Capítulo 4

Narra: Damond (Luis)

Nos estacionamos frente a un edificio imponente, una construcción que había adquirido en su totalidad para vivir sin las incomodidades de compartir espacio con personas de este barrio. Aunque no era de lo peor, prefería mantener distancia. Miré cómo ella bajaba del auto, agradeciendo con una sonrisa cálida a Cristofer, quien cargaba su pequeña maleta con amabilidad.

—Bienvenida a nuestra humilde morada. —Dije al abrir la puerta del apartamento y dejar las maletas en la entrada. Su expresión oscilaba entre la curiosidad y el cansancio.

—Bien, quiero que sepas las reglas —proseguí con un tono neutral mientras cerraba la puerta tras nosotros—: no me meteré en tu vida, y tú no te meterás en la mía. Fingiremos ser esposos ante la sociedad, pero aquí puedes hacer lo que desees. Dormiré en la sala y dejaré la habitación para ti. Lo único que no quiero es enterarme de que me engañas con alguien. Eso solo generaría rumores, y no me interesa lidiar con eso.

Ella asintió en silencio, como si procesara cada palabra. Pareció querer decir algo, pero finalmente optó por tomar su maleta y dirigirse a la habitación. Sin embargo, se detuvo en el umbral y giró para mirarme.

—Prometo ser una buena esposa para ti durante el tiempo que estemos juntos. —Sus palabras, tan sencillas y honestas, resonaron en el aire antes de que desapareciera tras la puerta.

Intrigado, la seguí en silencio hasta el marco. La observé frente al espejo mientras retiraba con cuidado la corona de flores que adornaba su cabeza. Era hermosa, su rostro parecía tallado con delicadeza. Por un instante, me pregunté cómo era posible que los Miller tuvieran una hija como ella. ¿Acaso sería como yo, un reflejo de algo más complejo?


Narra: Elena

Las reglas que él había dictado daban vueltas en mi cabeza. Quería visitar a mi madre, pero el día había sido demasiado largo y agotador. Miré el reloj: marcaba las nueve de la noche. Terminé de quitar la última flor de mi cabello y salí de la habitación, solo para encontrar un aroma delicioso que flotaba en el aire.

—Ah, saliste. —Luis me observó desde la cocina, con una leve sonrisa. —Hice algo que quizás te guste.

—Ah, gracias. Huele delicioso. —Respondí con una sonrisa antes de sentarme frente a un plato de pasta Alfredo. Mi corazón dio un pequeño brinco al ver el platillo, mi favorito. Al probar el primer bocado, los sabores explotaron en mi boca, arrancándome una sonrisa genuina.

—Y está delicioso. —Dije con entusiasmo, recordando que la última vez que había comido algo fue el día anterior.

—Come con calma, puedes atorarte si comes así. —Su advertencia me hizo detenerme, y al alzar la mirada, lo vi acercarse con una servilleta en la mano.

Sin pedir permiso, limpió con cuidado los restos de salsa alrededor de mis labios y en mi mejilla, invadiendo nuevamente mi espacio personal. Me limité a continuar comiendo, concentrándome en los sabores que seguían intrigándome.

Cuando terminé, noté que me observaba fijamente. Al intentar recoger su plato, me detuvo con calma.

—No te preocupes, yo friego.

—No, creo que por ahora es lo menos que puedo hacer. Ya hiciste la cena, lo justo es que yo lo haga. —Respondí, insistente. Pero al ver que no cedería, suspiré.

—Entiendo, no me los darás. Bueno, en ese caso, te deseo linda noche. Iré a dormir, estoy algo cansada.


Narra: Damond (Luis)

La vi alejarse hacia la habitación. Cerró la puerta tras ella, y una curiosidad inexplicable comenzó a crecer en mi interior. Me acerqué con cautela y escuché susurros a través de la puerta. Hablaba con alguien, aunque no entendí las palabras.

Finalmente, su voz se hizo más clara:

—Ay, ¿esto cuándo va a terminar?

Sus palabras resonaron en mi mente. De alguna forma, compartíamos el mismo deseo: que todo esto terminara pronto. Caminé hacia la cocina y comencé a fregar los platos de la cena. Fue entonces cuando Cristofer entró cargando varias bolsas llenas de ropa.

—¿Todo bien? —Preguntó, con una mirada inquisitiva.

—Sí, ¿por qué?

—Está fregando. ¿Es que ya lo volvieron esclavo? —Soltó con una risa burlona. Le dirigí una mueca de desagrado antes de revisar el contenido de las bolsas.

—Ponlas en la puerta de la habitación. Las verá en la mañana. —Respondí, dejándome caer en el sillón.

Cristofer obedeció, pero pronto lo escuché hablar con ella.

—Ah, Srita. Elena. —Dijo en un tono amable. —El jefe me hizo ir por esto en la tarde, vio que su valija no era muy grande y creyó que no tendría la ropa necesaria.

—Gracias, Cristofer. No se hubieran molestado. Créeme, en esa pequeña valija tengo lo que necesito. No necesito demostrar que tengo más para hacerme mejor. —Su respuesta, cargada de sencillez y sinceridad, me arrancó una sonrisa inesperada.


Narra: Elena

Al despertar, las palabras de Cristofer sobre las bolsas resonaban en mi mente. ¿Realmente Luis había hecho eso por mí?

Me asomé a la sala y lo vi acostado en el sillón, sin suéter. Su musculatura marcada era evidente, y por un momento consideré cubrirlo, no tanto por el frío, sino porque mi mente no dejaba de divagar sobre lo tonificados que eran sus brazos y su abdomen.

Con cuidado, me dirigí a la cocina y preparé un desayuno sencillo. Mi mente, sin embargo, estaba con mi madre. La noche anterior, el doctor había llamado para informarme que la habían trasladado a cuidados intensivos. Su estado no mejoraba, y cada vez era más urgente realizar las terapias y cirugías necesarias, costos que yo aún no podía cubrir. Mi esperanza descansaba en la promesa de mi padre de que haría todo lo posible para salvarla.

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