DE VUELTA A LA RUTINA

El gélido aire, atípico para aquella época del año, se colaba a través de la ventana de la cocina, frente a la cual se encontraba Amy, fumando un cigarro mientras leía los resúmenes que había hecho mientras se encontraba en la casa de sus padres.

Aún le quedaban unos cuantos días para presentarse a aquel examen, pero, si bien era consciente de que estaba más que preparada, sentía que nunca era suficiente. Aquella asignatura la volvía loca. Era una de las más complicadas de la especialización en psiquiatría, y no quería perder un año para poder rendir las siguientes, si no le iba bien en ese momento. Para ella, un año más, era un año que perdía de poder ejercer y poder ayudar, tal y como deseaba.

En ese momento, poseía sentimientos contradictorios. Por un lado, se creía completamente capaz de aprobar sin mayor problema; sin embargo, la ansiedad le hacía pensar en que quizás no era más que una ilusión. Por eso mismo, en lugar de descansar, tal y como le había prometido a su madre, se encontraba repasando sus apuntes, mientras inhalaba sistemáticamente el humo de tabaco y bebía ingentes cantidades de cafeína. Era consciente de que aquello era de todo menos bueno para su salud, pero el estrés tampoco lo era.

Ahogando un bostezo, tomó la taza que había dejado junto al fregadero y bebió el resto de café, el cual ya se había helado, antes de estirarse y dejar sus apuntes sobre la encimera.

No veía la hora de darse una ducha y repantigarse en el sofá, por al menos media hora. Si bien la ansiedad le pedía a gritos que continuara estudiando, no podía forzarse más de lo que lo había hecho hasta el momento. No, al menos, si no quería sufrir una crisis de migraña.

Rápidamente, lavó la taza que había utilizado, vació el cenicero en el cesto de la basura y cerró la ventana para que la lluvia, que había comenzado a caer en los últimos minutos, no ingresara en la cocina y se dirigió hacia su habitación en busca de una toalla y su pijama.

Aún era bastante temprano para ponerse cómoda, pero no pretendía volver a salir por lo que restaba de día. Ya lo había hecho esa mañana, bien temprano, para abastecerse de alimentos y productos de limpieza, y lo último que deseaba en ese momento era salir a la calle con aquel clima.

Mientras rebuscaba en su guardarropa, en busca de lo que necesitaba, oyó cómo su móvil comenzaba a vibrar y sonar sobre la pequeña mesita de la sala de estar.

Frunciendo el ceño, dejó la bata sobre la cama y se encaminó en busca del aparato. Una vez que lo tomó, no pudo evitar sentir que su estómago se retorcía.

Sin saber muy bien por qué, quizás más por la costumbre que por otro motivo, suspiró y atendió la llamada, configurando el altavoz.

—¡Hola, muñeca! —exclamó Damon, obligándola a aplaudir cinco veces para bajar el sonido de los parlantes centrales.

—Hola —respondió sin demasiados mientras apretaba los párpados, en un vano intento por mitigar el dolor de cabeza.

Había conocido a Damon hacía dos años, a través de una aplicación de cintas, de la que ella se fiaba. Era una app que administraba Alahan Doyle, el hermano su mejor amiga, durante sus tiempos libres. No era muy partidaria de esas cosas, ya que le daba un miedo terrible encontrarse con algún ser de dudosa condición mental; sin embargo, la soledad había resultado completamente agobiante, y había terminado a acceder a la petición de Nancy de que lo intentara, quien le había asegurado que aquella plataforma era de fiar.

—¿Cómo estás, nena? —preguntó—. ¿Acaso no me extrañaste? ¿Por qué no te has dignado a escribirme o a atender a mis llamadas?

—Bien, ¿y tú? —respondió en un susurro—. Siento no haberte hablado antes, pero es que…

—¿Tienes otro?

—Sabes que eso no es así —dijo en tono de súplica.

—No, no lo sé. Eso es lo que dices tú.

—Por favor, Dam… Yo no estoy con nadie más. Si no te respondí antes es porque no me estoy sintiendo del todo bien por el estrés.

—Siempre el bendito estrés. Si no estudiaras tanto… Ya sabes lo que pienso. Bien podrías casarte conmigo y no tener que trabajar nunca. ¿Para qué quieres esa m*****a especialidad, cuando puedes tenerlo todo a mi lado?

