—¿Por qué no lo intentas? Puede que te lleves una agradable sorpresa —me dijo con una sonrisa enigmática.
—Estimado Doctor Suárez —comencé, dejando que una mirada traviesa iluminara mi rostro —parece evidente que ha tenido admiradoras a lo largo de su vida debido a la belleza de sus ojos. Sin duda, sus encantos físicos eran notables en su juventud. ¿Has tenido muchas parejas sentimentales?El doctor, visiblemente incómodo con mi pregunta, respondió con diplomacia:—Señorita, no sería apropiado que me tratara de esa manera, ya que soy su médico.Pero en su interior, pude percibir cierta vergüenza, aunque de manera irónica, sabiendo que nunca reconocerá mi rostro en el futuro.Cerré los ojos y dejé que el aire fresco llenara mis pulmones, como si quisiera purificar mis pensamientos antes de continuar.—¿Podemos continuar con la historia? —pregunté.—Tenemos tiempo de sobra, señorita Vergara —mencionó el psicólogo Suárez, con una voz calmada que contrastaba con mi ansiedad.Miré nuevamente mi reloj, observando cómo las agujas marcaban el tiempo que aún nos quedaba. La luz del ambiente se filtraba a través de la ventana, dibujando patrones suaves sobre la mesa entre nosotros. Decidí aprovechar esos minutos finales para explicar rápidamente el motivo de mi presencia allí.—Mi amiga se apresuró con gran entusiasmo hasta llegar a su compañero más cercano, al confidente más íntimo de mi querido Gabriel —narré, recordando la urgencia en sus pasos y la determinación en su mirada.El doctor Suárez arqueó una ceja con curiosidad mientras escuchaba mi relato.—¿Por qué, a pesar de afirmar que te ha causado dolor, sigues llamándolo amado? —preguntó con delicadeza, como si estuviera explorando las profundidades de mi corazón.—Doctor, no estoy segura. Tal vez me acostumbré a llamarlo así —respondí, sintiendo la incertidumbre bailar en el fondo de mis palabras.—Adelante, por favor, continúa —alentó el doctor, sacando una tableta para tomar notas mientras su lápiz digital se deslizaba sobre la pantalla con fluidez.Mientras continuaba hablando, mis ojos vagaban por la habitación, captando detalles que antes había pasado por alto. La decoración cálida y acogedora, los libros ordenados en estantes de madera oscura, la luz tenue que creaba un ambiente íntimo y tranquilo. Me pregunté qué pensamientos estarían pasando por la mente del doctor mientras registraba mis palabras.—Desde la distancia, observaba cómo mi carta de amor llegaba a las manos de él, quien resultaba ser el íntimo amigo de Gabriel, mi amado —relaté, reviviendo la intensidad de ese momento en mi memoria.Mientras reflexionaba sobre la escena, recordé la admiración y el deseo que rodeaban a aquellos jóvenes, incluido Gabriel, cuya belleza física era igualada por la de sus amigos. Suspiré al recordar cómo mi corazón solo latía por uno de ellos, mientras el resto del mundo los admiraba a todos.—¿Seguía en curso la situación con la carta? —preguntó el psicólogo, inclinando ligeramente la cabeza.—Mónica mostró una sonrisa cálida junto a él. A ella le agradaba, y yo siempre pensé que formaban una pareja encantadora. Siempre creí que mi amiga merecía lo mejor, al igual que yo. Cuando ella le entregó la carta, los dos rostros se iluminaron con sonrisas.»Debí haberlo notado en ese momento, pero mis propias emociones nublaban mi percepción. Estaba nerviosa, casi temblando de emoción, ansiosa por conocer la respuesta.»Después de que Mónica terminó de hablar con él, se volteó hacia mí con una mirada cómplice y un gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba, indicándome que una parte de la misión ya estaba cumplida.—Supongo que experimentaste mucha alegría en ese instante.—En resumen, fue el día de mayor felicidad que he experimentado en mi vida. No podía contener mi emoción; mi corazón latía tan rápido que parecía a punto de escapar de mi pecho. Observé cómo él se acercaba a mi amado Gabriel, le entregó la carta y me indicó con un gesto que era mía. Mis mejillas ardían de vergüenza y emoción cuando él tomó la carta entre sus manos y, con una sonrisa tímida, levantó una de ellas para saludarme. Correspondí alzando mi mano y sonriendo con una expresión radiante que tenía el poder de derretir cualquier corazón. Estaba entregando todo a ese chico que siempre me gustó. —Suspiré con resignación, recordando cada detalle con nitidez.—Entonces, ¿hubo algún problema?