Brendan salió de la empresa con una sonrisa que abarcaba todo su rostro. Jamás había pensado que trabajar junto a su padre sería tan increíble, por el contrario, si bien sabía que su padre era bastante considerado y permisivo, en ciertos aspectos, con sus empleados, sabía que le gustaba la excelencia y, aunque él se había capacitado para alcanzarla, de camino hasta la cristalería, había sentido los nervios a flor de piel por lo que pudiese suceder. Sin embargo, todo había ido viento en popa, como solía decir Adam, mucho mejor de lo que él podía esperar de su preparación.El problema con las cuentas administrativas había sido por un fallo general en la empresa. No eran pérdidas como su padre pensaba, sino que, por el contrario, las ganancias eran abismales. Eso le confirmaba lo exacto de las matemáticas, un número, por muy pequeño que fuera su valor, podía cambiar todo y pasar de ganancias a pérdidas en cuestión de segundos.Suspiró y se montó en su BMW, dispuesto a marcharse a donde s
Ébha, durante sus primeros años de vida, había sido como su segunda madre. Ella era la que estaba siempre para él, para consentirlo y mimarlo como solo una abuela es capaz de hacer, pero sin dejar de regañarlo cuando era necesario, marcándole así los límites necesarios que, él consideraba, lo habían llevado a ser quien era. Sí, tenía mil defectos, pero las virtudes que había desarrollado a lo largo de sus treinta años habían sido gracias a su familia, en especial a su «Ena» como se había acostumbrado a llamarla desde que había pronunciado sus primeras palabras.Luego de enterarse de su fallecimiento por causas naturales, —había sufrido un infarto mientras dormía—, Brendan había entrado en una etapa de negación. No, no podía creer que su abuela hubiese fallecido. Sí, tenía trece años y era consciente de que aquello sucedería tarde o temprano. Poco a poco, esa negación de la realidad se había transformado en enojo. No era posible que su Ena ya no estuviese con él, que ya no le preparase
Al principio, la ruptura lo había dejado completamente descolocado y el bajón propio de dicha situación lo había dejado devastado. Sin embargo, con el tiempo terminó por comprender que lo que más le dolía era la soledad. Marga era increíble, pero…, aunque le costara admitirlo, no la amaba. La quería muchísimo, como a una amiga o a una hermana, pero no le era posible sentir por ella más que eso; un simple cariño fraternal.No, lamentablemente, en todo ese tiempo, no había conocido a nadie que le «moviera el piso» como solía decir su padre cuando le preguntaba por su vida sentimental. No entendía por qué era, pero tampoco le preocupaba demasiado, pero sabía que, tarde o temprano, terminaría por encontrar alguien que fuera para él, alguien que lo amara y él pudiese corresponder con la misma intensidad. Porque sí, era un romántico empedernido y, aunque no tenía problemas con entablar una relación con cualquier mujer que llamase mínimamente su atención, jamás cometería el mismo error que s
Cuando su móvil comenzó a vibrar acompañado de una melodía tranquila y relajante, Nancy alzó la vista del libro que tenía entre sus manos y se incorporó en el sofá. Ya era hora de llamar a su amiga, tal y como le había prometido. Si por ella fuera la dejaría dormir mucho más, sin embargo, ella era de las personas que creían que las promesas debían ser cumplidas.Suspiró, tras comprobar que, en efecto, era la hora que había programado, se puso de pie y se encaminó hacia la habitación de su amiga.Al ingresar en el dormitorio, pudo observar como el pecho de su amiga subía y bajaba acompañando a su acompasada respiración. Realmente no le apetecía en lo más mínimo sacarla de aquel sueño que tanto necesitaba, mas no podía evitarlo. Sí, podía dejar que descansara un poco más, pero cuando despertara y se diera cuenta de que no había tenido tiempo de darle, aunque solo fuera, un repaso simple a sus apuntes pondría el grito en el cielo.Tragó saliva y se dirigió hasta la cama, sentándose al bo
Una hora más tarde, Amy y Nancy salían del apartamento, cerrando con llave tras sí, antes de que la primera activara la alarma. Nancy y su madre habían colaborado con aquella pequeña obsesión en la seguridad. Las dos se habían hartado de asegurarle que, por muy seguro que pareciera el país en el que vivían, no podía fiarse de ello. Su madre consideraba que en todos los países del mundo existía la inseguridad, ya que el ser humano era propenso a repetir patrones a lo largo de la historia, por mucho que se hiciera para que eso no fuese así.—¿Tras el gas pimienta? —preguntó Nancy, abriendo la puerta del coche del lado del acompañante.—Como siempre. Aunque no creo que me sea útil en caso de necesitarlo, me hace sentir más segura. Sobre todo, desde que mi madre y tú se encargaron de meterme miedo —dijo, blanqueando los ojos.—Yo también traigo el mío y no nos encargamos de meterte miedo, solo nos preocupamos por ti. —Se encogió de hombros.—Sí, lo sé, pero no me pasará nada. Es más, de l
El examen duró cuarenta minutos, durante los cuales Amy procuró dejar a un lado los pensamientos con respecto a Damon, únicamente enfocándose en la comitiva de profesores que tenía frente a ella. Sus manos sudaban a mares, el pulso se le había acelerado y parpadeaba sin cesar, aun cuando intentaba no demostrar la incomodidad que sentía por aquel examen oral. Había tenido la vana esperanza de que fuera evaluación escrita, sin embargo, la suerte no había estado de su lado.Luego de batallar contra los nervios y la ansiedad y de responder a todas las preguntas que los profesores le habían realizado, Amy salió del aula con una sonrisa de oreja a oreja. No podía estar más feliz con el resultado que había obtenido. Había terminado siendo, sin duda alguna, como Nancy había predicho. No lo podía creer y a la vez estaba completamente exultante. Había logrado vencer aquella barrera que tanto había temido. Sin lugar a dudas, debía empezar a confiar más en sí misma, tal y como le decían su famili
Suspiró, mientras, a través de la ventana del salón, veía como la lluvia se hacía presente una vez más. Sonrió, distraído, pensando en que jamás se había alejado del todo de aquella intensa sensación de humedad. Londres era exactamente igual que Waterford. Sin embargo, eran incomparables. Waterford tenía la magia del hogar.—Bren, ¿qué haces? —preguntó su madre, en tanto él se llevaba a los labios el vaso de brandy que acababa de servirse en el pequeño bar de su padre.—Pienso. —Suspiró, una vez más.—¿En qué piensas, cariño? —inquirió Erín, con curiosidad, acercándose él con una bandeja con bocadillos que acababa de preparar.—En todo y en nada a la vez.—Eso no es posible.—Claro que sí. No pienso en nada en concreto, pero pienso en todo.—Y, ¿cómo sería eso?Brendan tomó un mini sándwich de atún y se lo llevó a la boca, degustando con calma el sabor de aquel manjar, que nadie sabía preparar mejor que su madre, antes de responder:—Pienso en todo lo que me perdí al irme a Londres, p
—¿Qué haces? —preguntó Nessa, bajando las escaleras.—¿Y a ti qué te importa? —murmuró Brendan a media lengua mientras parpadeaba con delay. Se encontraba repantigado en el enorme sofá de la sala.—¿Estás borracho? ¿A las diez de la mañana? ¿Qué diablos te pasa, Brendan Adam Warren? —Nunca entendería por qué sus padres lo habían bautizado con dos nombres, pero así era y ella no era quién para juzgarlo—. Brendan, en serio, ¿has bebido?—¿Y tú qué crees? —respondió, alargando las vocales.—Eres un maldito imbécil. Hace una semana que estás en Waterford y se te ocurre emborracharte el día en el que papá y mamá han organizado tu fiesta de bienvenida —dijo, poniendo los brazos en jarra.—Ay, no seas así —replicó, intentando blanquear los ojos en vano, en el mismo momento en el que su móvil comenzaba a sonar—. Oye, apaga esa música, ¿quieres? —se quejó, llevándose una mano a la frente—. Se me parte la cabeza.—Lo hubieras pensado antes de beber, sin nada en el estómago seguro. De todos modo