En el ducado del Norte, las noticias de la búsqueda del traidor y el escándalo durante el juicio contra los lores llegaron más rápido que el viento. Mientras se encontraba en su despacho leyendo los últimos informes sobre el imperio de Mont Risto, Adolf Dunesque sonreía triunfalmente. —Pobre mi querido sobrino —comenzó a decir con ironía—. Tanto que luchó para robarse el poder, que pronto lo va a perder todo. ¡Ah! Tuve que esperar 30 años para conseguir la oportunidad perfecta de sacudir un poco al imperio y apoderarme de lo que legítimamente es mío. Frente a él se encontraba su asistente, Thomas Zenitty, quien añadió con seriedad. —Según mi informante en la capital, los rebeldes están molestos porque el emperador detuvo a Julius durante la presentación de los lores corruptos, por lo que solo esperan su indicación comenzar con la revuelta. Adolf entrecerró los ojos al escuchar esto y de inmediato objetó. —El movimiento de Julius fue bastante arriesgado, no me conviene sacudir las
—¿Mi tío? —preguntó Azabach con extrañeza, apartando su mano, para limpiársela rápidamente en la ropa. Este gesto causó gracia en el atrevido Marcel, que se levantó y respondió gentilmente. —Así es, Thomas Zenitty. Al escuchar ese nombre, la joven nómada sintió escalofríos, ya que en su comunidad, esa persona ya llevaba casi 15 años de desaparecido. —Thomas… ¿Zenitty? —murmuró incrédula. Marcel notó que su interlocutora lucía bastante consternada con esta revelación, a lo cual, reiteró calmadamente. —Así es, tu tío sabe que están aquí y me envió para buscarlos. Mientras veía cómo ese extraño hombre se comportaba tan atrevidamente con su compañera de viaje, Damien sintió incomodidad, pero luego desechó esa idea, ya que le intrigaba más saber sobre ese tal Thomas Zenitty. —¿Quién es esa persona que está interesado en nosotros? —cuestionó repentinamente. A lo cual, Marcel volvió con Damien y respondió serenamente. —Él es el asistente del duque Adolf Dunesque… —¿Cómo que es su a
Azabach se despertó justo cuando el carruaje se detuvo y, al ver a Damien en posición de guardia, imaginó lo peor. Estaba a punto de preguntar algo, cuando en ese momento la puerta se abrió repentinamente y Marcel exclamó entusiasmado. —¡Hemos llegado! Consternada, ella preguntó con ingenuidad. —¿Tan pronto? —¿Cómo que tan pronto? ¿Acaso te dormiste y no disfrutaste del recorrido? —cuestionó el descarado hombre. Avergonzada por su comentario, señaló fríamente. —Lo siento, me aburrió mucho del panorama, que me dormí. Marcel esbozó una sonrisa divertida ante el falso desdén de la joven nómada, pero lo dejó pasar y señaló tranquilamente. —Bien, entonces pueden bajar —en ese momento ofreció su mano a Azabach, al tiempo que decía caballerosamente—. Tome mi mano, señorita… No pudo completar la frase, debido a que la desdeñosa joven salió rápidamente del carruaje, empujando al Onram a su paso. «¡Auch! ¡Qué chica tan difícil!», pensó divertido Marcel mientras recuperaba su postura.
