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capítulo 2: el mejor amigo de Gabriel.

—¿Por qué no lo intentas? Puede que te lleves una agradable sorpresa —me dijo con una sonrisa enigmática.

—Estimado Doctor Suárez —comencé, dejando que una mirada traviesa iluminara mi rostro —parece evidente que ha tenido admiradoras a lo largo de su vida debido a la belleza de sus ojos. Sin duda, sus encantos físicos eran notables en su juventud. ¿Has tenido muchas parejas sentimentales?

El doctor, visiblemente incómodo con mi pregunta, respondió con diplomacia:

—Señorita, no sería apropiado que me tratara de esa manera, ya que soy su médico.

Pero en su interior, pude percibir cierta vergüenza, aunque de manera irónica, sabiendo que nunca reconocerá mi rostro en el futuro.

Cerré los ojos y dejé que el aire fresco llenara mis pulmones, como si quisiera purificar mis pensamientos antes de continuar.

—¿Podemos continuar con la historia? —pregunté.

—Tenemos tiempo de sobra, señorita Vergara —mencionó el psicólogo Suárez, con una voz calmada que contrastaba con mi ansiedad.

Miré nuevamente mi reloj, observando cómo las agujas marcaban el tiempo que aún nos quedaba. La luz del ambiente se filtraba a través de la ventana, dibujando patrones suaves sobre la mesa entre nosotros. Decidí aprovechar esos minutos finales para explicar rápidamente el motivo de mi presencia allí.

—Mi amiga se apresuró con gran entusiasmo hasta llegar a su compañero más cercano, al confidente más íntimo de mi querido Gabriel —narré, recordando la urgencia en sus pasos y la determinación en su mirada.

El doctor Suárez arqueó una ceja con curiosidad mientras escuchaba mi relato.

—¿Por qué, a pesar de afirmar que te ha causado dolor, sigues llamándolo amado? —preguntó con delicadeza, como si estuviera explorando las profundidades de mi corazón.

—Doctor, no estoy segura. Tal vez me acostumbré a llamarlo así —respondí, sintiendo la incertidumbre bailar en el fondo de mis palabras.

—Adelante, por favor, continúa —alentó el doctor, sacando una tableta para tomar notas mientras su lápiz digital se deslizaba sobre la pantalla con fluidez.

Mientras continuaba hablando, mis ojos vagaban por la habitación, captando detalles que antes había pasado por alto. La decoración cálida y acogedora, los libros ordenados en estantes de madera oscura, la luz tenue que creaba un ambiente íntimo y tranquilo. Me pregunté qué pensamientos estarían pasando por la mente del doctor mientras registraba mis palabras.

—Desde la distancia, observaba cómo mi carta de amor llegaba a las manos de él, quien resultaba ser el íntimo amigo de Gabriel, mi amado —relaté, reviviendo la intensidad de ese momento en mi memoria.

Mientras reflexionaba sobre la escena, recordé la admiración y el deseo que rodeaban a aquellos jóvenes, incluido Gabriel, cuya belleza física era igualada por la de sus amigos. Suspiré al recordar cómo mi corazón solo latía por uno de ellos, mientras el resto del mundo los admiraba a todos.

—¿Seguía en curso la situación con la carta? —preguntó el psicólogo, inclinando ligeramente la cabeza.

—Mónica mostró una sonrisa cálida junto a él. A ella le agradaba, y yo siempre pensé que formaban una pareja encantadora. Siempre creí que mi amiga merecía lo mejor, al igual que yo. Cuando ella le entregó la carta, los dos rostros se iluminaron con sonrisas.

»Debí haberlo notado en ese momento, pero mis propias emociones nublaban mi percepción. Estaba nerviosa, casi temblando de emoción, ansiosa por conocer la respuesta.

»Después de que Mónica terminó de hablar con él, se volteó hacia mí con una mirada cómplice y un gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba, indicándome que una parte de la misión ya estaba cumplida.

—Supongo que experimentaste mucha alegría en ese instante.

—En resumen, fue el día de mayor felicidad que he experimentado en mi vida. No podía contener mi emoción; mi corazón latía tan rápido que parecía a punto de escapar de mi pecho. Observé cómo él se acercaba a mi amado Gabriel, le entregó la carta y me indicó con un gesto que era mía. Mis mejillas ardían de vergüenza y emoción cuando él tomó la carta entre sus manos y, con una sonrisa tímida, levantó una de ellas para saludarme. Correspondí alzando mi mano y sonriendo con una expresión radiante que tenía el poder de derretir cualquier corazón. Estaba entregando todo a ese chico que siempre me gustó. —Suspiré con resignación, recordando cada detalle con nitidez.

—Entonces, ¿hubo algún problema?

—¿Hubo algún problema, Doctor Suárez? No, no hubo ningún contratiempo en ese instante. Él recibió la carta con delicadeza y dirigió su mirada hacia mí con una ternura que me hizo temblar. Luego, salí apresurada como un rayo hacia el patio trasero, esperando su llegada. Pasaron algunos minutos que se sintieron como horas, y cuando estaba a punto de perder la paciencia y marcharme, él finalmente llegó.

Mientras Gabriel, el amor de mi vida, se encontraba frente a mí, no pude evitar sonreír; mi corazón latía con fuerza y una oleada de felicidad me inundó. Sus ojos brillaban con ternura, y su sonrisa era hermosa.

—¿Respondió él a tus sentimientos? —preguntó el doctor con interés.

