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Capítulo 3: ¿sabes quién es él?

—Después de que los brutales golpes finalmente cesaron, me esforcé por levantarme del suelo, sintiendo cada músculo adolorido y cada respiración entrecortada.

»Con pasos tambaleantes, me dirigí hacia mi hogar, donde el aire solía estar cargado de la exigencia constante de mis padres.

»¿Puedes imaginar el torbellino de emociones que se desató cuando llegué a casa, con mi ropa desgarrada y mi cuerpo magullado?

Él permaneció en silencio, sus ojos inquietos buscaban una salida en medio de la angustia que lo envolvía.

—Fui golpeada con brutalidad y me vi forzada a faltar a la escuela durante toda una semana, pero para mi sorpresa, nadie mostró la más mínima preocupación por mi bienestar. Ni siquiera mi mejor amiga, Mónica, se molestó en venir a verme.

Las lágrimas inundaron mis mejillas mientras me refugiaba en la intimidad de mi habitación. Siempre anhelé tener amigos, por eso procuré ser amable con todos, esforzándome por encajar y mostrando lo mejor de mí misma. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos incansables, nunca parecía ser suficiente.

Y así, los días se deslizaron lentamente hasta que por fin llegó el tan esperado momento para todos: «la grandiosa ceremonia de graduación de todos los estudiantes de tercer año».

Finalmente, tendríamos la oportunidad de saborear la libertad, de tomar las riendas de nuestro propio destino, de acceder a la universidad de nuestros sueños y de perseguir nuestras aspiraciones más profundas.

Pero para mí, ese día significaría el fin de todas mis esperanzas y sueños, marcando un punto de no retorno que transformaría la alegría de la graduación en la más profunda desolación de mi vida.

Gabriel se aproximó hacia mí con paso cauteloso, su mirada estaba cargada de disculpas y sus palabras resonando en el aire con una mezcla de pesar y sinceridad.

Explicó con detalle que la chica en cuestión no era su pareja, sino simplemente una conocida, buscando despejar cualquier malentendido. La vergüenza marcaba cada gesto de su rostro, como si compartiera mi incomodidad por la situación.

Ingenuamente, cada palabra que salió de su boca encontró eco en mi mente, mientras sus expresiones elocuentes pintaban una imagen convincente ante mis ojos.

Tras su disculpa, extendió una invitación a la gran fiesta de esa noche, con una entusiasmo que apenas podía ocultar. Sin embargo, mis padres habían impuesto un castigo que me impedía asistir, una verdad que compartí con Gabriel.

Con confianza, él aseguró que vendría a recogerme, apelando a su posición como el heredero Mayers, con la certeza de que nadie podía negarle nada.

La noche llegó y, como estaba previsto, Gabriel apareció en mi puerta, encontrándome recostada en la cama, resignada a mi suerte. Mi apariencia descuidada reflejaba mi estado de ánimo, sin embargo, la sorpresa no tardó en llegar.

Mi madre irrumpió en mi habitación con una emoción palpable, anunciando la llegada de Gabriel y la oportunidad de asistir a la fiesta.

Entre risas y prisas, me levanté de la cama y me dispuse a vestirme, mientras mi madre me ayudaba con gestos cariñosos y ágiles.

Con un toque de labial rosa en mis labios, que según mi madre, realzaba mi dulzura, me contemplé en el espejo.

El vestido que elegí me envolvía hasta las rodillas, con un aire inocente y elegante, mientras mi cabello caía en suaves ondas alrededor de mi rostro. Mis zapatos, sencillos y cómodos, eran mi elección segura, evitando los tacones altos que tantos tropiezos me habían causado en el pasado, aunque aún recordaba su belleza y brillo.

Descendiendo las escaleras, me encontré con una escena que superaba todas mis expectativas. Gabriel aguardaba al pie de la escalera, sosteniendo un exquisito ramo de flores que desprendían una fragancia embriagadora.

Me sonrojé al ver su gesto tan cuidadosamente preparado, maravillada por la belleza de las flores y la sensación de admiración que despertaban en mí y en todo el ambiente alrededor.

Me embargaba una emoción sin precedentes al recibir flores por primera vez en mi vida. Mis manos temblaban ligeramente al sostener el ramo, mientras cada pétalo parecía irradiar una luz propia.

Mi mamá solía decir que las flores significaban luto, su forma de expresar disgusto por la falta de gestos románticos de papá.

Recordaba claramente sus palabras, pronunciadas con un dejo de resignación, mientras observaba el rostro de mamá, marcado por la tristeza y la decepción.

Papá no era precisamente detallista, pero el rojo intenso de las rosas indicaba un «te amo». Cada pétalo parecía susurrar un mensaje de amor que nunca había escuchado antes en palabras. Sentí que Gabriel me declaraba su amor al entregármelas.

Las tomé con ilusión, aspirando su suave fragancia y admirando su belleza efímera. Sin embargo, mi emoción se vio interrumpida cuando mamá arrebató las flores de mis manos con brusquedad, para luego colocarlas en un jarrón con gesto decidido, como si intentara borrar cualquier atisbo de romanticismo de aquel gesto.

Con gran entusiasmo, asistí con él a la fiesta de graduación. El vestido que había elegido para la ocasión se mecía con gracia al compás de mis pasos, mientras la emoción burbujeaba en mi interior, haciendo que mi corazón latiera con fuerza.

