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Capítulo 4: Un día no tan malo

Lucie se para por quinta vez en menos de cinco minutos para revisar por qué la bendita impresora no está haciendo su trabajo.

El problema allí es que muchas de las cosas no funcionan y las personas que debieran arreglarlas no lo hacen. Ella sabe cómo solucionar el problema, pero el asunto es que no le pagan lo suficiente por tener que aguantar al tonto de su jefe y hacer el trabajo de los demás.

—¿Otra vez, peleando con esa pobre máquina? —Jacqueline, la asistente del gerente comercial se acerca a ella con una sonrisa y le ayuda a arreglar el problema de la impresora.

—Te digo que sabía exactamente qué es lo que debía hacer, pero llevo una semana llamando al técnico informático y todavía no es posible que se aparezca para arreglar todo este problema —Lucie le da clic a «imprimir» y al fin la máquina funciona—. Creo que definitivamente hoy no es mi día.

—No digas eso, mujer. Recuerda, todos son nuestros días, lo que pasa es que algunos son más difíciles que otros.

—Bueno, entonces digamos que este es tan difícil como que Elon Musk me invite a cenar esta noche —las dos se miran unos segundos y se ponen a reír porque no pueden hacer nada más que eso. En ese preciso instante el señor Rogers sale de su cueva bastante malhumorado y lo toma en contra de la pobre Lucie.

—¡Señorita Geller, ¿ya están listos esos documentos?!

—Se están imprimiendo, señor.

—¿Y entonces, por qué se está riendo? ¡Se ha tardado demasiado en hacer su trabajo y usted sabe que no me gusta que pierdan el tiempo!

—Lo sé perfectamente, señor, el problema es que la impresora se tardó más de una hora en poder imprimir los documentos. He llamado al técnico desde hace una semana y no ha venido a revisar cuál es el problema con la red.

—¿Y si sabe que es problema de red, por qué no lo soluciona usted?

—Porque esa no es mi área de especialización, porque usted no me paga para eso y porque le estaría regalando el sueldo a una persona que no está cumpliendo con su trabajo —el hombre abre la boca para discutirla, pero lamentablemente Lucie tiene toda la razón, así que se calla, frunce el ceño, pone cara de ogro y vuelve a gritarle.

—¡En cuanto estén esos documentos, tráigamelos a mi oficina! Y termine de organizar la cena de esta noche. No se olvide que debe estar allí, y espero que más presentable, no en esas fachas que usted suele traer.

Lucía hace unos gestos con el rostro mofándose de su jefe, lo que hace reír a Jacqueline. Una vez que los documentos están listos, va a la oficina y se los deja en el escritorio a su jefe, quien no le dice nada porque está hablando por teléfono con alguien más.

Sale rápidamente para seguir con sus labores y el teléfono suena por enésima vez en el día. Al levantarlo la voz de un hombre que se le hace completamente grave, sensual y deliciosa le habla con cortesía.

—Buenas tardes, acabo de ver una invitación que me llegó para una cena hoy, quisiera saber si aún puedo confirmar.

—Por supuesto que sí, no tengo ningún problema en confirmar su asistencia. Si es tan amable de darme su nombre —¡Mentira! Las confirmaciones habían terminado hacía tres días, pero como había una persona que se había bajado en el último momento podía hacerle el cupo de todas maneras. Si estaba haciendo eso era solo para saber quién era el dueño de aquella voz tan maravillosa que la estaba haciendo sentir mariposas en el estómago.

—Armand Bloom, CEO de Bloom Constructions.

—Bien, señor Bloom. Haré los arreglos para que sea considerado esta noche en la cena.

—Muchas gracias, señorita.

Al cortar la llamada, Lucie no puede evitar echarse hacia atrás en su asiento y deja escapar un suspiro de completa maravilla, aunque sabía que no debía entusiasmarse porque muchas veces le había pasado que contestaba llamadas de hombres con voces realmente sensuales y en persona, terminaban siendo señores de cuarenta años y bastante pasados de peso.

Ni lo uno ni lo otro sería problema si no fueran casados y además arrogantes, peores que su jefe. Se pone de pie, ordena una carpeta con varios documentos y se va a una de las áreas más importantes de la empresa, la de adquisiciones.

A las cinco de la tarde, la oficina está por completo desierta, puesto que todos se han ido temprano para asistir a la cena. Sin embargo, ella sigue allí porque como el asistente del jefe de jefes de jefes, debe quedarse sentada allí, esperando que al hombre salga. Sería una desgracia que necesitase algo y ella no estuviera presente allí para cumplirle el capricho a su jefe.

