—¡El emperador debe atacar con toda su fuerza al traidor! —gritó Fernand Laval durante una reunión de emergencia. —¿Cuánto más vamos a seguir lidiando con su hermano? ¡Está arrasando con la mayoría de los ducados del norte y poniente! —exclamó lord Hermes Iron, del ducado del Plannion. Ante tales reclamos de sus aliados, Ovidio mantuvo su expresión fría con tal de ocultar la impotencia que sentía al no poder tener el control de la situación que tenía en frente. —Ustedes, ¿qué proponen? —reviró con severidad—. Solo están aquí para quejarse, pero no ofrecen soluciones. Ahora mismo necesito a más hombres en el frente —en ese momento su expresión se volvió sombría—, porque, como habrán visto, la mayoría de los soldados se aliaron con el maldito de mi hermano y me estoy quedando sin fuerzas para repeler sus ataques. Incluso me quedé sin espías para que me avisen con anticipación los siguientes movimientos de mi estúpido hermano. Los lores agacharon sus cabezas al no tener respuesta a l
Cuando Trinitus le entregó el extraño sobre, Ashal lo abrió sin mucho interés y comenzó a leer el contenido. Al ver que era información relacionada sobre los próximos movimientos del ejército de su hermano Ovidio y la ubicación de bases secretas, esbozó una sonrisa de satisfacción. —¿Dónde conseguiste esto? —preguntó, fingiendo curiosidad. Manteniendo su expresión perversa, Trinitus añadió: —Tengo un espía entre sus tropas. Gracias a él conseguí esta información valiosa. «Gérard tenía razón, el comandante Hush finalmente muestra su verdadera cara. Sin embargo, esto no será suficiente para asegurar que es un traidor ni tampoco puedo confiar del todo en la información que me acaba de dar. Probablemente, sea una trampa que ideó con mi hermano para derrotarme», pensó Ashal y luego añadió: —Bien, si esta información es verídica, replantearé la estrategia de ataque, enfocándome en las bases que se encuentran en la periferia de la capital, para distraer la atención del Ejército de Ovidio
Al escuchar que una roca se movía, Gérard volteó hacia donde provenía el sonido y parpadeó de asombro al ver que de la pared aparecía la entrada a un pasadizo, del cual se asomó un hombre con ropa de mayordomo, quien rápidamente salió junto con una joven, de rasgos similares a los de Ashal. Seguido de ellos, apareció un grupo de niños temerosos, acompañados por una mucama. «Finalmente, los encontré», pensó Gérard aliviado. En ese momento, el mayordomo notó la presencia del militar y se puso adelante de todos. —¿Quién eres tú? —cuestionó atrevidamente, aunque en el fondo temblaba de miedo. En tanto, la tercera princesa, al ver que frente a ella estaba un soldado que no pertenecía al ejército de Ovidio, sintió escalofríos ante la posibilidad de que su plan de escape hubiera fracasado. «¡Maldita sea! ¡Nos han atrapado!», pensó nerviosa. Por su parte, el comandante Bunger mantuvo su expresión fría y respondió. —Supongo que estaban huyendo, estoy aquí… —¡Estás aquí para capturarnos,
El relato de Mary resultó una nueva perspectiva para Adeline, ya que le ayudó a enlazar los fragmentos de la historia que ella había leído en algunos libros sobre la forma en que Ashal había conseguido el poder. Ahora que sabía lo mucho que los pequeños príncipes habían sufrido durante la Guerra de los Mil Días, Adeline consideró que lo mejor sería confesar a la señorita Hina sobre su identidad y conseguir que ella le cuente más sobre ese pasaje oscuro, para así tener una noción clara sobre las decisiones que Ashal tomó en el pasado y que ahora perjudicaban el presente. Lamentablemente, debido a que debía cumplir con su papel como niñera de los jóvenes príncipes, el resto del día tuvo que posponer su encuentro con la tercera princesa. Cuando cayó la noche, estaba tan agotada, que apenas tenía energías para acercarse al despacho de “su jefa” para hablar con ella en privado. «¡Ah! Los chicos son tan demandantes, que no sé si podré soportar su ritmo por más tiempo», pensó frustrada. Mi
