Narra: Elena
—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —bramó Victoria, conteniendo a duras penas la furia que se reflejaba en su mirada.
Bajé la vista al suelo. No valía la pena insistir. Sabía que no lograría nada. Nadie en esa casa me prestaría ni un centavo.
—Prometo hacerlo. —Mi voz sonó apagada, casi suplicante, un intento desesperado por despertar alguna chispa de compasión en Victoria, mi madrastra.
De pronto, apareció la última persona que quería ver en ese momento.
—¿Es mi fea hermana? —preguntó Isabela con su tono mordaz. Sus ojos me recorrieron con esa mezcla de desdén y burla que le era tan característica. —Ah, ya veo que sí. ¿Qué quiere?
—Ah, le pide plata a tu padre, para su madre —intervino Victoria, dejando caer las palabras con toda la intención de humillarme.
Isabela estalló en una carcajada que resonó en la habitación, fría y cruel.
—Ja, ja, ja… Yo te tengo una solución, te daremos el dinero —dijo, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. —Pero, a cambio, debes casarte con Luis Kepler.
La mirada de su madre se iluminó de aprobación, asintiendo como si ese fuera el trato más lógico del mundo.
—Es verdad… Su familia quiere hacer un trato con nosotros. Pero no permitiré que mi hija sea el sacrificio cuando estás tú. Y no quiero que mi hija se case con un ilegítimo y, sobre todo, un delincuente y una vergüenza de la familia Kepler. —Cada palabra era un golpe que me recordaba cuánto sobraba en ese lugar.
Respiré hondo, tratando de mantenerme firme.
—Hago eso y ¿prometen pagar los gastos del hospital de mi madre? —pregunté, aferrándome a una última esperanza mientras buscaba con la mirada la confirmación de mi padre. Él asintió en silencio.
—Sí, haremos eso. La boda sería este fin de semana —anunció Victoria con esa arrogancia que siempre la caracterizaba.
Un suspiro escapó de mis labios.
—Es algo rápido. ¿No podré conocer al novio? —intenté argumentar, aunque sabía que sería inútil.
—¿Quién dijo que debemos conocerlo? A mí no me dieron esa opción, tú menos la tendrás —sentenció Isabela, mostrando su habitual recelo. Entendí que para ella, quitarle dinero a nuestro padre era como quitarle un pedazo de su propia vida, y haría cualquier cosa para eliminarme del camino.
Sin más que decir, la miré con indiferencia y me retiré.
En el camino al hospital, mis pensamientos giraban en torno a lo que acababa de suceder. Mi libertad ahora tenía un precio, pero ese precio salvaría la vida de mi madre. Para ella, cualquier sacrificio valía la pena.
Narra: Damond
Habían transcurrido dos días en prisión, y en otros dos días sería mi boda con la hija de los Milán. No había tenido oportunidad de conocerla, pero aquello era solo una pieza más en el tablero de mi plan para derribar a mi familia. Al casarme, el banco liberaría la herencia que mi abuelo había dejado a mi nombre, a espaldas de mi padre. Un hombre que ni siquiera soportaba admitir que yo era el resultado de su sangre.
Desde mi celda, observé al guardia acercarse con pasos firmes. Su expresión era de hastío.
—Pagaron tu fianza, Kepler —anunció mientras abría la puerta con un gesto mecánico. —Espero que no regrese por otra violación de tránsito, estamos hartos de ti.
Mis arrestos siempre habían sido por lo mismo: exceso de velocidad, manejar en sentido contrario, violar cada regla posible. Por eso me llamaban el "delincuente estrella" de los Kepler.
—Prometo no volver, comandante —respondí con una sonrisa burlona, saliendo al fin.
Afuera, Cristofer me esperaba, apoyado con desdén en la puerta de la comisaría.
—Vaya, te gusta este lugar más de lo que imagino —dijo mientras me tendía un saco.
—No, solo que a ellos les gusta seguirme cuando salgo —repliqué, poniéndome el saco y subiendo al auto junto a él.
El camino transcurrió en silencio al principio. Cristofer conducía con esa mezcla de resignación y desdén que le conocía tan bien.
—¿Así que finalmente te casarás? —rompió el silencio, sin apartar la vista del camino.
—Sí, parece que esa es la solución más conveniente para todos —respondí con un tono frío, mientras mi mirada se perdía por la ventana. En mi mente, los detalles de mi plan se entrelazaban, formándose con precisión quirúrgica.
