Al enterarse de que los soldados estaban cerca, Damien soltó bruscamente a la frágil mujer y comenzó a buscar con la mirada una forma de escapar de ese lugar. —¿Qué hacemos? ¡Los militares nos van a capturar! —preguntó Azabach, angustiada. En tanto, Selina se levantó con mucho esfuerzo y, sacando una vieja arma que tenía escondida entre sus ropas, amenazó. —¡No van a poder salir de aquí! ¡Esta habitación está en el segundo piso y las ventanas son muy pequeñas para que puedan escapar! Esto no inmutó al frío ex militar, que siguió mirando para todos lados en busca de una forma de escape. En cambio, Azabach reclamó a la mujer por su traición. —¡Maldita bruja! ¡Somos inocentes! ¡Vinimos aquí para buscar a la familia de mi prometido y usted nos ha traicionado! Selina se burló por el reclamo y replicó con desdén. —¿Tu prometido? ¿Piensan que me voy a creer ese cuento? ¡Claramente sé que ese hombre es un traidor del imperio y que lo están buscando! Por eso cuando escuché su apellido,
“Nunca fuimos tan íntimos”. Azabach sintió una opresión en el pecho al escuchar estas palabras y de inmediato llegó a la conclusión de que Damien sufría por la actitud fría de Ashal hacia él. Bajo esta premisa, murmuró consternada. —Entonces es cierto lo que dicen del gran Ashal… Esto captó la atención de Damien, que frunció el ceño de extrañeza y preguntó intrigado. —¿Qué dicen de Ashal? Al ser cuestionada, Azabach se sintió culpable por haber hablado de más, pero al ver la expresión confundida de su interlocutor, se atrevió a mencionar. —¿Eh? Bueno, al campamento llegaron rumores de que el gran Ashal es un hombre tan frío y autoritario, que ni a sus subordinados trata bien. Cuando mi padre recibió esta información, no la consideró tan relevante como para causar un escándalo y prefirió pasarla por alto. A Damien no le agradó esta respuesta, ya que esa descripción distaba mucho de la realidad. Incluso cuando se encontraba en malos términos con el emperador, lo respetaba como mi
El agradecimiento ferviente de Ashal consternó a Adeline, dejándola sin palabras. Sin saber cómo reaccionar, se preguntó mentalmente: «¿Qué está pasando? ¿Por qué Ashal me agradece? ¿No es a partir de aquí cuando él se pone furioso y me azota contra el escritorio para desquitar sus bajas pasiones, tal como leí en la novela original?». Ignorando la turbación de su esposa, Ashal la estrechó con más fuerza y, tras suspirar pesadamente, continuó hablando con vehemencia. —Realmente estoy agradecido de haberme casado contigo. Cada cosa que dices alivia mi alma y hasta puedo sentirme fuerte. Ante esto, Adeline reaccionó y replicó consternada. —¿De verdad eso piensas de mí? Ashal la soltó y luego la giró hacia él para mirarla cara a cara, apretando con ansias los delicados brazos. —Adeline —comenzó a decir con desesperación—, sé que debes sentirte decepcionada porque no he cumplido con mis obligaciones como esposo, pero te aseguro que todo lo que estoy haciendo es para protegerte. Como v
Cuando Adeline mencionó sin cuidado la posibilidad de que Damien fuera el príncipe perdido, Ashal y Gérard la miraron asombrados. Al percatarse de que había hablado de más, de inmediato se cubrió la boca y pensó asustada. «¡Mierda! ¿Dije eso en voz alta?».En tanto, su esposo se acercó peligrosamente para cuestionarla.—¿Qué es lo que acabas de decir? ¡Responde!El aura severa de Ashal causó escalofríos en la joven emperatriz, dejándola sin argumentos. Al ver que la situación se ponía seria, Gérard intervino, nerviosamente.—Mi señora, no puede bromear con algo así. Dudo que Chevalier tenga algún tipo de conexión con el príncipe perdido, ¿no es así, Ashal?Esto último calmó los ánimos del fúrico hombre, que ya no dijo nada más. En tanto, Adeline intentó justificarse con desesperación.—Yo… yo…. Yo… ¡Lo siento! No era mi intención decir algo así… Es solo que mientras recordaba algunos apuntes que hice recientemente, caí en la cuenta de que el rapto del primer príncipe y la aparición de
Ashal sintió escalofríos cuando Gérard mencionó el tema de la muerte y, tomando del cuello a su interlocutor, dijo severamente. —No pienso permitir que Adeline muera por mi culpa. Gérard no se inmutó con la reacción agresiva del emperador y continuó diciendo atrevidamente. —¿Y qué se supone que estás haciendo? Esconderla no es una buena solución y ella merece ser libre. —¡Lo sé, pero no puedo permitir que nadie la toque! —exclamó Ashal con desesperación. —¿Te estás escuchando? Si limitas a la emperatriz a ser un simple accesorio del imperio, le cortarás la posibilidad de escapar de la muerte. Ella ha demostrado que puede ser capaz de defenderse y es demasiado perspicaz en asuntos de estado —insistió el atenido asistente. Tales argumentos no convencieron del todo al renuente emperador, que volvió a objetar. —¡Tú no entiendes! Mientras más sepa, más en peligro estará. —¡No! El que no entiende eres tú —exclamó Gérard indignado, al tiempo que se apartaba fácilmente del agarre del e
«Mantente firme y no voltees. Ashal tiene que venir hacia mí. Sí, esto debe ser suficiente para provocarlo», pensó la atrevida Adeline, que por fuera aparentaba estar furiosa mientras avanzaba por el pasillo hacia su nueva habitación, dejando atrás a su fúrico marido, quien realmente estaba consternado por cómo habían terminado las cosas. Cada paso que daba, la joven emperatriz sentía que había exagerado con su actuación y hasta pensaba en voltear hacia atrás para ver si su marido se acercaba hacia ella. Aunque luego abandonaba la idea, repitiéndose a sí misma mentalmente: «¡No! Tienes que mostrarte firme para que Ashal finalmente te haga caso». Ya frente a la puerta de su nueva habitación, resopló de frustración al comprobar que su esposo no había sucumbido ante su provocación, pero esto no la desanimó y siguió con su plan, entrando rápidamente a la recámara, sin voltear hacia el final del pasillo, donde su esposo seguía parado con una mezcla de desconcierto e indignación. Cuando
En el ducado del Norte, las noticias de la búsqueda del traidor y el escándalo durante el juicio contra los lores llegaron más rápido que el viento. Mientras se encontraba en su despacho leyendo los últimos informes sobre el imperio de Mont Risto, Adolf Dunesque sonreía triunfalmente. —Pobre mi querido sobrino —comenzó a decir con ironía—. Tanto que luchó para robarse el poder, que pronto lo va a perder todo. ¡Ah! Tuve que esperar 30 años para conseguir la oportunidad perfecta de sacudir un poco al imperio y apoderarme de lo que legítimamente es mío. Frente a él se encontraba su asistente, Thomas Zenitty, quien añadió con seriedad. —Según mi informante en la capital, los rebeldes están molestos porque el emperador detuvo a Julius durante la presentación de los lores corruptos, por lo que solo esperan su indicación comenzar con la revuelta. Adolf entrecerró los ojos al escuchar esto y de inmediato objetó. —El movimiento de Julius fue bastante arriesgado, no me conviene sacudir las
—¿Mi tío? —preguntó Azabach con extrañeza, apartando su mano, para limpiársela rápidamente en la ropa. Este gesto causó gracia en el atrevido Marcel, que se levantó y respondió gentilmente. —Así es, Thomas Zenitty. Al escuchar ese nombre, la joven nómada sintió escalofríos, ya que en su comunidad, esa persona ya llevaba casi 15 años de desaparecido. —Thomas… ¿Zenitty? —murmuró incrédula. Marcel notó que su interlocutora lucía bastante consternada con esta revelación, a lo cual, reiteró calmadamente. —Así es, tu tío sabe que están aquí y me envió para buscarlos. Mientras veía cómo ese extraño hombre se comportaba tan atrevidamente con su compañera de viaje, Damien sintió incomodidad, pero luego desechó esa idea, ya que le intrigaba más saber sobre ese tal Thomas Zenitty. —¿Quién es esa persona que está interesado en nosotros? —cuestionó repentinamente. A lo cual, Marcel volvió con Damien y respondió serenamente. —Él es el asistente del duque Adolf Dunesque… —¿Cómo que es su a