Al día siguiente, Adeline estaba acostada en su cama con una expresión de insatisfacción total. Junto a ella se encontraba Ashal, quien dormía plácidamente, agarrando con fuerza su mano, como si fuera un niño que solo puede dormir con su osito de peluche. «¿Cómo acabamos así?», pensó la frustrada mujer, al tiempo que recordaba lo ocurrido la noche anterior. Luego de que Ashal mencionara con una expresión perversa que quería “ver de lo que ella era capaz”, en ese momento la joven imaginó que finalmente había llegado la hora en que sus bajas pasiones serían satisfechas. El emperador la miró fijamente, para después acercarse peligrosamente a la cama. Adeline se preparó mentalmente para el ataque, al tiempo que su mente intentaba recordar si su cuerpo estaba listo. «¡Carajo! Tanto que había soñado con esto, que ahora me preocupa no haberme puesto suficiente loción, siento que apesto. Espero que Ashal no lo note, digo, haremos algo que definitivamente nos hará sudar», pensó ansiosa. Cu
En una celda oscura, Julius Zenitty se mantenía sentado en la misma posición, mirando fijamente la puerta que lo mantenía retenido del mundo exterior. «¿Cuánto tiempo tendré que esperar en este sucio lugar? Claramente di el primer paso para obligar al duque Adolf a moverse, ¿por qué nadie ha hecho algo para sacarme de aquí? ¡Carajo! ¿Será que el malnacido me traicionó?», pensó ansioso. En ese momento, sus reflexiones fueron interrumpidas por un soldado, que entró intempestivamente y dijo con frialdad. —Zenitty, vienes con nosotros. —¿Para qué? ¡Ya dije lo que tenía que decir! —replicó el hombre con dignidad. —Es orden del emperador, así que, levántese si no quieres ser ejecutado aquí mismo —reviró el tosco militar. Cuando escuchó esto, Julius se puso en guardia y accedió a salir sin oponer resistencia. Mientras caminaba perezosamente, escoltado por varios soldados, pensó con fastidio: «¿Ahora qué querrán de mí? ¿Van a seguir torturándome para sacarme más información? Incluso si m
Damien mantuvo su expresión fría ante el saludo cordial de Adolf Dunesque, lo cual resultó incómodo para el anfitrión, ya que no esperaba una reacción tan apática. «¿Qué le pasa a este tipo? ¿Acaso no está aquí para preguntarme por su origen? Debería lucir más entusiasmado y no con esa cara de desconfianza», pensó el duque ofendido, aunque por fuera mantenía su expresión amigable. En tanto, el ex militar solo se limitó a levantarse de su asiento e inclinarse levemente para saludar con indiferencia. —Buenas tardes, duque Adolf Dunesque. Agradezco que haya hecho espacio para recibirnos. Al mismo tiempo, Azabach imitó el gesto de Damien, pero su saludo fue un poco menos frío. —Buenas tardes, duque. El anfitrión sonrió gentilmente ante los buenos modales de la joven nómada, que se dirigió a ella con entusiasmo. —¡Oh! Me alegra mucho que también estés aquí, señorita Azabach Zenitty. Mi asistente, tu tío Thomas, me contó mucho de ti. Al escuchar esto, la joven nómada sonrió sarcást
Mientras desayunaba, Adeline intentaba desahogar su rabia cortando con fiereza la comida, cuyo chirrido de los cubiertos pasando por el plato hacía eco en la habitación. La causa de su descontento era su marido, quien había horas atrás escapado magistralmente de su lado, a pesar de que lo ocurrido la noche anterior. —Esto es inaudito, anoche discutimos, nos reconciliamos y al final él se acostó a mi lado como un célibe. Ni siquiera hizo el intento por acercarse o tocarme. Salvo que agarró mi mano como si fuera un niño, no hizo otra cosa más —murmuraba con resentimiento. En tanto, sus asistentes miraban con ansiedad las acciones de su señora, preguntándose la razón por la cual estaba de mal humor. —Pensé que se había reconciliado con el emperador, ¿por qué la señora está molesta ahora? —preguntó en voz baja Genie. —Quién sabe —comenzó a decir Annie con mirada temerosa—. Anoche el emperador Dunesque vino de repente a la habitación y se encerró con ella, pero no se escucharon gritos o
