Brendan se desperezó en el sofá y abrió los ojos, ante el insistente sonido de su teléfono móvil, preguntándose en qué momento se había quedado dormido.
La noche anterior, la tercera tras su regreso, después de cenar con sus padres y Nessa, su hermana de catorce años, había decidido recostarse en el sofá de la sala con la intención de ver una de las tantas películas que coleccionaba su padre. Sí, por su puesto podría haber ido a la sala de cine que poseían en la mansión, pero para él nada se comparaba al sofá y a la televisión.
Hacía demasiado tiempo que no se permitía ser ocioso y creía que aquella era una buena oportunidad de recuperar aquel viejo hábito; a pesar de que le había prometido a su padre que comenzaría a trabajar en la empresa al día siguiente.
Sin embargo, al parecer, aquella antigua película que había sacado de la videoteca que su padre había comenzado a armar cuando era tan solo un adolescente, no había sido lo suficientemente entretenida, dado que ni siquiera recordaba haberla visto por completo.
Tendría que pedirle a su padre que le recomendara algo que lo enganchara más. Él, como el adicto al cine que era, sabría mejor que nadie qué tipo de historia lograría mantenerlo al borde del asiento.
Adam era un cinéfilo en toda regla, aunque muy pocas personas —entre ellas Erín, sus hijos y el personal doméstico— conocían este detalle. Según los recuerdos del propio Brendan, su padre ni siquiera había hablado con sus amigos acerca de aquella afición. Si no estaba errado, ni siquiera Liam, quien había sido el mejor amigo de su padre durante su adolescencia, y con quien había retomado el contacto doce años más tarde —Adam no había tenido mejor idea que quedarse con la, entonces, novia de su mejor amigo—, estaba al corriente de este hecho.
Brendan bostezó y se estiró, sintiendo sus músculos completamente agarrotado. Con los párpados completamente pesados por el sueño, tomó su móvil, el cual no había dejado de sonar en ningún momento, y atendió por fin, sin prestar atención al nombre que figuraba en la pantalla.
—¿Hola?
—Hijo, siento despertarte, pero ¿tienes un momento? —preguntó Adam. Su voz evidenciaba el más puro estrés.
—Por supuesto, papá. ¿Qué sucede? —inquirió mientras se sentaba en el sofá y posaba los codos sobre sus rodillas.
—Verás… —Suspiró—. Ahora mismo me encuentro con el jefe de la administración de la empresa y tenemos un pequeño —enfatizo— error de cálculos.
Brendan pudo notar como su padre apretaba los dientes hacia el final de la oración. Era evidente que aquel pequeño error era mil veces más grande que lo que daba a entender.
Suspiró. ¿Qué diablos estaba sucediendo en la cristalería? ¿A dónde iba a parar tanto dinero?
Mientras se encontraba en Londres, su padre le había enviado gran parte de los documentos contables de la empresa, con la esperanza de que lo pudiese ayudar a ver en dónde se hallaba la fuga. Sin embargo, a pesar de las horas que había pasado frente al portátil, devanándose los sesos, Brendan no había logrado encontrar una explicación lógica a aquella fuga de caudales.
—Sé que acordamos que comenzarías a trabajar la próxima semana —comenzó a decir Adam—, pero…
—No, papá —lo interrumpió—. Anoche acordamos que me incorporaría hoy, ¿no lo recuerdas? Sí, me he quedado dormido, pero dame unos minutos y estaré allí. Prometo que, sea como sea, encontraremos dónde está el agujero en la administración de la empresa y el motivo del mismo —aseguró mientras se ponía de pie, mareándose en el proceso.
—Tranquilo —dijo Adam—. No es necesario que vengas, conque solo te conectes por holo-llamada será suficiente.
—Papá, no te preocupes por mí. En media hora estaré allí. Es necesario que vea todo en persona.
Brendan fue capaz de oír como su padre suspiraba con evidente alivio. No sabía si el nuevo jefe administrativo se habría dado cuenta, pero era más que obvio que su padre no confiaba del todo en aquel hombre.
—No sabes cuánto te lo agradezco —repuso Adam, aliviado.
—No tienes por qué, papá. Nos vemos en un rato.
—Nos vemos. Adiós.
Brendan sonrió. si algo tenía claro era que, pese a lo tedioso y difícil que se presentaba el asunto, haría lo que fuera por el bienestar de su familia; y la empresa era una parte importante de esta, ya que los Warren dependían enteramente del buen funcionamiento de la misma, al igual que sus empleados.
Suspiró y movió la cabeza de un lado a otro, recordando cómo su padre se había visto obligado a despedir al antiguo jefe administrativo, aquel ser que se hacía llamar humano, tras comprobar que era un depredador sexual que abusaba de las empleadas de The Warren’s Crystal House. No podía creer como, casi a mediados del siglo XXI, aún existieran personas con un comportamiento tan arcaico y mediocre como el de aquel sujeto.
Si bien las políticas habían cambiado a nivel mundial durante los últimos años, y las penas por ese tipo de delitos habían aumentado y se habían vuelto más estrictas, parecía que no era suficiente como para «domar» a aquellos imbéciles que se creían los dueños del mundo y de las mujeres. Salvo por algunas excepciones, claro está, pero estas constituían el menor porcentaje.
Bostezando por enésima vez, Brendan se encaminó hacia su dormitorio, el cual se encontraba en la primera planta de la mansión, aquel sitio en el que tantas horas había pasado durante su adolescencia y que le traía recuerdos tan agridulces. Allí había pasado los mejores momentos de su vida, pero también había sido el sitio en el que… Suspiró y alejó aquel pensamiento, no quería ni podía enfocarse en aquello en ese momento. Por ese mismo motivo, se obligó a enfocarse en los recuerdos de cómo su mejor amigo se internaba en aquel dormitorio e intentaba convencerlo de que salieran de fiesta. Sin embargo, a él jamás le había llamado la atención ese tipo de salidas.
—Pero tienes que conocer a alguien. Quizás, en las discotecas haya una chica esperando por ti —le decía, una y otra vez.
No obstante, a Brendan no le interesaba en lo más mínimo enfocarse en esa perspectiva. El solo…
Suspiró y tragó saliva. ¿Es que acaso todo lo que pensara le recordaría lo imbécil que había sido? Era evidente que eso era imposible. Lo sabía muy bien. No entendía por qué pretendía olvidar algo que había recordado cada segundo durante los últimos siete años.
No sabía por qué había creído que sería fácil. No, distaba mucho de ser así. Era completamente difícil que aquella ciudad al sur de Irlanda, aquella mansión, aquel dormitorio, no le recordara a su mejor amiga, esa muchacha, ahora mujer, que tanto lo había acompañado, a la que tanto quería y a la que…
Tragó saliva.
Ella había sido como su hermana, incluso más. Era quien siempre había comprendido, mejor que nadie, su manía por el estudio; la única que, sin importar la hora, siempre atendía el móvil; la que se quedaba horas a su lado, sin molestarle que él permaneciera en silencio por horas; la que le había pedido que le enseñara en bicicleta, la que lo había acompañado a sacarse su licencia de conducir… En fin, ella era quien había estado con y para él en todo momento, sin importarle nada, a quien había dejado atrás por el estúpido pensamiento de que una beca era más importante. Así fue como la perdió, y él no podía cuestionar que ella hubiese decidido dejado de hablarle. Podía decir que su reacción había sido exagerada, pero era muy consciente de que no lo era. No, Amy era la persona más centrada del planeta y jamás reaccionaría de una forma desproporcionada. Si había decidido alejarse de él era pura y exclusivamente porque él se había comportado como un imbécil.
Una vez en el interior de su cuarto, alejando a duras penas sus pensamientos y recuerdos, se dirigió hacia la maleta, que había dejado a los pies de la cama, y tomó sus mejores prendas. O al menos así catalogaba a un sencillo pantalón negro y una camisa blanca con pequeñas líneas rasadas. No estaba demasiado acostumbrado a ese tipo de ropa, pero sabía que, si quería dar una buena impresión en la oficina, no le quedaba más remedio.
Sin darle muchas más vueltas al tema de su atuendo, se adentró en el cuarto de baño, que se encontraba en la misma habitación, y abrió el grifo del lavamanos, convencido de que no le daría el tiempo para darse una ducha.
Cuando estuvo listo, después de afeitarse, peinarse y cambiarse de ropa, bajó las escaleras y se encamino hacia la cocina, en donde vio que Nessa se encontraba sentada ante la isla de mármol gris, que se encontraba en el centro de la estancia, con su teléfono en la mano y una taza de café frente a ella.
—Buenos días, enana —dijo, llamándola por el apodo que le había dado cuando eran pequeños, y que no tenía ni un mínimo de sentido cuando Nessa estaba de pie junto a él, ya que lo pasaba por diez centímetros. Ella había sido quien había heredado la estatura de su padre, mientras él había tenido que contentarse con un triste metro setenta—. ¿Qué haces tan temprano? —preguntó, sabiendo que aquello era impropio en su hermana, quien solía levantarse pasado el mediodía.
Nessa suspiró.
—Mi profesora de álgebra decidió que era una buena idea dar clases a las ocho de la mañana —respondió y sonrió forzadamente, levantando la cabeza por un segundo.
—¿Y qué haces aquí? ¿Por qué no te has conectado a la clase? —preguntó, en tanto se servía una taza de café.
—¿Quién dijo que no lo he hecho? —contestó, dejando su móvil a un lado y cruzándose de brazos mientras se recostaba contra el respaldo del taburete.
Brendan alzó una ceja.
—Dejé mi holograma frente al ordenador —explicó, encogiéndose de hombros, como si aquello fuera lo más normal del planeta.
Nessa había decidido que se año estudiaría desde casa, gracias a que su única y mejor amiga había sufrido un leve accidente durante el verano que le impedía asistir al instituto y ella no pensaba ir si Marie permanecía en su casa. Brendan no era demasiado partidario de aquella modalidad online, sin embargo, tenía que reconocer que tenía sus ventajas, al menos para su hermana.
—Eso es imposible.
—Claro que no —dijo, ladeando la cabeza—. ¿Acaso ya estás demasiado viejo como para saber cómo funciona la tecnología?
—No lo digo por eso, Ness. Tienes que prestar atención en clase. Si no, ¿de qué sirve que vayas al instituto?
—No te preocupes. Dejé encendido el programa de grabación de pantalla. Te aseguro que no me perderé de nada —dijo, quitándole peso al asunto con un movimiento de la mano—. Realmente, ahora no me siento con fuerzas para escuchar sobre funciones cuadráticas.
—Sabes que del conocimiento depende tu futuro.
—Ya, pero ¿para qué quiero las matemáticas, cuando mi sueño es ser actriz?
—¿Cómo que para qué? Para todo, hermanita. No importa a lo que te dediques, una vez que salgas del instituto te darás cuenta de que las matemáticas son esenciales para la vida.
—Para eso existen los cerebritos como tú.
—No vas a contratar un administrador contable para que lleve las cuentas de tu vida.
—¿Por qué no?
Brendan suspiró y negó con la cabeza. Aquella conversación, como tantas otras con su hermana, no llegaría a nada.
—Y bien, ¿qué haces tú a estas horas? —preguntó Nessa, tomando la taza de café y llevándosela a los labios—. Vi que te habías quedado dormido en el sofá.
—Sí. —Sonrió—. No sé en qué momento me quedé dormido anoche. Ahora me duele todo. En fin, papá necesita que lo ayude con una cuentas de la empresa.
—Ya. —Bufó—. Papá y la empresa. —Suspiró y blanqueó los ojos.
—Sí, así es… Papá y la empresa —asintió y sonrió.
Si bien Adam había sido un padre bastante presente en sus vidas, ninguno de los dos podía negar que la cristalería siempre había sido su segundo hogar. Jamás se lo habían reprochado, ya que nunca les había faltado su tiempo y cariño. Aun así, les divertía bromear con aquello, aunque a veces ni ellos mismos le hallaran el sentido.
—De todos modos, para eso he vuelto. Vine a trabajar, a ayudar en la empresa. Espero que mis conocimientos sirvan para solucionar el problema que está teniendo en este momento.
—Espero que sí. No es muy divertido ver a papá nervioso. Parece como si se hubiese sentado en un hormiguero —bromeó con una sonrisa.
—No lo negaré. Así que lo mejor es que me vaya. Tengo que aplicar mis conocimientos matemáticos —enfatizó con sorna.
—Tú y tus matemáticas.
—Tú y tu rechazo a ellas.
—Nadie creería que eres mi hermano —aseguró.
—Al contrario, tiene más sentido que seamos polos opuestos. Pero anda, sube aunque sea un rato y presta atención.
Nessa suspiró.
—Está bien, veré qué puedo hacer —dijo con hastío.
Brendan sonrió. Realmente, amaba a su hermana y lo divertía demasiado. A veces, parecía que era irreal la diferencia de edad. no parecía que ella fuera diez años menor que él.
Aquella conversación lo había hecho pensar en que él había sido todo lo contrario a su hermana. Siempre encerrado en el estudio, enfocado por completo en su futuro. Quizás su hermana estuviera equivocada en cuanto a la importancia de las matemáticas, pero Brendan tenía que reconocer que hacía bien en no solo enfocarse en el estudio.
Inspiró profundamente. Si bien los últimos siete años no habían sido malos, tenían un sabor amargo. Realmente, ¿había valido la pena cada minuto que había pasado lejos de Waterford, separado de las personas que quería? En serio, ¿había servido de algo alejarse de todos? En verdad no tenía una respuesta para aquellas preguntas. Lo único que sabía con seguridad era que deseaba recuperar el tiempo perdido, aunque aquello fuese imposible.
—Okey, enana. Nos vemos luego. Y, en serio, ser responsable no es tan aburrido —dijo, guiñándole un ojo y alborotándole el cabello al pasar junto a ella.
Nessa sonrió y se bajó del taburete.
—No prometo nada, pero… allá voy.
—El que lo intentes ya es todo un logro. —Rio.
—Ya, vete —dijo la muchacha, indicándole la puerta con un cabeceo—. Procura que papá no se vuelva más loco de lo que ya está. —Sonrió.
—No prometo nada, pero… allá voy —dijo, imitando la voz de su hermana, sin mucho éxito.
—Ya eso vale demasiado —aseguró Nessa.
Brendan le besó una mejilla, mientras ella se apartaba para evitarlo, en tanto le sacaba la lengua.
Por un breve instante, observó cómo su hermana subía las escaleras hacia su habitación. No sabía si le haría caso, pero el hecho de que lo intentara ya era todo un logro, tal y como le había dicho.
Una vez su hermana desapareció de su vista, tomó la chaqueta que había dejado en el perchero que se encontraba junto a la entrada, pasó una mano por delante de la cámara inteligente. Tras un rápido escaneo por parte de la máquina, vio cómo se desplegaban frente a él las opciones de apertura de todas las puertas de la vivienda.
En cuanto el menú se desplegó por completo ante él, tomó las llaves de su BMW —aquel que le habían regalado para su decimosexto cumpleaños—, pulsó la opción que abría la puerta del garaje y se encaminó en busca de su coche, deseoso de recorrer las calles de su adorada ciudad.
***
Conducir por Waterford lo llenaba de nostalgia; los recuerdos acudían presurosos a su mente, como atraídos por un imán, y lo movilizaban por completo. No podía evitar pensar en todas las veces que había salido con Amy, Alahan y Nancy, la hermana de este último, con rumbo a la playa; o cuando simplemente se dirigía a la casa de Amy a buscarla para pasar el rato, yendo al centro comercial o solo recorrer la ciudad con la música de fondo mientras hablaban de todo y de nada a la vez.
Desde que sus padres lo habían emancipado y le habían regalado el coche a los dieciséis años, no había dejado de conducir más que para dedicarse a los estudios o cuando había decidido, erróneamente, marcharse a Londres. Aquellos dos años de su vida habían estado repletos de paseos por la carretera, siempre en compañía de quienes más apreciaba, en especial la de ella: Amelia Nahomí Carter.
Suspiró y se obligó a enfocarse en la carretera que se extendía frente a él, en tanto subía el volumen de la radio. Los altavoces vibraron, mas no le importó. Necesitaba sumergirse en la música, dejar que esta lo envolviera, antes de caer en la angustia. Porque sí, era fuerte, pero no era de piedra; era un hombre con sentimientos; un hombre que llevaba siete años arrepintiéndose por lo que había hecho.
Poco a poco, el aura mágica de su ciudad natal lo envolvió por completo. Porque sí, para Brendan aquellas calles poseían una magia indescriptible que lo invadía de felicidad. El tiempo había cambiado a Waterford, ya no era la misma ciudad que cuando él era un adolescente, sin embargo, su esencia permanecía allí, perenne, ajena al paso del tiempo. El encanto del paisaje continuaba intacto, aun cuando una decena de edificios modernos se habían alzado entre las construcciones antiguas. Aun así, estos no perturbaban la armonía arquitectónica de la ciudad. Era como si aquellas edificaciones siempre hubiesen existido.
No, definitivamente, nada podía arruinar aquella estética antiquísima y llena de magia que tantas historias fantásticas habían sabido despertar en él cuando era un niño.
«Sin dudas, estas calles tienen la capacidad de teletransportar. Si no, ¿qué demonios hago aquí?», pensó, frunciendo el ceño al percatarse de a dónde había llegado.
Parpadeó, confundido, sin dejar de mirar a través del parabrisas, humedecido por la lluvia que había comenzado a precipitarse sobre la ciudad mientras él conducía.,
¿Qué hacía allí? Se suponía que tenía que dirigirse a la cristalería, sin embargo, había terminado a unos cuantos minutos de distancia.
Suspiró. Aquello no podía ser más que una mala broma de su subconsciente. Estaba más que seguro. De lo contrario, ¿por qué terminaría frente a la casa de Liam Carter y Denise Isaurralde?
Apretó los labios en una fina línea y suspiró.
La última vez que había estado allí, Amy lo había echado sin ninguna contemplación, asegurándole que no quería saber más nada de él. Aquello había sucedido poco después de su partida a Londres, durante las fiestas de ese mismo año. En ese momento, había procurado hablar con ella para pedirle perdón y, de alguna manera, recuperar su relación. Sin embargo, con aquel intento, lo único que había logrado era empeorarlo todo aún más.
Sí, así era. Al salir de aquella casa, hacía poco menos de siete años, lo había hecho con la certeza de que Amy lo quería completamente lejos. En aquel momento, había sentido que un frío puñal se clavaba en el centro de su pecho. Había perdido a la chica que amaba, y no le había quedado más remedio que resignarse y convencerse de que, tal vez, aquello era lo mejor para ambos.
Él lo había arruinado todo y, quizás, lo mejor era dejar de insistir y confiar en que el tiempo curaría la herida que él mismo había ocasionado en Amelia y le permitiría adentrarse en su vida una vez más; o, en el peor de los casos, lograría olvidarla. Después de todo, no era más que cosa de adolescentes, ¿no?
Al parecer, se había equivocado, aquello era mucho más. Quizás solo se debía a que durante sus años en el extranjero se había aferrado a los recuerdos, sin embargo, jamás había podido sacarla de su mente y, mucho menos de su corazón. Lo había intentado por todos los medios: enfocándose en los estudios, saliendo con algunas compañeras de la universidad, incluso, acudiendo a un terapeuta, pero nada, absolutamente nada, había logrado quitarla de su ser.
Con el tiempo creía haber aprendido a convivir con ello, con el recuerdo de la mujer que había amado, y aún amaba, y que había perdido por ser un idiota que no se había detenido a pensar en los sentimientos de aquella muchacha de cabellos rojos como el fuego y ojos de cambiante color. Sin embargo, durante los últimos tres días, su recuerdo se había reforzado. Era como si Waterford se le metiera bajo la piel y avivara lo que aún sentía por ella.
Un golpe en la ventanilla lo sobresaltó, quitándolo de sus pensamiento y obligándolo a apartar la vista de la sencilla pero imponente casa que se encontraba a unos pocos metros frente a él.
Sorprendido, bajó el cristal, sintiendo como el frío se colaba hacia el interior del vehículo, y se encontró cara a cara con Liam Carter.
—¡Hey, muchacho! ¿Qué haces por aquí? —preguntó, alzando las cejas.
¿Qué diablos podía contestar a aquello? ¿Esto, sí, verá, mi inconsciente me trajo aquí porque aún me interesa su hija? No, no tenía ni el más mínimo sentido, aunque, de alguna manera, era la realidad.
Optó por decir una media verdad.
—Iba a la empresa, pero recorrer Waterford es mágico. —Sonrió.
—Si ibas a la cristalería, diría que te has pasado demasiado —observó Liam, devolviéndole la sonrisa mientras intentaba que el fuerte viento no se llevara su paraguas.
—Lo sé. —Rio y negó con la cabeza—. Pero, como decía, parece que la magia de Waterford me envolvió y perdí la noción del espacio. O puede que la edad comience afectarme —bromeó.
—Ah, bueno, si eso dices de ti, ¿qué queda para tu padre y para mí? —dijo, siguiéndole la broma—. Por cierto, hablando de tu padre, ¿cómo está?
—Podríamos decir que bien, aunque está un par de problemitas en la empresa. De hecho, a eso voy: a echarle una mano —respondió con un encogimiento de hombros.
—¿Vienes de visita y te hace ayudarlo? —preguntó—. No lo recordaba tan explotador.
Brendan rio.
—Pues se tomó muy enserio el que trabaje para él —bromeó—. Y no, no vine de visita. Vine para quedarme —agregó.
—¿Cómo dices? —inquirió Liam, sorprendido.
—Pues eso —Sonrió—, decidí regresar e instalarme en Waterford, para trabajar en la cristalería —respondió.
—¿Hablas en serio? —preguntó Liam, evidentemente sorprendido. Brendan asintió—. Me alegra mucho saber eso. Me imagino lo felices que están tus padres —agregó.
—Por cómo reaccionaron, podría decir que sí, sí —asintió.
—No lo dudo. —Sonrió—. Sé muy bien lo mucho que deseaban tu regreso. Jamás te lo hubiesen pedido, pero…
Brendan asintió.
—Lo sé —aseguró—. Quizás antes sentía una cierta imposición…, sobre todo, de parte de papá, pero hace poco comprendí que jamás fue así. Sin embargo, también sé que quiero estar aquí y poder ayudar en lo que sea posible.
—La verdad es que, por el aprecio que le tengo a tus padres, me agrada que estés aquí. —«No tanto por otros motivos», pensó.
—Gracias —dijo Brendan, dibujando una media sonrisa—. En fin, tengo que irme. Le prometí a papá que llegaría a la empresa hace diez minutos —agregó, mirando el reloj del coche.
—Anda, ve. Puede que tu padre sea bastante comprensivo, pero…
—…mejor no tentar a la suerte —completó por Liam, adivinando sus pensamiento.
—Así es. Con los años se ha vuelto un poquito impaciente. —Brendan rio mientras le tendía la mano—. Envíale saludos de mi parte, y dile que cuando quiera puede pasarse por aquí, que no estamos en cuarentena —bromeó, irguiéndose y retrocediendo unos cuantos pasos.
—No te preocupes, yo le diré —aseguró—. Espero que tengas un buen día, saludos a Denise y a… Amy —agregó, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta.
—Serán dados.
Con un leve asentimiento de cabeza, se despidió de Liam, mientras ponía el coche en marcha, cerró la ventanilla y puso rumbo, ahora sí —si su inconsciente no lo volvía a traicionar—, hacia The Warren’s Crystal House.
—¡Es hora de despertar! —exclamó la voz de Kendra, a través de los altavoces del departamento, acompañada por una melodía que poco permitía un despertar tranquilo y relajado.Nancy se despertó de un sobresalto, con el corazón palpitando. Desorientada, miró a su alrededor, recordando que la noche anterior se había quedado a dormir en casa de Amy.Bostezó y se incorporó en la cama que compartía con su amiga, notando que esta no se encontraba a su lado. Frunciendo el ceño, se levantó de la cama y se encaminó hacia la cocina, desde donde provenía un intenso aroma a café sobrecargado.—Gracias, Kendra —dijo Amy, divertida, al ver a su amiga con el rostro enrojecido, con la marca de la almohada en su mejilla derecha y el cabello despeinado.—Buenos días, Amy querida —repuso Nancy, mirándola con cara de asesina serial—. Me alegra que seas tan considerada y me hayas despertado tan amable y dulcemente —agregó, mientras se encaminaba hacia la cafetera.—Lo siento. —Rio su amiga—. Intenté desper
Brendan salió de la empresa con una sonrisa que abarcaba todo su rostro. Jamás había pensado que trabajar junto a su padre sería tan increíble, por el contrario, si bien sabía que su padre era bastante considerado y permisivo, en ciertos aspectos, con sus empleados, sabía que le gustaba la excelencia y, aunque él se había capacitado para alcanzarla, de camino hasta la cristalería, había sentido los nervios a flor de piel por lo que pudiese suceder. Sin embargo, todo había ido viento en popa, como solía decir Adam, mucho mejor de lo que él podía esperar de su preparación.El problema con las cuentas administrativas había sido por un fallo general en la empresa. No eran pérdidas como su padre pensaba, sino que, por el contrario, las ganancias eran abismales. Eso le confirmaba lo exacto de las matemáticas, un número, por muy pequeño que fuera su valor, podía cambiar todo y pasar de ganancias a pérdidas en cuestión de segundos.Suspiró y se montó en su BMW, dispuesto a marcharse a donde s
Ébha, durante sus primeros años de vida, había sido como su segunda madre. Ella era la que estaba siempre para él, para consentirlo y mimarlo como solo una abuela es capaz de hacer, pero sin dejar de regañarlo cuando era necesario, marcándole así los límites necesarios que, él consideraba, lo habían llevado a ser quien era. Sí, tenía mil defectos, pero las virtudes que había desarrollado a lo largo de sus treinta años habían sido gracias a su familia, en especial a su «Ena» como se había acostumbrado a llamarla desde que había pronunciado sus primeras palabras.Luego de enterarse de su fallecimiento por causas naturales, —había sufrido un infarto mientras dormía—, Brendan había entrado en una etapa de negación. No, no podía creer que su abuela hubiese fallecido. Sí, tenía trece años y era consciente de que aquello sucedería tarde o temprano. Poco a poco, esa negación de la realidad se había transformado en enojo. No era posible que su Ena ya no estuviese con él, que ya no le preparase
Al principio, la ruptura lo había dejado completamente descolocado y el bajón propio de dicha situación lo había dejado devastado. Sin embargo, con el tiempo terminó por comprender que lo que más le dolía era la soledad. Marga era increíble, pero…, aunque le costara admitirlo, no la amaba. La quería muchísimo, como a una amiga o a una hermana, pero no le era posible sentir por ella más que eso; un simple cariño fraternal.No, lamentablemente, en todo ese tiempo, no había conocido a nadie que le «moviera el piso» como solía decir su padre cuando le preguntaba por su vida sentimental. No entendía por qué era, pero tampoco le preocupaba demasiado, pero sabía que, tarde o temprano, terminaría por encontrar alguien que fuera para él, alguien que lo amara y él pudiese corresponder con la misma intensidad. Porque sí, era un romántico empedernido y, aunque no tenía problemas con entablar una relación con cualquier mujer que llamase mínimamente su atención, jamás cometería el mismo error que s
