La brisa de la noche golpeó su rostro, así que se aferró al manto negro para combatir el frío. Las lágrimas mojaban sus mejillas y luchaba por no soltar aquel alarido que quería romper su pecho. ¡Lo había perdido! Su príncipe encontró a su complemento. Debía alejarse de allí, pero ¿por qué no tenía las fuerzas? Una corriente la atraía hacia la entrada del palacio, trató de saltar o correr, pero su cuerpo estaba pesado. Se ocultó tras unos arbustos del jardín que se encontraba frente a la entrada del salón de eventos para no ser vista. No entendía la razón de su pérdida de energía, no entendía que era esa corriente que la atraía hacia el salón, pero debía luchar con todas sus fuerzas para no ser descubierta. Se sentó sobre la grama y abrazó sus rodillas, mientras sollozaba lo m&
Los reyes escudriñaban incrédulos el cuello de Leela, entonces la reina se acercó a ella y la examinó suspicaz. Leela se sentía como gatito acorralado y la miraba de soslayo con extrañeza. —¡No puedo aceptar esto! —Movía la cabeza en negación y lamento—. Mi hijo, el príncipe, él... —miró a Leela con desprecio—, él no se puede casar con esta mujer. Yo no lo acepto, no acepto a esta mujer como esposa de mi hijo.—No es su decisión, señora. —El anciano replicó de mal gusto—. Más que asuntos de apariencia, títulos y diferencias sociales, está en juego la estabilidad de los mundos. Pero creo que esta unión será una gran lección para ustedes. Solo les importa sus títulos y sus clases sociales, pero no miran más allá de las apariencias. &i
—¿Qué rayos dices? —Jing interrogó desconcertado—. Acaso... ¿Me están jugando una broma? —Miró a Leela como demandando una explicación.—Jing... —Ella balbuceó nerviosa—. Fue una trampa... Ulises no lo hizo a propósito.—Entonces... ¿Es cierto? —Su mirada estaba perdida—. ¿Cómo rayos él se enteró? —Leela lo miró con culpabilidad y vergüenza y él empezó a negar moviendo su cabeza con violencia—. Tú... ¿Revelaste tu identidad a tu amigo? ¿Lo hiciste, Leela? —la cuestionó airado.—Perdóname. —Bajó el rostro—. Fui muy imprudente y estoy dispuesta a aceptar las consecuencias de mis actos —Jing rio con ironía y rabia.—¿Y eso va a resolver el
—¡Eli, estoy acabada! —Leela se lamentaba caminando de un lado a otro en la sala de su amiga, quien estaba sumida en sus más profundos pensamientos mientras acariciaba la pulsera que Ulises le dio—. ¿Me estás escuchando? —La miró con curiosidad—. ¿No es esa la pulsera de Ulises? —Tapó su boca con sus dos manos—. ¿Viste a Ulises?—Él vino a despedirse de mí anoche —contestó con una sonrisa—. ¡Fue tan romántico! —dijo en un suspiro y Leela la miró aterrada.—¿Te acostaste con él, jovencita? —le preguntó con reclamo—. Ulises se volvió un adicto al sexo después de que esa mala mujer le dio a probar. No puedo creer que hayas caído en su juego. —Se cruzó de brazos.—¿Cómo crees? —Frunci&o
Era la segunda vez que Jing derramaba todo su interior en llanto frente a Leela y a ella le llenaba de felicidad poder tener esa intimidad con él. Ambos lloraban con fuerza y libertad mientras se aferraban en un fuerte abrazo donde se sentían seguros y dónde encontraban consuelo y refugio. Jing pegó su frente a la de ella, mirándola con intensidad y con el rostro mojado.—Gracias... —susurró sobre sus labios causando que ella se estremeciera al sentir su cálido aliento sobre su rostro. Las manos de él temblaban y las palabras se le dificultaban, pero poco a poco, su respiración volvió a estar calmada y su corazón latía con más tranquilidad. Una paz que jamás había experimentado se apoderó de su ser y una sensación de felicidad lo embargó. ¡Se sentía tan relajado y liviano! Como si se hubiera desecho de una gran carg
Edward miró a los alrededores un poco preocupado, puesto que había pasado como medía hora desde que Nora fue al tocador. Empezó a buscarla y al no verla en la gran sala, decidió ir a los baños.—Sr. Anderson. —Dos hombres lo interceptaron y Edward se entretuvo con ellos.Mientras tanto, en un callejón; una luz brillante cubría a Nora, quien flotaba con los ojos cerrados en el aire. Imágenes a su izquierda eran borradas y suplantadas por las que estaban a su derecha. Como las imágenes de la izquierda eran menos, todas habían desaparecido. Nora estaba en un trance donde pudo escuchar voces. Una de ellas se le hacía familiar y hasta le causaba confianza.—¿Crees que esté bien borrarlas? —Una voz masculina que por alguna razón la intimidaba y la ponía a la defensiva, cuestionó con duda.—E
Todos la observaron con extrañeza y pena, por lo que ella miró a su alrededor con frustración e irritación.—No me miren como si estuviera loca. Yo no soy la tal Nora que ustedes mencionan, este señor no es mi padre y él... —apuntó hacia Edward—, ese imbécil que está ahí parado creyéndole a ustedes, es mi esposo —dijo la última palabra en un sollozo.El psiquiatra la miró divertido, luego leyó un papel que estaba en la carpeta que tenía en manos.—Déjeme adivinar —se dirigió a ella con autosuficiencia—, su esposo es el príncipe Jing Patrick Chen —dijo con un tono medio burlón.—Exacto. —Ella afirmó con una sonrisa.—Señor Anderson —miró a Edward—, siempre que la paciente
El frío helaba sus huesos; el hambre, el cansancio y la sed le causaban estragos y sus ojos estaban hinchados de tanto llorar. Miró a su alrededor y el ruido que se escuchaba horas atrás desapareció para alivio de ella. Ya había anochecido y Leela entendió que tenía que dejar de lamentarse y buscar una solución. Se levantó con sigilo en caso de que sus perseguidores la tuvieran vigilada y se acercó al límite del edificio. Las calles estaban casi desiertas y pocos carros transitaban por allí. Entonces, entendió que debía ser tarde. De varios saltos cayó sobre el polvoriento y frío concreto apoyándose de una de sus rodillas. Se levantó observando todo su alrededor y caminó por las oscuras y solitarias calles sin un rumbo fijo. No tenía a dónde ir ni a quien acudir. No conocía el lugar ni sabía dónde encontrar a Jing y n
—Entonces... —Leela lo miraba cruzada de brazos, moviendo un dedo sobre uno de estos al compás de su pie derecho, esperando una explicación.—Bien... —El chico respiró resignado—. Quédate conmigo un tiempo. Nos ayudaremos mutuamente —sonrió malicioso.—Me lo imaginé. Me estás usando como guardaespaldas —Leela lo miró molesta—. ¿Por qué te persiguen?—Quieren esto —dijo enseñándole una memoria USB.—¿Qué es eso?—Es un dispositivo donde almacenas información.—Oh... —Leela miró la memoria con curiosidad—. Se ve anticuada. En Zafiro usamos otro tipo de almacenamiento más avanzado.—Entonces, tienen tecnología de dónde vienes —dijo c