Lo admito, sí. ¿Por qué me pasé al apartamento de Horacio y Myriam, después de haberles dicho que no me interesaba y tener uno y mil motivos para no hacerlo? El motivo es sencillo y hasta tiene nombre: Emily.
Después de la primera cita entre Emily y Camilo (después me enteré que no había sido ella la que se quedó en la mansión, sino su prima, la policía) empezaron una melosería que me provocó náuseas, y no porque siguiera sintiendo algo por mi padrastro (habían pasado apenas unos días desde que hablamos), sino porque de verdad eran repelentes. Besito viene, besito va, cuchillerías, piquitos, cogidas de mano, hablarse bonito… ¡Y yo en medio de esos dos!
No lo soporté y hasta le comencé a hablar
Había pasado casi un año desde que Valentina se mudó con sus amigos del colegio. Se aproximaba su cumpleaños 17 y demostró que volvía a ser la misma niña pila que obtenía las mejores calificaciones de su curso. Estaba muy orgulloso de ella.Sin embargo, en la medida en que la vida de mi hijastra progresaba, la mía parecía estancarse. Mi relación con Emily había llegado a un punto en el que, si no le pedía matrimonio, corría el riesgo de que ella empezara a preguntarse si acaso había algo que me lo impedía.Me refugié en que todavía era demasiado pronto. No hacía ni un año que había enviudado y Valentina todavía requería de mi tutela.&mdash
Era casi mediodía cuando llegamos al restaurante-bar y nos atendieron como si fuésemos los primeros clientes en entrar a almorzar. Nunca lo había hecho tan temprano y, aparte de la hora, con el problema de un extraño que había estado siguiendo a Valentina, no tenía apetito ni para una entrada de empanadas. Miguel debió comer por mí. El detective no había llegado y, después de esperarlo por cinco minutos, le pedí a Miguel que lo llamara.—Ya viene en camino —dijo Miguel luego de colgar—. Está a diez minutos.Me he dado cuenta que, cuando alguien viene atrasado, siempre debes doblar el número de minutos que esa persona te dice que le toma llegar. Luego no lo veríamos hasta dentro de veinte.&
Mis compañeros de apartamento y mejores amigos habían salido de la ciudad para pasar el fin de semana en la casa de campo de los padres de Myriam, lo que me dejaba el apartamento solo por casi tres días. No era la primera vez que pasaba, pero sí en la que Sebastián se enteraba porque, las veces anteriores, se lo había ocultado; esta vez, fui yo quien se lo dijo.—Voy a empacar mi cepillo de dientes y salgo para allá —dijo cuando le envié el mensaje de casa sola por el finde.Un estremecimiento me sacudió todo el cuerpo. ¿Qué se suponía que esperaba que pasara? ¿Por qué antes se lo había ocultado, pero ahora sí se lo decía? No sé. Solo pensaba en la idea de cocinar juntos, ver televisión, arruncharnos, acariciarno
No crean que el fin de semana con Sebastián solo hicimos desastres en la cocina, tomamos vino, pedimos domicilios, nos hicimos arrumacos y vimos películas, no. También debíamos estudiar para un examen super difícil al que nos inscribimos, los dos, como parte de un programa especial con el que podíamos aspirar a un cupo en una de las universidades más prestigiosas del mundo y, como una de las condiciones de los fideicomisos consistía en conseguir un cupo en una de ellas, me veía obligada a tomarlo.Dedicamos todo el domingo y el lunes festivo a prepararnos. Horacio y Myriam llegarían en la noche, así que teníamos más o menos hasta las seis de la tarde para preparar el examen y lo hacíamos con pruebas, que se podían conseguir en internet, de exámenes anteriores, pero, a las tres de la tarde,
El sobre de manila contenía medio centenar de fotografías en las que se veía a Valentina en compañía de un muchacho que yo desconocía. Algunas los mostraban en las inmediaciones del apartamento donde ella se había trasteado con sus amigos del colegio, tomados de la mano entrando a un supermercado, luego haciendo unas compras, besándose en los pasillos, en la calle, de regreso al edificio, entrando en el piso.—¿Cómo consiguió tomar esta? —pregunté a Pancracio, señalando la que mostraba a Valentina con quien sin dudas era el joven del que Miguel me había hablado, frente a la puerta del apartamento y luego entrando.—Los vigilantes creen que vivo en el edificio —contestó el detective privado—. Mañas del oficio,
Eran las cinco y dos minutos de la tarde del martes, cuando mi asistente me comunicó que el abogado Carrara estaba esperándome.—Sí, hazlo pasar, por favor. Gracias.La asistente le abrió la puerta de mi despacho y la gruesa, pero baja figura del vicepresidente jurídico del conglomerado entró. Me levanté de mi escritorio y lo invité a sentarse en la sala de mi oficina, extendiendo mi mano para que ocupara el sofá central. Yo me senté en la silla del frente.—Supongo que esta reunión tiene como objetivo informarle sobre mi reciente viaje —dijo Carrara, aplastado en el sillón, esbozando confianza.—No señor, se equivoc
El vicepresidente jurídico del conglomerado era una persona a la que nunca querrías tener en tu contra, por eso llevaba más de veinte años en su cargo y se había ganado la confianza de Gloria, al punto que, al parecer, el abogado se había tomado facultades y concesiones que no le correspondían, o al menos así me pareció a mí luego de escucharlo.—Espere un segundo —dije después de escuchar lo último que me había dicho—. Hace un momento, usted me aseguró que no habían más fideicomisos ocultos,pero ahora me está diciendo que hay unas condiciones adicionales en el testamento…—Usted lo ha dicho, señor Ponce —dijo Carrara—. Condiciones, que es muy distinto a fideicomisos.<
Cuando llegué a la cita en la mansión, no creí que me iba a encontrar con Camilo, Miguel y Emily reunidos, en el estudio, como si yo fuera el sujeto de algún tipo de intervención. Lo primero en lo que pensé fue en el Ritalin, que de alguna manera se hubieran dado cuenta de que tomé esa pastilla y ahora creyeran que lo estaba consumiendo con frecuencia, porque sus rostros me observaban como si estuvieran por comunicarme que debía ir a internarme a algún tipo de centro para atender mi adicción a las drogas.—Valentina, ¿cómo estás? —me saludó Camilo y, aunque su tono intentó ser amable, lo delataba el color macilento bajo sus ojos, cargados con dos enormes bolsas que daban cuenta de que, o no había dormido por una semana, o cargaba con una enorme preocupación encima, pero,