Narra: Damond (Luis)
Nos estacionamos frente a un edificio imponente, una construcción que había adquirido en su totalidad para vivir sin las incomodidades de compartir espacio con personas de este barrio. Aunque no era de lo peor, prefería mantener distancia. Miré cómo ella bajaba del auto, agradeciendo con una sonrisa cálida a Cristofer, quien cargaba su pequeña maleta con amabilidad.
—Bienvenida a nuestra humilde morada. —Dije al abrir la puerta del apartamento y dejar las maletas en la entrada. Su expresión oscilaba entre la curiosidad y el cansancio.
—Bien, quiero que sepas las reglas —proseguí con un tono neutral mientras cerraba la puerta tras nosotros—: no me meteré en tu vida, y tú no te meterás en la mía. Fingiremos ser esposos ante la sociedad, pero aquí puedes hacer lo que desees. Dormiré en la sala y dejaré la habitación para ti. Lo único que no quiero es enterarme de que me engañas con alguien. Eso solo generaría rumores, y no me interesa lidiar con eso.
Ella asintió en silencio, como si procesara cada palabra. Pareció querer decir algo, pero finalmente optó por tomar su maleta y dirigirse a la habitación. Sin embargo, se detuvo en el umbral y giró para mirarme.
—Prometo ser una buena esposa para ti durante el tiempo que estemos juntos. —Sus palabras, tan sencillas y honestas, resonaron en el aire antes de que desapareciera tras la puerta.
Intrigado, la seguí en silencio hasta el marco. La observé frente al espejo mientras retiraba con cuidado la corona de flores que adornaba su cabeza. Era hermosa, su rostro parecía tallado con delicadeza. Por un instante, me pregunté cómo era posible que los Miller tuvieran una hija como ella. ¿Acaso sería como yo, un reflejo de algo más complejo?
Narra: Elena
Las reglas que él había dictado daban vueltas en mi cabeza. Quería visitar a mi madre, pero el día había sido demasiado largo y agotador. Miré el reloj: marcaba las nueve de la noche. Terminé de quitar la última flor de mi cabello y salí de la habitación, solo para encontrar un aroma delicioso que flotaba en el aire.
—Ah, saliste. —Luis me observó desde la cocina, con una leve sonrisa. —Hice algo que quizás te guste.
—Ah, gracias. Huele delicioso. —Respondí con una sonrisa antes de sentarme frente a un plato de pasta Alfredo. Mi corazón dio un pequeño brinco al ver el platillo, mi favorito. Al probar el primer bocado, los sabores explotaron en mi boca, arrancándome una sonrisa genuina.
—Y está delicioso. —Dije con entusiasmo, recordando que la última vez que había comido algo fue el día anterior.
—Come con calma, puedes atorarte si comes así. —Su advertencia me hizo detenerme, y al alzar la mirada, lo vi acercarse con una servilleta en la mano.
Sin pedir permiso, limpió con cuidado los restos de salsa alrededor de mis labios y en mi mejilla, invadiendo nuevamente mi espacio personal. Me limité a continuar comiendo, concentrándome en los sabores que seguían intrigándome.
Cuando terminé, noté que me observaba fijamente. Al intentar recoger su plato, me detuvo con calma.
—No te preocupes, yo friego.
—No, creo que por ahora es lo menos que puedo hacer. Ya hiciste la cena, lo justo es que yo lo haga. —Respondí, insistente. Pero al ver que no cedería, suspiré.
—Entiendo, no me los darás. Bueno, en ese caso, te deseo linda noche. Iré a dormir, estoy algo cansada.
Narra: Damond (Luis)
La vi alejarse hacia la habitación. Cerró la puerta tras ella, y una curiosidad inexplicable comenzó a crecer en mi interior. Me acerqué con cautela y escuché susurros a través de la puerta. Hablaba con alguien, aunque no entendí las palabras.
Finalmente, su voz se hizo más clara:
—Ay, ¿esto cuándo va a terminar?
Sus palabras resonaron en mi mente. De alguna forma, compartíamos el mismo deseo: que todo esto terminara pronto. Caminé hacia la cocina y comencé a fregar los platos de la cena. Fue entonces cuando Cristofer entró cargando varias bolsas llenas de ropa.
—¿Todo bien? —Preguntó, con una mirada inquisitiva.
—Sí, ¿por qué?
—Está fregando. ¿Es que ya lo volvieron esclavo? —Soltó con una risa burlona. Le dirigí una mueca de desagrado antes de revisar el contenido de las bolsas.