—Te lo he respondido mil veces. Sabes muy bien que no está en mis planes casarme. No quiero eso. Y mi carrera es sumamente importante, quiero…

—¿Quieres ayudar? —preguntó con sorna.

—Sí, quiero ayudar —contestó con firmeza—. Damon… —dijo, humedeciéndose los labios resecos—. ¿Tú realmente me quieres? —preguntó.

—Por supuesto que sí. ¿Acaso lo dudas?

—Yo…

—¿En serio dudas de que te quiero?

—No…, no es eso, es que… Si realmente me quisieras no cuestionarías mis sueños, mis deseos… —dijo, tragando saliva.

—Lo siento, nena. Es solo que me molesta que estés tan cansada, no me gusta verte ni escucharte así. Llevamos tanto tiempo sin vernos por culpa de los exámenes… Lo siento, de veras. No era mi intención herirte —dijo, endulzando su voz—. ¿Me perdonas?

—Dam, no todo se soluciona con un perdón y lo sabes.

—Sí y tienes razón, pero ¿qué más puedo hacer?

—Comportarte como has prometido que harás. No cuestiones lo que hago. Por favor, déjame ser.

—Está bien, está bien. Tienes razón. Mejor te dejo para que descanses y puedas estudiar. Eso sí, no me dejes sin saber cuándo nos veremos.

—No lo sé. Puede que después de los exámenes.

—¡Pero eso es una eternidad! —exclamó.

Amy suspiró.

—Al menos espera a que dé este examen. Es el más complejo. Después podremos vernos cuando tú quieras.

—¿Segura? —preguntó, escéptico—. ¿No me saldrás con alguna excusa?

—Prometo que no lo haré. Te quiero.

—Y yo a ti. Anda, ve. Esperaré con ansia que pases ese examen. Cuídate.

—Igual tú. Adiós, Dam.

—Adiós, mi niña.

Amy inspiró profundamente y esperó, paciente, a que Damon cortara la llamada.

No estaba segura de cómo sentirse. Realmente quería a Damon. Había sido su pareja durante los últimos dos años y le tenía demasiado cariño, pero ya no la hacía sentir lo mismo que antaño, sino todo lo contrario. A su lado se sentía como una hormiga a punto de ser aplastada por un elefante. Sabía que aquello no estaba nada bien, que la relación, sin que ella se diese realmente cuenta, se había tornado tan tóxica como un veneno. Sin embargo, no era del todo capaz de dar un paso al costado.

No estaba segura de en qué momento se había vuelto dependiente de aquella relación, en qué momento se había dejado absorber al punto de sentir que no podía dejarlo.

Sabía que era una tonta, una necia, una m*****a estúpida. No necesitaba un hombre en su vida para estar bien, de hecho, estando con Damon distaba mucho de ser feliz. Por el contrario, a cada momento sentía que debía rendirle cuentas, que no podía ser quien ella realmente era, y eso no hacía más que angustiarla.

Tenía que tomar coraje y hablar con él. Debía lograrlo. De otro modo, solo seguiría en aquella vorágine de angustia sin sentido.

Inspiró profundo. Darse una ducha ya no era una opción, en ese momento lo que más necesitaba era un baño de inmersión. Su cuerpo estaba en tensión mientras un nudo se le formaba en la garganta.

No tenía idea de por qué le costaba tanto tomar aquella decisión, pero quizás un baño caliente y unas cuantas sales de lavanda le permitieran despejar su mente y convencerse, por fin.

***

Luego de una hora sumergida en el agua, la cual se había ido enfriando paulatinamente, Amy movió sus agarrotados brazos y, tomándose de los lados de la bañera, se puso de pie. Era momento de salir y abrigarse; aunque, si por ella hubiese sido, hubiese pasado otra hora más allí. No se sentía para nada bien. Las sienes le palpitaban y la angustia no había remitido por completo.

Una vez de pie, bostezó y se estiró, sintiendo como todas sus articulaciones crujían y su estómago rugía famélico. Se había saltado el desayuno y el almuerzo, y el estar sumergida tanto tiempo en el agua, no ayudaba a su apetito. No le hacía ni pizca de gracia tener que prepararse algo de comer, pero, era consciente de que si se iba a la cama sin ingerir nada, tampoco podría dormir.

