Narra: Elena
Era claro que pagar la reparación resultaba menos costoso. Estaba a punto de deslizar mi tarjeta cuando noté que alguien entraba en la tienda.
—Para ser sincero, esos zapatos no le lucían a mi esposa. —La voz de Luis me sorprendió al escucharlo parado junto a la caja, observando unos zapatos detrás de la empleada. —¿Qué tal si te pruebas esos?
Seguí la dirección de su mirada y vi los zapatos que señalaba. Eran deslumbrantes, cubiertos de diamantes y de punta fina. Su sola presencia emanaba lujo, y el brillo que emitían casi cegaba. Abrí la boca, negando repetidamente.
—No hace falta, realmente estoy bien. —Dije con urgencia, pero Luis mantuvo su atención fija en la empleada, cuya expresión se tornó algo nerviosa antes de bajar los zapatos del estante.
—¿Qué talla es? —Preguntó ella, todavía con un aire de frialdad y desprecio.
—Un 6. Estoy seguro de que es la talla de mi esposa. —Luis respondió con seguridad. No entendía cómo sabía mi talla, y mientras la chica buscaba, me condujo a una silla y me ayudó a sentarme sin darme tiempo a reaccionar.
—¿Puede medírselos? —Indicó ella con firmeza. —Espero que no me estén haciendo perder el tiempo. Estos son zapatos de diseñador, valorados en $1,500. —Sentí que el mundo se detenía al escuchar la cifra. Miré a la empleada, quien continuaba con su actitud indiferente, pero claramente contrariada por el pedido.
—¿Sabes? Los llevaremos, pero antes me gustaría que tú se los pusieras a mi esposa. Ella no tiene por qué agacharse en lo absoluto. —Luis enfatizó cada palabra, logrando que la empleada, aunque visiblemente molesta, accediera a su demanda.
Mientras ella me colocaba los zapatos, esperaba que su lujoso diseño los hiciera incómodos, pero sorprendentemente, se sentían suaves y confortables desde el primer instante. No dije nada, solo me mantuve en silencio.
—¿Te gustan? —Luis se inclinó frente a mí, levantando mi rostro con su mano para que lo mirara directamente.
—Son cómodos. —Respondí en voz baja.
Él se levantó y se dirigió a la caja, donde pasó la tarjeta sin titubear.
—Creo que con esta venta cubres el gasto de los otros zapatos. O ¿necesitas que te los pague? —Luis añadió con tono irónico. La empleada negó rápidamente, aparentemente aun asimilando la transacción.
Salimos del local. Luis tomó mi mano mientras caminábamos fuera, y en mi mente solo rondaba una pregunta: ¿cómo podía gastar tanto dinero en un simple capricho?
—¿Quieres tomar algo? —Preguntó, y asentí sin mucho ánimo. Aún procesaba lo ocurrido cuando llegamos a un café. Me dejé caer en una silla, acomodándome.
—¿Qué tomas?
—Un capuchino. —Respondí.
Luis se dirigió al mostrador para ordenar, pero entonces mi celular sonó. Al contestar, la voz del doctor al otro lado de la línea me heló.
—¿Señorita Elena? La llamo para informarle que su madre volvió a tener otro de sus ataques. No podemos esperar más el pago.
—¿Cómo? —Mi voz apenas salió. La angustia me invadió al escuchar la noticia.
—Señorita Elena, no podemos continuar el tratamiento si no recibimos al menos un pago adelantado por las noches que ha estado ingresada. —La desesperación me consumió. Sin pensarlo, salí corriendo del café, ignorando todo a mi alrededor. Corría con los zapatos de $1,500 puestos, un recordatorio del absurdo lujo que no podía permitirme.
Narra: Damond (Luis)
—¿Qué tomas? —Repetí antes de dirigirme a la caja. Observé cómo respondía su celular y la llamada parecía alterarla profundamente. Cuando volví la mirada hacia la mesa, Elena ya no estaba. Afuera, la vi corriendo, pero no logré alcanzarla.
—¿Viste hacia dónde fue? —Pregunté, frustrado. Cristofer, quien había estado siguiéndonos, negó con un gesto de desconcierto.
—Ella me preocupa. No quiero que se arrepienta y que mi contrato termine en desastre por un acto impulsivo. Quiero que la investigues.
