Lucie se para por quinta vez en menos de cinco minutos para revisar por qué la bendita impresora no está haciendo su trabajo.
El problema allí es que muchas de las cosas no funcionan y las personas que debieran arreglarlas no lo hacen. Ella sabe cómo solucionar el problema, pero el asunto es que no le pagan lo suficiente por tener que aguantar al tonto de su jefe y hacer el trabajo de los demás.
—¿Otra vez, peleando con esa pobre máquina? —Jacqueline, la asistente del gerente comercial se acerca a ella con una sonrisa y le ayuda a arreglar el problema de la impresora.
—Te digo que sabía exactamente qué es lo que debía hacer, pero llevo una semana llamando al técnico informático y todavía no es posible que se aparezca para arreglar todo este problema —Lucie le da clic a «imprimir» y al fin la máquina funciona—. Creo que definitivamente hoy no es mi día.
—No digas eso, mujer. Recuerda, todos son nuestros días, lo que pasa es que algunos son más difíciles que otros.
—Bueno, entonces digamos que este es tan difícil como que Elon Musk me invite a cenar esta noche —las dos se miran unos segundos y se ponen a reír porque no pueden hacer nada más que eso. En ese preciso instante el señor Rogers sale de su cueva bastante malhumorado y lo toma en contra de la pobre Lucie.
—¡Señorita Geller, ¿ya están listos esos documentos?!
—Se están imprimiendo, señor.
—¿Y entonces, por qué se está riendo? ¡Se ha tardado demasiado en hacer su trabajo y usted sabe que no me gusta que pierdan el tiempo!
—Lo sé perfectamente, señor, el problema es que la impresora se tardó más de una hora en poder imprimir los documentos. He llamado al técnico desde hace una semana y no ha venido a revisar cuál es el problema con la red.
—¿Y si sabe que es problema de red, por qué no lo soluciona usted?
—Porque esa no es mi área de especialización, porque usted no me paga para eso y porque le estaría regalando el sueldo a una persona que no está cumpliendo con su trabajo —el hombre abre la boca para discutirla, pero lamentablemente Lucie tiene toda la razón, así que se calla, frunce el ceño, pone cara de ogro y vuelve a gritarle.
—¡En cuanto estén esos documentos, tráigamelos a mi oficina! Y termine de organizar la cena de esta noche. No se olvide que debe estar allí, y espero que más presentable, no en esas fachas que usted suele traer.
Lucía hace unos gestos con el rostro mofándose de su jefe, lo que hace reír a Jacqueline. Una vez que los documentos están listos, va a la oficina y se los deja en el escritorio a su jefe, quien no le dice nada porque está hablando por teléfono con alguien más.
Sale rápidamente para seguir con sus labores y el teléfono suena por enésima vez en el día. Al levantarlo la voz de un hombre que se le hace completamente grave, sensual y deliciosa le habla con cortesía.
—Buenas tardes, acabo de ver una invitación que me llegó para una cena hoy, quisiera saber si aún puedo confirmar.
—Por supuesto que sí, no tengo ningún problema en confirmar su asistencia. Si es tan amable de darme su nombre —¡Mentira! Las confirmaciones habían terminado hacía tres días, pero como había una persona que se había bajado en el último momento podía hacerle el cupo de todas maneras. Si estaba haciendo eso era solo para saber quién era el dueño de aquella voz tan maravillosa que la estaba haciendo sentir mariposas en el estómago.
—Armand Bloom, CEO de Bloom Constructions.
—Bien, señor Bloom. Haré los arreglos para que sea considerado esta noche en la cena.
—Muchas gracias, señorita.
Al cortar la llamada, Lucie no puede evitar echarse hacia atrás en su asiento y deja escapar un suspiro de completa maravilla, aunque sabía que no debía entusiasmarse porque muchas veces le había pasado que contestaba llamadas de hombres con voces realmente sensuales y en persona, terminaban siendo señores de cuarenta años y bastante pasados de peso.
Ni lo uno ni lo otro sería problema si no fueran casados y además arrogantes, peores que su jefe. Se pone de pie, ordena una carpeta con varios documentos y se va a una de las áreas más importantes de la empresa, la de adquisiciones.
A las cinco de la tarde, la oficina está por completo desierta, puesto que todos se han ido temprano para asistir a la cena. Sin embargo, ella sigue allí porque como el asistente del jefe de jefes de jefes, debe quedarse sentada allí, esperando que al hombre salga. Sería una desgracia que necesitase algo y ella no estuviera presente allí para cumplirle el capricho a su jefe.
Cuando al fin Rogers sale de la oficina y se queda viendo a Lucie, frunce el señor y le dice en ese tono tan amargo que suele usar con ella.
—¡¿Y es que usted acaso no piensa ir hoy a la cena?! ¿No se acuerda que le pedí que la necesito ahí para que me ayude con los invitados?
—Sí, pero no quise irme hasta estar segura de que no me necesitaba.
—No, lo que quiero es que vaya a su casa y se arregle. Sabe Dios cuánto se va a tardar en eso —Lucie lo mira con mala cara, toma sus cosas, apaga el computador de mala manera y sale de allí taconeando bastante furiosa.
Muchas veces he querido renunciar. Para empezar, esa no es su área de trabaja, ella está especializada en todo lo que tiene que ver con cálculo, pero no la he quedado más remedio que agachar la cabeza y seguir siendo el asistente de un hombre desagradable como ese.
Al llegar a su departamento, comienza a buscar la ropa que necesita para la noche y se encuentra uno de sus vestidos más hermosos, un verdadero tesoro que cuida bastante.
Es un vestido de gala de color negro en escote cuello barco y que llega hasta los tobillos. Se ajusta a ella perfectamente y no importa si sube o baja de peso, ya que el vestido es elastizado.
Se mete a la ducha y, una vez que sale se humecta bien la piel, seca su cabello y lo peina para que caiga en ondas. Se coloca el vestido, se maquilla en tonos suaves y discretos que resaltan sus ojos marrones. Toma su pequeña cartera y coge un taxi para irse al lugar de la cena.
Al llegar al centro de eventos se da cuenta que su jefe ya está allí y como siempre, de mal humor.
—Yo pensé que ya tendría que mandar a buscarla con la policía.
—Señor Rogers, por favor, no exagere. Solo llegué cinco minutos tarde y fue culpa del taxi, que tomó mal la ruta porque cogió todo el tráfico de la tarde.
—Típico de usted, le siempre le echa la culpa a los demás de su incompetencia.
Antes de que Lucie pueda responderle al hombre, una pareja se acerca y lo saluda. Ella se para detrás del hombre con mala cara, respira profundo, cierra los ojos y cuando los vuelva a abrir, tiene instalada allí esa sonrisa hipócrita para poder recibir a los invitados del tonto de su jefe.
Poco a poco van entrando a los invitados y a medida que van llegando, ella se pregunta si definitivamente irá a llegar aquel hombre que le movió el piso en la tarde.
«No seas tonta, aunque él llegase, ¿crees acaso que siquiera te va a mirar?», suspira cansada y vuelve a concentrarse en recibir a los invitados.
De pronto, comienza a acercarse a ellos un hombre que va enfundado en un elegante traje, pero para nada costoso, es alto… muy alto, su cabello es de un castaño claro que provoca enredar los dedos en él, pero lo que más le fascina son sus ojos.
Son del mismo color de la miel, no puede dejar de pensar en que debe ser tan dulce como su mirada. Llega frente a Rogers y le extiende la mano.
—Buenas noches, señor Rogers. Me presento, soy Armand Bloom —Lucía hace todo lo posible para no abrir la boca. El mismo hombre que le provocó las sensaciones solo con su voz es aquel adonis que tiene frente a ella. Armand fija la vista en ella y le sonríe extendiendo la mano—. ¿Y la señorita es…?
—Oh, ella, no interesa, es solo mi asistente.
—Con mayor razón merece mi respeto y mi saludo —ella estrecha su mano y ambos se quedan mirando un par de segundos. La sensación que recorre su piel es demasiado deliciosa. Armand la retira como un poco asustado, pero mantiene su mirada amable.
—Lucie Geller, señor Bloom, la persona con quien habló esta tarde.
—Oh, es usted… Todos mis respetos a usted, señorita, por disipar mis dudas —en un gesto bastante distendido, Armand le guiña un ojo, él no sabe por qué lo hace, pero para el Lucie es la manera en que el suelo se abre a sus pies y comienza a caer en una sensación mucho más satisfactoria que la voz o la imagen del hombre—. Si me disculpan, iré adentro, supongo que en un rato nos veremos.
