—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.
—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.
Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.
—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.
—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.
Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía manejable.
—Ah, bueno. Creo que es algo que podemos pagar… —murmuré, tratando de encontrar una salida. El doctor apoyó su mano en mi hombro con una seriedad que hizo temblar mis esperanzas.
—Sin embargo, tu madre necesita una operación urgente. Su corazón está débil y podría sufrir un infarto en cualquier momento. Además, será necesario iniciar diálisis cuanto antes.
Esas palabras hicieron añicos mi estabilidad. Mi corazón y mi mente colapsaron simultáneamente. Miré a mi madre, su rostro triste reflejaba un dolor más por mí que por ella misma. Sabía lo que esto significaba: tendría que redoblar mis esfuerzos, trabajar más horas, porque no contábamos con seguro médico. Todo sería por nuestra cuenta.
—Gracias, doctor. Le informaremos cuando decidamos en qué hospital realizaremos todo —dije con voz quebrada. Él asintió y salió del cuarto. Me volví hacia mi madre y le tomé la mano con fuerza.
—Mamá, trabajaré duro. Conseguiré un trabajo nocturno para pagar tus cirugías y las diálisis. Quiero que sepas que haré todo por ti.
Ella acarició mi mejilla, sus ojos empañados de lágrimas.
—Mi bebé, no tienes por qué estar trabajando para mí. Deberías trabajar para ti y disfrutar tu vida.
—No, usted es mi todo, y no dejaré que te vayas sin luchar —le aseguré mientras la envolvía en un abrazo. Traté de borrar el diagnóstico de su mente, aunque no podía borrar la angustia de la mía. Ella desvió su mirada hacia la televisión encendida, pero mis pensamientos no podían alejarse de la montaña de gastos que se avecinaba. Mi sueldo de la cafetería apenas alcanzaba para nosotras dos y para mantener nuestra pequeña casa.
Mi padre nos había abandonado cuando yo tenía apenas tres años. Acudir a él por ayuda nunca había sido una opción normal. Pero la desesperación podía más que el orgullo. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar un atisbo de humanidad en él, por la mujer que alguna vez amó.
Me levanté de la silla al notar que el medicamento surtía efecto y mi madre caía en un sueño profundo. Era un alivio verla descansar, libre de sufrimiento por un momento. Tomé el celular con manos temblorosas y marqué ese número.
—¿Hola? —respondió una voz grave al otro lado. Una punzada de arrepentimiento me atravesó; quizás no debí llamarlo a esas horas.
—Hola, papá… —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.
—Elena, hija…
—No tengo tiempo para hablar, pero quería pedirte algo. ¿Podemos vernos?
—¡Claro! Ven a la casa. Aquí te esperaré —respondió con una emoción que parecía sincera. Sin embargo, una voz interna me advertía que esto era una mala idea. Colgué y me dirigí a su residencia en las villas más exclusivas de la ciudad. Mi padre había trabajado arduamente para obtener ese lugar, y jamás lo había cuestionado.
Al llegar a la entrada, los guardias verificaron mis datos y me dejaron pasar. Pocos minutos después, ahí estaba él, de pie frente a su imponente casa, con las manos metidas en los bolsillos.
—Elena… —murmuró mientras me abrazaba. Sus abrazos siempre habían sido vacíos, una sombra de lo que deberían ser.
—Padre…
—¿A qué se debe tu visita? ¿Quieres entrar? —me ofreció, señalando la majestuosa puerta detrás de él.
—Eh, no, solo vine a hablar contigo. Realmente no quiero incomodarte en tu noche familiar —respondí con amargura. Sabía que nunca tendría una noche familiar como esa. Pero mi madre me había dado todo lo que podía, y eso me bastaba.
—Eres parte de esta familia, Elena…
—No hablemos de eso. Quiero pedirte dinero realmente. A eso vine… —solté finalmente, sintiendo el peso de la vergüenza, aunque sabía que él podía ayudarme.
—Ja, te lo dije, Diego. Esa chiquilla solo vino por tu dinero… —la voz de Victoria cortó el aire como una navaja. Surgió de las sombras, justo como la arpía que era.
—Victoria… —le espeté con desdén.
—Elena, querida. ¿Para qué es ese dinero?
—Es… para mi madre. Está delicada y necesita diálisis. Además, la cuenta del hospital podría incrementarse y estoy endeudada.
—Ah, tu padre se desligó de ustedes hace mucho tiempo. No es su problema ahora —dijo Victoria, apoyando una mano en mi hombro con una frialdad hiriente.