—Mi hija… está… ¿muerta? Balbuceó Julius, arrugando con incredulidad el documento que Ashal le había entregado, mientras que este lo miraba fríamente. Luego de esperar unos segundos, el emperador suspiró pesadamente y respondió. —Es probable. Hace un momento ordené que enviaran a un grupo de soldados para encabezar el rescate del vehículo… —¿Quién hizo eso? ¿Quién fue el malnacido que se atrevió a lastimar a mi preciosa hija? —reclamó Julius, ardiendo de rabia. El emperador sabía que si usaba la información adecuadamente, podía hacer que el líder de los nómadas confesara la verdad, así que respondió seriamente. —Según la comitiva de nómadas que me visitó ayer, un hombre de nombre Damien apareció en su territorio y la señorita Azabach lo acogió en su vehículo. Luego de pasar la noche en el campamento, esa persona robó el vehículo de su hija para escapar, con ella dentro. Sin embargo, durante la persecución, él se arrojó con todo y camión a un acantilado que estaba cerca de ahí. La
—¡El emperador Ashal vendrá al ducado en unos días! —anunció agitadamente Thomas al tiempo que entregaba un pequeño documento. Cuando tuvo el papel entre sus manos, Adolf frunció el ceño de disgusto, ya que esto cambiaba sus planes. «¿De cuándo acá ese tonto quiere visitarme? ¿Acaso el idiota de Julius confesó sobre la rebelión? ¡Maldita sea! No puedo perder más tiempo, tengo que movilizarme», pensó furioso, al tiempo que dirigía una mirada filosa a Damien. En tanto, el ex militar se estremeció al enterarse de que su antiguo compañero de armas planeaba visitar el ducado del Norte, que preguntó sin pensar. —¿Cuál es el motivo de la visita del emperador? Estoy seguro de que él no tenía entre sus planes una gira de Estado. El duque y a su asistente se miraron entre sí, sorprendidos al escuchar esto, a lo que Thomas respondió seriamente. —Bueno, según la misiva que acaba de llegar, el emperador Dunesque quiere tratar un asunto urgente con el duque, pero no especificó nada más. No muy
Damien se estremeció cuando Adolf le propuso robarse a la emperatriz de Mont Risto, que por un instante se quedó sin argumentos para refutar. Aunque ya había discutido antes esa posibilidad con Azabach, en el fondo no estaba seguro de si era la forma correcta de proceder para hacerse del corazón de la frágil dama. «¿Realmente quiero robarle el poder a Ashal para tener a Adeline? ¿Ella estará de acuerdo si hago algo así? Aunque admito que en el pasado actué impulsivamente para acercarme ella, siento que no tendré oportunidad si lo hago a la fuerza», pensó confundido. Adolf, viendo que su interlocutor parecía aturdido, siguió metiendo cizaña. —¿Qué pasa? ¿Por qué estás indeciso? Por lo que veo en tu mirada, tú realmente quieres estar con la hermosa emperatriz, así que no dudes y acepta mi propuesta. —¿Por qué me dice eso? —cuestionó Damien bruscamente. —¿Por qué te lo digo? ¿Acaso no sentiste algo por ella en un principio? Supe de buena fuente que tú fuiste el encargado de traerla d
—¿Tengo que concebir un heredero antes de cumplir tres meses de casada? Exclamó indignada Adeline al leer el “Manual de la Emperatriz” que le habían traído de la biblioteca. Genie, que estaba junto a ella, se sobresaltó con su grito y preguntó aturdida. —¿Sucede algo, mi señora? —¿Tú sabías que debo embarazarme tan pronto me convirtiera en esposa del emperador? —exclamó Adeline, bastante ansiosa. —¿Eh? No tenía idea de que había una norma así en el imperio, ¿de verdad tiene que embarazarse tan pronto? —contestó la inocente joven. Mostrando el párrafo donde mencionaba tal orden, la emperatriz señaló alterada. —¡Aquí dice que debo procrear a un heredero para mantener mi posición! —En ese momento se derrumbó y escondió su rostro entre sus manos mientras se lamentaba—. ¿Qué voy a hacer? Si el tonto de mi marido sigue sin tocarme, pronto me echarán de aquí. La servicial asistente se angustió al ver a la emperatriz tan afligida e inmediatamente intentó consolarla. —¡No diga eso, mi s