Para Lucie tener que caminar en medio de todos aquellos invitados tan estirados y arrogantes es un suplicio, pero uno mayor es tener que caminar con esos tacones de trece centímetros para verse un poco más alta y que su jefe no se sintiera avergonzado de ella.
La única ventaja que tiene es que al menos no compartirá la mesa con el tonto de su jefe. A ella le corresponde estar en otra mesa, por supuesto al lado de donde estará él por si se le antoja cualquier cosa, pero con personas según Rogers menos importantes.
Cuando invitan a todos los asistentes a que vayan a tomar asiento, por inercia, comienza a buscar inmediatamente si es que por allí se encuentra al papacito que confirmó por la tarde. Logra verlo unas mesas más allá y se siente satisfecha de saber que, al menos, no estará cerca de ella para ver cómo come, porque para eso es demasiado torpe.
Las entradas comienzan a correr por el lugar y la conversación comienza a hacerse bastante bulliciosa, para algunos amena menos para Lucie. Le ha tocado compartir el lugar con personas que apenas conoce y cada uno se ve más adinerado, arrogante y odioso que el de al lado. De vez en cuando le hacen preguntas y ella responde con estudiada cortesía, pero lo único que desea es salir de allí lo antes posible.
Aunque primero se asegurará de llenarse la panza, porque ni de chiste desperdiciará la oportunidad de comer gratis, no señor.
Antes de que entreguen el plato de fondo se pone de pie pidiendo disculpas y camina hacia los sanitarios. Se mete dentro de uno de los cubículos y se quita los zapatos un momento, aprovecha de estirar las piernas y de masajear suavemente las plantas de sus pies porque le duelen muchísimo.
—Ya falta poco, Lucie, falta poco para ir a casa a descansar con la panza llena.
Deja salir un suspiro, se vuelve a colocar los zapatos y sale para lavarse las manos. Antes de lograr salir del pasillo choca con el cuerpo de un hombre un poco más alto que ella, bastante regordete y que la mira con una lascivia descarada.
—Discúlpeme usted, hermosa señorita, no me fijé que venía usted por ir distraído con mi teléfono —aunque el famoso teléfono no se le ve por ninguna de las manos.
—No se preocupe, esas cosas suelen suceder —Lucie trata de avanzar, pero el hombre la toma por el brazo. Por supuesto que ella le dedica una de esas miradas asesinas que podrían dejarlo tirado en el suelo instantáneamente.
—Pero no tiene por qué irse tan rápido, me gustaría hablar con usted.
—Me temo que usted y yo no tenemos nada de qué hablar, con permiso.
—Y a mí me parece que usted y yo tenemos muchas cosas de las cuales hablar —la insistencia violenta del hombre le enciende todas las alarmas a Lucie y trata de salir de allí lo más rápido posible.
—Pero yo le estoy diciendo que no tenemos nada de qué hablar, si me disculpa quiero regresar porque tengo hambre y ya veo que están sirviendo la comida —Lucie da dos pasos el hombre vuelve a tomarla por el brazo, tira de ella y la acorrala en contra de la pared. Se acerca a ella de manera peligrosa y Lucie puede sentir el olor a alcohol en su aliento, algo que le revuelve las entrañas porque siempre lo ha detestado.
—Veo que usted es muy esquiva… Tal vez le gusta que la conquisten a la manera antigua.
—Querrá decir a la manera cavernícola y no, no me gusta, no es para nada de mi agrado que un hombre fuerce a una mujer a algo que no quiere. Y le advierto que si no me suelta usted en este preciso momento, voy a gritar.
—No valdrá la pena si le tapo la boca con un beso.
El hombre se acerca a ella para besarla y comienza un forcejeo. Porque Lucie quiere evitar a toda costa que el hombre pose sus labios sobre ella, está tan desesperada y nadie llega para ayudar.
De pronto, recuerda los consejos de Jacqueline, una vez que estuvieron hablando acerca de ese tipo de acosos. Respira profundamente, se concentra, posiciona su rodilla en la entrepierna del hombre y la levanta con toda la fuerza que es capaz en ese momento.
El chillido como cerdo que están matando sale de la boca del hombre en lugar de la boca de Lucie. Por supuesto que eso llama la atención de muchas personas, entre ellos su jefe, quien está bastante cerca de aquel pasillo que da a los sanitarios.