—Kendra, dime la hora —dijo, una vez se colocó el pijama y la bata encima. Con el paso del tiempo, la temperatura había descendido exponencialmente y sus dientes habían comenzado a castañear.

—Son las cinco, treinta y un minutos, post meridiem —respondió la voz mecanizada de la computadora central, la cual se encontraba en una de las esquinas del salón y que, a través de inteligencia artificial, controlaba todos los dispositivos electrónicos que había en el departamento.

—Gracias —murmuró mientras ahogaba el enésimo bostezo, desde que había salido de la bañera.

—A su servicio, señorita —respondió Kendra, en tanto la muchacha se dirigía a la cocina.

Amy abrió la nevera y frunció el ceño. Si bien había hecho las compras y tenía comida de sobra, no había nada que le apeteciera y que fuera lo suficientemente rápido de preparar como para no morir en el intento.

Suspirando, cerró la puerta de un fuerte golpe.

—¿No sabes qué comer? —preguntó Kendra, sobresaltándola.

—Esto…, realmente, no —respondió, llevándose una mano al pecho.

—Aquí tienes una receta de pollo al champiñón.

—¿No tienes algo más fácil? —suspiró, imaginando el tiempo que le tomaría preparar algo como aquello. Tenía demasiada hambre.

—Espaguetis con salsa boloñesa —respondió Kendra.

—Perfecto —asintió, conforme. Llevaba su tiempo, pero era algo que había preparado suficientes veces como para sentirse tranquila de no incendiar la cocina—. Muéstrame la receta.

De inmediato, el proyector que se encontraba en el salón se encendió, proyectando una fuerte luz que impactó en la pared que se hallaba frente a ella. Segundos después, la lista de ingredientes, así como el paso a paso, apareció en la improvisada pantalla.

Entrelazando sus dedos, estiró las manos hacia adelante, haciéndolos crujir —una mala costumbre que había heredado de su madre— y se dispuso a buscar los pocos ingredientes necesarios para llevar a cabo aquella preparación.

Media hora más tarde, mientras los espaguetis se encontraban en la cacerola, el sonido del timbre rompió el silencio en el que se había sumido, haciéndola fruncir el ceño. Miró la hora en la pantalla que había creado el proyector y ladeó la cabeza. ¿Quién diablos sería a esa hora?

Se acercó al intercomunicador táctil que se encontraba junto a la puerta y activó el micrófono y la cámara a la vez.

En cuanto la pantalla le devolvió la imagen de la puerta principal del edificio, Amy suspiró y enarcó las cejas, antes de blanquear los ojos y negar con la cabeza.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, acercándose al micrófono.

—¿Acaso no es obvio? —inquirió—. Visito a mi mejor amiga, ya que ella no se digna ni a responder mis mensajes. No sabía si ya habías llegado o te había abducido un OVNI de camino a Dublín.

—Ja, ja, ja —rio Amy, forzadamente—. Muy graciosa. ¿Te comiste un payaso? —preguntó en broma.

Nan era una del as pocas amistades que había hecho durante el instituto. De hecho, era la única amistad que le quedaba de aquellos tiempo y la única con la que tenía una relación de confianza.  Se trataba de una muchacha de estatura media, cabello castaño, cabello castaño y ondulado, y una mirada perspicaz y divertida. Nancy era quien siempre lograba sacarle una sonrisa, aun cuando se encontrara en su peor momento.

Su amiga había decidido que, tras terminar el instituto, se embarcaría en la misma carrera que Amy, la cual Amelia había comenzado dos años antes, dado que había logrado finalizar los estudios secundarios en tiempo récord. Sin embargo, prefería no recordar el motivo que la había llevado a autoexigirse en extremo durante aquella época. Si había valido la pena, había sido pura y exclusivamente porque así podría finalizar antes los estudios y dedicarse a lo que tanto le apasionaba: ayudar.

Nancy había decidido que se especializaría en neurocirugía, especialización en la que llevaba un año y pocos meses, y Amy la admiraba por ello. Si bien la psiquiatría no era algo fácil, ya que la vida de sus pacientes dependía de su buen desempeño como profesional, no podía imaginar lo que sería tener literalmente una vida en las manos. Sí, la cirugía cerebral había avanzado demasiado durante los últimos veinte o treinta años, pero eso no significaba que no continuara conllevando un alto riesgo. Sinceramente, admiraba a su amiga y se sentía completamente orgullosa de ella, al saber lo mucho que se esforzaba para ser una gran profesional.

