En el ducado del Norte, Adolf se encontraba en su despacho reprendiendo violentamente a sus soldados, mientras era observado en silencio por Damien y Thomas. —¿Acaso son unos idiotas o están ciegos? —gritó mientras arrojaba uno de sus artilugios que tenía en el escritorio—. ¿Por qué no fueron capaces de prevenir que Ashal escaparía fácilmente de este palacio? ¿De qué sirve que les pague, si fracasaron en el único trabajo que debían hacer? ¡Solo tenían que vigilar que el maldito emperador no saliera de su habitación! ¿Qué estaban haciendo cuando él se marchó a la vista de todos? El líder de sus soldados, Marcel, miró fijamente al duque y respondió con frialdad. —Al parecer, el emperador Ashal Dunesque aprovechó el cambio de turno para escapar con la ayuda de alguien más. Ya comprobamos la asistencia de los guardias reales y de los empleados del palacio, hasta el momento nadie de ellos falta. Al escuchar esto, Adolf gruñó rabioso. —¿Cómo es eso posible? ¿Y quién carajos se atrevió a
Haciendo a un lado la angustia por no saber nada de su esposo, Adeline volvió a su habitación para asearse rápidamente y volver con Gérard. En el proceso, sus asistentes corrían presurosas para todos lados con tal de que su señora tuviera todo a la mano. —Aquí trajimos el desayuno, es importante que siga al pie las recomendaciones del doctor —señaló Annie agitada. Como tenía prisa, Adeline pensó en rechazarlo de inmediato, pero como desde el día anterior no había probado bocado, aceptó de mala gana. —Bien —dijo mientras se sentaba en la mesa que estaba cerca de la ventana. Mientras comía rápidamente, vio que Mikhail caminaba hacia el palacio. Esta presencia le causó escalofríos, que se atragantó con el bocado y comenzó a toser. —¡Mi señora! ¿Le pasa algo? —preguntó la ansiosa Annie. —¡Cof! ¡No! ¡Cof! ¡No es nada! —respondió entre jadeos Adeline, al tiempo que tomaba agua para calmar el reflejo de su garganta y se levantaba de la mesa—. Ya me llené, tengo que ir con Gérard. Esto
Ante la renuencia de Gérard de permitirle seguir trabajando, la emperatriz se sintió un poco ofendida y estuvo a punto de reclamarle por su actitud, pero como su cuerpo ya empezaba a resentir el cansancio por llevar varias horas en una misma posición, aceptó marcharse de mala gana. —¡Ains! Está bien, me iré. —No se enfade conmigo, majestad —suplicó Gérard, preocupado por su reacción. —Sí, estoy enfadada, pero es cierto que debo descansar. Tú también deberías hacerlo —replicó la emperatriz con firmeza. —Lo sé, pero ya estoy acos… —¡No! Si yo me voy, tú también lo harás. No es justo que tú te quedes más tiempo trabajando —reviró ella con autoridad. Tal argumento desarmó al férreo hombre, que durante mucho tiempo había deseado que Ashal le hubiera permitido salir temprano después de una jornada larga. No obstante, estaba el hecho de que ahora el paradero del emperador era desconocido, por lo que no podía darle tantas libertades. Con esto en mente, decidió seguirle la corriente a l
Tal como había advertido Mikhail, un grupo de rebeldes había ingresado a la fuerza a las mazmorras, con el objetivo de “salvar” a su líder, Julius Zenitty. En el alboroto, comenzaron a liberar a los presos que se encontraban ahí, quienes aprovecharon la caótica situación para pelear contra los celadores. —¡Busquen en todas las celdas! ¡Julius tiene que estar en este lugar! —gritó uno de los rebeldes, quien lideraba la incursión. Sus secuaces continuaron abriendo las demás celdas en busca de Zenitty, pero luego de revisar en todas, no lo encontraron en ninguna parte. —¡Señor! ¡Aquí no está el señor Julius! —gritó uno de los rebeldes. —¡Acá tampoco lo tienen! —añadió otro. Al escuchar esto, el líder de la incursión se detuvo y pensó en voz alta. —Estábamos seguros de que Julius estaría aquí, ¿dónde lo habrán metido? —en ese punto, una idea peligrosa pasó por su mente—. ¿Acaso lo mataron? Tras llegar a esta conclusión, se acercó a uno de los guardias que yacía tirado en el piso tra