Un grupo de personas se acercan para observar qué es lo que ha pasado. Lucie se mantiene aún con la espalda pegada a la pared. Totalmente nerviosa y con las manos temblando, lo que acaba de pasarle en realidad la ha asustado. El hombre, mientras tanto, permanece de rodillas con sus manos en la entrepierna y quejándose del dolor.
—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —la voz de Daniel Rogers se hace sentir y en ese momento, Lucie cree que al contarle su versión de los hechos, el hombre la apoyará.
—Este señor, si es que así se le puede llamar, intentó besarme a la fuerza y yo solo me defendí de su ataque —muchos de los presentes miran con reprobación al hombre, quien se queja de que nadie lo ayuda y alega que es mentira, pero no Daniel Rogers.
Si Rogers tiene un gran defecto, además de su ego mal habido, es que es realmente misógino. Su desprecio hacia las mujeres, el hacerlas sentir inferiores, estúpidas e inservibles es parte de su carácter despreciable. Y por supuesto, en ese momento no iba a dar el favor a Lucie, su asistente, a la mujer en la que se supone confiaba y veía todos los días, por ir en contra de un potencial socio.
—Seguramente tú habrás hecho algo para alterar o para provocar al señor Welch, él es un hombre intachable, un verdadero caballero.
—¡¿Me está jodiendo, verdad?! —la rabia se le sale a luz y a través de esa pregunta, y su jefe la mira con total desaprobación, pero eso a ella ahora mismo no le interesa—. ¡Acabo de decirle que este hombre me acorraló contra la pared e intentó besarme a la fuerza! ¡¿Y usted me está diciendo que es un caballero?!
—Yo solo quise ser amable con ella, pero primero me engatusó y luego se espantó —Dice Welch totalmente rastrero y tratando de ponerse de pie.
Rogers se acerca peligrosamente a Lucie, la mira de arriba abajo con ese gesto despectivo que siempre le dedica para hacerla sentir inferior y le dice con la voz llena de rabia.
—Esta fue la gota que derramó el vaso. Desde ya le digo que está absoluta y completamente despedida, y ni crea que pienso darle algún tipo de indemnización porque usted lo que acaba de hacer es dejarme en ridículo frente a mis invitados, además de agredir a una persona bastante importante.
—¡Pero eso no es justo, él me atacó primero! —le dice ella tratando de defenderse en vano.
—No voy a dejar de creer en la palabra de una eminencia dentro de los negocios por una simple muchachita que juega a ser asistente, que por cierto lo hace bastante mal.
—¿Que lo hago mal…? ¡¿Que lo hago mal?! —le grita sobresaltándolo—. Oh, muy bien, ¡perfecto! Entonces búsquese a una burra que le solucione todos sus problemas, que le tape sus infidelidades contra su esposa con la secretaria de adquisiciones, que tiene veinte años menos que usted.
«Búsquese a una tonta que le aguante sus pedidos de café a cualquier hora del día y que son tan difíciles de aprender como si estuviese estudiando latín.
—Estoy seguro de que encontraré a alguien mejor que usted… y mucho más discreta.
—Perfecto, al menos soy libre para decirle algo que tengo atravesado desde hace mucho tiempo —Lucie se acerca al hombre de manera peligrosa y éste se pone pálido. Retrocede tres pasos porque sabe que la muchacha es de armas tomar. Ella sonríe con suficiencia y le dice con toda la actitud que tiene—. Puede meterse su puesto de asistente, en donde no le llega la luz del sol… ¡¡Viejo verde!!
Lo golpea con la cartera para hacerlo a un lado y sale de allí taconeando con toda la dignidad que el dolor en los pies le permite. Una de las personas que se encuentra allí observando todo es precisamente Armand, sonríe al verla salir tan dignamente y la oye susurrar que lamenta no poder terminar de comer, luego fija la mirada en los hombres que tiene enfrente y se da cuenta que él no tiene nada que hacer allí.
Si Rogers es capaz de pasar por encima de la dignidad de una mujer para defender a un viejo indecente como lo es Welch, y eso todos lo saben, entonces, simplemente está en el lugar equivocado.
Camina hacia la salida. Sin detenerse ni mirar hacia atrás. Alcanza a ver muy lejos de la entrada a Lucie, quitándose los zapatos, lanzándolos muy lejos y después corriendo tras ellos para volver a tomarlos. No puede evitar reírse de la actitud de la mujer, que evidentemente está molesta.