—Sí, pero no estoy pidiendo que me lo regale. Se lo pagaría poco a poco.
—Victoria, podemos prestárselo. Ella lo pagará.
—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —gritó Victoria con una furia contenida. Bajé la mirada al suelo. Sabía que no obtendría nada. No me prestarían ni un centavo.
Narra: Elena—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —bramó Victoria, conteniendo a duras penas la furia que se reflejaba en su mirada.Bajé la vista al suelo. No valía la pena insistir. Sabía que no lograría nada. Nadie en esa casa me prestaría ni un centavo.—Prometo hacerlo. —Mi voz sonó apagada, casi suplicante, un intento desesperado por despertar alguna chispa de compasión en Victoria, mi madrastra.De pronto, apareció la última persona que quería ver en ese momento.—¿Es mi fea hermana? —preguntó Isabela con su tono mordaz. Sus ojos me recorrieron con esa mezcla de desdén y burla que le era tan característica. —Ah, ya veo que sí. ¿Qué quiere?—Ah, le pide plata a tu padre, para su madre —intervino Victoria, dejando caer las palabras con toda la intención de humillarme.Isabela estalló en una carcajada que resonó en la habitación, fría y cruel.—Ja, ja, ja… Yo te tengo una solución, te daremos el dinero —dijo, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. —Pero, a cambio, debes cas
Narra: ElenaFrente al espejo de mi habitación, observé mi reflejo con el vestido blanco que llevaba puesto. La tela parecía más ajustada de lo que alguna vez soñé cuando era niña, y el ramo de flores que sostenía en mis manos lucía desoladoramente sencillo, lejos de la imagen que tenía en mi mente. Mi mirada se perdió por un momento, y en mi mente apareció el rostro de mi madre, postrada en la cama del hospital, luchando contra una recaída que no daba tregua. Las noches de llanto y desvelo volvían a mí con cada pensamiento.Con un suspiro profundo, caminé hacia la capilla. Mi padre estaba allí, esperando junto a mí. Al posar su mano sobre mi hombro, ambos miramos el reloj al mismo tiempo. La ceremonia ya llevaba retraso, y con cada segundo que pasaba, mi incertidumbre aumentaba.—Ja, te dejaron plantada. Mejor que te puse a ti de novia, porque no me imagino yo parada esperando a nada. —La risa cruel de Isabella resonó a mis espaldas, cargada de burla. La ignoré, enfocándome en el apo
Narra: Damond (Luis)Nos estacionamos frente a un edificio imponente, una construcción que había adquirido en su totalidad para vivir sin las incomodidades de compartir espacio con personas de este barrio. Aunque no era de lo peor, prefería mantener distancia. Miré cómo ella bajaba del auto, agradeciendo con una sonrisa cálida a Cristofer, quien cargaba su pequeña maleta con amabilidad.—Bienvenida a nuestra humilde morada. —Dije al abrir la puerta del apartamento y dejar las maletas en la entrada. Su expresión oscilaba entre la curiosidad y el cansancio.—Bien, quiero que sepas las reglas —proseguí con un tono neutral mientras cerraba la puerta tras nosotros—: no me meteré en tu vida, y tú no te meterás en la mía. Fingiremos ser esposos ante la sociedad, pero aquí puedes hacer lo que desees. Dormiré en la sala y dejaré la habitación para ti. Lo único que no quiero es enterarme de que me engañas con alguien. Eso solo generaría rumores, y no me interesa lidiar con eso.Ella asintió en
Narra: Damond (Luis)Al abrir los ojos, noté que mi pecho estaba cubierto por una manta. Era extraño; desde niño odiaba la sensación de estar arropado. Me incorporé un poco, observando alrededor, hasta que la vi en la cocina. Al menos había cumplido con hacer algo. Ella giró hacia mí y nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos avellana brillaban con un matiz más intenso debido al rayo de sol que se filtraba por la ventana y acariciaba el rabillo de su ojo.—No tenías por qué preocuparte. —Dije mientras me levantaba del sofá.—Ya sabe, es lo menos que puedo hacer. No tengo mucho para ofrecer, solo mis buenos toques en la cocina. —Respondió con una sonrisa mientras servía un plato.—Allí solo veo un plato. ¿No vas a desayunar? —Pregunté mientras me acercaba a la mesa y tomaba asiento. Después de tantos años comiendo solo, la idea de compartir el desayuno con alguien más resultaba inusitadamente agradable.—No, ya desayuné. Este es el segundo desayuno que preparo. Me levanté algo temprano.
