Salí del consultorio llevando mi mochila en una mano y el celular del doctor en la otra.
El mensaje que escribí decía:«Rebeca, tómate dos semanas de descanso, ya te transferiré tu sueldo. Me voy de vacaciones con mi amante, así que no te preocupes por mí. Cuando regrese, también te haré feliz».Cada vez aprendo más sobre enviar mensajes; el doctor Suárez era conocido por tener muchas mujeres.«Gracias, jefe» respondió la secretaria con un tono de resignación y desilusión apenas perceptible en su texto.Estaba a punto de dejar caer el teléfono al suelo, pero necesitaba responder algunos mensajes para evitar que buscarán al doctor.Guardé el teléfono en la mochila y lo dejé en un casillero. No soy tan ingenua como para llevarlo a casa.Al menos no estoy herida, pensé aliviada.Después de unos minutos, llegué a casa, una lujosa mansión.—¿Dónde estabas? —me gritó la mujer de mi padre, una mujer alta y delgada con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.—Salí —respondí con voz cansada, mirando al suelo para evitar su mirada penetrante.—¡Strella! —gritó molesta, pero eso era lo que menos me importaba.Su voz resonaba en el pasillo, llena de irritación y desaprobación.—¿Por qué tanto alboroto? —llegó mi padre con su maletín, mostrando que él siempre es mejor que todos.Sus zapatos lustrosos resonaban en el suelo de madera mientras se acercaba.—Gabriel, cariño, esta niña cada vez se vuelve más irresponsable. Sabes que apenas está llegando y ya están hablando de la universidad, se acerca su graduación y sigue faltandoLa mujer de mi padre, hablaba con un tono de voz agudo y con gestos exagerados que expresaban su disgusto.—Lo siento, papá, no me sentía bien de salud y fui a ver al doctor. Señora, papá, siento que me resfrié, mira, toca, papá, creo que me estoy calentando —intenté justificarme, acercándome a mi padre con una mezcla de nerviosismo y esperanza.—Estás un poco caliente, ve a descansar —sus palabras salieron con un hilo de preocupación, sus ojos azules reflejaban una mezcla de compasión y duda.—Sí, papi, eres el mejor, te amo —le di un beso en la mejilla y él sonrió de lado, un gesto reconfortante que me tranquilizó por un momento.—Señora y papá, tengo hambre, iré a buscar algo de comer —me excusé, buscando una salida rápida de la situación tensa que se había formado en la sala de estar.—Claro, Strella —mi padre me sonrió con complicidad, tratando de calmar las aguas turbulentas que se agitaban entre nosotros.—¡Strella Mayer!... Gabriel, no la recompenses —gritó la mujer, su voz resonando con autoridad y reproche mientras me alejaba.—Papi, estoy enferma, si como bien, mejoraré y no seré una molestia para mamá —nunca la llamo mamá, ya que ella no es mi madre.Mis palabras salieron con una mezcla de desesperación y resignación, esperando que mi padre entendiera mi situación y me dejara en paz por un momento.—¿Me llamaste, mamá? —preguntó la señora emocionada, sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y sorpresa, como si no pudiera creer que finalmente me estuviera reconociendo como su hija.—Sí, has sido como una madre para mí desde que nací, así que espero que no te moleste, mamá —mentí, tratando de aplacar su ira y ganarme un poco de paz y tranquilidad.—Está bien, ve a comer algo.Ella estaba muy emocionada, tanto que corrió a los brazos de mi padre, dejándome sola en la cocina.Los ignoré y entré a la cocina, preparé dos deliciosos sándwiches con queso derretido y jamón crujiente, luego bajé al sótano, buscando un lugar donde esconderme y estar sola por un rato.—Mamá, te he traído algo para comer —pronuncié, pero la mujer en la cama, como siempre, no me miraba. Sé que me odia por ser el producto de tantas violaciones.—Mamá, por favor, come algo —insistí, acercándome a ella.Pero cuando estaba cerca, su mirada y sus ojos rojos se clavaron en mí. Sentí miedo y di dos pasos atrás.«Te odio, Strella» susurró, doliéndome profundamente. Aun así, me acerqué, pero cuando estaba lo suficientemente cerca, ella desapareció.Frente a mí estaba el diario de mamá, el diario que ya recuerdo de memoria. Puedo recitarlo una y otra vez, el diario de Alondra Vergara.Es extraño, siempre sueño después de leer su diario.Sueño con ella, con su cercanía, con su odio, con su sed de venganza. Incluso a veces la veo en el espejo. Sé por una foto en el diario que éramos tan parecidas. Un día fui a la casa de los padres de mamá y los maté.Algo se apoderó de mí mientras los mataba.Recuerdo cómo forzaron a Alondra a vivir con Gabriel porque estaba embarazada. Cómo él la hizo abortar y cómo escapó una vez, pero ellos no la recibieron. Incluso lo llamaron de nuevo para que fuera por ella.Recuerdo cómo los maté, haciéndolos matarse el uno al otro.Gritaron mucho, y mientras los miraba, vi en el reflejo del espejo a esa mujer con dolor en su mirada. Esos ojos rojos estaban llorosos.