La ve subirse a un taxi y luego de eso se queda con una extraña sensación de que tal vez debió correr hacia ella o tal vez debió defenderla en medio de toda la gente.
Con ese bichito molestando es que camina hacia su auto y decide regresarse a su departamento mientras ordena una pizza, porque, en realidad tiene mucha hambre.
Luego de quitarse el traje y disfrutar la pizza, se está lavando los dientes y mientras se mira al espejo, sonríe al recordar a Lucie, de quién lo que más le ha impresionado y sabe que nunca podrá olvidar son sus ojos marrones.
Lucie abre los ojos y se remueve en la cama con bastante pereza. Mira la hora en su celular y se da cuenta que a esta hora ya estaría desde hace una hora peleando con las órdenes de su jefe, entre ellas el famoso desayuno que no es capaz de tomar en su propia casa.—Al menos tengo que verle el lado amable a no tener un peso ahora en este instante… Soy libre.Salta de la cama y pone música a todo volumen, esa que la anima cada mañana y se pone a bailar por todo el departamento. Va hasta la cocina, se prepara unos waffles, les pone bastante mantequilla y miel, los acompaña con unos pocos arándanos, unas frutillas cortadas y luego de eso sigue bailando con el plato en la mano hasta irse a sentar en la terraza.Así, disfrutando de la buena música de un desayuno bastante delicioso y de la vista de la ciudad que sólo se remite a muchos rascacielos frente a ella, comienza a pensar qué es lo que será de su vida de ahora en adelante.Lo primero será visitar un abogado para que la oriente si el
La boca se le seca, pero se mantiene digna con la expresión seria, aunque amable.—Buenas tardes, señorita Geller, es un gusto volver a verla —la voz profunda de Armand se hace notar mientras camina hacia ella y le extiende la mano para saludarla. Lucie se aferra a su portafolio con la mano que con la cual lo sostiene y con la otra, saluda a Armand, sintiendo nuevamente esa misma sensación que sintió hace dos días en la cena—. ¿Me recuerda?—Por supuesto que lo recuerdo… —le dice ella tratando de no sonar como loca.—¿Podemos dejar los formalismos de lado? Venga por aquí —Armand le señala un enorme sofá y ella se sienta en un extremo, él se ubica en el otro y ambos quedan mirándose frente a frente—. Me gustaría saber cuáles son sus áreas de experiencia.—Bueno, principalmente las finanzas, pero el último año que trabajé con el señor Rogers también adquirí experiencia en todo lo que involucra las adquisiciones, manejos de agenda y todo lo que conlleva hacer la asistente de un CEO.—Y
Lucie se baja feliz del autobús, puesto que no puede usar el taxi todos los días o eso mermaría sus pocos ahorros, Y camina con total y plena seguridad a la entrada del edificio de Bloom Construction. Como a todos en la entrada, el guardia la detiene y le pide su identificación, la cual ella muestra completamente orgullosa y con una enorme sonrisa contagiando al hombre. —Usted es la primera persona que veo en mucho tiempo que entra con una sonrisa tan grande a este edificio —le dice el hombre muy amable. —Eso es porque me encanta trabajar y porque esta es una nueva oportunidad para mí. Ya veremos si puedo mantener la sonrisa —el hombre se ríe de ella y la ve seguir hacia el ascensor que la llevará hasta la oficina de su jefe. Mientras espera a que las puertas se abran mira el reloj y se da cuenta que está llegando con quince minutos de adelanto, algo que le gusta bastante, porque así tendrá la oportunidad de organizar un poco el escritorio a su comodidad y de esperar a su jefe. Es
Solo unos segundos bastan para que Lucie aterrice a lo que está ocurriendo y recupere un poco la compostura. Comienza a sentir cómo la sangre empieza a fluir de manera iracunda por su cuerpo hasta sonrojarla. Lucie pone un pie dentro de la oficina con las manos en la cintura y enfrenta a los hombres, Armand la mira con esa sonrisa que suele tener, la que Lucie no comprende en ese momento es porque acaba de animarla a que diga la verdad. —¡Oiga usted, señor mentiroso! —la cara de George se desencaja, pero ella sigue—. Llegó aquí hace apenas diez minutos y me encontró trabajando tranquilamente en mi escritorio en todos los pendientes que el señor Bloom ha dejado para mí. «Le ofrecí llamar a arquitectura para que le avisaran a su hijo que usted estaba aquí esperándolo, pero de mala manera me mandó a buscarlo yo misma, a pesar de que le dije que tenía pendientes que él mismo me dejó y que debo cumplirlos el día de hoy. «Y usted —dice arremetiendo en contra de Armand que se está aguant
