—¡Eli, estoy acabada! —Leela se lamentaba caminando de un lado a otro en la sala de su amiga, quien estaba sumida en sus más profundos pensamientos mientras acariciaba la pulsera que Ulises le dio—. ¿Me estás escuchando? —La miró con curiosidad—. ¿No es esa la pulsera de Ulises? —Tapó su boca con sus dos manos—. ¿Viste a Ulises?
—Él vino a despedirse de mí anoche —contestó con una sonrisa—. ¡Fue tan romántico! —dijo en un suspiro y Leela la miró aterrada.
—¿Te acostaste con él, jovencita? —le preguntó con reclamo—. Ulises se volvió un adicto al sexo después de que esa mala mujer le dio a probar. No puedo creer que hayas caído en su juego. —Se cruzó de brazos.
—¿Cómo crees? —Frunci&o
Era la segunda vez que Jing derramaba todo su interior en llanto frente a Leela y a ella le llenaba de felicidad poder tener esa intimidad con él. Ambos lloraban con fuerza y libertad mientras se aferraban en un fuerte abrazo donde se sentían seguros y dónde encontraban consuelo y refugio. Jing pegó su frente a la de ella, mirándola con intensidad y con el rostro mojado.—Gracias... —susurró sobre sus labios causando que ella se estremeciera al sentir su cálido aliento sobre su rostro. Las manos de él temblaban y las palabras se le dificultaban, pero poco a poco, su respiración volvió a estar calmada y su corazón latía con más tranquilidad. Una paz que jamás había experimentado se apoderó de su ser y una sensación de felicidad lo embargó. ¡Se sentía tan relajado y liviano! Como si se hubiera desecho de una gran carg
Edward miró a los alrededores un poco preocupado, puesto que había pasado como medía hora desde que Nora fue al tocador. Empezó a buscarla y al no verla en la gran sala, decidió ir a los baños.—Sr. Anderson. —Dos hombres lo interceptaron y Edward se entretuvo con ellos.Mientras tanto, en un callejón; una luz brillante cubría a Nora, quien flotaba con los ojos cerrados en el aire. Imágenes a su izquierda eran borradas y suplantadas por las que estaban a su derecha. Como las imágenes de la izquierda eran menos, todas habían desaparecido. Nora estaba en un trance donde pudo escuchar voces. Una de ellas se le hacía familiar y hasta le causaba confianza.—¿Crees que esté bien borrarlas? —Una voz masculina que por alguna razón la intimidaba y la ponía a la defensiva, cuestionó con duda.—E
Todos la observaron con extrañeza y pena, por lo que ella miró a su alrededor con frustración e irritación.—No me miren como si estuviera loca. Yo no soy la tal Nora que ustedes mencionan, este señor no es mi padre y él... —apuntó hacia Edward—, ese imbécil que está ahí parado creyéndole a ustedes, es mi esposo —dijo la última palabra en un sollozo.El psiquiatra la miró divertido, luego leyó un papel que estaba en la carpeta que tenía en manos.—Déjeme adivinar —se dirigió a ella con autosuficiencia—, su esposo es el príncipe Jing Patrick Chen —dijo con un tono medio burlón.—Exacto. —Ella afirmó con una sonrisa.—Señor Anderson —miró a Edward—, siempre que la paciente
El frío helaba sus huesos; el hambre, el cansancio y la sed le causaban estragos y sus ojos estaban hinchados de tanto llorar. Miró a su alrededor y el ruido que se escuchaba horas atrás desapareció para alivio de ella. Ya había anochecido y Leela entendió que tenía que dejar de lamentarse y buscar una solución. Se levantó con sigilo en caso de que sus perseguidores la tuvieran vigilada y se acercó al límite del edificio. Las calles estaban casi desiertas y pocos carros transitaban por allí. Entonces, entendió que debía ser tarde. De varios saltos cayó sobre el polvoriento y frío concreto apoyándose de una de sus rodillas. Se levantó observando todo su alrededor y caminó por las oscuras y solitarias calles sin un rumbo fijo. No tenía a dónde ir ni a quien acudir. No conocía el lugar ni sabía dónde encontrar a Jing y n
—Entonces... —Leela lo miraba cruzada de brazos, moviendo un dedo sobre uno de estos al compás de su pie derecho, esperando una explicación.—Bien... —El chico respiró resignado—. Quédate conmigo un tiempo. Nos ayudaremos mutuamente —sonrió malicioso.—Me lo imaginé. Me estás usando como guardaespaldas —Leela lo miró molesta—. ¿Por qué te persiguen?—Quieren esto —dijo enseñándole una memoria USB.—¿Qué es eso?—Es un dispositivo donde almacenas información.—Oh... —Leela miró la memoria con curiosidad—. Se ve anticuada. En Zafiro usamos otro tipo de almacenamiento más avanzado.—Entonces, tienen tecnología de dónde vienes —dijo c
El camino era estrecho y la oscuridad dificultaba el viaje. Sudores fríos recorrían su frente ante la ansiedad y la prisa, puesto que la información que llevaba era demasiado importante. Había llovido en esos días y el suelo estaba lleno de lodo. Aquel mensajero cabalgaba por las orillas de un acantilado, siendo esta la única vía para llegar a su destino. Un sonido sutil lo puso alerta, entonces, entendió que estaba a punto de ser atacado.***—Estos son los manuscritos que te mencioné. Los vi en el escritorio de mi maestro. —Un hombre de unos treinta años, ancho, pero no gordo; con cabello negro y lacio, rostro fino y elegante y unos ojos grises que le regalaban una mirada tenebrosa, dijo con una sonrisa de satisfacción y logro—. Al parecer, él fue sucedido como guardián de la fuente.—¿Él
Allí estaba el rizado, sentado frente a la entrada de su casa disfrutando de la fresca e intensa noche que se mostraba más oscura de lo regular. Bueno, tal vez no disfrutaba, simplemente estaba allí, sin siquiera notarla. Sin percatarse del intenso brillo de la luna y del mar de estrellas que adornaban el cielo. Sentado en una mecedora, ido en sus pensamientos, sus ojos verdes emanaban tristeza y frustración.—¿Todo bien? —Mary se acercó a él, hablando casi a su oído. Ella tomó una silla y se sentó a su lado.—No lo sé —dijo de forma sincera, pues no sabía si todo estaba bien o si estaba cometiendo un error.—¿Sabes qué pienso? —Ella lo miró con pesar—. Creo que te estás autocastigando. No sé qué sucedió en tu vida antes de llegar a este lugar, pero debes dejarlo ir. Te es
El lugar era oscuro y tenebroso. El cielo se alumbró con una pequeña luz y pudo descubrir que había un río. Se acercó lentamente y con gran curiosidad. El brillo de la pequeña luz se reflejaba en el agua y ella se puso de rodillas y miró a través de las cristalinas corrientes.Un rostro conocido se reflejaba bajo el agua.—¿Ulises? —Ella preguntó asombrada y él la encaró sonriente.—Adiós, Leela. —Le pareció escuchar desde la profundidad. Su voz era dulce y tranquila. El cuerpo de Ulises empezó a sumergirse en el agua, hasta que él desapareció de su vista.—¡Ulises! —Leela despertó con un grito de desesperación. Sudores fríos recorrían su cuerpo y sus manos temblaban sin control.—¿Estás bien? —Jing pr