—¿Algún día me amaste, mamá? —pregunté mientras sostenía el diario en mis manos y lo presionaba contra mi pecho.El diario dice que ella no sabía quién era mi padre, pero cuando me vio por primera vez, mis ojos eran idénticos a los del mejor amigo de su amado Gabriel.Creo que acabo de matar a mi padre biológico.No me importa a quién le importe, una plaga menos.Me retuvieron únicamente porque Gabriel se casó.Mamá era explotada como una esclava, mientras que la señora anhelaba tener un hijo, pero era estéril. Por eso, me conservaron.Y así, me encuentro aquí, en esta situación.Caminé hacia mi habitación con paso lento, aferrando el diario de mi madre con delicadeza entre mis manos.Una vez dentro, me dejé caer sobre la cama con mi yogur en una mano y una pajita en la otra, sintiendo el suave tejido de las sábanas bajo mi cuerpo. La bolsa de plástico crujía bajo mi peso mientras levantaba el diario en alto, la luz del atardecer filtrándose por la ventana iluminaba las páginas amarillentas.Mis ojos se perdieron en las palabras impresas, absorbida por la historia de mi madre. Visualicé su angustia al despertar en un lugar desconocido, desnuda y con su cuerpo dolorido.Un nudo se formó en mi garganta al imaginar su desesperación. Pude sentir su soledad mientras se envolvía en las sábanas, tratando en vano de contener sus lágrimas y sus gemidos de dolor.El crujido de la puerta al abrirse me sacó de mi ensimismamiento. Giré la cabeza para encontrarme con la figura de Gabriel, su presencia trayendo consigo un aire de nostalgia y tristeza.Mis labios se curvaron
Después de pasar algunas horas en mi habitación, absorta en mis pensamientos, percibí golpes resonando en la puerta principal. Esta vez, no me precipité a bajar como la primera vez; una sensación de aprensión se apoderó de mí, temiendo que fuera el mismo detective de antes, con sus preguntas incisivas y su mirada inquisitiva.Unos minutos después de los golpes, los gritos de la esposa de Gabriel inundaron el silencio. Con un suspiro, me levanté de la cama, cerré mi portátil y me dirigí a la sala, donde sabía que habría visitas.Al llegar a la sala, me encontré con una escena peculiar: una mujer de la misma edad que mi padre y un joven que parecía tener mi misma edad. Los tres estaban reunidos, compartiendo una conversación animada mientras la mujer acariciaba con ternura los hombros de mi padre.—Papá —mi voz resonó en la habitación, y las sonrisas se desvanecieron al instante.Mi padre me miró por un momento, con esa sonrisa que siempre me había incomodado. Detestaba esa maldita so
—¿Qué tipo de juego? —preguntó Nathan, mostrando curiosidad en sus ojos mientras yo me sumergía en mis pensamientos.Distraída en mi propio mundo, lo ignoré y fui directamente a sentarme en una de las sillas de madera, sintiendo su rugosa textura bajo mis manos. La señora Lourdes, una mujer de cabello canoso con rostro siempre adornado con una cálida sonrisa, se acercó a nosotros con paso ligero, sus zapatos chirriando suavemente en el suelo de baldosas.Esa señora casi siempre está sonriendo, y yo, como cliente frecuente del lugar, he entablado una relación cercana con ella. Suelo venir aquí a menudo, y casi siempre lo hago sola. Me gusta observar cómo los jóvenes compiten entre sí, mientras me regalo el placer de beber una o dos latas de cerveza fría, sintiendo el frescor del metal en mis manos. Y, por supuesto, a tener largas pláticas con la señora Lourdes, quien se ha convertido en una confidente y consejera de vida, su voz es suave y reconfortante como un bálsamo para el alma.—
—Matute, tienes unos brazos fuertes. Cárgame —dije con voz entrecortada mientras hacía pucheros, sintiendo cómo la noche se movía a mi alrededor en un torbellino de luces y sonidos difusos. El aire fresco de la noche acariciaba mi rostro, mientras las risas lejanas y el murmullo de la ciudad se fundían en una melodía urbana embriagadora. Creo que he bebido demasiado, mis pensamientos se tambalean junto con mi cuerpo, como si estuvieran atrapados en un laberinto de neblina alcohólica. Los destellos de las farolas se reflejan en mis ojos vidriosos, distorsionando la realidad y sumergiéndome en un estado de ensoñación etílica. Hoy me estoy comportando como una estúpida frente a un completo desconocido, dejando que la imprudencia y la despreocupación se apoderen de mis acciones mientras la sensación de libertad se mezcla con el vértigo de lo desconocido. Cada mirada furtiva y cada sonrisa cómplice, alimenta la efímera ilusión de estar viviendo una aventura prohibida en medio de la osc