“Duerme mi niño, duerme ya, que pronto vendrá el duende de los sueños y te llevará a un lugar especial…” Ashal recordaba con nostalgia esa copla tan tierna, y más cuando su madre era quien se lo cantaba cada noche antes de dormir. Esa memoria se le quedó profundamente grabada, que durante mucho tiempo fue lo único que lo ayudó a conciliar el sueño después de su progenitora fuera expulsada de su habitación y él tuviera que aprender a dormir sin su compañía. «Madre… ¿Por qué te fuiste tan pronto? Incluso te llevaste a mi hermano y me dejaron solo», se lamentó, mientras miraba con anhelo una proyección de su madre que le sonreía con dulzura, cargando en brazos un pequeño bulto. De pronto, el triste sueño se esfumó gracias a un estruendo resonó en su cabeza y lo hizo volver en sí. Entonces abrió los ojos y se dio cuenta de que tenía las extremidades amarradas a una incómoda silla. «¿Qué pasó? ¿Cómo es que terminé aquí?», pensó confundido. Escaneando con la mirada a su alrededor, pudo
Adeline apenas podía conciliar el sueño tras lo ocurrido con Mikhail, que ni siquiera el medicamento para dormir ni la compañía de sus asistentes era suficiente para calmar sus nervios. Era tal su angustia, que solo se preguntaba mentalmente: «¿Qué sucede con esta historia? ¿Por qué todo es tan diferente a como lo leí en el libro? Jamás imaginé que esto llegaría a tal extremo. Estoy tan aterrada, que todos me parecen sospechosos y temo que si me duermo, alguien vendrá a matarme». Mientras daba vueltas en la cama, se quedó mirando hacia la ventana, en la cual solo podía ver la oscuridad del cielo sin estrellas. Esto le hizo ansiar que ya pronto amaneciera para sentirse más segura. «No quiero estar aquí. ¡Es más! ¿Por qué renací como la protagonista de esta novela? ¿Qué deidad tan cruel fue la que me trajo a este mundo para sufrir? Por lo menos en mi otra vida tenía una profesión y podía andar tranquilamente sin miedo a que alguien se acercara a mí con la intención de matarme», meditó.
Tras resolver la crisis en el palacio, Gérard pasó el resto de la noche lidiando con el reforzamiento de la seguridad y la detención de posibles sospechosos que habrían colaborado con los rebeldes que habían violado la seguridad del palacio para liberar a Julius Zenitty. Ya casi estaba a punto de amanecer, cuando el cansancio lo venció y se durmió sobre el escritorio del emperador. No obstante, su sueño fue interrumpido al poco rato, cuando los soldados entraron a primera hora para darle un anuncio urgente. —Sir Bunger —llamó uno sin dilación—, un grupo de lores acaba de llegar y demandan una audiencia urgente. Malhumorado, levantó la cabeza y preguntó para confirmar. —¿Qué acabas de decir? —Varios lores están afuera exigiendo entrar y hablar con el emperador —repitió el soldado. Al escuchar esto, suspiró profundamente y se talló los ojos para despabilarse. Entonces, dijo con frustración. —¡Ains! Tal parece que los chismes vuelan rápido, que ahora estos carroñeros quieren ver si
Para Adeline, si la trama había cambiado completamente, daba lo mismo si se esforzaba por mantener la línea temporal o empezaba a forjar una nueva historia. Por lo tanto, aprovechando que sus asistentes y los soldados estaban entretenidos buscándola, ella se escabulló entre los pasillos hasta llegar a las habitaciones de los sirvientes, en donde hizo una parada para robarse la ropa de alguna de las sirvientas, con la intención de usarla como camuflaje y llevarse algunas otras dentro de su valija. «Sé que esto no es digno de Adeline Laval, pero yo estoy ocupando su cuerpo y no estoy dispuesta a morir fácilmente en este mundo», pensó decidida, mientras se vestía rápidamente y escondía sus ropas en el armario que se encontraba en la habitación. Luego de revisar en su valija que llevaba todo lo necesario, sacó la bolsita con las monedas que tenía disponibles para gastar durante su huida y las contó rápidamente. —¡Uf! Según los libros, estas monedas tienen un valor inferior al oro, por l