—Ponlas en la puerta de la habitación. Las verá en la mañana. —Respondí, dejándome caer en el sillón.
Cristofer obedeció, pero pronto lo escuché hablar con ella.
—Ah, Srita. Elena. —Dijo en un tono amable. —El jefe me hizo ir por esto en la tarde, vio que su valija no era muy grande y creyó que no tendría la ropa necesaria.
—Gracias, Cristofer. No se hubieran molestado. Créeme, en esa pequeña valija tengo lo que necesito. No necesito demostrar que tengo más para hacerme mejor. —Su respuesta, cargada de sencillez y sinceridad, me arrancó una sonrisa inesperada.
Narra: Elena
Al despertar, las palabras de Cristofer sobre las bolsas resonaban en mi mente. ¿Realmente Luis había hecho eso por mí?
Me asomé a la sala y lo vi acostado en el sillón, sin suéter. Su musculatura marcada era evidente, y por un momento consideré cubrirlo, no tanto por el frío, sino porque mi mente no dejaba de divagar sobre lo tonificados que eran sus brazos y su abdomen.
Con cuidado, me dirigí a la cocina y preparé un desayuno sencillo. Mi mente, sin embargo, estaba con mi madre. La noche anterior, el doctor había llamado para informarme que la habían trasladado a cuidados intensivos. Su estado no mejoraba, y cada vez era más urgente realizar las terapias y cirugías necesarias, costos que yo aún no podía cubrir. Mi esperanza descansaba en la promesa de mi padre de que haría todo lo posible para salvarla.
Narra: Damond (Luis)Al abrir los ojos, noté que mi pecho estaba cubierto por una manta. Era extraño; desde niño odiaba la sensación de estar arropado. Me incorporé un poco, observando alrededor, hasta que la vi en la cocina. Al menos había cumplido con hacer algo. Ella giró hacia mí y nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos avellana brillaban con un matiz más intenso debido al rayo de sol que se filtraba por la ventana y acariciaba el rabillo de su ojo.—No tenías por qué preocuparte. —Dije mientras me levantaba del sofá.—Ya sabe, es lo menos que puedo hacer. No tengo mucho para ofrecer, solo mis buenos toques en la cocina. —Respondió con una sonrisa mientras servía un plato.—Allí solo veo un plato. ¿No vas a desayunar? —Pregunté mientras me acercaba a la mesa y tomaba asiento. Después de tantos años comiendo solo, la idea de compartir el desayuno con alguien más resultaba inusitadamente agradable.—No, ya desayuné. Este es el segundo desayuno que preparo. Me levanté algo temprano.
Narra: ElenaEra claro que pagar la reparación resultaba menos costoso. Estaba a punto de deslizar mi tarjeta cuando noté que alguien entraba en la tienda.—Para ser sincero, esos zapatos no le lucían a mi esposa. —La voz de Luis me sorprendió al escucharlo parado junto a la caja, observando unos zapatos detrás de la empleada. —¿Qué tal si te pruebas esos?Seguí la dirección de su mirada y vi los zapatos que señalaba. Eran deslumbrantes, cubiertos de diamantes y de punta fina. Su sola presencia emanaba lujo, y el brillo que emitían casi cegaba. Abrí la boca, negando repetidamente.—No hace falta, realmente estoy bien. —Dije con urgencia, pero Luis mantuvo su atención fija en la empleada, cuya expresión se tornó algo nerviosa antes de bajar los zapatos del estante.—¿Qué talla es? —Preguntó ella, todavía con un aire de frialdad y desprecio.—Un 6. Estoy seguro de que es la talla de mi esposa. —Luis respondió con seguridad. No entendía cómo sabía mi talla, y mientras la chica buscaba, m
Narra: Elena—Doctor, ¿no hay algo que podamos hacer para comenzar el tratamiento? El dinero lo prometo conseguir de aquí a pasado mañana, pero... —mientras hablaba, noté que su mirada se dirigía hacia mis pies.—¿Son los zapatos de último modelo de Fabián Look? —preguntó, subiendo la vista lentamente hasta encontrarse con la mía.—No sé de qué habla. —Intenté disimular, recordando de repente que llevaba puestos unos zapatos de diseñador.—Mi esposa ama al diseñador, y no quedaban más en la tienda. ¿Cómo pudo costearlos? —dijo frunciendo el ceño, claramente intrigado.Recogí los hombros sin saber qué responder, pero una idea desesperada cruzó mi mente.—Hagamos algo: se los doy. ¡Sí! Se los daré y con eso, pago las noches que debo. ¿Podrá iniciar el tratamiento? —pregunté, aferrándome a la posibilidad de que aceptara el intercambio.—Realmente parece un buen trato. —Accedió, para mi alivio. —Si es así, puedo comenzar el tratamiento mañana. No se preocupe por los gastos anteriores, ya
Narra: Damond (Luis)No podía creerle su excusa. Los zapatos de Fabián Look son famosos por su calidad; correr no los habría dañado. Cerré la puerta tras de mí, dejando a Cristofer encargado de vigilarla. Mi desconfianza hacia Elena había crecido en estos pocos días, pero eso no significaba que no me preocupara por su bienestar.—Señor Damond… traje estos papeles que debe firmar. —Una de mis secretarias dejó un documento en mi escritorio. Lo firmé casi automáticamente, volviendo luego a mirar por la ventana. Esta semana había sido agotadora. Apenas podía asimilar que ahora estaba casado. Pero esto era solo el principio: destruir a la familia Kepler seguía siendo mi objetivo principal.Cristofer entró a mi oficina con unos papeles en la mano.—Señor, aquí tiene lo que me pidió sobre Elena. —Comenzó a explicar mientras desplegaba un grupo de hojas. —Ella creció humildemente en un pequeño pueblo fuera de la ciudad. Parece que su madre tuvo una relación con Miller antes de que conociera a
Narra: Elena—¡Victoria! —exclamó mi padre, poniéndose de pie de un salto.Pero ella lo ignoró por completo, avanzando hacia mí con el fuego de la ira ardiendo en sus ojos.—¡No vuelvas a dirigirte a mí como si estuvieras por encima de mi lugar, niña ingrata! —espetó, su voz cargada de veneno mientras me señalaba con un dedo tembloroso—. ¡Te he dado todo lo que tienes! Convencí a tu padre de concederte algo cuando no lo merecías, lo persuadí para que ayudara a tu madre, y este es el agradecimiento que recibo.Respiré hondo, luchando por contener el temblor en mi voz y el odio que me recorría las venas como un veneno corrosivo. Me enderecé con dignidad, ignorando el ardor punzante en mi mejilla, y sostuve su mirada con firmeza.—¿Todo lo que tengo? —repetí con una risa amarga, cada palabra impregnada de desprecio—. Lo único que poseo gracias a ti es una vida arruinada y una deuda que acepté con la promesa de que sería saldada si me casaba con Luis. Pero escucha bien, Victoria, esto no
—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía mane
Narra: Elena—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —bramó Victoria, conteniendo a duras penas la furia que se reflejaba en su mirada.Bajé la vista al suelo. No valía la pena insistir. Sabía que no lograría nada. Nadie en esa casa me prestaría ni un centavo.—Prometo hacerlo. —Mi voz sonó apagada, casi suplicante, un intento desesperado por despertar alguna chispa de compasión en Victoria, mi madrastra.De pronto, apareció la última persona que quería ver en ese momento.—¿Es mi fea hermana? —preguntó Isabela con su tono mordaz. Sus ojos me recorrieron con esa mezcla de desdén y burla que le era tan característica. —Ah, ya veo que sí. ¿Qué quiere?—Ah, le pide plata a tu padre, para su madre —intervino Victoria, dejando caer las palabras con toda la intención de humillarme.Isabela estalló en una carcajada que resonó en la habitación, fría y cruel.—Ja, ja, ja… Yo te tengo una solución, te daremos el dinero —dijo, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. —Pero, a cambio, debes cas
Narra: ElenaFrente al espejo de mi habitación, observé mi reflejo con el vestido blanco que llevaba puesto. La tela parecía más ajustada de lo que alguna vez soñé cuando era niña, y el ramo de flores que sostenía en mis manos lucía desoladoramente sencillo, lejos de la imagen que tenía en mi mente. Mi mirada se perdió por un momento, y en mi mente apareció el rostro de mi madre, postrada en la cama del hospital, luchando contra una recaída que no daba tregua. Las noches de llanto y desvelo volvían a mí con cada pensamiento.Con un suspiro profundo, caminé hacia la capilla. Mi padre estaba allí, esperando junto a mí. Al posar su mano sobre mi hombro, ambos miramos el reloj al mismo tiempo. La ceremonia ya llevaba retraso, y con cada segundo que pasaba, mi incertidumbre aumentaba.—Ja, te dejaron plantada. Mejor que te puse a ti de novia, porque no me imagino yo parada esperando a nada. —La risa cruel de Isabella resonó a mis espaldas, cargada de burla. La ignoré, enfocándome en el apo