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Capítulo 3: Un hombre serio

Cinco años después…

Armand mira por la ventana la vista que le entrega su ciudad Natal. Baja la mirada a los documentos que tiene enfrente, entre ellos el presupuesto para la construcción de una casa que será el albergue para él y para su pequeña Aurore.

Claro, eso sería así si pudiese al menos ver a su hija.

Damiana se había ido de su lado al día siguiente que terminó con él y esos habían sido los ocho meses más largos de toda su vida, sin embargo, cada vez que pudo se escapó a San Francisco para ver a su pequeña, darle amor y tratar de arreglar las cosas con Damiana, pero ya en el cuarto viaje se dio cuenta de que ella ya estaba haciendo su vida con otra persona y que no tenía nada más que hacer.

Lloró, se embriagó y volvió a llorar, todo eso en compañía de sus dos amigos, los mismos que le dijeron que no debía echarse a morir porque a final de cuentas le quedaba su hija. Y en eso ellos tenían mucha razón.

Así fue como se juró que todas sus vidas giraría en torno a ella porque no había nada, absolutamente nada, que pudiese dejar de hacer por su pequeña Aurore.

Una vez que terminó los estudios, regresó a San Francisco para hacerse cargo de la empresa que heredaría de su padre. En tan solo dos meses tomó el control de esta y comenzó a hacer cambios realmente profundos.

Eso le creó la fama de un CEO con determinación, que podía alcanzar las metas que se había propuesto en cada uno de los proyectos y todo eso le rindió frutos bastante buenos.

Ahora es la cabeza de la empresa más importante de construcción en la ciudad de San Francisco, Los mejores y más grandes proyectos primero pasan por sus manos y ahora puede darse el lujo de decidir cuál quiere desarrollar, especialmente porque su ética profesional y la elección de los materiales no se transa en absolutamente por nada, ni siquiera por un billete más.

Ve que al proyecto le faltan algunas cosas, toma el teléfono y le pide a su asistente que vaya de inmediato, hay un par de cosas que no entiende y realmente está molesto.

—Sí, señor —le dice a la mujer al entrar y él frunce el ceño porque nota que está como distraída.

—A esta carpeta le faltan los permisos del ayuntamiento.

—Sí… lo que pasa es que esos documentos aún no han llegado, señor.

—Y si no han llegado entonces, ¿por qué estoy perdiendo tiempo la revisión de esta carpeta? Además, esos ya se enviaron hace bastante tiempo, deberían estar aquí. ¿Por qué no han llegado?

—No… no lo sé, señor. Si quiere, puedo llamar ahora mismo y preguntar…

—Pero por favor, tenga la amabilidad de hacerlo, si es que no es mucha molestia y no le interrumpo algo importante que esté haciendo —le responde con sarcasmo, porque en verdad está enojado—. Digo, porque hacer su trabajo también pueden entorpecer su día, ¿no le parece?

La mujer lo mira nerviosa, baja la mirada y comienza a jugar con sus manos. Armand se desespera y se pone de pie bastante molesto. Camina hacia la puerta, la abre a todo lo que da y la invita a salir con un gesto de la mano.

—Hágame el favor, tome sus cosas y váyase de aquí —la mujer abre sus ojos y comienza a negar.

—Oor favor, no me corra, usted sabe que necesito el trabajo.

—Pues no se nota, porque en lo que va de este mes esta es la quinta o sexta vez que me hace exactamente lo mismo, hacerme perder el tiempo, además de que no está haciendo su trabajo. Usted sabe perfectamente cuáles son sus labores y no las estás haciendo.

—Es que yo pensé…

—No debería pensar mucho en algo que se supone sabe hacer, ahora sólo quiero que se vaya.

La mujer comienza a llorar hipando y haciendo un tremendo escándalo, varias de las personas allí fijan la mirada en la escena, pero Armand se mantiene completamente impasible.

Busca la agenda de contactos y marca al ayuntamiento para preguntar por qué esos permisos no han estado listos todavía. Al cortar se lleva la enorme y agradable sorpresa de que los permisos ya los habían enviado, sólo que su asistente no había revisado el correo.

Comienza a revisar y se da cuenta que en la bandeja hay cientos de correos sin abrir. Comienza a revisar cada uno de ellos, dándose cuenta penosamente que se ha perdido invitaciones a eventos bastante importantes.

Levanta el teléfono nuevamente y marca al jefe de recursos humanos.

—Recursos humanos de Bloom Construction, buenos días.

—Joseph, necesito urgente que me busque un asistente.

—Claro, señor, lo haré de inmediato.

—Asegúrese de juntar a unos cinco candidatos, cuando los tenga, envíeme sus currículums, yo seré quien los revise y quien las entreviste, esta vez necesito asegurarme de que la persona que cumpla ese papel lo haga bien.

—En cuanto los tenga, se los haré llegar, señor.

—Muchas gracias, Joseph.

Armand solía enojarse y molestarse cuando las cosas no se hacían a su ritmo, pero eso no lo hace un patán, todo lo contrario, sigue siendo ese mismo muchacho amable.

Lo único que había cambiado en él este tiempo es que se había vuelto un hombre más serio. Las salidas nocturnas, las fiestas y todo eso que involucraba divertirse había quedado en el pasado. Ahora su única entretención es el trabajo y de vez en cuando, las oportunidades en que Damiana se sentía benevolente y le permitía ver a Aurore, los paseos con su hija también eran una buena manera de distraerse, de pasar su tiempo libre y de ser feliz un rato.

Se mete de nuevo a su oficina para revisar todos los correos que su asistente no vio. Allí se encuentra una invitación para una fiesta que está programada para ese mismo día en la noche. Llama por teléfono a la persona encargada de las confirmaciones y le pregunta si aún está a tiempo para hacerlo, la chica amablemente le dice que sí y decide que esa noche irá a esa cena.

Una vez que termina llama por teléfono a Damiana, tal como hace cada día para saber de su hija. Y tal como suele suceder, al menos seis veces por semana, Damiana no le responde.

Suspira con frustración, se pone de pie y ordena todo en su escritorio. Se lleva la carpeta para revisarla después del evento de la noche y así ver cuándo puede comenzar con la construcción de su nuevo hogar.

Al salir de la oficina lo hace con ese rostro serio, el de un hombre al que muchos respetan y otros pocos le temen. Es mejor esa máscara de hombre serio y frío para que no vuelvan a hacerle daño y para que no piensen que pueden hacer con él lo que quieran.

Ya le sucedió en el pasado y ahora se arrepiente de haber caído en eso, porque eso le estaba restando a tiempo con su hija, su único y mayor tesoro en la vida.

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