20°

La boda era grande y llamativa.

Llegué a la iglesia más temprano que los demás, cuando ningún invitado había llegado.

Tenía que verificar que todo estuviera bien.

La noticia que salió en el periódico esa mañana fue incluso peor: “Asistente y amante de Alexander Idilio fue la encargada de organizar toda su boda. ¿Qué sucederá esta mañana en una de las bodas más importantes de la ciudad?”

Tomé el periódico, lo rasgué en dos, lanzándolo a la basura, y luego me concentré en la boda, ignorando todas las miradas de curiosidad y cuestionamientos a mi alrededor.

Cuando los invitados comenzaron a llegar, observé el precioso traje que llevaba Alexander.

Era oscuro y contrastaba con su pálida piel.

Él no me miró durante todo el rato que estuvo de pie frente al altar; no cruzó una sola mirada conmigo.

Yo gestioné unos últimos pedidos, me aseguré de delegar ciertas responsabilidades para la fiesta y alerté al músico cuando recibí la notificación de que Gabriela estaba por llegar.

Entonces, l
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