No es su culpa

El jefe no quería que me fuera, lo percibí en sus constantes ofertas para que cambiáramos de actividad. Después de ganarle, por primera vez en una partida de billar, quiso que bajáramos a la cocina, a preparar, nosotros mismos, una receta de tacos que había visto en un programa. Fue un desastre y los ayudantes de la cocina tuvieron que ayudarnos a enmendar varios errores. Era la primera vez que veía que a alguien se le quemaba (con llama) una lechuga.    

Subimos, de nuevo, al cuarto de televisión y, desde allí, nos llegaron las risas de las chicas, que habían regresado. Camilo se acercó al ventanal, desde el que era posible ver al estacionamiento en donde estaban. Las miró como si estuviera viendo el hongo de una bomba nuclear que acabara de estallar al frente de su casa. En verdad estaba deshecho.

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