Hicimos un desayuno rápido. Ana Laura hizo unos huevos revueltos, pero Carlota se metió descaradamente a la cocina y encontró un trozo de pollo que frió en una sartén llena de aceite. — En mi casa jamás me dejarían comer esto — dijo — . Dicen que una Carlota tiene que estar presentable, delgada y atlética.Se sentó a comerlo con los dedos en medio de la isla de la cocina. Nosotros simplemente comimos de los huevos revueltos con pan y café, y estábamos ahí desayunando tranquilamente cuando Xavier se inclinó hacia Carlota. — Entonces te pregunto, si Carlota es un título, así como cacique, ¿cuál es tu verdadero nombre?La mujer me dio una rápida mirada, seguramente para pedirme que le dijera a mi hermano que se quedara callado, pero yo la ignoré. La verdad no me importaba si se sentía incómoda con la pregunta, que ella misma le respondiera.Así que suspiró profundo y se chupó los dedos por donde escurría un poco de aceite. — ¿Qué te importa? — le dijo.Xavier sonrió un poco. — Está b
178Un mes podrá parecer poco tiempo, pero cada día para mí fue un infierno. De semana en semana pasé cada maldito día al lado de mi padre, escuchando sus estupideces, enseñándome sobre el círculo bajo, sobre todo lo que tenía que aprender para poder gobernar ese maravilloso mundo que él había heredado para mí. Y yo tenía que fingir que me sentía feliz.Él, en el fondo, sabía que yo no quería aquello, pero tenía que fingir que estaba resignado completamente. ¿Qué más podía hacer? Era la única opción que tenía. Aunque en este momento no tuviéramos ningún enemigo palpable, como había sucedido con Máximo, sabía que de alguna u otra forma un nuevo enemigo aparecería. Porque era lo que papá me decía. Me había prometido que el círculo bajo y el cacique siempre tendrían un enemigo. Por eso estaba ahí, porque tenía que encontrar la forma de dejar todo eso atrás para poder tener la vida que siempre había querido, al lado de Ana Laura y mis hijos. Los hijos que extrañaba cada día más. Pero no
Sostuve con fuerza la USB en mi mano, sin atreverme a hacer ningún movimiento. Sentado en el mueble de la sala, Ana Laura, a mi lado, entrelazaba sus dedos con los míos. Yo no quería abrirla, no quería ver aquel video porque era… era la última imagen de mi madre, la última que iba a tener de la mujer que creí que había sido mi madre. Me quedé un largo rato ahí sentado, hasta que Ana Laura se puso de pie. Desde arriba me observó, tendiendo su mano hacia mí. — Llegó la hora, Álex — me dijo con confianza. Y yo sabía que así era. Sabía que había llegado el momento, pero no tenía el valor de enfrentarlo. Desde que aparecieron los videos, tenía esa esperanza constante: *el siguiente video, el siguiente, el siguiente...* aquellas palabras de aliento que podrían venir de su boca. Pero ahora que sabía que este era el último, realmente el último, me sentía intimidado, como si al terminar la grabación, Azucena muriera en realidad, y esta vez para siempre. Pero tenía que enfrentarlo. Así
Ana Laura y yo nos quedamos ahí en silencio, mientras la pantalla congelada del televisor nos enseñaba el rostro de Azucena. Ninguno fue capaz de decir una palabra en un buen rato, hasta que Ana se aclaró la garganta. — Entonces, ella lo sabía. Siempre supo que Ezequiel se había convertido en el cacique del Círculo Bajo, y siempre supo que tú serías su heredero. Yo asentí. — Ella siempre supo que, a pesar de que mi padre murió, supuestamente, yo seguiría siendo el heredero, porque el Círculo Bajo nunca me perdió la pista. Mamá siempre fue muy astuta, siempre supo dónde estabas tú y los trillizos, porque contrataba hombres importantes que hacían trabajos por ella. Su dinero también poseía poder. Supo que tarde o temprano yo heredaría el mandato del Círculo Bajo, y por eso se preparó. Investigó los pilares por tantos años… Fueron muchos años. Ana Laura tomó su teléfono y observó. — Creo que reconozco este lugar. Son bodegas. Son bodegas donde las personas pueden almacenar