—¿Hubo algún problema, Doctor Suárez? No, no hubo ningún contratiempo en ese instante. Él recibió la carta con delicadeza y dirigió su mirada hacia mí con una ternura que me hizo temblar. Luego, salí apresurada como un rayo hacia el patio trasero, esperando su llegada. Pasaron algunos minutos que se sintieron como horas, y cuando estaba a punto de perder la paciencia y marcharme, él finalmente llegó.Mientras Gabriel, el amor de mi vida, se encontraba frente a mí, no pude evitar sonreír; mi corazón latía con fuerza y una oleada de felicidad me inundó. Sus ojos brillaban con ternura, y su sonrisa era hermosa.—¿Respondió él a tus sentimientos? —preguntó el doctor con interés.—Sí, parece ser que sí lo hizo. Cuando le entregué mi carta, su rostro se iluminó y expresó: «Tu carta ha tocado mi alma». Sentí cómo mi alegría se multiplicaba, y mi emoción se reflejaba en sus palabras. Gabriel mencionó que compartía los mismos sentimientos que yo, lo cual me llenó de una inmensa alegría y excitación. No pude contenerme y me lancé a sus brazos, buscando el refugio de su amor.»Intentó darme un beso, pero mis nervios estaban a flor de piel; era la primera vez que experimentaba un contacto tan íntimo. Mis manos temblaban ligeramente mientras él se acercaba, suavemente, con una mirada llena de ternura.»Después de un breve momento de reflexión, él me confesó: «Pensé que eras receptiva a mis sentimientos. ¿Hay algo de malo en que comparta un beso contigo si también eres de mi agrado?» Sus palabras resonaron en mi mente, mezclándose con mis propios pensamientos y emociones.—Wow, supongo que eso fue muy agradable para ti. —comentó el doctor, observándome con atención.—No, luego permití que me besara en los labios, pero algo no estaba bien. Tenían un sabor peculiar, desconocido para mí. No sé por qué motivo, no sabían como me los imaginaba. Tal vez no supe cómo hacerlo; mis ojos estaban cerrados, inundados de innumerables pensamientos —respondí, tratando de encontrar las palabras adecuadas para describir mis sensaciones.—¿Tal vez te diste cuenta de que no experimentabas ninguna emoción hacia él? —mencionó el doctor, buscando comprender mi experiencia.—Doctor, creo que eso fue lo que pasó. Sin embargo, me aferraba a sus labios intentando experimentar algo. Después de unos segundos de besarnos, escuché la voz de una mujer detrás de nosotros. Estaba furiosa y gritando sobre por qué demonios estaba besando a su novio. Decía que yo era la ingenua y tonta niña nerd de la que todos se aprovechaban. Miré a Gabriel, esperando que dijera que ella no era su novia, pero en cambio me soltó y caminó hasta quedarse al lado de esa mujer —conté, reviviendo aquel momento lleno de confusión y dolor.—Fue manipulador contigo, sin duda te causó mucho dolor —analizó el psicólogo, con una mirada comprensiva mientras tomaba notas.—No creo que estuviera preparada para ser objeto de manipulación o burla. Así que decidí distanciarme y dejar las cosas como estaban. Si el beso que compartimos no me gustó, quizás eso significaba que él no era la persona adecuada para mí. Así que no me importó, me di la vuelta y me alejé, sintiendo el peso del rechazo en mis hombros.—Tu decisión fue acertada, señorita Vergara —respondió el psicólogo, asintiendo con empatía.—Sí, aunque ellos no lo vieron así, lo tomaron como una broma —susurré, recordando el desdén en las risas burlonas de aquellos que presenciaron el incidente.—La novia de Gabriel se enfadó y me increpó con furia descontrolada: «¿Te crees tan valiente como para besar a mi novio y salir corriendo?» Sus palabras resonaron en el aire cargadas de agresión mientras su mano se enredaba en mi cabello y me arrojaba al suelo con violencia.Sentía el ardor en mi mejilla y el dolor punzante en mi cuero cabelludo mientras yacía en el suelo, preguntándome por qué me estaban castigando de esa manera. Mis lágrimas caían silenciosas mientras rogaba internamente que todo se detuviera, que la violencia cesara.El mejor amigo de Gabriel grababa todo en su teléfono mientras se reía y gritaba, su voz resonaba con una mezcla de excitación y crueldad: «¡Dale más fuerte, hazla sufrir!»Cuando finalmente logré abrir los ojos, me encontré con la mirada ansiosa del médico. Sus palabras titubeantes revelaban su preocupación por la situación.—Disculpe, señorita Vergara, lamento mucho, pero olvidé que tenía una cita programada para esta hora. Creo que tendremos que cancelar —balbuceó, con gestos de nerviosismo evidentes en su rostro.—¿Usted lo cree, doctor? No puedo irme hasta cumplir mi propósito —respondí con calma, aunque mis manos temblaban ligeramente por la tensión acumulada.Me acomodé en el sofá, sintiendo la incomodidad de la situación mientras el médico intentaba acercarse a la puerta, su expresión de frustración evidente al descubrir que estaba cerrada desde afuera.