Si se ponía a pensarlo con detenimiento, si no hubiese sido por una persona como ella, su madre, posiblemente no estuviera viva, y ella ni siquiera estaría estresada por los exámenes, ya que jamás hubiese tenido la oportunidad de llegar al mundo.

Aquello era el famoso efecto mariposa del que tanto hablaba su padre.

—Anda, entra —dijo, dibujando una sonrisa y pulsando el botón que abría la puerta principal del edificio—. Llegas justo para la cena.

—Y después te preguntas por qué te adoro tanto —repuso riendo, antes de empujar la puerta y perderse en el pasillo principal.

Amy apagó la cámara y el micrófono, y permaneció junto a la puerta, a la espera de que su amiga subiera los cuatro pisos que las separaban.

Medio minuto después, Nancy golpeó la puerta con fuerza.

—Oye, recuerda que tengo sensor de movimiento —repuso Amy, abriendo la puerta y haciéndose a un lado para que su amiga pudiese adentrarse en el departamento—, no es necesario que me tires la puerta abajo.

—Lo siento. Ya sabes, la costumbre.

—¿De qué costumbre estás hablando? En tu departamento tienes el mismo sistema, que yo recuerde.

—Ay, ya te dije que lo siento. Deja de ser tan amargada y ven a abrazarme que llevo milenios sin verte —dijo, rodeándola por la cintura y estrechándola en un fuerte abrazo.

—Si es que eres exagerada —repuso Amy, devolviéndole el abrazo—. Solo me fui por dos meses.

—¿Ves? Es lo que te digo: ¡milenios! —exclamó, separándose de su amiga y olfateando el ambiente—. Oye, ¿qué es eso que huelo? ¿Boloñesa?

—Así es —asintió Amy, cerrando la puerta tras su amiga y encaminándose hacia la cocina.

—¡Ay, mi amiga es toda una chef!

—Ya sabes que no me gusta…

—Pero si se te da de maravillas. En serio, lo que huelo es delicioso —dijo, mientras se dirigía a la cocina, sin perder de vista todo el espacio. Parecía que fuera la primera vez que se adentraba en aquel departamento en el que tantas horas habían compartido juntas.

—¿Has cambiado la decoración? —preguntó, alzando la ceja y mirando hacia el salón, en busca del detalle que había llamado su atención.

—Esta mañana cambié de sitio el cuadro de mi abuelo, solo eso —respondió, sin darle demasiadas vueltas, señalando el amplio lienzo que colgaba en el centro; el cual mostraba a una pareja en la playa, observando el amanecer, y cuyo sol había sido representado como un trébol de cuatro hojas.

—¡Oh! —exclamó—. Tienes razón. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta? Sabes lo mucho que me gusta ese cuadro —dijo Nan, observando con adoración aquella obra de arte.

Amy sonrió. Aquel cuadro era todo para ella. Desde que su madre se lo había regalado, luego de que Antaine, uno de sus abuelos, falleciera, sentía que este la acompañaba y la cuidaba en todo momento. Era increíble el poder que sentía que irradiaba aquella imagen

—Lo sé. Es hermoso —repuso, con la mirada clavada en el cuadro—. Por cierto —dijo, al cabo de un momento, girándose hacia su amiga—. ¿A qué has venido? —preguntó—. No creo que hayas venido a hacer un pequeño tour por mi diminuto departamento.

—¿Es que acaso no puedo visitar a mi mejor amiga? —preguntó, ofuscada—. Llevas dos días sin contestar el maldito teléfono y sin responder ni uno solo de mis mensajes. Si no fuera porque vi un par de veces que estabas en línea, a estas alturas ya estaría llamando a la policía por averiguación de paradero.

—Podrías estar llamando a mis padres, mejor, ¿no?

—Bueno, sí, eso es cierto. En fin, la expresión vale igual —dijo con un encogimiento de hombros—. Pero, fuera de bromas, ¿por qué demonios te desconectaste tanto del móvil? —preguntó, alzando una ceja.

—Si te soy sincera, porque estoy demasiado cansada —respondió en un suspiro—. Siento que no llego al examen, que no me irá bien y encima… —Suspiró.

—¿Encima qué? —Nan frunció el ceño y ladeo la cabeza.