Al día siguiente, Adeline estaba acostada en su cama con una expresión de insatisfacción total. Junto a ella se encontraba Ashal, quien dormía plácidamente, agarrando con fuerza su mano, como si fuera un niño que solo puede dormir con su osito de peluche. «¿Cómo acabamos así?», pensó la frustrada mujer, al tiempo que recordaba lo ocurrido la noche anterior. Luego de que Ashal mencionara con una expresión perversa que quería “ver de lo que ella era capaz”, en ese momento la joven imaginó que finalmente había llegado la hora en que sus bajas pasiones serían satisfechas. El emperador la miró fijamente, para después acercarse peligrosamente a la cama. Adeline se preparó mentalmente para el ataque, al tiempo que su mente intentaba recordar si su cuerpo estaba listo. «¡Carajo! Tanto que había soñado con esto, que ahora me preocupa no haberme puesto suficiente loción, siento que apesto. Espero que Ashal no lo note, digo, haremos algo que definitivamente nos hará sudar», pensó ansiosa. Cu
En una celda oscura, Julius Zenitty se mantenía sentado en la misma posición, mirando fijamente la puerta que lo mantenía retenido del mundo exterior. «¿Cuánto tiempo tendré que esperar en este sucio lugar? Claramente di el primer paso para obligar al duque Adolf a moverse, ¿por qué nadie ha hecho algo para sacarme de aquí? ¡Carajo! ¿Será que el malnacido me traicionó?», pensó ansioso. En ese momento, sus reflexiones fueron interrumpidas por un soldado, que entró intempestivamente y dijo con frialdad. —Zenitty, vienes con nosotros. —¿Para qué? ¡Ya dije lo que tenía que decir! —replicó el hombre con dignidad. —Es orden del emperador, así que, levántese si no quieres ser ejecutado aquí mismo —reviró el tosco militar. Cuando escuchó esto, Julius se puso en guardia y accedió a salir sin oponer resistencia. Mientras caminaba perezosamente, escoltado por varios soldados, pensó con fastidio: «¿Ahora qué querrán de mí? ¿Van a seguir torturándome para sacarme más información? Incluso si m
Damien mantuvo su expresión fría ante el saludo cordial de Adolf Dunesque, lo cual resultó incómodo para el anfitrión, ya que no esperaba una reacción tan apática. «¿Qué le pasa a este tipo? ¿Acaso no está aquí para preguntarme por su origen? Debería lucir más entusiasmado y no con esa cara de desconfianza», pensó el duque ofendido, aunque por fuera mantenía su expresión amigable. En tanto, el ex militar solo se limitó a levantarse de su asiento e inclinarse levemente para saludar con indiferencia. —Buenas tardes, duque Adolf Dunesque. Agradezco que haya hecho espacio para recibirnos. Al mismo tiempo, Azabach imitó el gesto de Damien, pero su saludo fue un poco menos frío. —Buenas tardes, duque. El anfitrión sonrió gentilmente ante los buenos modales de la joven nómada, que se dirigió a ella con entusiasmo. —¡Oh! Me alegra mucho que también estés aquí, señorita Azabach Zenitty. Mi asistente, tu tío Thomas, me contó mucho de ti. Al escuchar esto, la joven nómada sonrió sarcást
Mientras desayunaba, Adeline intentaba desahogar su rabia cortando con fiereza la comida, cuyo chirrido de los cubiertos pasando por el plato hacía eco en la habitación. La causa de su descontento era su marido, quien había horas atrás escapado magistralmente de su lado, a pesar de que lo ocurrido la noche anterior. —Esto es inaudito, anoche discutimos, nos reconciliamos y al final él se acostó a mi lado como un célibe. Ni siquiera hizo el intento por acercarse o tocarme. Salvo que agarró mi mano como si fuera un niño, no hizo otra cosa más —murmuraba con resentimiento. En tanto, sus asistentes miraban con ansiedad las acciones de su señora, preguntándose la razón por la cual estaba de mal humor. —Pensé que se había reconciliado con el emperador, ¿por qué la señora está molesta ahora? —preguntó en voz baja Genie. —Quién sabe —comenzó a decir Annie con mirada temerosa—. Anoche el emperador Dunesque vino de repente a la habitación y se encerró con ella, pero no se escucharon gritos o
—Mi hija… está… ¿muerta? Balbuceó Julius, arrugando con incredulidad el documento que Ashal le había entregado, mientras que este lo miraba fríamente. Luego de esperar unos segundos, el emperador suspiró pesadamente y respondió. —Es probable. Hace un momento ordené que enviaran a un grupo de soldados para encabezar el rescate del vehículo… —¿Quién hizo eso? ¿Quién fue el malnacido que se atrevió a lastimar a mi preciosa hija? —reclamó Julius, ardiendo de rabia. El emperador sabía que si usaba la información adecuadamente, podía hacer que el líder de los nómadas confesara la verdad, así que respondió seriamente. —Según la comitiva de nómadas que me visitó ayer, un hombre de nombre Damien apareció en su territorio y la señorita Azabach lo acogió en su vehículo. Luego de pasar la noche en el campamento, esa persona robó el vehículo de su hija para escapar, con ella dentro. Sin embargo, durante la persecución, él se arrojó con todo y camión a un acantilado que estaba cerca de ahí. La