—¿Y estás seguro de que esta chica será parte del acuerdo sin problemas? —insistió, arqueando una ceja con la misma expresión inquisitiva de siempre.
—No me importa si está de acuerdo o no. Su familia ya aceptó por ella. —Solté una risa seca. —Lo importante es que al casarme, podré reclamar lo que me corresponde por derecho y liberar el dinero de la fiduciaria.
Cristofer asintió, pero no hizo más preguntas. Sabía cuándo callar.
—Dime algo, Cristofer. ¿Cómo crees que se sienta ella al saber que su vida acaba de ser vendida por su padre? —pregunté, mi voz teñida de una curiosidad que ni yo entendía del todo.
—Quizá igual que tú, sabiendo que también estás sacrificando tu libertad por algo más grande —respondió sin rodeos.
Tenía razón, pero admitirlo estaba fuera de discusión.
—Sea como sea, esto es solo un paso más para liberar mi nombre de esta familia. Y si ella tiene que ser parte del trato, pues que así sea —dije mientras el auto se detenía frente a mi casa. Bajé sin mirar atrás, listo para enfrentar el siguiente movimiento en este juego.
Narra: ElenaFrente al espejo de mi habitación, observé mi reflejo con el vestido blanco que llevaba puesto. La tela parecía más ajustada de lo que alguna vez soñé cuando era niña, y el ramo de flores que sostenía en mis manos lucía desoladoramente sencillo, lejos de la imagen que tenía en mi mente. Mi mirada se perdió por un momento, y en mi mente apareció el rostro de mi madre, postrada en la cama del hospital, luchando contra una recaída que no daba tregua. Las noches de llanto y desvelo volvían a mí con cada pensamiento.Con un suspiro profundo, caminé hacia la capilla. Mi padre estaba allí, esperando junto a mí. Al posar su mano sobre mi hombro, ambos miramos el reloj al mismo tiempo. La ceremonia ya llevaba retraso, y con cada segundo que pasaba, mi incertidumbre aumentaba.—Ja, te dejaron plantada. Mejor que te puse a ti de novia, porque no me imagino yo parada esperando a nada. —La risa cruel de Isabella resonó a mis espaldas, cargada de burla. La ignoré, enfocándome en el apo
Narra: Damond (Luis)Nos estacionamos frente a un edificio imponente, una construcción que había adquirido en su totalidad para vivir sin las incomodidades de compartir espacio con personas de este barrio. Aunque no era de lo peor, prefería mantener distancia. Miré cómo ella bajaba del auto, agradeciendo con una sonrisa cálida a Cristofer, quien cargaba su pequeña maleta con amabilidad.—Bienvenida a nuestra humilde morada. —Dije al abrir la puerta del apartamento y dejar las maletas en la entrada. Su expresión oscilaba entre la curiosidad y el cansancio.—Bien, quiero que sepas las reglas —proseguí con un tono neutral mientras cerraba la puerta tras nosotros—: no me meteré en tu vida, y tú no te meterás en la mía. Fingiremos ser esposos ante la sociedad, pero aquí puedes hacer lo que desees. Dormiré en la sala y dejaré la habitación para ti. Lo único que no quiero es enterarme de que me engañas con alguien. Eso solo generaría rumores, y no me interesa lidiar con eso.Ella asintió en
Narra: Damond (Luis)Al abrir los ojos, noté que mi pecho estaba cubierto por una manta. Era extraño; desde niño odiaba la sensación de estar arropado. Me incorporé un poco, observando alrededor, hasta que la vi en la cocina. Al menos había cumplido con hacer algo. Ella giró hacia mí y nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos avellana brillaban con un matiz más intenso debido al rayo de sol que se filtraba por la ventana y acariciaba el rabillo de su ojo.—No tenías por qué preocuparte. —Dije mientras me levantaba del sofá.—Ya sabe, es lo menos que puedo hacer. No tengo mucho para ofrecer, solo mis buenos toques en la cocina. —Respondió con una sonrisa mientras servía un plato.—Allí solo veo un plato. ¿No vas a desayunar? —Pregunté mientras me acercaba a la mesa y tomaba asiento. Después de tantos años comiendo solo, la idea de compartir el desayuno con alguien más resultaba inusitadamente agradable.—No, ya desayuné. Este es el segundo desayuno que preparo. Me levanté algo temprano.