Cuando al fin Rogers sale de la oficina y se queda viendo a Lucie, frunce el señor y le dice en ese tono tan amargo que suele usar con ella.

—¡¿Y es que usted acaso no piensa ir hoy a la cena?! ¿No se acuerda que le pedí que la necesito ahí para que me ayude con los invitados?

—Sí, pero no quise irme hasta estar segura de que no me necesitaba.

—No, lo que quiero es que vaya a su casa y se arregle. Sabe Dios cuánto se va a tardar en eso —Lucie lo mira con mala cara, toma sus cosas, apaga el computador de mala manera y sale de allí taconeando bastante furiosa.

Muchas veces he querido renunciar. Para empezar, esa no es su área de trabaja, ella está especializada en todo lo que tiene que ver con cálculo, pero no la he quedado más remedio que agachar la cabeza y seguir siendo el asistente de un hombre desagradable como ese.

Al llegar a su departamento, comienza a buscar la ropa que necesita para la noche y se encuentra uno de sus vestidos más hermosos, un verdadero tesoro que cuida bastante.

Es un vestido de gala de color negro en escote cuello barco y que llega hasta los tobillos. Se ajusta a ella perfectamente y no importa si sube o baja de peso, ya que el vestido es elastizado.

Se mete a la ducha y, una vez que sale se humecta bien la piel, seca su cabello y lo peina para que caiga en ondas. Se coloca el vestido, se maquilla en tonos suaves y discretos que resaltan sus ojos marrones. Toma su pequeña cartera y coge un taxi para irse al lugar de la cena.

Al llegar al centro de eventos se da cuenta que su jefe ya está allí y como siempre, de mal humor.

—Yo pensé que ya tendría que mandar a buscarla con la policía.

—Señor Rogers, por favor, no exagere. Solo llegué cinco minutos tarde y fue culpa del taxi, que tomó mal la ruta porque cogió todo el tráfico de la tarde.

—Típico de usted, le siempre le echa la culpa a los demás de su incompetencia.

Antes de que Lucie pueda responderle al hombre, una pareja se acerca y lo saluda. Ella se para detrás del hombre con mala cara, respira profundo, cierra los ojos y cuando los vuelva a abrir, tiene instalada allí esa sonrisa hipócrita para poder recibir a los invitados del tonto de su jefe.

Poco a poco van entrando a los invitados y a medida que van llegando, ella se pregunta si definitivamente irá a llegar aquel hombre que le movió el piso en la tarde.

«No seas tonta, aunque él llegase, ¿crees acaso que siquiera te va a mirar?», suspira cansada y vuelve a concentrarse en recibir a los invitados.

De pronto, comienza a acercarse a ellos un hombre que va enfundado en un elegante traje, pero para nada costoso, es alto… muy alto, su cabello es de un castaño claro que provoca enredar los dedos en él, pero lo que más le fascina son sus ojos.

Son del mismo color de la miel, no puede dejar de pensar en que debe ser tan dulce como su mirada. Llega frente a Rogers y le extiende la mano.

—Buenas noches, señor Rogers. Me presento, soy Armand Bloom —Lucía hace todo lo posible para no abrir la boca. El mismo hombre que le provocó las sensaciones solo con su voz es aquel adonis que tiene frente a ella. Armand fija la vista en ella y le sonríe extendiendo la mano—. ¿Y la señorita es…?

—Oh, ella, no interesa, es solo mi asistente.

—Con mayor razón merece mi respeto y mi saludo —ella estrecha su mano y ambos se quedan mirando un par de segundos. La sensación que recorre su piel es demasiado deliciosa. Armand la retira como un poco asustado, pero mantiene su mirada amable.

—Lucie Geller, señor Bloom, la persona con quien habló esta tarde.

—Oh, es usted… Todos mis respetos a usted, señorita, por disipar mis dudas —en un gesto bastante distendido, Armand le guiña un ojo, él no sabe por qué lo hace, pero para el Lucie es la manera en que el suelo se abre a sus pies y comienza a caer en una sensación mucho más satisfactoria que la voz o la imagen del hombre—. Si me disculpan, iré adentro, supongo que en un rato nos veremos.

Lucie se queda mirando al hombre por unos segundos, niega con la cabeza y regresa a su tarea de saludar a los invitados de su jefe.

Quienes por supuesto, todos, absolutamente todos, la han ignorado. Y es por eso por lo que cada vez que recuerda la manera en que Armand se dio el tiempo de saludarla, no puede evitar sonreír sinceramente, al menos su día ya no es tan malo después de todo.

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