Narra: ElenaEra claro que pagar la reparación resultaba menos costoso. Estaba a punto de deslizar mi tarjeta cuando noté que alguien entraba en la tienda.—Para ser sincero, esos zapatos no le lucían a mi esposa. —La voz de Luis me sorprendió al escucharlo parado junto a la caja, observando unos zapatos detrás de la empleada. —¿Qué tal si te pruebas esos?Seguí la dirección de su mirada y vi los zapatos que señalaba. Eran deslumbrantes, cubiertos de diamantes y de punta fina. Su sola presencia emanaba lujo, y el brillo que emitían casi cegaba. Abrí la boca, negando repetidamente.—No hace falta, realmente estoy bien. —Dije con urgencia, pero Luis mantuvo su atención fija en la empleada, cuya expresión se tornó algo nerviosa antes de bajar los zapatos del estante.—¿Qué talla es? —Preguntó ella, todavía con un aire de frialdad y desprecio.—Un 6. Estoy seguro de que es la talla de mi esposa. —Luis respondió con seguridad. No entendía cómo sabía mi talla, y mientras la chica buscaba, m
Narra: Elena—Doctor, ¿no hay algo que podamos hacer para comenzar el tratamiento? El dinero lo prometo conseguir de aquí a pasado mañana, pero... —mientras hablaba, noté que su mirada se dirigía hacia mis pies.—¿Son los zapatos de último modelo de Fabián Look? —preguntó, subiendo la vista lentamente hasta encontrarse con la mía.—No sé de qué habla. —Intenté disimular, recordando de repente que llevaba puestos unos zapatos de diseñador.—Mi esposa ama al diseñador, y no quedaban más en la tienda. ¿Cómo pudo costearlos? —dijo frunciendo el ceño, claramente intrigado.Recogí los hombros sin saber qué responder, pero una idea desesperada cruzó mi mente.—Hagamos algo: se los doy. ¡Sí! Se los daré y con eso, pago las noches que debo. ¿Podrá iniciar el tratamiento? —pregunté, aferrándome a la posibilidad de que aceptara el intercambio.—Realmente parece un buen trato. —Accedió, para mi alivio. —Si es así, puedo comenzar el tratamiento mañana. No se preocupe por los gastos anteriores, ya
Narra: Damond (Luis)No podía creerle su excusa. Los zapatos de Fabián Look son famosos por su calidad; correr no los habría dañado. Cerré la puerta tras de mí, dejando a Cristofer encargado de vigilarla. Mi desconfianza hacia Elena había crecido en estos pocos días, pero eso no significaba que no me preocupara por su bienestar.—Señor Damond… traje estos papeles que debe firmar. —Una de mis secretarias dejó un documento en mi escritorio. Lo firmé casi automáticamente, volviendo luego a mirar por la ventana. Esta semana había sido agotadora. Apenas podía asimilar que ahora estaba casado. Pero esto era solo el principio: destruir a la familia Kepler seguía siendo mi objetivo principal.Cristofer entró a mi oficina con unos papeles en la mano.—Señor, aquí tiene lo que me pidió sobre Elena. —Comenzó a explicar mientras desplegaba un grupo de hojas. —Ella creció humildemente en un pequeño pueblo fuera de la ciudad. Parece que su madre tuvo una relación con Miller antes de que conociera a
Narra: Elena—¡Victoria! —exclamó mi padre, poniéndose de pie de un salto.Pero ella lo ignoró por completo, avanzando hacia mí con el fuego de la ira ardiendo en sus ojos.—¡No vuelvas a dirigirte a mí como si estuvieras por encima de mi lugar, niña ingrata! —espetó, su voz cargada de veneno mientras me señalaba con un dedo tembloroso—. ¡Te he dado todo lo que tienes! Convencí a tu padre de concederte algo cuando no lo merecías, lo persuadí para que ayudara a tu madre, y este es el agradecimiento que recibo.Respiré hondo, luchando por contener el temblor en mi voz y el odio que me recorría las venas como un veneno corrosivo. Me enderecé con dignidad, ignorando el ardor punzante en mi mejilla, y sostuve su mirada con firmeza.—¿Todo lo que tengo? —repetí con una risa amarga, cada palabra impregnada de desprecio—. Lo único que poseo gracias a ti es una vida arruinada y una deuda que acepté con la promesa de que sería saldada si me casaba con Luis. Pero escucha bien, Victoria, esto no