Cuando Adeline mencionó sin cuidado la posibilidad de que Damien fuera el príncipe perdido, Ashal y Gérard la miraron asombrados. Al percatarse de que había hablado de más, de inmediato se cubrió la boca y pensó asustada. «¡Mierda! ¿Dije eso en voz alta?».En tanto, su esposo se acercó peligrosamente para cuestionarla.—¿Qué es lo que acabas de decir? ¡Responde!El aura severa de Ashal causó escalofríos en la joven emperatriz, dejándola sin argumentos. Al ver que la situación se ponía seria, Gérard intervino, nerviosamente.—Mi señora, no puede bromear con algo así. Dudo que Chevalier tenga algún tipo de conexión con el príncipe perdido, ¿no es así, Ashal?Esto último calmó los ánimos del fúrico hombre, que ya no dijo nada más. En tanto, Adeline intentó justificarse con desesperación.—Yo… yo…. Yo… ¡Lo siento! No era mi intención decir algo así… Es solo que mientras recordaba algunos apuntes que hice recientemente, caí en la cuenta de que el rapto del primer príncipe y la aparición de
Ashal sintió escalofríos cuando Gérard mencionó el tema de la muerte y, tomando del cuello a su interlocutor, dijo severamente. —No pienso permitir que Adeline muera por mi culpa. Gérard no se inmutó con la reacción agresiva del emperador y continuó diciendo atrevidamente. —¿Y qué se supone que estás haciendo? Esconderla no es una buena solución y ella merece ser libre. —¡Lo sé, pero no puedo permitir que nadie la toque! —exclamó Ashal con desesperación. —¿Te estás escuchando? Si limitas a la emperatriz a ser un simple accesorio del imperio, le cortarás la posibilidad de escapar de la muerte. Ella ha demostrado que puede ser capaz de defenderse y es demasiado perspicaz en asuntos de estado —insistió el atenido asistente. Tales argumentos no convencieron del todo al renuente emperador, que volvió a objetar. —¡Tú no entiendes! Mientras más sepa, más en peligro estará. —¡No! El que no entiende eres tú —exclamó Gérard indignado, al tiempo que se apartaba fácilmente del agarre del e
«Mantente firme y no voltees. Ashal tiene que venir hacia mí. Sí, esto debe ser suficiente para provocarlo», pensó la atrevida Adeline, que por fuera aparentaba estar furiosa mientras avanzaba por el pasillo hacia su nueva habitación, dejando atrás a su fúrico marido, quien realmente estaba consternado por cómo habían terminado las cosas. Cada paso que daba, la joven emperatriz sentía que había exagerado con su actuación y hasta pensaba en voltear hacia atrás para ver si su marido se acercaba hacia ella. Aunque luego abandonaba la idea, repitiéndose a sí misma mentalmente: «¡No! Tienes que mostrarte firme para que Ashal finalmente te haga caso». Ya frente a la puerta de su nueva habitación, resopló de frustración al comprobar que su esposo no había sucumbido ante su provocación, pero esto no la desanimó y siguió con su plan, entrando rápidamente a la recámara, sin voltear hacia el final del pasillo, donde su esposo seguía parado con una mezcla de desconcierto e indignación. Cuando
En el ducado del Norte, las noticias de la búsqueda del traidor y el escándalo durante el juicio contra los lores llegaron más rápido que el viento. Mientras se encontraba en su despacho leyendo los últimos informes sobre el imperio de Mont Risto, Adolf Dunesque sonreía triunfalmente. —Pobre mi querido sobrino —comenzó a decir con ironía—. Tanto que luchó para robarse el poder, que pronto lo va a perder todo. ¡Ah! Tuve que esperar 30 años para conseguir la oportunidad perfecta de sacudir un poco al imperio y apoderarme de lo que legítimamente es mío. Frente a él se encontraba su asistente, Thomas Zenitty, quien añadió con seriedad. —Según mi informante en la capital, los rebeldes están molestos porque el emperador detuvo a Julius durante la presentación de los lores corruptos, por lo que solo esperan su indicación comenzar con la revuelta. Adolf entrecerró los ojos al escuchar esto y de inmediato objetó. —El movimiento de Julius fue bastante arriesgado, no me conviene sacudir las
