Capítulo 8

Narra: Damond (Luis)

No podía creerle su excusa. Los zapatos de Fabián Look son famosos por su calidad; correr no los habría dañado. Cerré la puerta tras de mí, dejando a Cristofer encargado de vigilarla. Mi desconfianza hacia Elena había crecido en estos pocos días, pero eso no significaba que no me preocupara por su bienestar.

—Señor Damond… traje estos papeles que debe firmar. —Una de mis secretarias dejó un documento en mi escritorio. Lo firmé casi automáticamente, volviendo luego a mirar por la ventana. Esta semana había sido agotadora. Apenas podía asimilar que ahora estaba casado. Pero esto era solo el principio: destruir a la familia Kepler seguía siendo mi objetivo principal.

Cristofer entró a mi oficina con unos papeles en la mano.

—Señor, aquí tiene lo que me pidió sobre Elena. —Comenzó a explicar mientras desplegaba un grupo de hojas. —Ella creció humildemente en un pequeño pueblo fuera de la ciudad. Parece que su madre tuvo una relación con Miller antes de que conociera a Victoria. Victoria se metió entre ellos, y él no sabía que su novia estaba embarazada. Se enteró de Elena cuando ella tenía 15 años.

Su historia tenía ecos de la mía. La diferencia era que mi madre había sido abusada por mi padre y tuvo que criarme sola. Él me reconoció, sí, pero solo porque mi abuelo lo obligó. Mi abuelo era el único hombre al que había respetado en mi vida.

—Entonces, en la vida de los Miller, Elena ocupa un lugar similar al mío en los Kepler. Solo que ella prefirió alejarse. —Reflexioné, mientras Cristofer me observaba atentamente. —Ella saldrá hoy. Quiero que averigües dónde estuvo.

—¿Desea que la lleve y la traiga?

—No. Escóndete. Que no se dé cuenta.

Cristofer asintió y salió de la oficina. Volví mi atención al panorama urbano desde la ventana. Construir mi imperio había sido un desafío constante, sobre todo porque nadie debía saber que yo era Luis Kepler, el hijo bastardo.


Narra: Elena

Me puse lo primero que encontré, aun tomando las medicinas que Luis había dejado para mí. Me miré en el espejo, notando mi palidez.

—Espero no desmayarme por allí. —Murmuré. Aunque sabía que no estaba en mi mejor estado, debía averiguar por qué no estaba recibiendo el dinero.

Llegué rápidamente a la villa, frente a la casa de mi padre. Una criada me abrió la puerta y me senté en el sillón mientras esperaba.

—¿Elena? —Mi padre apareció, abrazándome con calidez antes de sentarse a mi lado.

—No me quedaré mucho. Quiero saber algo. —Lo miré fijamente. —¿Por qué no has pagado las cuentas de mi madre? Se suponía que me casaría con ese hombre para recibir el dinero o, al menos, para que lo pagaran directamente. No pido que me lo den; sé que desconfías de mí.

Mi tono elevado atrajo la atención de Victoria, que apareció desde el fondo de la casa.

—¿Por qué tanto ruido? —Su semblante cambió al verme. —¿Qué haces aquí? Creí que no te volveríamos a ver después de dejarte en ese altar con ese bastardo.

—Volví porque no están cumpliendo con su palabra.

Victoria soltó una risa sarcástica, cruzándose de brazos como si mi presencia fuera un mal chiste.

—¿Nuestra palabra? Por favor, Elena, no seas ingenua. Ya te casaste, pídeselo a tu esposo. Si tu madre necesita algo, tal vez debería aprender a arreglárselas sola, como nosotras lo hemos hecho.

Me quedé helada unos instantes, pero cada palabra suya encendía mi furia. Mi padre intentó intervenir, pero lo detuve con un gesto de la mano.

—¿Arreglárselas solas? —Dije, levantándome lentamente, la rabia impregnando cada palabra. —¿De verdad tienes el descaro de hablarme de sobrevivir, Victoria? Tú, que has vivido toda tu vida como una reina gracias al dinero de este hombre.

—¿De verdad vienes aquí, después de todo lo que hemos hecho por ti, a exigirnos explicaciones?

—¿Hecho por mí? —Solté una carcajada amarga. —No has hecho más que envenenar la vida de todos los que te rodean, Victoria. ¿Y ahora vienes a darme lecciones?

Eso fue suficiente para quebrarla. En un movimiento rápido, levantó la mano y me abofeteó con fuerza. El impacto resonó en la sala, dejándome con un ardor punzante en la mejilla. Me tambaleé, llevándome una mano al rostro.

—¡Victoria! —exclamó mi padre, poniéndose de pie.

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