Los días se van pasando para Lucie, quien se siente bastante cómoda con su trabajo y en especial por la afinidad que tiene con su jefe. Es bastante exigente, pero por estar recién empezando, primero le pregunta acerca de lo requiere y si no sabe, él mismo le enseña. Y esos son los momentos del día que más ama, aunque sabe que no es un hombre libre, ella adora estar con él así. Esta mañana, como cada día, llega antes que Armand y deja listo el café para iniciar con el trabajo del día, aunque desayuna en casa, ese café le ayuda bastante a tomar el ritmo matutino. Revisa la agenda y ve que allí está marcada para las cuatro de la tarde una cita con el amor de su vida. —Que ganas de que se divorciara… —susurra con dramatismo y luego se ríe de su propio chiste interno. —Así me gusta, alegre desde la mañana —la voz amable de Armand llama su atención y levanta la mirada. Hace lo posible para no derretirse justo allí, porque el traje de su jefe no deja nada a la imaginación de lo ajustado
La mañana va transcurriendo normal en Bloom Construction, ya ha pasado más de una semana del incidente con su jefe y ahora Lucie se está haciendo cargo de algunas cosas que van surgiendo mientras su jefe está en una importante reunión con el equipo de trabajo del proyecto de un estadio olímpico para una de las escuelas más prestigiosas de la ciudad. Está tan concentrada en lo suyo, que cuando el teléfono del escritorio suena se sobresalta. —Lucie, ¿sería tan amable de ir hasta la cafetería a ver por qué nuestra orden no llega? —De inmediato señor —«por ti iría hasta la Colombia a buscarte el café, papacito», es parte de los pensamientos habituales de Lucie, ya que no se las puede decir a su jefe. Y ya que debe llevar unas correcciones al departamento de diseño, se lleva los documentos, ya que de todas maneras todo le quede de camino. Se va a la cafetería y allí le informan que no tenían uno de los ingredientes, pero que el pedido del jefe ya está listo y ve cuando van saliendo con
Así que Aurore no era su mujer, sino su hija. Ahora algunas cosas tienen sentido, pero eso no despeja la idea de que su jefe está casado, aunque por la pelea del otro día, debe ser un mal matrimonio o están separados. Como sea, eso ahora no importa. Lucie se pone de pie, le ofrece su mano a Aurore y la niña se la da sin ninguna objeción, algo que no pasa desapercibido para nadie porque normalmente la pequeña no le hace caso a nadie más que a su padre. —Vanessa, ¿la madre dijo algo? —Nada, solo la dejó sentada allí y se fue —la boca de Lucie se hace una línea fina, asiente con la expresión seria y camina con la pequeña al ascensor. Va a marcar el piso de la oficina, pero la niña tira suavemente su mano y le dice. —Disculpe, señorita Geller, pero tengo hambre. —¿Hambre de desayuno o de algo más pequeño? —le pregunta con cariño, mientras aprieta el botón de la cafetería. —De desayuno, mi madre no me dio esta mañana porque se quedó dormida y debía maquillarse para ir a sus cosas.
Es viernes y el cuerpo de Lucie lo sabe, porque siempre ese día puede irse más temprano, aunque este lo duda porque hay varios pendientes y como Armand no está, entonces le tocará a ella hacerse cargo. Ve que los permisos de uno de los proyectos llegan al correo, los imprime y los mete en una de las carpetas. Deja todo guardado en el computador, toma su cartera porque quiere ir por algo de comer a una tienda que está en frente del edificio y camina directo al ascensor para ir con el encargado del proyecto, puesto que ya tiene luz verde para iniciar con las obras lo antes posible. En el siguiente piso se suben dos mujeres con las cuales no tiene ninguna afinidad, saludo o siquiera mirada, por lo que se hace a un costado de las puertas y baja la mirada. —¿Te has dado cuenta, Rebeca, que hay gente tan insignificante? ¡Y lo peor de todo es que les dan cargos tan importantes! —Lucie sabe que es por ella, así que levanta mirada con una sonrisa de suficiencia y se para todo lo que su tama