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MARIANNE

—¡¿Que?— grite, supe que Amanda había apartado el teléfono de su oído cuando grite pero no se que esperaba después de lo que había dicho — ¡Por todos los cielos, Amanda! ¿Que hiciste?

—Marianne, tienes que entender, nadie quiso ayudarme y yo quería ayudarte a ti Marianne, perdóname…

—No se trata de perdón Amanda, ¿Te das cuenta de eso, has contratado a… a… un…?— incluso la palabra me daba pena

—Lo sé Marianne pero piensa en eso… vas a ir a esa boda y no les vas a dar a esos dos sacos de m****a la satisfacción de verte sola…

Amanda tenía razón, m*****a sea, cuando pronuncio estas palabras mi estúpida imaginación me llevo a mi llegada a la casa de mi madre, del brazo de un hombre y las caras de ellos…

—¿Marianne?, ¿estas ahí?… Marianne, ¡oh, cielos! creo que la he matado, ¿Marianne?— insistió.

—No, no me has matado Amanda, al menos todavía. Sé que te esforzaste mucho, lo siento… — ella había sido buena no tenia derecho a tratarla mal.

—Aun lo puedo cancelar Marianne, si no quieres… — me dijo ella, lo sentía en verdad.

—No — dije con convicción, estaba segura que algo nuevo debía salir de todo, esto rogaba por que fuera así.

El viernes yo estaba que saltaba de un lado a otro sin estar quieta por todas partes, es que no sabía que pensar, decir, vestir frente a un hombre de — esos —.

¡Dios! todo estaba fuera de control. Yo, claramente, también lo estaba al permitir a Amanda hacer esto.

Escuché el auto de ella subir por la colina y supe que mi tiempo se había acabado, aquí era donde empezaba mi muerte, si no tenia cuidado. Caminé hacia el espejo que había cerca de la entrada de la casa y repasé mi imagen una vez más. Me había aplicado más bien poco maquillaje ya que no me gustaba mucho, solo un poco de sombra y algo de brillo labial, había intentado de todo pero las pecas que tenia sobre la nariz y parte de las mejillas no se iban con nada ni se ocultaban tampoco, y no tenía sentido ocultarlas si a pesar de todo seguirían allí.

Había recogido mi cabello por el calor que debía hacer en esta época del año en Australia, dejando al descubierto mi jirafal, delgado cuello y los huesos en el. Yo no tendría por qué estar mirándome al espejo esperando que aquel — sujeto — tuviera una buena impresión de mí, yo le estaba pagando ¿No?

Me sentí cruel y estúpida. Como siempre yo y mi blandengue corazón que me obligó a pensar, justo ahora, en ese hombre y la clase de circunstancias que lo habían llevado a dedicarse a esta vida. Respiré más calmada igual no nos íbamos a conocer en absoluto, iba allí a hacer su trabajo como el nuevo hombre con el que estaba saliendo después de que mi novio me botara a la basura por mi hermanastra.

Escuché a Amanda aparcar o tal vez fuera Jason quien viniera conduciendo, el — sujeto — debía venir con ellos.

Me quedé sin aire a la vez que moría de curiosidad, seguramente se trataba de un tipo que nunca se hubiera fijado en alguien como yo, pero ahí estaba, seguro y dispuesto a interpretar su papel por pago y compasión. Más bien por dinero. Sí, eso era. Sinceramente esperaba que no se encontrara con Jessenia y me delatara con su falta de interés en mí.

Sonó el timbre…

—¡ Dios mío ya está aquí! —

Respire hondo tres veces y abrí la puerta. Tuve dos segundos para reaccionar ya que Amanda me lanzó los brazos a cuello y gritó mi nombre.

—¡Marianne, si que te he echado de menos! — Yo le devolví el abrazo con cariño, era casi reconfortante verla de nuevo.

—Sigue, por favor — dije cuando entro delante de Jason, quien menos efusivo que ella me dio un beso en la mejilla.

—Hola Marianne— dijo entrando con todo el cargamento de maletas de Amanda y la suya, pensé que era bastante fuerte.

Cuando me volví hacia la puerta casi me voy de cabeza, seguramente se trataba de un juego de mi imaginación o un sueño que se había apoderado de mi mientras estaba nerviosa por la espera, seguramente ni Amanda ni Jason acababan de cruzar el umbral ni me habían dejado vía libre para admirar al espécimen de hombre que se hallaba frente a mí. Él no podía ser real, ningún hombre era así, o tal vez mi experiencia con ellos me había vedado para admirar a los otros como este que estaba frente a mí y que evidentemente existía. Lo miré de pies a cabeza, zapatos lustrosos, negros, finos, pantalones de lino perfectamente planchados y cortados negros también, tenia piernas musculosas, eso se podía adivinar, la camisa blanca que portaba ceñía, sin hacerlo parecer vulgar, su pecho amplio y sus brazos poderosos, sus manos eran grandes, cuidadas y finas, su cuello y su cara….Su cara era todo un sueño, el mentón era perfecto, tenía la nariz recta, aristocrática, y los ojos de una extraña,mezcla de verde y amarillo, ojos que en ese momento vi me dirigían una mirada evaluadora, no sabía cuál era su veredicto.

—¡ Santa Cachucha! — Este hombre era demasiado atractivo y yo sabía que no iba a ir a la par con él y nadie nos iba a creer.

—Buenos días — Saludó con una voz profunda y viril y sentí que mi cuerpo se estremecía, definitivamente para lo que se dedicaba estaba más que hecho, dudaba mucho que una mujer no quedara satisfecha después de que un hombre así le hiciera el amor.

—Bu… bu… buenos… — tartamudeé. Él sonrió de lado. Estaba segura de que se reía de mi atolondramiento, la blancura de sus dientes iluminó aun más su perfecta cara y yo me quedé mirándole la boca como una estúpida.

—Marianne — Amanda llegó tras de mí — él es Edgard Barrington, es de quien hablamos…

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