Ulises corrió desesperado a buscar a Anya. Todo el trayecto su cuerpo temblaba mientras las lágrimas mojaban su rostro. ¡Cómo pudo ser tan tonto! Por su culpa su amada amiga y hermana estaba en manos de Dimitri. La rabia le nubló la razón.
—¡Voy a matarla! —espetó mientras se escabullía por el jardín que estaba frente al palacio.
Anya vivía en una habitación de las viviendas que quedaban cerca del palacio, en la entrada donde empezaban los árboles que rodeaban sus límites. Esas viviendas eran habitadas por sirvientes y cargadores de mercancías para el imponente hogar de los reyes. Ellos se encargaban de los jardines que lo rodeaban y del mantenimiento de la sala de reunión. Tocó la puerta con violencia varias veces. Después de unos minutos lo recibió una Anya pálida y asustada. Él entró sin esperar la
El sol se colaba por las ventanas afectando sus ojos. Se despertó relajada y con una sensación de bienestar que le sacó una sonrisa. Miró a su lado y su corazón latió de la felicidad al ver el bello rostro de Edward frente a ella, quien dormía plácido y sonriente. Definitivamente, ese hombre la enloquecía y afectaba demasiado. El medio asiático tenía su encanto y claro, sabía lo que hacía en la cama. Conocía lo que le gustaba y entendía bien lo que ella quería en el acto sexual. Al parecer, ella también sabía qué le gustaba a él. Era extraña la manera tan intensa de conocerse y sentir que amaba a alguien en tan poco tiempo. A decir verdad, no recordaba haber estado con un hombre antes, hecho que le parecía extraño, puesto que cuando ella y Edward estuvieron juntos, no le pareció ser virgen y fue fácil seg
La brisa de la noche golpeó su rostro, así que se aferró al manto negro para combatir el frío. Las lágrimas mojaban sus mejillas y luchaba por no soltar aquel alarido que quería romper su pecho. ¡Lo había perdido! Su príncipe encontró a su complemento. Debía alejarse de allí, pero ¿por qué no tenía las fuerzas? Una corriente la atraía hacia la entrada del palacio, trató de saltar o correr, pero su cuerpo estaba pesado. Se ocultó tras unos arbustos del jardín que se encontraba frente a la entrada del salón de eventos para no ser vista. No entendía la razón de su pérdida de energía, no entendía que era esa corriente que la atraía hacia el salón, pero debía luchar con todas sus fuerzas para no ser descubierta. Se sentó sobre la grama y abrazó sus rodillas, mientras sollozaba lo m&
Los reyes escudriñaban incrédulos el cuello de Leela, entonces la reina se acercó a ella y la examinó suspicaz. Leela se sentía como gatito acorralado y la miraba de soslayo con extrañeza. —¡No puedo aceptar esto! —Movía la cabeza en negación y lamento—. Mi hijo, el príncipe, él... —miró a Leela con desprecio—, él no se puede casar con esta mujer. Yo no lo acepto, no acepto a esta mujer como esposa de mi hijo.—No es su decisión, señora. —El anciano replicó de mal gusto—. Más que asuntos de apariencia, títulos y diferencias sociales, está en juego la estabilidad de los mundos. Pero creo que esta unión será una gran lección para ustedes. Solo les importa sus títulos y sus clases sociales, pero no miran más allá de las apariencias. &i
—¿Qué rayos dices? —Jing interrogó desconcertado—. Acaso... ¿Me están jugando una broma? —Miró a Leela como demandando una explicación.—Jing... —Ella balbuceó nerviosa—. Fue una trampa... Ulises no lo hizo a propósito.—Entonces... ¿Es cierto? —Su mirada estaba perdida—. ¿Cómo rayos él se enteró? —Leela lo miró con culpabilidad y vergüenza y él empezó a negar moviendo su cabeza con violencia—. Tú... ¿Revelaste tu identidad a tu amigo? ¿Lo hiciste, Leela? —la cuestionó airado.—Perdóname. —Bajó el rostro—. Fui muy imprudente y estoy dispuesta a aceptar las consecuencias de mis actos —Jing rio con ironía y rabia.—¿Y eso va a resolver el
—¡Eli, estoy acabada! —Leela se lamentaba caminando de un lado a otro en la sala de su amiga, quien estaba sumida en sus más profundos pensamientos mientras acariciaba la pulsera que Ulises le dio—. ¿Me estás escuchando? —La miró con curiosidad—. ¿No es esa la pulsera de Ulises? —Tapó su boca con sus dos manos—. ¿Viste a Ulises?—Él vino a despedirse de mí anoche —contestó con una sonrisa—. ¡Fue tan romántico! —dijo en un suspiro y Leela la miró aterrada.—¿Te acostaste con él, jovencita? —le preguntó con reclamo—. Ulises se volvió un adicto al sexo después de que esa mala mujer le dio a probar. No puedo creer que hayas caído en su juego. —Se cruzó de brazos.—¿Cómo crees? —Frunci&o
Era la segunda vez que Jing derramaba todo su interior en llanto frente a Leela y a ella le llenaba de felicidad poder tener esa intimidad con él. Ambos lloraban con fuerza y libertad mientras se aferraban en un fuerte abrazo donde se sentían seguros y dónde encontraban consuelo y refugio. Jing pegó su frente a la de ella, mirándola con intensidad y con el rostro mojado.—Gracias... —susurró sobre sus labios causando que ella se estremeciera al sentir su cálido aliento sobre su rostro. Las manos de él temblaban y las palabras se le dificultaban, pero poco a poco, su respiración volvió a estar calmada y su corazón latía con más tranquilidad. Una paz que jamás había experimentado se apoderó de su ser y una sensación de felicidad lo embargó. ¡Se sentía tan relajado y liviano! Como si se hubiera desecho de una gran carg
Edward miró a los alrededores un poco preocupado, puesto que había pasado como medía hora desde que Nora fue al tocador. Empezó a buscarla y al no verla en la gran sala, decidió ir a los baños.—Sr. Anderson. —Dos hombres lo interceptaron y Edward se entretuvo con ellos.Mientras tanto, en un callejón; una luz brillante cubría a Nora, quien flotaba con los ojos cerrados en el aire. Imágenes a su izquierda eran borradas y suplantadas por las que estaban a su derecha. Como las imágenes de la izquierda eran menos, todas habían desaparecido. Nora estaba en un trance donde pudo escuchar voces. Una de ellas se le hacía familiar y hasta le causaba confianza.—¿Crees que esté bien borrarlas? —Una voz masculina que por alguna razón la intimidaba y la ponía a la defensiva, cuestionó con duda.—E
Todos la observaron con extrañeza y pena, por lo que ella miró a su alrededor con frustración e irritación.—No me miren como si estuviera loca. Yo no soy la tal Nora que ustedes mencionan, este señor no es mi padre y él... —apuntó hacia Edward—, ese imbécil que está ahí parado creyéndole a ustedes, es mi esposo —dijo la última palabra en un sollozo.El psiquiatra la miró divertido, luego leyó un papel que estaba en la carpeta que tenía en manos.—Déjeme adivinar —se dirigió a ella con autosuficiencia—, su esposo es el príncipe Jing Patrick Chen —dijo con un tono medio burlón.—Exacto. —Ella afirmó con una sonrisa.—Señor Anderson —miró a Edward—, siempre que la paciente