Capítulo 2

Narra: Elena

—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —bramó Victoria, conteniendo a duras penas la furia que se reflejaba en su mirada.

Bajé la vista al suelo. No valía la pena insistir. Sabía que no lograría nada. Nadie en esa casa me prestaría ni un centavo.

—Prometo hacerlo. —Mi voz sonó apagada, casi suplicante, un intento desesperado por despertar alguna chispa de compasión en Victoria, mi madrastra.

De pronto, apareció la última persona que quería ver en ese momento.

—¿Es mi fea hermana? —preguntó Isabela con su tono mordaz. Sus ojos me recorrieron con esa mezcla de desdén y burla que le era tan característica. —Ah, ya veo que sí. ¿Qué quiere?

—Ah, le pide plata a tu padre, para su madre —intervino Victoria, dejando caer las palabras con toda la intención de humillarme.

Isabela estalló en una carcajada que resonó en la habitación, fría y cruel.

—Ja, ja, ja… Yo te tengo una solución, te daremos el dinero —dijo, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. —Pero, a cambio, debes casarte con Luis Kepler.

La mirada de su madre se iluminó de aprobación, asintiendo como si ese fuera el trato más lógico del mundo.

—Es verdad… Su familia quiere hacer un trato con nosotros. Pero no permitiré que mi hija sea el sacrificio cuando estás tú. Y no quiero que mi hija se case con un ilegítimo y, sobre todo, un delincuente y una vergüenza de la familia Kepler. —Cada palabra era un golpe que me recordaba cuánto sobraba en ese lugar.

Respiré hondo, tratando de mantenerme firme.

—Hago eso y ¿prometen pagar los gastos del hospital de mi madre? —pregunté, aferrándome a una última esperanza mientras buscaba con la mirada la confirmación de mi padre. Él asintió en silencio.

—Sí, haremos eso. La boda sería este fin de semana —anunció Victoria con esa arrogancia que siempre la caracterizaba.

Un suspiro escapó de mis labios.

—Es algo rápido. ¿No podré conocer al novio? —intenté argumentar, aunque sabía que sería inútil.

—¿Quién dijo que debemos conocerlo? A mí no me dieron esa opción, tú menos la tendrás —sentenció Isabela, mostrando su habitual recelo. Entendí que para ella, quitarle dinero a nuestro padre era como quitarle un pedazo de su propia vida, y haría cualquier cosa para eliminarme del camino.

Sin más que decir, la miré con indiferencia y me retiré.

En el camino al hospital, mis pensamientos giraban en torno a lo que acababa de suceder. Mi libertad ahora tenía un precio, pero ese precio salvaría la vida de mi madre. Para ella, cualquier sacrificio valía la pena.


Narra: Damond

Habían transcurrido dos días en prisión, y en otros dos días sería mi boda con la hija de los Milán. No había tenido oportunidad de conocerla, pero aquello era solo una pieza más en el tablero de mi plan para derribar a mi familia. Al casarme, el banco liberaría la herencia que mi abuelo había dejado a mi nombre, a espaldas de mi padre. Un hombre que ni siquiera soportaba admitir que yo era el resultado de su sangre.

Desde mi celda, observé al guardia acercarse con pasos firmes. Su expresión era de hastío.

—Pagaron tu fianza, Kepler —anunció mientras abría la puerta con un gesto mecánico. —Espero que no regrese por otra violación de tránsito, estamos hartos de ti.

Mis arrestos siempre habían sido por lo mismo: exceso de velocidad, manejar en sentido contrario, violar cada regla posible. Por eso me llamaban el "delincuente estrella" de los Kepler.

—Prometo no volver, comandante —respondí con una sonrisa burlona, saliendo al fin.

Afuera, Cristofer me esperaba, apoyado con desdén en la puerta de la comisaría.

—Vaya, te gusta este lugar más de lo que imagino —dijo mientras me tendía un saco.

—No, solo que a ellos les gusta seguirme cuando salgo —repliqué, poniéndome el saco y subiendo al auto junto a él.

El camino transcurrió en silencio al principio. Cristofer conducía con esa mezcla de resignación y desdén que le conocía tan bien.

—¿Así que finalmente te casarás? —rompió el silencio, sin apartar la vista del camino.

—Sí, parece que esa es la solución más conveniente para todos —respondí con un tono frío, mientras mi mirada se perdía por la ventana. En mi mente, los detalles de mi plan se entrelazaban, formándose con precisión quirúrgica.

—¿Y estás seguro de que esta chica será parte del acuerdo sin problemas? —insistió, arqueando una ceja con la misma expresión inquisitiva de siempre.

—No me importa si está de acuerdo o no. Su familia ya aceptó por ella. —Solté una risa seca. —Lo importante es que al casarme, podré reclamar lo que me corresponde por derecho y liberar el dinero de la fiduciaria.

Cristofer asintió, pero no hizo más preguntas. Sabía cuándo callar.

—Dime algo, Cristofer. ¿Cómo crees que se sienta ella al saber que su vida acaba de ser vendida por su padre? —pregunté, mi voz teñida de una curiosidad que ni yo entendía del todo.

—Quizá igual que tú, sabiendo que también estás sacrificando tu libertad por algo más grande —respondió sin rodeos.

Tenía razón, pero admitirlo estaba fuera de discusión.

—Sea como sea, esto es solo un paso más para liberar mi nombre de esta familia. Y si ella tiene que ser parte del trato, pues que así sea —dije mientras el auto se detenía frente a mi casa. Bajé sin mirar atrás, listo para enfrentar el siguiente movimiento en este juego.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP