Trago y siento la garganta reseca, como si mi esófago hubiese sido revestido por una capa de lija. Carraspeo e intento alejar aquella sensación, pero es en vano. ¿Qué diablos me sucede? No recuerdo nada. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde demonios estoy? ¿Por qué no puedo recordar? No lo sé y eso me aterra.Lentamente, abro mis ojos y la luz de los tubos fluorescentes que se encuentran sobre mí me ciegan, obligándome a fruncir mis párpados.¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?Con calma, sintiendo cada uno de mis músculos agarrotados, miro hacia un lado y percibo una silueta de espaldas a mí. Es evidente que se trata de una mujer, pero, cuando se gira hacia mí, soy incapaz de reconocerla.Tengo miedo.¿Por qué no puedo recordar?Mientras fuerzo mi mente al máximo, intentando ubicar su imagen en mi mente, comprobando que me es imposible, la desconocida se acerca a mí con lentitud, y me dedica una mirada compasiva antes de decir con voz suave:—Por fin estás de vuelta. —Sus ojos se anegan en lágrima
Amy suspiró y observó el cielo a través del parabrisas. Este se había ido poblando lentamente de enormes nubarrones que auguraban una potente tormenta eléctrica, haciéndole agradecer haber llegado justo a tiempo.Bostezando, paró el motor de su diminuto coche de tres puertas y se apeó de él, arrebujándose en el grueso abrigo de piel de imitación que su madre le había regalado por su vigésimo sexto cumpleaños, antes de dirigirse al maletero y tomar su equipaje. Una vez tuvo la maleta y su bolso de mano, tomó las llaves de su coche y, tras pulsar un botón, bloqueó las puertas y activó la alarma. No vivía en una zona demasiado peligrosa, pero su madre le había enseñado que «mujer precavida vale por dos», por lo que había adquirido la costumbre de asegurar todas sus pertenencias. «Mamá», pensó Amy y sonrió, al recordar a Denise con sus ojos anegados en lágrimas. Era consciente de que, a pesar de que llevase ocho años viviendo sola, el paso que había dado aún llenaba a su madre de felici
—Señores pasajeros, estamos a tan solo un par de minutos de comenzar el descenso hacia el aeropuerto de Dublín, les pedimos que por favor se coloquen sus cinturones de seguridad y sigan el protocolo correspondiente, para un aterrizaje seguro —resonó la voz del piloto a través de los altavoces del avión. ¿En serio? ¿Ya estaban a punto de aterrizar? ¿En qué momento se le habían pasado aquellas horas que, antaño, se le habían antojado eternas? Suspiró y miró por la ventanilla que se encontraba a su lado, antes de colocarse el cinturón de seguridad. No podía creer que, después de tanto tiempo, por fin volvía a Irlanda para quedarse y no solo por Navidad y Año Nuevo. Le parecía que había sido ayer que había pisado el aeropuerto de Dublín para tomar un vuelo rumbo a Londres; un vuelo que lo alejaría no solo de su país, sino también de todos aquellos a quienes amaba. No obstante, en aquel momento, hacía siete años, había creído que era lo correcto, aun cuando se había arrepentido cada segu
—¿Qué haces, cielo? —preguntó Adam, frunciendo el ceño mientras bajaba las escaleras, al ver que Erín se encontraba trapeando el suelo de mármol de la enorme sala de la mansión que él había heredado junto con la cristalería cuando sus padres fallecieron.Si bien le había ofrecido a Rebecka, su hermana, la parte correspondiente a aquella vivienda, esta no había hecho más que rechazarlo una y otra vez, por lo que habían decidido, de común acuerdo, que ella solo se encargaría de la parte de la empresa que le correspondía y se quedaría con la vivienda que sus padres habían adquirido a las afueras de Cork.—Limpio —respondió la mujer, alzando la vista por un segundo, antes de encogerse de hombros y continuar con la tarea—. Veo que la edad te está volviendo cada vez más ciego, cariño —agregó entre risas.—Muy graciosa —repuso Adam, blanqueando los ojos—. Ya sabes lo que opino de…—Lo sé, sé muy bien lo que opinas —lo interrumpió—, pero tú también sabes a la perfección que no puedo vivir en