Lucie se queda mirando al hombre por unos segundos, niega con la cabeza y regresa a su tarea de saludar a los invitados de su jefe.
Quienes por supuesto, todos, absolutamente todos, la han ignorado. Y es por eso por lo que cada vez que recuerda la manera en que Armand se dio el tiempo de saludarla, no puede evitar sonreír sinceramente, al menos su día ya no es tan malo después de todo.
Para Lucie tener que caminar en medio de todos aquellos invitados tan estirados y arrogantes es un suplicio, pero uno mayor es tener que caminar con esos tacones de trece centímetros para verse un poco más alta y que su jefe no se sintiera avergonzado de ella.La única ventaja que tiene es que al menos no compartirá la mesa con el tonto de su jefe. A ella le corresponde estar en otra mesa, por supuesto al lado de donde estará él por si se le antoja cualquier cosa, pero con personas según Rogers menos importantes.Cuando invitan a todos los asistentes a que vayan a tomar asiento, por inercia, comienza a buscar inmediatamente si es que por allí se encuentra al papacito que confirmó por la tarde. Logra verlo unas mesas más allá y se siente satisfecha de saber que, al menos, no estará cerca de ella para ver cómo come, porque para eso es demasiado torpe.Las entradas comienzan a correr por el lugar y la conversación comienza a hacerse bastante bulliciosa, para algunos amena menos para Luci
Lucie abre los ojos y se remueve en la cama con bastante pereza. Mira la hora en su celular y se da cuenta que a esta hora ya estaría desde hace una hora peleando con las órdenes de su jefe, entre ellas el famoso desayuno que no es capaz de tomar en su propia casa.—Al menos tengo que verle el lado amable a no tener un peso ahora en este instante… Soy libre.Salta de la cama y pone música a todo volumen, esa que la anima cada mañana y se pone a bailar por todo el departamento. Va hasta la cocina, se prepara unos waffles, les pone bastante mantequilla y miel, los acompaña con unos pocos arándanos, unas frutillas cortadas y luego de eso sigue bailando con el plato en la mano hasta irse a sentar en la terraza.Así, disfrutando de la buena música de un desayuno bastante delicioso y de la vista de la ciudad que sólo se remite a muchos rascacielos frente a ella, comienza a pensar qué es lo que será de su vida de ahora en adelante.Lo primero será visitar un abogado para que la oriente si el
La boca se le seca, pero se mantiene digna con la expresión seria, aunque amable.—Buenas tardes, señorita Geller, es un gusto volver a verla —la voz profunda de Armand se hace notar mientras camina hacia ella y le extiende la mano para saludarla. Lucie se aferra a su portafolio con la mano que con la cual lo sostiene y con la otra, saluda a Armand, sintiendo nuevamente esa misma sensación que sintió hace dos días en la cena—. ¿Me recuerda?—Por supuesto que lo recuerdo… —le dice ella tratando de no sonar como loca.—¿Podemos dejar los formalismos de lado? Venga por aquí —Armand le señala un enorme sofá y ella se sienta en un extremo, él se ubica en el otro y ambos quedan mirándose frente a frente—. Me gustaría saber cuáles son sus áreas de experiencia.—Bueno, principalmente las finanzas, pero el último año que trabajé con el señor Rogers también adquirí experiencia en todo lo que involucra las adquisiciones, manejos de agenda y todo lo que conlleva hacer la asistente de un CEO.—Y
Lucie se baja feliz del autobús, puesto que no puede usar el taxi todos los días o eso mermaría sus pocos ahorros, Y camina con total y plena seguridad a la entrada del edificio de Bloom Construction. Como a todos en la entrada, el guardia la detiene y le pide su identificación, la cual ella muestra completamente orgullosa y con una enorme sonrisa contagiando al hombre. —Usted es la primera persona que veo en mucho tiempo que entra con una sonrisa tan grande a este edificio —le dice el hombre muy amable. —Eso es porque me encanta trabajar y porque esta es una nueva oportunidad para mí. Ya veremos si puedo mantener la sonrisa —el hombre se ríe de ella y la ve seguir hacia el ascensor que la llevará hasta la oficina de su jefe. Mientras espera a que las puertas se abran mira el reloj y se da cuenta que está llegando con quince minutos de adelanto, algo que le gusta bastante, porque así tendrá la oportunidad de organizar un poco el escritorio a su comodidad y de esperar a su jefe. Es