—Sí, parece ser que sí lo hizo. Cuando le entregué mi carta, su rostro se iluminó y expresó: «Tu carta ha tocado mi alma». Sentí cómo mi alegría se multiplicaba, y mi emoción se reflejaba en sus palabras. Gabriel mencionó que compartía los mismos sentimientos que yo, lo cual me llenó de una inmensa alegría y excitación. No pude contenerme y me lancé a sus brazos, buscando el refugio de su amor.

»Intentó darme un beso, pero mis nervios estaban a flor de piel; era la primera vez que experimentaba un contacto tan íntimo. Mis manos temblaban ligeramente mientras él se acercaba, suavemente, con una mirada llena de ternura.

»Después de un breve momento de reflexión, él me confesó: «Pensé que eras receptiva a mis sentimientos. ¿Hay algo de malo en que comparta un beso contigo si también eres de mi agrado?» Sus palabras resonaron en mi mente, mezclándose con mis propios pensamientos y emociones.

—Wow, supongo que eso fue muy agradable para ti. —comentó el doctor, observándome con atención.

—No, luego permití que me besara en los labios, pero algo no estaba bien. Tenían un sabor peculiar, desconocido para mí. No sé por qué motivo, no sabían como me los imaginaba. Tal vez no supe cómo hacerlo; mis ojos estaban cerrados, inundados de innumerables pensamientos —respondí, tratando de encontrar las palabras adecuadas para describir mis sensaciones.

—¿Tal vez te diste cuenta de que no experimentabas ninguna emoción hacia él? —mencionó el doctor, buscando comprender mi experiencia.

—Doctor, creo que eso fue lo que pasó. Sin embargo, me aferraba a sus labios intentando experimentar algo. Después de unos segundos de besarnos, escuché la voz de una mujer detrás de nosotros. Estaba furiosa y gritando sobre por qué demonios estaba besando a su novio. Decía que yo era la ingenua y tonta niña nerd de la que todos se aprovechaban. Miré a Gabriel, esperando que dijera que ella no era su novia, pero en cambio me soltó y caminó hasta quedarse al lado de esa mujer —conté, reviviendo aquel momento lleno de confusión y dolor.

—Fue manipulador contigo, sin duda te causó mucho dolor —analizó el psicólogo, con una mirada comprensiva mientras tomaba notas.

—No creo que estuviera preparada para ser objeto de manipulación o burla. Así que decidí distanciarme y dejar las cosas como estaban. Si el beso que compartimos no me gustó, quizás eso significaba que él no era la persona adecuada para mí. Así que no me importó, me di la vuelta y me alejé, sintiendo el peso del rechazo en mis hombros.

—Tu decisión fue acertada, señorita Vergara —respondió el psicólogo, asintiendo con empatía.

—Sí, aunque ellos no lo vieron así, lo tomaron como una broma —susurré, recordando el desdén en las risas burlonas de aquellos que presenciaron el incidente.

—La novia de Gabriel se enfadó y me increpó con furia descontrolada: «¿Te crees tan valiente como para besar a mi novio y salir corriendo?» Sus palabras resonaron en el aire cargadas de agresión mientras su mano se enredaba en mi cabello y me arrojaba al suelo con violencia.

Sentía el ardor en mi mejilla y el dolor punzante en mi cuero cabelludo mientras yacía en el suelo, preguntándome por qué me estaban castigando de esa manera. Mis lágrimas caían silenciosas mientras rogaba internamente que todo se detuviera, que la violencia cesara.

El mejor amigo de Gabriel grababa todo en su teléfono mientras se reía y gritaba, su voz resonaba con una mezcla de excitación y crueldad: «¡Dale más fuerte, hazla sufrir!»

Cuando finalmente logré abrir los ojos, me encontré con la mirada ansiosa del médico. Sus palabras titubeantes revelaban su preocupación por la situación.

—Disculpe, señorita Vergara, lamento mucho, pero olvidé que tenía una cita programada para esta hora. Creo que tendremos que cancelar —balbuceó, con gestos de nerviosismo evidentes en su rostro.

—¿Usted lo cree, doctor? No puedo irme hasta cumplir mi propósito —respondí con calma, aunque mis manos temblaban ligeramente por la tensión acumulada.

Me acomodé en el sofá, sintiendo la incomodidad de la situación mientras el médico intentaba acercarse a la puerta, su expresión de frustración evidente al descubrir que estaba cerrada desde afuera.

—¿Qué estás haciendo? ¡Déjame salir! —exclamó, su voz estaba cargada de ira y desesperación.

—¿Es así como trata a sus pacientes? No me sorprende que su consultorio esté vacío —respondí, tratando de mantener la compostura mientras observaba su desesperada lucha por salir.

Mantuve una sonrisa forzada mientras lo observaba, sintiendo el peso de la tensión en el aire.

—Voy a pedir seguridad para que te saquen y abran esta puerta —amenazó, con voz temblorosa por la impotencia de su situación.

No hice nada, simplemente lo miré con calma mientras intentaba llamar a su secretaria sin éxito, su expresión de confusión y desesperación era evidente en cada intento fallido.

—Parece que no está disponible. Si no quieres caer, es mejor que te sientes —dije con calma, señalando una silla cercana mientras observaba su palidez creciente y su evidente falta de estabilidad.

—¿Qué has hecho...? —preguntó, con apenas un susurro mientras luchaba por mantenerse erguido, sus manos se agarraban a cualquier objeto cercano en busca de apoyo.

—Solo te di una sustancia para dormir. ¿Recuerdas? Durante una o dos horas, mientras disfrutabas de tu café —respondí, mi voz resonaba con una calma perturbadora mientras observaba su reacción.

—Tu secretaria no está aquí y la clínica está cerrada, así que podemos continuar con mi relato si estás de acuerdo.

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