Testigos, ¿perdidos?
Tras andar durante la noche y parte de la mañana, finalmente Damien y Azabach visualizaron las murallas de Marfillius. En todo el camino, la joven nómada tuvo que esforzarse por no desmayar de agotamiento, ya que no quería que ese hombre la abandonara en medio de la nada. Al ver que estaban cerca de su destino, exhaló.

—Finalmente, me trajiste a este lugar. ¿Podemos descansar un poco? Me duelen los pies.

Su queja fue ignorada por Damien, que respondió fríamente.

—No tengo tiempo que perder, sigamos avanzando.

Esto enfureció tanto a Azabach, que apretó los puños y pensó: «¡Arg! Maldito loco, ¿acaso es humano? ¿Hemos caminado sin parar durante varias horas y no es capaz de darme un respiro?».

Como no quería perder la oportunidad de encontrar a su padre, decidió no quejarse y continuar manteniendo la cordialidad con ese loco sujeto.

—¡Ah! Bueno, en ese caso, espero que cuando lleguemos a ese lugar, pueda descansar un poco.

De nuevo, el inmutable sujeto siguió avanzando, sin prestar
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