Capítulo 5

Narra: Damond (Luis)

Al abrir los ojos, noté que mi pecho estaba cubierto por una manta. Era extraño; desde niño odiaba la sensación de estar arropado. Me incorporé un poco, observando alrededor, hasta que la vi en la cocina. Al menos había cumplido con hacer algo. Ella giró hacia mí y nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos avellana brillaban con un matiz más intenso debido al rayo de sol que se filtraba por la ventana y acariciaba el rabillo de su ojo.

—No tenías por qué preocuparte. —Dije mientras me levantaba del sofá.

—Ya sabe, es lo menos que puedo hacer. No tengo mucho para ofrecer, solo mis buenos toques en la cocina. —Respondió con una sonrisa mientras servía un plato.

—Allí solo veo un plato. ¿No vas a desayunar? —Pregunté mientras me acercaba a la mesa y tomaba asiento. Después de tantos años comiendo solo, la idea de compartir el desayuno con alguien más resultaba inusitadamente agradable.

—No, ya desayuné. Este es el segundo desayuno que preparo. Me levanté algo temprano.

—¿Qué hora es? —Pregunté, extrañado.

—Un poco más de las once. —Respondió mientras miraba el reloj en su muñeca. Luego, señaló con confianza una pared vacía cerca de nosotros. —Deberíamos tener un reloj justo allí.

Su comentario me tomó por sorpresa, pero me gustó la naturalidad con la que lo dijo.

—Ah, perdón, es su casa. No puedo venir a mandar, pero creo que no es mala idea. —Añadió rápidamente, como si temiera haber cruzado un límite.

—No te preocupes. Lo que consideres necesario, puedo conseguirlo. —Respondí antes de probar el primer bocado de mi desayuno. Los sabores inundaron mi paladar; estaba delicioso.

Mientras recogía algunas cosas detrás de mí, se acercó con una caja en las manos.

—Le aviso que estaré fuera. Iré a entregar el vestido y los zapatos. —Dijo, mostrando la caja. —Después haré unas cosas mías. Quizás esté para el almuerzo; en caso contrario, le llamaré.

—¿Eso no lo pagó tu padre? —Pregunté con genuina curiosidad. ¿Qué tan mal estaban los Miller como para alquilarle el vestido y los zapatos a su hija?

Ella solo esperó mi confirmación, a lo que asentí en silencio. Acto seguido, salió del apartamento.

Narra: Elena

¿En qué momento permití que Luis se convirtiera en mi dueño? ¿Desde cuándo necesito su aprobación para salir? Este pensamiento me martillaba la cabeza mientras cruzaba la calle con cuidado, rumbo a la tienda donde había alquilado el vestido y los zapatos. Recordé cómo Victoria e Isabella habían impedido que mi padre pagara mi atuendo para ese día. Comprar el conjunto habría sido innecesario, especialmente considerando que este matrimonio carecía de amor.

Entré al establecimiento, donde me recibió una empleada diferente a la que me había atendido antes. Esta nueva chica irradiaba una actitud antipática desde el primer momento.

—Buenos días… —Saludé con amabilidad mientras sostenía la caja. —Traigo esto que fue alquilado.

La chica me miró de arriba abajo, evaluándome con una mezcla de frialdad y desprecio antes de hablar.

—Tengo que revisarlo antes de aceptarlo. ¿Sabes que, según la cláusula, si algo está dañado debes comprarlo o asumir el costo adicional de reparación? —Dijo con tono cortante.

—Sí, comprendo. Pero traté de que todo estuviera en buen estado.

—Eso lo veremos. —Respondió, tomando el vestido para examinarlo detenidamente. Me había asegurado de lavarlo a mano, apenas llegué a casa, precisamente para evitar problemas. Pareció satisfecha con el estado del vestido, pero al alzar la caja de los zapatos, su semblante cambió.

—¿Ves esto? Las suelas están gastadas. —Comentó con desdén. Su observación me pareció tan absurda que no pude evitar reír.

—¿Me estoy riendo acaso? —Espetó, visiblemente molesta.

—No, es que… ¿Cómo puedes decir eso? Son zapatos de alquiler, es lógico que las suelas estén desgastadas. No entiendo.

—Bueno, si no tienes para comprarlos, debes asumir el costo de reparación. Y como puedes ver, son de una marca cara. —Dijo, señalando con dramatismo las letras en la caja.

Sentí un nudo en el estómago al escucharla. No tenía cómo pagar unos zapatos de $250, y menos considerando que los había alquilado por $20. Miré mi tarjeta de crédito, reservada para emergencias, mientras ella esperaba impaciente.

—Veo que entendiste. —Dijo, avanzando hacia la caja registradora con aire triunfal. —¿Los comprarás o pagarás la reparación?

—¿Puedes decirme cuál es el costo de uno y del otro? —Pregunté, intentando mantener la calma.

—Los zapatos cuestan $250. La reparación, $100.

Era evidente que pagar la reparación era la opción menos costosa. Estaba a punto de ceder y pasar mi tarjeta cuando, de pronto, vi que alguien entraba a la tienda.

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