por mí. El detective no había llegado y, después de esperarlo por cinco minutos, le pedí a Miguel que lo llamara.
—Ya viene en camino —dijo Miguel luego de colgar—. Está a diez minutos.
Me he dado cuenta que, cuando alguien viene atrasado, siempre debes doblar el número de minutos que esa persona te dice que le toma llegar. Luego no lo veríamos hasta dentro de veinte.
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Mis compañeros de apartamento y mejores amigos habían salido de la ciudad para pasar el fin de semana en la casa de campo de los padres de Myriam, lo que me dejaba el apartamento solo por casi tres días. No era la primera vez que pasaba, pero sí en la que Sebastián se enteraba porque, las veces anteriores, se lo había ocultado; esta vez, fui yo quien se lo dijo.—Voy a empacar mi cepillo de dientes y salgo para allá —dijo cuando le envié el mensaje de casa sola por el finde.Un estremecimiento me sacudió todo el cuerpo. ¿Qué se suponía que esperaba que pasara? ¿Por qué antes se lo había ocultado, pero ahora sí se lo decía? No sé. Solo pensaba en la idea de cocinar juntos, ver televisión, arruncharnos, acariciarno
No crean que el fin de semana con Sebastián solo hicimos desastres en la cocina, tomamos vino, pedimos domicilios, nos hicimos arrumacos y vimos películas, no. También debíamos estudiar para un examen super difícil al que nos inscribimos, los dos, como parte de un programa especial con el que podíamos aspirar a un cupo en una de las universidades más prestigiosas del mundo y, como una de las condiciones de los fideicomisos consistía en conseguir un cupo en una de ellas, me veía obligada a tomarlo.Dedicamos todo el domingo y el lunes festivo a prepararnos. Horacio y Myriam llegarían en la noche, así que teníamos más o menos hasta las seis de la tarde para preparar el examen y lo hacíamos con pruebas, que se podían conseguir en internet, de exámenes anteriores, pero, a las tres de la tarde,
El sobre de manila contenía medio centenar de fotografías en las que se veía a Valentina en compañía de un muchacho que yo desconocía. Algunas los mostraban en las inmediaciones del apartamento donde ella se había trasteado con sus amigos del colegio, tomados de la mano entrando a un supermercado, luego haciendo unas compras, besándose en los pasillos, en la calle, de regreso al edificio, entrando en el piso.—¿Cómo consiguió tomar esta? —pregunté a Pancracio, señalando la que mostraba a Valentina con quien sin dudas era el joven del que Miguel me había hablado, frente a la puerta del apartamento y luego entrando.—Los vigilantes creen que vivo en el edificio —contestó el detective privado—. Mañas del oficio,
Eran las cinco y dos minutos de la tarde del martes, cuando mi asistente me comunicó que el abogado Carrara estaba esperándome.—Sí, hazlo pasar, por favor. Gracias.La asistente le abrió la puerta de mi despacho y la gruesa, pero baja figura del vicepresidente jurídico del conglomerado entró. Me levanté de mi escritorio y lo invité a sentarse en la sala de mi oficina, extendiendo mi mano para que ocupara el sofá central. Yo me senté en la silla del frente.—Supongo que esta reunión tiene como objetivo informarle sobre mi reciente viaje —dijo Carrara, aplastado en el sillón, esbozando confianza.—No señor, se equivoc
El vicepresidente jurídico del conglomerado era una persona a la que nunca querrías tener en tu contra, por eso llevaba más de veinte años en su cargo y se había ganado la confianza de Gloria, al punto que, al parecer, el abogado se había tomado facultades y concesiones que no le correspondían, o al menos así me pareció a mí luego de escucharlo.—Espere un segundo —dije después de escuchar lo último que me había dicho—. Hace un momento, usted me aseguró que no habían más fideicomisos ocultos,pero ahora me está diciendo que hay unas condiciones adicionales en el testamento…—Usted lo ha dicho, señor Ponce —dijo Carrara—. Condiciones, que es muy distinto a fideicomisos.<
Cuando llegué a la cita en la mansión, no creí que me iba a encontrar con Camilo, Miguel y Emily reunidos, en el estudio, como si yo fuera el sujeto de algún tipo de intervención. Lo primero en lo que pensé fue en el Ritalin, que de alguna manera se hubieran dado cuenta de que tomé esa pastilla y ahora creyeran que lo estaba consumiendo con frecuencia, porque sus rostros me observaban como si estuvieran por comunicarme que debía ir a internarme a algún tipo de centro para atender mi adicción a las drogas.—Valentina, ¿cómo estás? —me saludó Camilo y, aunque su tono intentó ser amable, lo delataba el color macilento bajo sus ojos, cargados con dos enormes bolsas que daban cuenta de que, o no había dormido por una semana, o cargaba con una enorme preocupación encima, pero,
La segunda bomba que el abogado Carrara había hecho estallar en mi cara, después de la condición que me prohibía tener cualquier tipo de relación sentimental, amorosa, carnal o sexual con Valentina, fue la del matrimonio de mi hijastra con su hijo.Si Valentina se puso tan pálida como la pastilla calmante que Miguel tuvo que darle cuando Emily se lo dijo, en su momento, en mi despacho, cuando Carrara me lo dijo, yo estuve a un segundo de arrojar a ese sujeto por uno de los ventanales de la oficina, de cogerlo por el cuello, levantar su pesada humanidad compuesta por un 90% de grasa y lanzarlo contra el vidrio, para que se estrellara noventa pisos abajo contra el pavimento. Tal fue mi estado de ira, que expresé con improperios y amenazas.Ante el descontrol y punto de inflexión alcanzado por la
Después de tomarme las pastillas de calmantes, porque sí las necesité, me sentí adormilada, como si lo que estuviera ocurriendo no fuera más que un mal sueño, aunque seguía consciente de que era la realidad. Necesitaba, en ese momento, un hombro sobre el que recostarme y alguien que acariciara mi cabeza, así que me apoyé en Emily, que pasaba sus dedos sobre mi pelo y consentía.Camilo, de pie y paseando de un lado a otro del estudio, hablaba sobre lo que le habían dicho otros abogados que consultó, pero la verdad, no entendía la mitad de lo que decía y le presté poca atención. Para mí, no había nada qué hacer salvo enfrentarme a una década de diligencias, citatorios, audiencias en juzgados y hasta la no poco frecuente aparición en la prensa puesto que, una