181Yo no quise interferir, pero me pareció que la forma en la que Alexander le habló a Carlota no fue la más adecuada. Tampoco estaba de acuerdo en que le mintiéramos; ella tenía que saber cuáles eran los planes que teníamos ahora con la nueva información. Pero yo presentía que Carlota podría llegar a ser una peligrosa enemiga. De todas formas, lo comprobaríamos en cualquier momento.Casi que Alexander se la había echado encima cuando sus ojos verdes se clavaron en los míos. — Prácticamente la echamos — me dijo — . Era la única forma. Estaba seguro de que ella no entendería de no ser así.Entonces, me senté en el borde del mueble y até mi cabello en una cola apretada. — Probablemente tienes razón. Pero esperemos que aquello no nos vaya a costar. Carlota no es tan poderosa como un Pilar, pero sí tiene suficiente influencia, incluso dentro del Círculo Bajo. Esperemos que no vaya a ser una jugada contra nosotros, que tal vez le diga a tu padre lo que planeamos. — No lo hará — dijo Al
Con un nuevo aire renovado, aprendimos la marcha hacia el hospital. Sentía como si me hubiese librado de un peso tan enorme que no sabía que lo tenía encima.Pero yo sí sabía que lo tenía encima; sabía que desde el momento en el que había fingido aceptar la herencia del Círculo, aquel peso se había subido en mis hombros y no había descansado ni por un segundo. Pero ahora estaba cerca, cada vez más cerca de librarme de todo aquello para siempre.La información que Ana Laura y yo íbamos encontrando, la que mi madre de crianza me había dejado, ya yacía segura en la nube: bajo mi correo, bajo el suyo, bajo uno nuevo que inventamos solo para eso.Tendrían que destruir todos los servidores de internet para que esa información desapareciera, y yo me sentí feliz por eso.Así que me di una larga ducha con agua caliente y, luego, Ana entró conmigo. Nos duchamos juntos un último rato antes de ir al hospital.Pasamos por Federico al aeropuerto. Le dio un amigable beso en la mejilla a Ana Laura y,
Ana Laura y yo cruzamos una mirada. Entendíamos que no podríamos librarnos de aquello, así que le di un cálido beso en los labios y le indiqué: — Nos vemos afuera en un rato.Ella asintió, saliendo junto con todos los demás, pero mi padre parecía que no estaba dispuesto a dejarnos ir tan rápido. Nos tomó a cada uno por los codos y nos guió hacia el elevador, directo al parqueadero. Cuando las puertas se abrieron, tres trontes estaban ahí, fuertemente armados, con los radios en las manos y observando en todas direcciones. — ¿Qué está pasando? — preguntó mi hermano. — El pilar de seguridad — dijo Ezequiel.Como ya lo sabía, los pilares eran eslabones dentro de la organización. El pilar de seguridad era un exmilitar de alto rango que había iniciado en el círculo bajo hacía unos años. Era el encargado de toda la seguridad de la organización, prácticamente quien guiaba a los trontes, quien los lideraba.Mi padre nos guió hacia un auto, y ahí encontré a mi tronte y al tronte de mi herman
El cuerpo de mi hermano Xavier saltó sobre el mío como un acto instintivo de protección. Ambos caímos al suelo mientras los disparos seguían resonando por el estacionamiento.Pude ver a lo lejos cómo unas cuantas personas que estaban en el lugar corrían y gritaban, tratando de encontrar un lugar seguro.Pero entonces, cuando terminaron los disparos, levanté la cabeza un segundo después y observé el cuerpo de mi padre en el suelo. Abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua, como si intentara respirar por última vez.Alfredo, al otro lado, lo observaba con una extraña sonrisa en la boca. Parecía loco y trastornado; seguía sosteniendo en alto su arma, pero ya no podía hacer nada. Yo ya no podía hacer nada. Si iba a matarme, lo haría en ese momento.Así que me arrastré, liberándome del agarre de Xavier, hacia Ezequiel. Su camisa estaba manchada de sangre; los disparos en el pecho habían sido varios. Cuando llegué con él, sus brillantes ojos verdes se posaron en mí. — Eso no lo vi