171°

Paloma caminó de un lado para otro. Alexander había movido las influencias suficientes para que los exámenes que se había realizado salieran lo antes posible, pero estaba tremendamente ansiosa y nerviosa.

Una vez que había entrado a la habitación de Emilda, la mujer la había mirado a la cara, y cuando Paloma la observó, supo de inmediato que era su madre.

Podía verlo en sus ojos, podía ver en su rostro, un poco envejecido, su propio reflejo. Eran tan parecidas que sintió un tremendo nudo en el pecho, una sensación agridulce y dolorosa, porque aún seguía amando a Azucena como su madre. Pero tal vez, como decía Alexander, la sangre llamaba, y había sentido un remordimiento enorme por Emilda al verla en esa camilla, por haberse negado tantas veces a ayudarla.

Pero ahora estaba ahí, y esperaba que hubiese sido lo suficientemente pronto como para poder salvarla.

Yeison seguía sentado en el mueble. Había estado demasiado callado ese día, y Paloma se acercó a él, se sentó a su lado y le apre
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