—¿Mi tío? —preguntó Azabach con extrañeza, apartando su mano, para limpiársela rápidamente en la ropa. Este gesto causó gracia en el atrevido Marcel, que se levantó y respondió gentilmente. —Así es, Thomas Zenitty. Al escuchar ese nombre, la joven nómada sintió escalofríos, ya que en su comunidad, esa persona ya llevaba casi 15 años de desaparecido. —Thomas… ¿Zenitty? —murmuró incrédula. Marcel notó que su interlocutora lucía bastante consternada con esta revelación, a lo cual, reiteró calmadamente. —Así es, tu tío sabe que están aquí y me envió para buscarlos. Mientras veía cómo ese extraño hombre se comportaba tan atrevidamente con su compañera de viaje, Damien sintió incomodidad, pero luego desechó esa idea, ya que le intrigaba más saber sobre ese tal Thomas Zenitty. —¿Quién es esa persona que está interesado en nosotros? —cuestionó repentinamente. A lo cual, Marcel volvió con Damien y respondió serenamente. —Él es el asistente del duque Adolf Dunesque… —¿Cómo que es su a
Azabach se despertó justo cuando el carruaje se detuvo y, al ver a Damien en posición de guardia, imaginó lo peor. Estaba a punto de preguntar algo, cuando en ese momento la puerta se abrió repentinamente y Marcel exclamó entusiasmado. —¡Hemos llegado! Consternada, ella preguntó con ingenuidad. —¿Tan pronto? —¿Cómo que tan pronto? ¿Acaso te dormiste y no disfrutaste del recorrido? —cuestionó el descarado hombre. Avergonzada por su comentario, señaló fríamente. —Lo siento, me aburrió mucho del panorama, que me dormí. Marcel esbozó una sonrisa divertida ante el falso desdén de la joven nómada, pero lo dejó pasar y señaló tranquilamente. —Bien, entonces pueden bajar —en ese momento ofreció su mano a Azabach, al tiempo que decía caballerosamente—. Tome mi mano, señorita… No pudo completar la frase, debido a que la desdeñosa joven salió rápidamente del carruaje, empujando al Onram a su paso. «¡Auch! ¡Qué chica tan difícil!», pensó divertido Marcel mientras recuperaba su postura.
Al día siguiente, Adeline estaba acostada en su cama con una expresión de insatisfacción total. Junto a ella se encontraba Ashal, quien dormía plácidamente, agarrando con fuerza su mano, como si fuera un niño que solo puede dormir con su osito de peluche. «¿Cómo acabamos así?», pensó la frustrada mujer, al tiempo que recordaba lo ocurrido la noche anterior. Luego de que Ashal mencionara con una expresión perversa que quería “ver de lo que ella era capaz”, en ese momento la joven imaginó que finalmente había llegado la hora en que sus bajas pasiones serían satisfechas. El emperador la miró fijamente, para después acercarse peligrosamente a la cama. Adeline se preparó mentalmente para el ataque, al tiempo que su mente intentaba recordar si su cuerpo estaba listo. «¡Carajo! Tanto que había soñado con esto, que ahora me preocupa no haberme puesto suficiente loción, siento que apesto. Espero que Ashal no lo note, digo, haremos algo que definitivamente nos hará sudar», pensó ansiosa. Cu
En una celda oscura, Julius Zenitty se mantenía sentado en la misma posición, mirando fijamente la puerta que lo mantenía retenido del mundo exterior. «¿Cuánto tiempo tendré que esperar en este sucio lugar? Claramente di el primer paso para obligar al duque Adolf a moverse, ¿por qué nadie ha hecho algo para sacarme de aquí? ¡Carajo! ¿Será que el malnacido me traicionó?», pensó ansioso. En ese momento, sus reflexiones fueron interrumpidas por un soldado, que entró intempestivamente y dijo con frialdad. —Zenitty, vienes con nosotros. —¿Para qué? ¡Ya dije lo que tenía que decir! —replicó el hombre con dignidad. —Es orden del emperador, así que, levántese si no quieres ser ejecutado aquí mismo —reviró el tosco militar. Cuando escuchó esto, Julius se puso en guardia y accedió a salir sin oponer resistencia. Mientras caminaba perezosamente, escoltado por varios soldados, pensó con fastidio: «¿Ahora qué querrán de mí? ¿Van a seguir torturándome para sacarme más información? Incluso si m