El gélido aire, atípico para aquella época del año, se colaba a través de la ventana de la cocina, frente a la cual se encontraba Amy, fumando un cigarro mientras leía los resúmenes que había hecho mientras se encontraba en la casa de sus padres.Aún le quedaban unos cuantos días para presentarse a aquel examen, pero, si bien era consciente de que estaba más que preparada, sentía que nunca era suficiente. Aquella asignatura la volvía loca. Era una de las más complicadas de la especialización en psiquiatría, y no quería perder un año para poder rendir las siguientes, si no le iba bien en ese momento. Para ella, un año más, era un año que perdía de poder ejercer y poder ayudar, tal y como deseaba.En ese momento, poseía sentimientos contradictorios. Por un lado, se creía completamente capaz de aprobar sin mayor problema; sin embargo, la ansiedad le hacía pensar en que quizás no era más que una ilusión. Por eso mismo, en lugar de descansar, tal y como le había prometido a su madre, se en
Brendan se desperezó en el sofá y abrió los ojos, ante el insistente sonido de su teléfono móvil, preguntándose en qué momento se había quedado dormido.La noche anterior, la tercera tras su regreso, después de cenar con sus padres y Nessa, su hermana de catorce años, había decidido recostarse en el sofá de la sala con la intención de ver una de las tantas películas que coleccionaba su padre. Sí, por su puesto podría haber ido a la sala de cine que poseían en la mansión, pero para él nada se comparaba al sofá y a la televisión.Hacía demasiado tiempo que no se permitía ser ocioso y creía que aquella era una buena oportunidad de recuperar aquel viejo hábito; a pesar de que le había prometido a su padre que comenzaría a trabajar en la empresa al día siguiente.Sin embargo, al parecer, aquella antigua película que había sacado de la videoteca que su padre había comenzado a armar cuando era tan solo un adolescente, no había sido lo suficientemente entretenida, dado que ni siquiera recorda
—¡Es hora de despertar! —exclamó la voz de Kendra, a través de los altavoces del departamento, acompañada por una melodía que poco permitía un despertar tranquilo y relajado.Nancy se despertó de un sobresalto, con el corazón palpitando. Desorientada, miró a su alrededor, recordando que la noche anterior se había quedado a dormir en casa de Amy.Bostezó y se incorporó en la cama que compartía con su amiga, notando que esta no se encontraba a su lado. Frunciendo el ceño, se levantó de la cama y se encaminó hacia la cocina, desde donde provenía un intenso aroma a café sobrecargado.—Gracias, Kendra —dijo Amy, divertida, al ver a su amiga con el rostro enrojecido, con la marca de la almohada en su mejilla derecha y el cabello despeinado.—Buenos días, Amy querida —repuso Nancy, mirándola con cara de asesina serial—. Me alegra que seas tan considerada y me hayas despertado tan amable y dulcemente —agregó, mientras se encaminaba hacia la cafetera.—Lo siento. —Rio su amiga—. Intenté desper
Brendan salió de la empresa con una sonrisa que abarcaba todo su rostro. Jamás había pensado que trabajar junto a su padre sería tan increíble, por el contrario, si bien sabía que su padre era bastante considerado y permisivo, en ciertos aspectos, con sus empleados, sabía que le gustaba la excelencia y, aunque él se había capacitado para alcanzarla, de camino hasta la cristalería, había sentido los nervios a flor de piel por lo que pudiese suceder. Sin embargo, todo había ido viento en popa, como solía decir Adam, mucho mejor de lo que él podía esperar de su preparación.El problema con las cuentas administrativas había sido por un fallo general en la empresa. No eran pérdidas como su padre pensaba, sino que, por el contrario, las ganancias eran abismales. Eso le confirmaba lo exacto de las matemáticas, un número, por muy pequeño que fuera su valor, podía cambiar todo y pasar de ganancias a pérdidas en cuestión de segundos.Suspiró y se montó en su BMW, dispuesto a marcharse a donde s