Condenados, ¿a muerte?
Al escuchar que una roca se movía, Gérard volteó hacia donde provenía el sonido y parpadeó de asombro al ver que de la pared aparecía la entrada a un pasadizo, del cual se asomó un hombre con ropa de mayordomo, quien rápidamente salió junto con una joven, de rasgos similares a los de Ashal. Seguido de ellos, apareció un grupo de niños temerosos, acompañados por una mucama.

«Finalmente, los encontré», pensó Gérard aliviado.

En ese momento, el mayordomo notó la presencia del militar y se puso adelante de todos.

—¿Quién eres tú? —cuestionó atrevidamente, aunque en el fondo temblaba de miedo.

En tanto, la tercera princesa, al ver que frente a ella estaba un soldado que no pertenecía al ejército de Ovidio, sintió escalofríos ante la posibilidad de que su plan de escape hubiera fracasado. «¡Maldita sea! ¡Nos han atrapado!», pensó nerviosa.

Por su parte, el comandante Bunger mantuvo su expresión fría y respondió.

—Supongo que estaban huyendo, estoy aquí…

—¡Estás aquí para capturarnos,
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