—¿Qué estás haciendo? ¡Déjame salir! —exclamó, su voz estaba cargada de ira y desesperación.—¿Es así como trata a sus pacientes? No me sorprende que su consultorio esté vacío —respondí, tratando de mantener la compostura mientras observaba su desesperada lucha por salir.Mantuve una sonrisa forzada mientras lo observaba, sintiendo el peso de la tensión en el aire.—Voy a pedir seguridad para que te saquen y abran esta puerta —amenazó, con voz temblorosa por la impotencia de su situación.No hice nada, simplemente lo miré con calma mientras intentaba llamar a su secretaria sin éxito, su expresión de confusión y desesperación era evidente en cada intento fallido.—Parece que no está disponible. Si no quieres caer, es mejor que te sientes —dije con calma, señalando una silla cercana mientras observaba su palidez creciente y su evidente falta de estabilidad.—¿Qué has hecho...? —preguntó, con apenas un susurro mientras luchaba por mantenerse erguido, sus manos se agarraban a cualquier objeto cercano en busca de apoyo.—Solo te di una sustancia para dormir. ¿Recuerdas? Durante una o dos horas, mientras disfrutabas de tu café —respondí, mi voz resonaba con una calma perturbadora mientras observaba su reacción.—Tu secretaria no está aquí y la clínica está cerrada, así que podemos continuar con mi relato si estás de acuerdo.—Después de que los brutales golpes finalmente cesaron, me esforcé por levantarme del suelo, sintiendo cada músculo adolorido y cada respiración entrecortada.»Con pasos tambaleantes, me dirigí hacia mi hogar, donde el aire solía estar cargado de la exigencia constante de mis padres.»¿Puedes imaginar el torbellino de emociones que se desató cuando llegué a casa, con mi ropa desgarrada y mi cuerpo magullado?Él permaneció en silencio, sus ojos inquietos buscaban una salida en medio de la angustia que lo envolvía.—Fui golpeada con brutalidad y me vi forzada a faltar a la escuela durante toda una semana, pero para mi sorpresa, nadie mostró la más mínima preocupación por mi bienestar. Ni siquiera mi mejor amiga, Mónica, se molestó en venir a verme.Las lágrimas inundaron mis mejillas mientras me refugiaba en la intimidad de mi habitación. Siempre anhelé tener amigos, por eso procuré ser amable con todos, esforzándome por encajar y mostrando lo mejor de mí misma. Sin embargo, a pesar de
Sus ojos, inquietos y llenos de angustia, se movían frenéticamente, reflejando un profundo temor que me impulsó a levantarme.—El hombre del que hablo está justo frente a mí, el compañero más cercano de Gabriel —informé, colocándome delante de él. Luego, con gesto suave, acaricié su cabeza como se acariciaría a un pequeño perro, buscando calmar su agitación.Él continuaba temblando con intensidad, mostrando un miedo palpable que se reflejaba en cada fibra de su ser. Podía percibir claramente ese temor, especialmente porque en los últimos días varios amigos de Gabriel habían perdido la vida en circunstancias misteriosas.Si alguien albergaba alguna duda sobre quién podría estar detrás de todo esto, siempre había sido yo. Siempre fui yo quien puso fin a todo.—Vamos, date prisa. Quiero volver a casa lo antes posible —insté, empujándolo hacia su asiento con tal fuerza que casi lo hice caer al suelo. —Agárrate fuerte.Dirigiéndome a mi mochila, saqué una cámara. —Voy a grabar todo tal
Salí del consultorio llevando mi mochila en una mano y el celular del doctor en la otra. El mensaje que escribí decía: «Rebeca, tómate dos semanas de descanso, ya te transferiré tu sueldo. Me voy de vacaciones con mi amante, así que no te preocupes por mí. Cuando regrese, también te haré feliz». Cada vez aprendo más sobre enviar mensajes; el doctor Suárez era conocido por tener muchas mujeres.«Gracias, jefe» respondió la secretaria con un tono de resignación y desilusión apenas perceptible en su texto.Estaba a punto de dejar caer el teléfono al suelo, pero necesitaba responder algunos mensajes para evitar que buscarán al doctor.Guardé el teléfono en la mochila y lo dejé en un casillero. No soy tan ingenua como para llevarlo a casa. Al menos no estoy herida, pensé aliviada.Después de unos minutos, llegué a casa, una lujosa mansión.—¿Dónde estabas? —me gritó la mujer de mi padre, una mujer alta y delgada con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.—Salí —respondí