Como estaba distraído subiendo las cosas en el camión, John no notó la presencia de Marion, hasta que este lo interceptó, tomándolo por sorpresa. —¿Quién eres? —preguntó, asustado por la presencia del imponente militar. En tanto, Marion mantuvo su expresión serena y respondió. —Soy el comandante Marion Solep, estoy aquí para proteger a la emperatriz Adeline. John palideció al escuchar que esa persona era un militar del imperio y por un instante pensó que ya habían sido descubiertos. Antes de cuestionarlo, apareció Hina, quien momentos antes había escuchado la conversación que ambos hombres tenían, se acercó y preguntó bastante alterada. —¡Tú qué haces aquí! ¿Te mandó mi estúpido hermano? La actitud hostil de la delicada joven no perturbó a Marion, que respondió con frialdad. —Estoy aquí por la emperatriz Adeline y los príncipes exiliados. Hace un momento recibí un mensaje de sir Bunger quien me ordenó escoltarlos a una zona segura. Al escuchar que Gérard había enviado a esa per
«¿Cuándo comenzó todo? ¡Ah! Fue cuando su maldito padre la ofreció para evitar su castigo por traición. Aunque detestaba la idea de casarme con la hija de un traidor, cuando la vi tan débil, algo dentro de mí me hizo querer poseerla. Cada vez que ella lloraba para que no la lastimara, más me ensañaba con ella con tal de saciar mi sed de lujuria, pero… al verla muerta… me di cuenta de que realmente la amaba…». —¡A… shal! ¡A… shal! … ¡Ashal! «¿Alguien me llama? Esa voz… me es familiar…». —¡Ashal! ¡Despierta…! «¿Es Gérard? ¿Qué pasó? ¿Por qué no puedo moverme?». —¡Ashal! ¡Despierta! ¡No puedes morir! «¿Muerte? ¿Acaso estoy agonizando? ¡Ah! Ni siquiera pude cambiar las cosas esta vez». —¡Lo estamos perdiendo! ¡Hagan algo! La voz de Gérard resonaba a lo lejos, que Ashal apenas podía escucharla. En realidad se encontraba en un estado de profundo letargo, como si su alma hubiera sido trasladada a un plano distinto de su realidad. «¡Ains! ¿Vale la pena volver? No creo que funcione,
En un campamento provisional ubicado en las afueras de la capital de Mont Risto, Adolf Dunesque se encontraba revisando con sus hombres los siguientes movimientos que realizarían para mermar las fuerzas del emperador Ashal. —Señor, me llegaron reportes de que los lores del Norte y Oriente se rindieron pacíficamente y están dispuestos a cooperar con usted para derrocar al emperador Ashal. Solo resta tener noticias de los que se encuentran en el Sur y Poniente, pero confío en que pronto manifestarán su posición —expuso Thomas Zenitty. —Bien, parece que Ashal no logró erradicar por completo la semilla de la ambición —señaló el duque con orgullo—. Esos hombres solo les ofreces dinero y fácilmente aceptan traicionar incluso a su propia familia. Sin embargo, yo no soy como mi estúpido sobrino. Cuando todo esto termine, me encargaré de eliminarlos, así nadie podrá oponerse a mí. Thomas y los demás se miraron entre sí, incómodos con lo que acababan de escuchar, pero antes de mencionar algo
Ashal se estremeció al escuchar la voz de Hina, quien al otro lado de la línea sonaba bastante irritada. —¡Responde, Ashal! ¿Estás ahí? Aturdido, el emperador respondió un tanto ofendido. —¿Quién te dio permiso de entrar en la línea privada? —¡Es la primera vez en tanto tiempo que hablamos y así me tratas! —gritó indignada. —¡Ains! Hina, ahora mismo no estoy de humor para soportar tus tonterías, deja que hable con Marion… —Manda a soldados más competentes, uno no bastó para protegernos de los bandidos —demandó ella con autoridad. Este reclamo irritó más a Ashal, pero en ese punto no podía negar que su hermana tenía razón con el hecho de que había cargado a un solo hombre la responsabilidad de proteger a su familia. —Bien, intentaré contactar a la gente en… —¡No! Manda a gente capaz que sea de la Capital —interrumpió Hina—, como Gérard. Los soldados de Flines son unos inútiles. Cuando la tercera princesa mencionó su nombre, Bunger se sonrojó y tosió para calmar sus nervios, a