—¿Pero, señor? —Cristofer me miró con cierta duda. —Me dijo que no había razones para desconfiar de ella.
—Lo sé, pero no me genera la seguridad que necesito. Algo esconde, y necesito saber qué es.
—Señor, usted también le esconde cosas.
—Sí, pero ella no tiene derecho a esconderme nada a mí.
—Señor, usted le oculta que es un hombre billonario, que su verdadero nombre no es Luis, y que no tiene ninguna relación con la familia Kepler porque fue desterrado hace años.
—Cristofer, ¿estás de mi lado o del lado de la chica que acaba de huir con $1,500 en sus pies? —Respondí con un tono que no admitía réplicas.
Cristofer abrió la puerta y comenzó a buscarla en las calles cercanas. Aunque no tenía nada en su contra, no podía evitar temer que resultara ser una oportunista.
—Vamos al apartamento. Tal vez esté allí. —Dije finalmente, conteniendo mi molestia.
Narra: Elena—Doctor, ¿no hay algo que podamos hacer para comenzar el tratamiento? El dinero lo prometo conseguir de aquí a pasado mañana, pero... —mientras hablaba, noté que su mirada se dirigía hacia mis pies.—¿Son los zapatos de último modelo de Fabián Look? —preguntó, subiendo la vista lentamente hasta encontrarse con la mía.—No sé de qué habla. —Intenté disimular, recordando de repente que llevaba puestos unos zapatos de diseñador.—Mi esposa ama al diseñador, y no quedaban más en la tienda. ¿Cómo pudo costearlos? —dijo frunciendo el ceño, claramente intrigado.Recogí los hombros sin saber qué responder, pero una idea desesperada cruzó mi mente.—Hagamos algo: se los doy. ¡Sí! Se los daré y con eso, pago las noches que debo. ¿Podrá iniciar el tratamiento? —pregunté, aferrándome a la posibilidad de que aceptara el intercambio.—Realmente parece un buen trato. —Accedió, para mi alivio. —Si es así, puedo comenzar el tratamiento mañana. No se preocupe por los gastos anteriores, ya
Narra: Damond (Luis)No podía creerle su excusa. Los zapatos de Fabián Look son famosos por su calidad; correr no los habría dañado. Cerré la puerta tras de mí, dejando a Cristofer encargado de vigilarla. Mi desconfianza hacia Elena había crecido en estos pocos días, pero eso no significaba que no me preocupara por su bienestar.—Señor Damond… traje estos papeles que debe firmar. —Una de mis secretarias dejó un documento en mi escritorio. Lo firmé casi automáticamente, volviendo luego a mirar por la ventana. Esta semana había sido agotadora. Apenas podía asimilar que ahora estaba casado. Pero esto era solo el principio: destruir a la familia Kepler seguía siendo mi objetivo principal.Cristofer entró a mi oficina con unos papeles en la mano.—Señor, aquí tiene lo que me pidió sobre Elena. —Comenzó a explicar mientras desplegaba un grupo de hojas. —Ella creció humildemente en un pequeño pueblo fuera de la ciudad. Parece que su madre tuvo una relación con Miller antes de que conociera a
Narra: Elena—¡Victoria! —exclamó mi padre, poniéndose de pie de un salto.Pero ella lo ignoró por completo, avanzando hacia mí con el fuego de la ira ardiendo en sus ojos.—¡No vuelvas a dirigirte a mí como si estuvieras por encima de mi lugar, niña ingrata! —espetó, su voz cargada de veneno mientras me señalaba con un dedo tembloroso—. ¡Te he dado todo lo que tienes! Convencí a tu padre de concederte algo cuando no lo merecías, lo persuadí para que ayudara a tu madre, y este es el agradecimiento que recibo.Respiré hondo, luchando por contener el temblor en mi voz y el odio que me recorría las venas como un veneno corrosivo. Me enderecé con dignidad, ignorando el ardor punzante en mi mejilla, y sostuve su mirada con firmeza.—¿Todo lo que tengo? —repetí con una risa amarga, cada palabra impregnada de desprecio—. Lo único que poseo gracias a ti es una vida arruinada y una deuda que acepté con la promesa de que sería saldada si me casaba con Luis. Pero escucha bien, Victoria, esto no