★ NathanDespués de la partida de Strella, tomé el camino hacia mi refugio, mi oficina. Aunque modesta en tamaño, irradiaba una calidez reconfortante, con las paredes revestidas en tonos neutros que ofrecían un telón de fondo tranquilo, contrastando con la frenética actividad de la ciudad más allá de la ventana. La luz del día se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, bañando el espacio con una suave luminosidad. Mi escritorio, el epicentro de mi labor como detective, estaba meticulosamente organizado, con montañas de documentos y expedientes que testificaban mi dedicación incansable a mi oficio.—Llegas tarde —me recibió Ana, mi compañera de cabello negro como el azabache y ojos vivaces que siempre parecían captar hasta el más mínimo detalle del entorno. Su presencia era tan vibrante como su energía, siempre acompañada por su inseparable barra de chocolate energético.Traté de ignorarla mientras indagaba sobre posibles novedades, pero Ana era implacable en su atención, s
Salí de la sala de interrogaciónes y vi a Ana esperándome con un recipiente lleno de agua lista para mí. Sus ojos expresaban preocupación mientras me observaba. Me lavé las manos en silencio, quitando los restos de sangre que me recordaban los eventos recientes. Luego, caminé por los pasillos de la oficina, dirigiendome hacia la oficina de mi maldito jefe.La oficina estaba impregnada con el aroma a madera antigua y el sonido de las máquinas de escribir llenaba el espacio. Al entrar sin avisar, arrojé con fuerza una hoja sobre el escritorio, dejando claro mi descontento. No pronuncié una sola palabra mientras salía, dejando a mi jefe atónito.Ana, siempre fiel y leal, me instó a almorzar. A pesar de mis preocupaciones, su voz cálida y amable me hizo reconsiderar. —No tengo hambre —respondí abruptamente, sin darme cuenta de lo mucho que ella estaba tratando de ayudar.—Nathan, creo que ahora sí te pasaste de la raya con esos criminales —me dijo Ana, con su mirada preocupada clava
—Colócate el cinturón —volteé a verla y apunté hacia la cinta que estaba junto a su cuerpo.Me miró con cierta indiferencia y no hizo ademán de moverse. Parecía no tener la más mínima intención de aprovecharlo. Decidí acercarme a ella, sintiendo el palpitar acelerado en mi pecho, y tomé el cinturón entre mis manos.Sin previo aviso, en ese preciso momento, ella me jaló de la camisa con fuerza y me besó. Al principio, la sorpresa me invadió, pero rápidamente la pasión se apoderó de mí. Pasé mi mano por detrás de su cabeza, entrelazando mis dedos en su suave cabello, y la atraje aún más hacia mí. Sus labios tenían un sabor delicioso que me embriagaba.En medio del beso apasionado, ella mordió mi labio con tal fuerza que brotó un hilillo de sangre. Sin pensarlo, hice lo mismo y compartimos el sabor metálico mientras nos devorábamos con lujuria, sin piedad.Los cristales polarizados de mi auto nos resguardaban de las miradas indiscretas, permitiéndonos entregarnos por completo.Tiré de su
No sé por qué, pero presiento que Matute está actuando de manera extraña. Sin embargo, todos tenemos un poco de rareza, lo cual hace que las personas sean especiales de cierta manera.—Ya he terminado, Matute. ¿Quieres que haga algo más? —pregunté mientras dejaba los vegetales sobre la barra.Él se quedó viéndome fijamente antes de responder.Matute, ha despertado mi curiosidad. Su cabello azabache caía sobre su rostro misterioso. No parecía dejarse afectar por las inquietudes y parecía ocultar secretos detrás de su sonrisa enigmática.—La salsa —pidió. Asentí y comencé a freír chiles, tomates, ajo y cebolla para crear una sabrosa salsa roja.No estaba segura si le gustaba tan picante como a mí, yo disfrutaba de las emociones intensas, tanto en la comida como en la vida.Mientras me enfocaba en la preparación, me di cuenta de que se me estaban quemando los ingredientes de mi salsa.Apurada, vacié todo en la licuadora, pero al no encontrar la tapadera, improvisé y le puse un plato pla