Caminé hacia mi habitación con paso lento, aferrando el diario de mi madre con delicadeza entre mis manos.Una vez dentro, me dejé caer sobre la cama con mi yogur en una mano y una pajita en la otra, sintiendo el suave tejido de las sábanas bajo mi cuerpo. La bolsa de plástico crujía bajo mi peso mientras levantaba el diario en alto, la luz del atardecer filtrándose por la ventana iluminaba las páginas amarillentas.Mis ojos se perdieron en las palabras impresas, absorbida por la historia de mi madre. Visualicé su angustia al despertar en un lugar desconocido, desnuda y con su cuerpo dolorido.Un nudo se formó en mi garganta al imaginar su desesperación. Pude sentir su soledad mientras se envolvía en las sábanas, tratando en vano de contener sus lágrimas y sus gemidos de dolor.El crujido de la puerta al abrirse me sacó de mi ensimismamiento. Giré la cabeza para encontrarme con la figura de Gabriel, su presencia trayendo consigo un aire de nostalgia y tristeza.Mis labios se curvaron
Después de pasar algunas horas en mi habitación, absorta en mis pensamientos, percibí golpes resonando en la puerta principal. Esta vez, no me precipité a bajar como la primera vez; una sensación de aprensión se apoderó de mí, temiendo que fuera el mismo detective de antes, con sus preguntas incisivas y su mirada inquisitiva.Unos minutos después de los golpes, los gritos de la esposa de Gabriel inundaron el silencio. Con un suspiro, me levanté de la cama, cerré mi portátil y me dirigí a la sala, donde sabía que habría visitas.Al llegar a la sala, me encontré con una escena peculiar: una mujer de la misma edad que mi padre y un joven que parecía tener mi misma edad. Los tres estaban reunidos, compartiendo una conversación animada mientras la mujer acariciaba con ternura los hombros de mi padre.—Papá —mi voz resonó en la habitación, y las sonrisas se desvanecieron al instante.Mi padre me miró por un momento, con esa sonrisa que siempre me había incomodado. Detestaba esa maldita so
—¿Qué tipo de juego? —preguntó Nathan, mostrando curiosidad en sus ojos mientras yo me sumergía en mis pensamientos.Distraída en mi propio mundo, lo ignoré y fui directamente a sentarme en una de las sillas de madera, sintiendo su rugosa textura bajo mis manos. La señora Lourdes, una mujer de cabello canoso con rostro siempre adornado con una cálida sonrisa, se acercó a nosotros con paso ligero, sus zapatos chirriando suavemente en el suelo de baldosas.Esa señora casi siempre está sonriendo, y yo, como cliente frecuente del lugar, he entablado una relación cercana con ella. Suelo venir aquí a menudo, y casi siempre lo hago sola. Me gusta observar cómo los jóvenes compiten entre sí, mientras me regalo el placer de beber una o dos latas de cerveza fría, sintiendo el frescor del metal en mis manos. Y, por supuesto, a tener largas pláticas con la señora Lourdes, quien se ha convertido en una confidente y consejera de vida, su voz es suave y reconfortante como un bálsamo para el alma.—
—Matute, tienes unos brazos fuertes. Cárgame —dije con voz entrecortada mientras hacía pucheros, sintiendo cómo la noche se movía a mi alrededor en un torbellino de luces y sonidos difusos. El aire fresco de la noche acariciaba mi rostro, mientras las risas lejanas y el murmullo de la ciudad se fundían en una melodía urbana embriagadora. Creo que he bebido demasiado, mis pensamientos se tambalean junto con mi cuerpo, como si estuvieran atrapados en un laberinto de neblina alcohólica. Los destellos de las farolas se reflejan en mis ojos vidriosos, distorsionando la realidad y sumergiéndome en un estado de ensoñación etílica. Hoy me estoy comportando como una estúpida frente a un completo desconocido, dejando que la imprudencia y la despreocupación se apoderen de mis acciones mientras la sensación de libertad se mezcla con el vértigo de lo desconocido. Cada mirada furtiva y cada sonrisa cómplice, alimenta la efímera ilusión de estar viviendo una aventura prohibida en medio de la osc
★ NathanDespués de la partida de Strella, tomé el camino hacia mi refugio, mi oficina. Aunque modesta en tamaño, irradiaba una calidez reconfortante, con las paredes revestidas en tonos neutros que ofrecían un telón de fondo tranquilo, contrastando con la frenética actividad de la ciudad más allá de la ventana. La luz del día se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, bañando el espacio con una suave luminosidad. Mi escritorio, el epicentro de mi labor como detective, estaba meticulosamente organizado, con montañas de documentos y expedientes que testificaban mi dedicación incansable a mi oficio.—Llegas tarde —me recibió Ana, mi compañera de cabello negro como el azabache y ojos vivaces que siempre parecían captar hasta el más mínimo detalle del entorno. Su presencia era tan vibrante como su energía, siempre acompañada por su inseparable barra de chocolate energético.Traté de ignorarla mientras indagaba sobre posibles novedades, pero Ana era implacable en su atención, s