Narra: ElenaMe observé en el espejo, notando la marca en mi rostro. Era más notoria que el día anterior. Tenía que hacer algo más para ocultarla. Lo último que deseaba era que Luis descubriera la verdadera relación que tenía con mi familia. Seguía contemplando mi reflejo, perdida en mis pensamientos, cuando un toque en la puerta me sacudió por completo.Era Luis.—¿Elena?—¿Sí? —respondí, quedándome inmóvil, con la esperanza de que solo quisiera hablar desde el otro lado de la puerta.—Necesito que vengas conmigo hoy. ¿Estás lista?—Ah… dame un momento y salgo.A toda prisa, tomé la base, los polvos y el rubor, aplicándolos con rapidez para disimular el moretón. Cuando finalmente salí, él me observaba con una intensidad que nunca antes había sentido.—¿Todo bien?—Sí.Asentí con la cabeza baja, pero Luis no se dejó engañar. Con suavidad, tomó mi mejilla, y en ese instante, recé en silencio para que el maquillaje hiciera su trabajo. Su mirada seguía fija en la mía, como si intentara de
Narra: Luis (Damond)Regresé al auto como si nada, solo para encontrar a Elena corriendo hacia mí y abrazándome con fuerza. Cristofer descendió tras ella, y cuando la tuve entre mis brazos, intenté preguntarle con la mirada qué había sucedido. Sin embargo, él me hizo una señal para esperar y hablar después, así que opté por enfocarme en ella.—¿Sucede algo? —pregunté, tomando su mejilla entre mis dedos.—No, solo creo que me puse melancólica. —Su respuesta llegó rápida, casi ensayada, y enseguida subió al auto.Antes de seguirla, dirigí mi mirada hacia la cantina. Desde la ventana, Berny sostenía un vaso de cristal y me observaba con una media sonrisa. Luego levantó la copa en un gesto de aprobación hacia Elena antes de dar un trago.Cristofer arrancó el auto, y yo tenía en mente llevar a Elena a un sitio especial para la cena. Mientras conducíamos, ella se acomodó junto a mí, recostando su cabeza en mi hombro. Su respiración se volvió pausada, hasta que noté que se había quedado dormi
—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía mane
Narra: Elena—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —bramó Victoria, conteniendo a duras penas la furia que se reflejaba en su mirada.Bajé la vista al suelo. No valía la pena insistir. Sabía que no lograría nada. Nadie en esa casa me prestaría ni un centavo.—Prometo hacerlo. —Mi voz sonó apagada, casi suplicante, un intento desesperado por despertar alguna chispa de compasión en Victoria, mi madrastra.De pronto, apareció la última persona que quería ver en ese momento.—¿Es mi fea hermana? —preguntó Isabela con su tono mordaz. Sus ojos me recorrieron con esa mezcla de desdén y burla que le era tan característica. —Ah, ya veo que sí. ¿Qué quiere?—Ah, le pide plata a tu padre, para su madre —intervino Victoria, dejando caer las palabras con toda la intención de humillarme.Isabela estalló en una carcajada que resonó en la habitación, fría y cruel.—Ja, ja, ja… Yo te tengo una solución, te daremos el dinero —dijo, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. —Pero, a cambio, debes cas
Narra: ElenaFrente al espejo de mi habitación, observé mi reflejo con el vestido blanco que llevaba puesto. La tela parecía más ajustada de lo que alguna vez soñé cuando era niña, y el ramo de flores que sostenía en mis manos lucía desoladoramente sencillo, lejos de la imagen que tenía en mi mente. Mi mirada se perdió por un momento, y en mi mente apareció el rostro de mi madre, postrada en la cama del hospital, luchando contra una recaída que no daba tregua. Las noches de llanto y desvelo volvían a mí con cada pensamiento.Con un suspiro profundo, caminé hacia la capilla. Mi padre estaba allí, esperando junto a mí. Al posar su mano sobre mi hombro, ambos miramos el reloj al mismo tiempo. La ceremonia ya llevaba retraso, y con cada segundo que pasaba, mi incertidumbre aumentaba.—Ja, te dejaron plantada. Mejor que te puse a ti de novia, porque no me imagino yo parada esperando a nada. —La risa cruel de Isabella resonó a mis espaldas, cargada de burla. La ignoré, enfocándome en el apo