Narra: ElenaEra claro que pagar la reparación resultaba menos costoso. Estaba a punto de deslizar mi tarjeta cuando noté que alguien entraba en la tienda.—Para ser sincero, esos zapatos no le lucían a mi esposa. —La voz de Luis me sorprendió al escucharlo parado junto a la caja, observando unos zapatos detrás de la empleada. —¿Qué tal si te pruebas esos?Seguí la dirección de su mirada y vi los zapatos que señalaba. Eran deslumbrantes, cubiertos de diamantes y de punta fina. Su sola presencia emanaba lujo, y el brillo que emitían casi cegaba. Abrí la boca, negando repetidamente.—No hace falta, realmente estoy bien. —Dije con urgencia, pero Luis mantuvo su atención fija en la empleada, cuya expresión se tornó algo nerviosa antes de bajar los zapatos del estante.—¿Qué talla es? —Preguntó ella, todavía con un aire de frialdad y desprecio.—Un 6. Estoy seguro de que es la talla de mi esposa. —Luis respondió con seguridad. No entendía cómo sabía mi talla, y mientras la chica buscaba, m
Narra: Elena—Doctor, ¿no hay algo que podamos hacer para comenzar el tratamiento? El dinero lo prometo conseguir de aquí a pasado mañana, pero... —mientras hablaba, noté que su mirada se dirigía hacia mis pies.—¿Son los zapatos de último modelo de Fabián Look? —preguntó, subiendo la vista lentamente hasta encontrarse con la mía.—No sé de qué habla. —Intenté disimular, recordando de repente que llevaba puestos unos zapatos de diseñador.—Mi esposa ama al diseñador, y no quedaban más en la tienda. ¿Cómo pudo costearlos? —dijo frunciendo el ceño, claramente intrigado.Recogí los hombros sin saber qué responder, pero una idea desesperada cruzó mi mente.—Hagamos algo: se los doy. ¡Sí! Se los daré y con eso, pago las noches que debo. ¿Podrá iniciar el tratamiento? —pregunté, aferrándome a la posibilidad de que aceptara el intercambio.—Realmente parece un buen trato. —Accedió, para mi alivio. —Si es así, puedo comenzar el tratamiento mañana. No se preocupe por los gastos anteriores, ya
Narra: Damond (Luis)No podía creerle su excusa. Los zapatos de Fabián Look son famosos por su calidad; correr no los habría dañado. Cerré la puerta tras de mí, dejando a Cristofer encargado de vigilarla. Mi desconfianza hacia Elena había crecido en estos pocos días, pero eso no significaba que no me preocupara por su bienestar.—Señor Damond… traje estos papeles que debe firmar. —Una de mis secretarias dejó un documento en mi escritorio. Lo firmé casi automáticamente, volviendo luego a mirar por la ventana. Esta semana había sido agotadora. Apenas podía asimilar que ahora estaba casado. Pero esto era solo el principio: destruir a la familia Kepler seguía siendo mi objetivo principal.Cristofer entró a mi oficina con unos papeles en la mano.—Señor, aquí tiene lo que me pidió sobre Elena. —Comenzó a explicar mientras desplegaba un grupo de hojas. —Ella creció humildemente en un pequeño pueblo fuera de la ciudad. Parece que su madre tuvo una relación con Miller antes de que conociera a
Narra: Elena—¡Victoria! —exclamó mi padre, poniéndose de pie de un salto.Pero ella lo ignoró por completo, avanzando hacia mí con el fuego de la ira ardiendo en sus ojos.—¡No vuelvas a dirigirte a mí como si estuvieras por encima de mi lugar, niña ingrata! —espetó, su voz cargada de veneno mientras me señalaba con un dedo tembloroso—. ¡Te he dado todo lo que tienes! Convencí a tu padre de concederte algo cuando no lo merecías, lo persuadí para que ayudara a tu madre, y este es el agradecimiento que recibo.Respiré hondo, luchando por contener el temblor en mi voz y el odio que me recorría las venas como un veneno corrosivo. Me enderecé con dignidad, ignorando el ardor punzante en mi mejilla, y sostuve su mirada con firmeza.—¿Todo lo que tengo? —repetí con una risa amarga, cada palabra impregnada de desprecio—. Lo único que poseo gracias a ti es una vida arruinada y una deuda que acepté con la promesa de que sería saldada si me casaba con Luis. Pero escucha bien, Victoria, esto no
—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía mane