Cuando su móvil comenzó a vibrar acompañado de una melodía tranquila y relajante, Nancy alzó la vista del libro que tenía entre sus manos y se incorporó en el sofá. Ya era hora de llamar a su amiga, tal y como le había prometido. Si por ella fuera la dejaría dormir mucho más, sin embargo, ella era de las personas que creían que las promesas debían ser cumplidas.Suspiró, tras comprobar que, en efecto, era la hora que había programado, se puso de pie y se encaminó hacia la habitación de su amiga.Al ingresar en el dormitorio, pudo observar como el pecho de su amiga subía y bajaba acompañando a su acompasada respiración. Realmente no le apetecía en lo más mínimo sacarla de aquel sueño que tanto necesitaba, mas no podía evitarlo. Sí, podía dejar que descansara un poco más, pero cuando despertara y se diera cuenta de que no había tenido tiempo de darle, aunque solo fuera, un repaso simple a sus apuntes pondría el grito en el cielo.Tragó saliva y se dirigió hasta la cama, sentándose al bo
Una hora más tarde, Amy y Nancy salían del apartamento, cerrando con llave tras sí, antes de que la primera activara la alarma. Nancy y su madre habían colaborado con aquella pequeña obsesión en la seguridad. Las dos se habían hartado de asegurarle que, por muy seguro que pareciera el país en el que vivían, no podía fiarse de ello. Su madre consideraba que en todos los países del mundo existía la inseguridad, ya que el ser humano era propenso a repetir patrones a lo largo de la historia, por mucho que se hiciera para que eso no fuese así.—¿Tras el gas pimienta? —preguntó Nancy, abriendo la puerta del coche del lado del acompañante.—Como siempre. Aunque no creo que me sea útil en caso de necesitarlo, me hace sentir más segura. Sobre todo, desde que mi madre y tú se encargaron de meterme miedo —dijo, blanqueando los ojos.—Yo también traigo el mío y no nos encargamos de meterte miedo, solo nos preocupamos por ti. —Se encogió de hombros.—Sí, lo sé, pero no me pasará nada. Es más, de l
El examen duró cuarenta minutos, durante los cuales Amy procuró dejar a un lado los pensamientos con respecto a Damon, únicamente enfocándose en la comitiva de profesores que tenía frente a ella. Sus manos sudaban a mares, el pulso se le había acelerado y parpadeaba sin cesar, aun cuando intentaba no demostrar la incomodidad que sentía por aquel examen oral. Había tenido la vana esperanza de que fuera evaluación escrita, sin embargo, la suerte no había estado de su lado.Luego de batallar contra los nervios y la ansiedad y de responder a todas las preguntas que los profesores le habían realizado, Amy salió del aula con una sonrisa de oreja a oreja. No podía estar más feliz con el resultado que había obtenido. Había terminado siendo, sin duda alguna, como Nancy había predicho. No lo podía creer y a la vez estaba completamente exultante. Había logrado vencer aquella barrera que tanto había temido. Sin lugar a dudas, debía empezar a confiar más en sí misma, tal y como le decían su famili
Suspiró, mientras, a través de la ventana del salón, veía como la lluvia se hacía presente una vez más. Sonrió, distraído, pensando en que jamás se había alejado del todo de aquella intensa sensación de humedad. Londres era exactamente igual que Waterford. Sin embargo, eran incomparables. Waterford tenía la magia del hogar.—Bren, ¿qué haces? —preguntó su madre, en tanto él se llevaba a los labios el vaso de brandy que acababa de servirse en el pequeño bar de su padre.—Pienso. —Suspiró, una vez más.—¿En qué piensas, cariño? —inquirió Erín, con curiosidad, acercándose él con una bandeja con bocadillos que acababa de preparar.—En todo y en nada a la vez.—Eso no es posible.—Claro que sí. No pienso en nada en concreto, pero pienso en todo.—Y, ¿cómo sería eso?Brendan tomó un mini sándwich de atún y se lo llevó a la boca, degustando con calma el sabor de aquel manjar, que nadie sabía preparar mejor que su madre, antes de responder:—Pienso en todo lo que me perdí al irme a Londres, p