Solo unos segundos bastan para que Lucie aterrice a lo que está ocurriendo y recupere un poco la compostura. Comienza a sentir cómo la sangre empieza a fluir de manera iracunda por su cuerpo hasta sonrojarla. Lucie pone un pie dentro de la oficina con las manos en la cintura y enfrenta a los hombres, Armand la mira con esa sonrisa que suele tener, la que Lucie no comprende en ese momento es porque acaba de animarla a que diga la verdad. —¡Oiga usted, señor mentiroso! —la cara de George se desencaja, pero ella sigue—. Llegó aquí hace apenas diez minutos y me encontró trabajando tranquilamente en mi escritorio en todos los pendientes que el señor Bloom ha dejado para mí. «Le ofrecí llamar a arquitectura para que le avisaran a su hijo que usted estaba aquí esperándolo, pero de mala manera me mandó a buscarlo yo misma, a pesar de que le dije que tenía pendientes que él mismo me dejó y que debo cumplirlos el día de hoy. «Y usted —dice arremetiendo en contra de Armand que se está aguant
Los días se van pasando para Lucie, quien se siente bastante cómoda con su trabajo y en especial por la afinidad que tiene con su jefe. Es bastante exigente, pero por estar recién empezando, primero le pregunta acerca de lo requiere y si no sabe, él mismo le enseña. Y esos son los momentos del día que más ama, aunque sabe que no es un hombre libre, ella adora estar con él así. Esta mañana, como cada día, llega antes que Armand y deja listo el café para iniciar con el trabajo del día, aunque desayuna en casa, ese café le ayuda bastante a tomar el ritmo matutino. Revisa la agenda y ve que allí está marcada para las cuatro de la tarde una cita con el amor de su vida. —Que ganas de que se divorciara… —susurra con dramatismo y luego se ríe de su propio chiste interno. —Así me gusta, alegre desde la mañana —la voz amable de Armand llama su atención y levanta la mirada. Hace lo posible para no derretirse justo allí, porque el traje de su jefe no deja nada a la imaginación de lo ajustado
La mañana va transcurriendo normal en Bloom Construction, ya ha pasado más de una semana del incidente con su jefe y ahora Lucie se está haciendo cargo de algunas cosas que van surgiendo mientras su jefe está en una importante reunión con el equipo de trabajo del proyecto de un estadio olímpico para una de las escuelas más prestigiosas de la ciudad. Está tan concentrada en lo suyo, que cuando el teléfono del escritorio suena se sobresalta. —Lucie, ¿sería tan amable de ir hasta la cafetería a ver por qué nuestra orden no llega? —De inmediato señor —«por ti iría hasta la Colombia a buscarte el café, papacito», es parte de los pensamientos habituales de Lucie, ya que no se las puede decir a su jefe. Y ya que debe llevar unas correcciones al departamento de diseño, se lleva los documentos, ya que de todas maneras todo le quede de camino. Se va a la cafetería y allí le informan que no tenían uno de los ingredientes, pero que el pedido del jefe ya está listo y ve cuando van saliendo con
Así que Aurore no era su mujer, sino su hija. Ahora algunas cosas tienen sentido, pero eso no despeja la idea de que su jefe está casado, aunque por la pelea del otro día, debe ser un mal matrimonio o están separados. Como sea, eso ahora no importa. Lucie se pone de pie, le ofrece su mano a Aurore y la niña se la da sin ninguna objeción, algo que no pasa desapercibido para nadie porque normalmente la pequeña no le hace caso a nadie más que a su padre. —Vanessa, ¿la madre dijo algo? —Nada, solo la dejó sentada allí y se fue —la boca de Lucie se hace una línea fina, asiente con la expresión seria y camina con la pequeña al ascensor. Va a marcar el piso de la oficina, pero la niña tira suavemente su mano y le dice. —Disculpe, señorita Geller, pero tengo hambre. —¿Hambre de desayuno o de algo más pequeño? —le pregunta con cariño, mientras aprieta el botón de la cafetería. —De desayuno, mi madre no me dio esta mañana porque se quedó dormida y debía maquillarse para ir a sus cosas.