Más Allá del Trato
Más Allá del Trato
Por: Isabelle Delgado
Capítulo 1

—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.

—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.

Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.

—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.

—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.

Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía manejable.

—Ah, bueno. Creo que es algo que podemos pagar… —murmuré, tratando de encontrar una salida. El doctor apoyó su mano en mi hombro con una seriedad que hizo temblar mis esperanzas.

—Sin embargo, tu madre necesita una operación urgente. Su corazón está débil y podría sufrir un infarto en cualquier momento. Además, será necesario iniciar diálisis cuanto antes.

Esas palabras hicieron añicos mi estabilidad. Mi corazón y mi mente colapsaron simultáneamente. Miré a mi madre, su rostro triste reflejaba un dolor más por mí que por ella misma. Sabía lo que esto significaba: tendría que redoblar mis esfuerzos, trabajar más horas, porque no contábamos con seguro médico. Todo sería por nuestra cuenta.

—Gracias, doctor. Le informaremos cuando decidamos en qué hospital realizaremos todo —dije con voz quebrada. Él asintió y salió del cuarto. Me volví hacia mi madre y le tomé la mano con fuerza.

—Mamá, trabajaré duro. Conseguiré un trabajo nocturno para pagar tus cirugías y las diálisis. Quiero que sepas que haré todo por ti.

Ella acarició mi mejilla, sus ojos empañados de lágrimas.

—Mi bebé, no tienes por qué estar trabajando para mí. Deberías trabajar para ti y disfrutar tu vida.

—No, usted es mi todo, y no dejaré que te vayas sin luchar —le aseguré mientras la envolvía en un abrazo. Traté de borrar el diagnóstico de su mente, aunque no podía borrar la angustia de la mía. Ella desvió su mirada hacia la televisión encendida, pero mis pensamientos no podían alejarse de la montaña de gastos que se avecinaba. Mi sueldo de la cafetería apenas alcanzaba para nosotras dos y para mantener nuestra pequeña casa.

Mi padre nos había abandonado cuando yo tenía apenas tres años. Acudir a él por ayuda nunca había sido una opción normal. Pero la desesperación podía más que el orgullo. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar un atisbo de humanidad en él, por la mujer que alguna vez amó.

Me levanté de la silla al notar que el medicamento surtía efecto y mi madre caía en un sueño profundo. Era un alivio verla descansar, libre de sufrimiento por un momento. Tomé el celular con manos temblorosas y marqué ese número.

—¿Hola? —respondió una voz grave al otro lado. Una punzada de arrepentimiento me atravesó; quizás no debí llamarlo a esas horas.

—Hola, papá… —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.

—Elena, hija…

—No tengo tiempo para hablar, pero quería pedirte algo. ¿Podemos vernos?

—¡Claro! Ven a la casa. Aquí te esperaré —respondió con una emoción que parecía sincera. Sin embargo, una voz interna me advertía que esto era una mala idea. Colgué y me dirigí a su residencia en las villas más exclusivas de la ciudad. Mi padre había trabajado arduamente para obtener ese lugar, y jamás lo había cuestionado.

Al llegar a la entrada, los guardias verificaron mis datos y me dejaron pasar. Pocos minutos después, ahí estaba él, de pie frente a su imponente casa, con las manos metidas en los bolsillos.

—Elena… —murmuró mientras me abrazaba. Sus abrazos siempre habían sido vacíos, una sombra de lo que deberían ser.

—Padre…

—¿A qué se debe tu visita? ¿Quieres entrar? —me ofreció, señalando la majestuosa puerta detrás de él.

—Eh, no, solo vine a hablar contigo. Realmente no quiero incomodarte en tu noche familiar —respondí con amargura. Sabía que nunca tendría una noche familiar como esa. Pero mi madre me había dado todo lo que podía, y eso me bastaba.

—Eres parte de esta familia, Elena…

—No hablemos de eso. Quiero pedirte dinero realmente. A eso vine… —solté finalmente, sintiendo el peso de la vergüenza, aunque sabía que él podía ayudarme.

—Ja, te lo dije, Diego. Esa chiquilla solo vino por tu dinero… —la voz de Victoria cortó el aire como una navaja. Surgió de las sombras, justo como la arpía que era.

—Victoria… —le espeté con desdén.

—Elena, querida. ¿Para qué es ese dinero?

—Es… para mi madre. Está delicada y necesita diálisis. Además, la cuenta del hospital podría incrementarse y estoy endeudada.

—Ah, tu padre se desligó de ustedes hace mucho tiempo. No es su problema ahora —dijo Victoria, apoyando una mano en mi hombro con una frialdad hiriente.

—Sí, pero no estoy pidiendo que me lo regale. Se lo pagaría poco a poco.

—Victoria, podemos prestárselo. Ella lo pagará.

—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —gritó Victoria con una furia contenida. Bajé la mirada al suelo. Sabía que no obtendría nada. No me prestarían ni un centavo.

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