La luz tenue de la sala de baile inundaba el ambiente, creando una atmósfera mágica y cargada de promesas.

Al llegar, la emoción se transformó en tristeza al verlo bailar con otra chica, dejándome sola y excluida de su felicidad.

Sus risas resonaban en mis oídos como un eco lejano, mientras observaba desde la distancia cómo disfrutaban de la compañía del otro. Un nudo se formó en mi garganta, ahogando cualquier intento de alegría que intentara emerger.

Su amigo se acercó y me invitó a bailar, a pesar de la resistencia inicial debido al incidente pasado acepte su invitación. La música envolvía nuestros cuerpos en un abrazo intangible, mientras nos movíamos al compás de la melodía. Aunque al principio mis pasos eran torpes y vacilantes, pronto me dejé llevar por el ritmo, permitiendo que la música me transportara a un lugar donde el dolor y la tristeza quedaban suspendidos en el aire.

Aunque la noche parecía tranquila, algo inquietante estaba por suceder. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando su amigo me ofreció una bebida, con una sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos.

La presión de Gabriel se hizo sentir cuando insistió en que aceptara la bebida, sus ojos oscuros centelleando con una intensidad que me hizo retroceder ligeramente.

Al llegar, Gabriel afirmó que yo estaba con él y me ofreció una bebida ya abierta. Observé con cautela el líquido dorado que se balanceaba en el vaso, sintiendo un nudo en el estómago ante la idea de beber algo desconocido. Sin embargo, la presión del momento me empujó a aceptar el vaso con manos temblorosas, llevándolo a mis labios con una mezcla de curiosidad y aprensión.

Nunca antes había probado alcohol, traté de rechazarlo, pero acabé bebiendo bajo presión. El sabor amargo del licor se extendió por mi boca, dejando un regusto desagradable en mi paladar. Tragué con dificultad, sintiendo cómo el líquido caliente descendía por mi garganta, dejando una sensación de ardor a su paso.

Pronto, mareos y malestar me invadieron, y fuí perdiendo el conocimiento brevemente. El mundo a mi alrededor se desdibujaba en una serie de colores difusos, mientras luchaba por mantenerme en pie. Mis piernas parecían de algodón, incapaces de sostener mi peso, mientras mi mente se sumergía en una oscuridad creciente.

Al despertar, me encontré en un lugar desconocido, siendo abusada y grabada sin poder defenderme.

La habitación estaba envuelta en una penumbra opresiva, apenas iluminada por la luz débil que se filtraba por las cortinas entreabiertas.

El peso de un cuerpo desconocido se cernía sobre el mío, aplastándome con una fuerza implacable, mientras el sonido de mi propia voz se ahogaba en un mar de lágrimas y sollozos.

Mis lágrimas fluían mientras rogaba por detenerlo, sintiendo gratitud al perder el conocimiento una vez más.

El dolor se desvanecía en un torbellino de oscuridad, arrastrándome hacia un abismo sin fondo, donde el tiempo y el espacio perdían todo significado. Mis gritos se desvanecían en el vacío, ahogados por el peso del horror que me envolvía, cada vez que despertaba.

Desperté nuevamente, siendo atacada por el amigo de Gabriel, sintiendo el dolor y el horror de nuevo. Su rostro se contorsionaba en una mueca de placer perverso, mientras sus manos ásperas exploraban cada rincón de mi cuerpo con una familiaridad aterradora. El sonido de mis propios gemidos resonaba en mis oídos, como un eco lejano de la realidad que se desvanecía ante mis ojos.

Le supliqué a Gabriel que me dejara ir, pero solo vi su rostro alegre, sintiendo repulsión y suciedad en mi interior. Sus ojos brillaban con una luz maligna, mientras contemplaba mi sufrimiento con una indiferencia gélida. La sensación de impotencia y desesperación se apoderaba de mí, ahogándome en un mar de angustia y desesperación.

Rogué mental y verbalmente que se detuviera, pero no lo hizo. Sentí mi corazón latir con fuerza mientras mis palabras se perdían en el aire enrarecido por el miedo.

Intenté girar la cabeza en todas direcciones, desesperada por escapar... Mis músculos se tensaron, mis ojos buscaban una salida en medio del caos que me envolvía, pero todo parecía una maraña sin solución.

Vi al amigo más cercano de Gabriel, aquel cuya complicidad solía traer consuelo, con una sonrisa en el rostro mientras sostenía la cámara. Supliqué «por favor» extendiendo mi mano, pero él solo se rió, su risa resonando como una afrenta adicional en medio de mi angustia.

Tanto Mónica como la otra chica que estaba con Gabriel también se rieron, sus risas llenas de malicia, mientras me insultaban y llamaban prostituta. Sus palabras eran como cuchillas cortando mi piel ya vulnerada.

No podía emitir ningún sonido; el dolor invadía cada parte de mi ser y pronto caí en un sueño profundo, con lágrimas en mis mejillas y una fuerte sensación de fractura en mi cuerpo.

Mi conciencia se desvaneció en la oscuridad, dejándome a merced de mis tormentos internos y externos.

—¿Conoces al amigo más cercano de Gabriel? —pregunté al psicólogo Suárez.

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