Capítulo 6

Narra: Elena

Era claro que pagar la reparación resultaba menos costoso. Estaba a punto de deslizar mi tarjeta cuando noté que alguien entraba en la tienda.

—Para ser sincero, esos zapatos no le lucían a mi esposa. —La voz de Luis me sorprendió al escucharlo parado junto a la caja, observando unos zapatos detrás de la empleada. —¿Qué tal si te pruebas esos?

Seguí la dirección de su mirada y vi los zapatos que señalaba. Eran deslumbrantes, cubiertos de diamantes y de punta fina. Su sola presencia emanaba lujo, y el brillo que emitían casi cegaba. Abrí la boca, negando repetidamente.

—No hace falta, realmente estoy bien. —Dije con urgencia, pero Luis mantuvo su atención fija en la empleada, cuya expresión se tornó algo nerviosa antes de bajar los zapatos del estante.

—¿Qué talla es? —Preguntó ella, todavía con un aire de frialdad y desprecio.

—Un 6. Estoy seguro de que es la talla de mi esposa. —Luis respondió con seguridad. No entendía cómo sabía mi talla, y mientras la chica buscaba, me condujo a una silla y me ayudó a sentarme sin darme tiempo a reaccionar.

—¿Puede medírselos? —Indicó ella con firmeza. —Espero que no me estén haciendo perder el tiempo. Estos son zapatos de diseñador, valorados en $1,500. —Sentí que el mundo se detenía al escuchar la cifra. Miré a la empleada, quien continuaba con su actitud indiferente, pero claramente contrariada por el pedido.

—¿Sabes? Los llevaremos, pero antes me gustaría que tú se los pusieras a mi esposa. Ella no tiene por qué agacharse en lo absoluto. —Luis enfatizó cada palabra, logrando que la empleada, aunque visiblemente molesta, accediera a su demanda.

Mientras ella me colocaba los zapatos, esperaba que su lujoso diseño los hiciera incómodos, pero sorprendentemente, se sentían suaves y confortables desde el primer instante. No dije nada, solo me mantuve en silencio.

—¿Te gustan? —Luis se inclinó frente a mí, levantando mi rostro con su mano para que lo mirara directamente.

—Son cómodos. —Respondí en voz baja.

Él se levantó y se dirigió a la caja, donde pasó la tarjeta sin titubear.

—Creo que con esta venta cubres el gasto de los otros zapatos. O ¿necesitas que te los pague? —Luis añadió con tono irónico. La empleada negó rápidamente, aparentemente aun asimilando la transacción.

Salimos del local. Luis tomó mi mano mientras caminábamos fuera, y en mi mente solo rondaba una pregunta: ¿cómo podía gastar tanto dinero en un simple capricho?

—¿Quieres tomar algo? —Preguntó, y asentí sin mucho ánimo. Aún procesaba lo ocurrido cuando llegamos a un café. Me dejé caer en una silla, acomodándome.

—¿Qué tomas?

—Un capuchino. —Respondí.

Luis se dirigió al mostrador para ordenar, pero entonces mi celular sonó. Al contestar, la voz del doctor al otro lado de la línea me heló.

—¿Señorita Elena? La llamo para informarle que su madre volvió a tener otro de sus ataques. No podemos esperar más el pago.

—¿Cómo? —Mi voz apenas salió. La angustia me invadió al escuchar la noticia.

—Señorita Elena, no podemos continuar el tratamiento si no recibimos al menos un pago adelantado por las noches que ha estado ingresada. —La desesperación me consumió. Sin pensarlo, salí corriendo del café, ignorando todo a mi alrededor. Corría con los zapatos de $1,500 puestos, un recordatorio del absurdo lujo que no podía permitirme.


Narra: Damond (Luis)

—¿Qué tomas? —Repetí antes de dirigirme a la caja. Observé cómo respondía su celular y la llamada parecía alterarla profundamente. Cuando volví la mirada hacia la mesa, Elena ya no estaba. Afuera, la vi corriendo, pero no logré alcanzarla.

—¿Viste hacia dónde fue? —Pregunté, frustrado. Cristofer, quien había estado siguiéndonos, negó con un gesto de desconcierto.

—Ella me preocupa. No quiero que se arrepienta y que mi contrato termine en desastre por un acto impulsivo. Quiero que la investigues.

—¿Pero, señor? —Cristofer me miró con cierta duda. —Me dijo que no había razones para desconfiar de ella.

—Lo sé, pero no me genera la seguridad que necesito. Algo esconde, y necesito saber qué es.

—Señor, usted también le esconde cosas.

—Sí, pero ella no tiene derecho a esconderme nada a mí.

—Señor, usted le oculta que es un hombre billonario, que su verdadero nombre no es Luis, y que no tiene ninguna relación con la familia Kepler porque fue desterrado hace años.

—Cristofer, ¿estás de mi lado o del lado de la chica que acaba de huir con $1,500 en sus pies? —Respondí con un tono que no admitía réplicas.

Cristofer abrió la puerta y comenzó a buscarla en las calles cercanas. Aunque no tenía nada en su contra, no podía evitar temer que resultara ser una oportunista.

—Vamos al apartamento. Tal vez esté allí. —Dije finalmente, conteniendo mi molestia.

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