Capítulo 7

Narra: Elena

—Doctor, ¿no hay algo que podamos hacer para comenzar el tratamiento? El dinero lo prometo conseguir de aquí a pasado mañana, pero... —mientras hablaba, noté que su mirada se dirigía hacia mis pies.

—¿Son los zapatos de último modelo de Fabián Look? —preguntó, subiendo la vista lentamente hasta encontrarse con la mía.

—No sé de qué habla. —Intenté disimular, recordando de repente que llevaba puestos unos zapatos de diseñador.

—Mi esposa ama al diseñador, y no quedaban más en la tienda. ¿Cómo pudo costearlos? —dijo frunciendo el ceño, claramente intrigado.

Recogí los hombros sin saber qué responder, pero una idea desesperada cruzó mi mente.

—Hagamos algo: se los doy. ¡Sí! Se los daré y con eso, pago las noches que debo. ¿Podrá iniciar el tratamiento? —pregunté, aferrándome a la posibilidad de que aceptara el intercambio.

—Realmente parece un buen trato. —Accedió, para mi alivio. —Si es así, puedo comenzar el tratamiento mañana. No se preocupe por los gastos anteriores, ya terminó con este acuerdo. Pero asegúrese de pagar los próximos tratamientos.

Me quité los zapatos rápidamente y se los entregué. Una enfermera se acercó para guardarlos mientras yo me dirigía hacia la sala donde estaba mi madre.

—Ay, mami, no quería verte así. —Susurré al otro lado del vidrio. Verla allí, tan vulnerable, me llenaba de tristeza. Al menos había logrado cubrir parte de la deuda, pero aún faltaban $50,000 que no tenía idea de cómo conseguiría.

Me quedé observando cómo trasladaban a mi madre a otra habitación para iniciar el tratamiento. Cuando miré el reloj en mi muñeca, ya eran las doce de la noche. Revisé mi celular: múltiples llamadas perdidas de Luis. Sabía que le debía una explicación, así que me dirigí al apartamento, agotada después de doce horas en el hospital.


Narra: Damond (Luis)

La puerta se abrió y me giré bruscamente, dispuesto a reprocharle por haberme dejado plantado en el café. Pero al verla entrar, todo pensamiento se desvaneció. Su rostro estaba rojo e hinchado, su cabello desordenado, y venía descalza.

—¿Elena? ¿Estás bien? —Corrí hacia ella al ver que se apoyaba en el mueble de la entrada. Cuando la sostuve en mis brazos, noté que estaba ardiendo en fiebre. —Elena, tienes fiebre

La llevé al baño y la coloqué en la tina, dejando que el agua corriera para intentar bajarle la temperatura. Corrí al botiquín por medicinas y regresé para encontrarla murmurando entre sueños.

—No, no quiero. —Balbuceaba con angustia. —Debes ayudarme en esto, no se va a mejorar de la nada. Necesito de tu ayuda.

Después de un rato, la fiebre comenzó a ceder. La ayudé a salir de la tina, la sequé y la cambié con cuidado, tratando de no incomodarla. Finalmente, la llevé a la cama, la arropé y fui a preparar una sopa.


Narra: Elena

Desperté en la cama, con ropa limpia. No recordaba nada desde que había tomado el taxi en el hospital. El aroma a sopa me guio tambaleante hacia la cocina, donde Luis me observaba con una mezcla de preocupación y sorpresa.

—¿Qué haces de pie? Necesitas descansar, Elena. —Dijo mientras me ayudaba a sentarme en una silla. Suspiré al sentirme segura y lo miré con una sonrisa cansada.

—No es para tanto, solo me duelen los pies. —Respondí, intentando restarle importancia.

—No es solo eso. Hace unas horas tenías una fiebre altísima, ¿no lo recuerdas? —Dijo colocando un plato de sopa frente a mí. —Además, desapareciste después de que te invité un café.

—Lo siento. Hubo cosas que me obligaron a irme.

—No tienes un amorío con nadie, ¿verdad? —Su pregunta me dejó helada. Miré la sopa, tomando un sorbo para ganar tiempo antes de responder.

—No, no he tenido tiempo en mi vida para preocuparme por alguien que me ame y yo lo ame. —Dije, finalmente, notando un leve alivio en su expresión.

Después de terminar mi sopa, me acomodé en el sofá y encendí la televisión. Eran las seis de la mañana, pero no lograba conciliar el sueño.

—Yo debo ir a trabajar. —Dijo mientras se colocaba el saco.

—Vale. Creo que saldré en la tarde, por si no me encuentras. —Respondí sin querer dar explicaciones sobre a dónde iría.

—Tus zapatos, ¿qué pasó con ellos? —Preguntó de repente, recordándome el momento en que los entregué al médico.

—Al correr se dañaron. —Mentí, evitando mirarlo a los ojos. —Los tiré en algún tinaco por el camino.

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