—Nada. No me hagas caso —dijo, forzando una sonrisa.

—Ya, cuéntame.

—En serio, no es nada —repitió con un leve asentimiento.

—¿De veras crees que me tragaré eso de no es nada? —preguntó, enfatizando las últimas palabras en tono de burla.

—Deberías. Eres mi mejor amiga, ¿por qué te mentiría?

—¿Cómo que por qué? —inquirió, enarcando una ceja—. Quizás… —dijo, pensativa—, ¿porque no quieres contarme qué te sucede?

—Anda, Nan, por favor. En serio no es nada.

—Y yo soy un mono bailarín —repuso, alzando las cejas.

Amy sonrió, consciente de que su amiga no cesaría de preguntar hasta que por fin le dijera qué diablos le sucedía. No era que no quisiera hablarlo, de hecho, sentía la necesidad de tener una opinión por su parte. Sin embargo, el simple hecho de pensarlo le retorcía las tripas, y temía perder el apetito.

—Si tanto quieres saber, primero comamos y después te cuento, ¿sí?

—Okey. Como gustes. Pero que sepas que te lo recordaré.

—Tranquila, lo sé. —Sonrió.

—Bien, vamos por esos espaguetis —repuso, y se encaminó hacia los fogones—. Amiga, ¿no quieres vivir conmigo?

—¿Para que te cocine?

—¿Para qué más si no? —dijo mientras se volteaba y le sacaba la lengua.

Amy sonrió y se dispuso a terminar la cena. Aquella muchacha risueña y despreocupada era lo mejor que le había pasado en la vida. Estaba más que segura de que sin ella su vida no sería lo mismo.

***

Una hora más tarde, mientras Amy tomaba la vajilla que habían utilizado y la colocaba en el fregadero, Nancy se acomodó en la butaca y se cruzó de brazos mirando fijamente a su amiga.

—¿Qué sucede? —preguntó Amy cuando se dio la vuelta con un trapo de cocina en la mano, dispuesta a limpiar mesada—. ¿Por qué me miras así?

—Veo que lo has olvidado, ¿ o acaso lo pretendes?

—Ya, no lo olvidé. ¿Qué quieres saber? ¿Qué me sucede? Damon. Eso me pasa —dijo en un suspiro y tomó asiento en el taburete que se encontraba frente a su amiga, con el paño de cocina bien sujeto en una mano.

—¿Qué pasa con Damon? Pensé que estaba todo bien entre ustedes.

—Sí, está bien. O eso creo. No sé. Realmente, no lo sé, Nan.

—¿Podrías ser más específica, por favor?

—A ver… —dijo y tragó saliva—. Hay algo en nuestra relación que no me termina de cerrar. Algo que me hace sentir incómoda.

—¿Qué es? —preguntó Nan, sorprendida—. En serio, se los ve tan bien juntos.

Amy miró a su amiga por un segundo, antes de bajar la mirada y comenzar a contarle todo lo que pasaba tras bambalinas. Porque lo que su amiga decía era completamente cierto, a ambos se los veía completamente felices y enamorados, pero ella no lo sentía así en verdad.

Luego de un par de minutos en los que Amy se dedicó a expresarse sin la más mínima interrupción por parte de su amiga, esta última alzó las cejas y suspiró.

—Tal y como lo cuentas suena muy mal, pero ¿realmente es tan así?

—¿Dudas de mi palabra?

—No, no dudo de tu palabra, querida. Simplemente, estoy intentando ver todos los puntos. Valorar lo que me acabas de decir desde todas las perspectivas.

—¿Y qué ves? ¿Crees que lo que siento son solo figuraciones de una mente agotada? —preguntó con un nudo en la garganta.

—Para nada. Lo que veo es que, sean o no figuraciones, lo que sientes es importante, y, si sientes que ha cambiado, debes decírselo. Házselo notar.

—¿Tú crees?

—Por supuesto. Quizás son solo figuraciones tuyas —respondió Nan—. Todos cambiamos de alguna u otra manera.

—Sí, lo sé, pero es como si, de repente, estar con él se hubiese vuelto sofocante.

—Entiendo esa sensación, pero quizás, también se deba a que estás en una situación de estrés y salen a la luz detalles de su comportamiento que ahora mismo no te agradan. Tienes que ver hasta qué punto lo que ves es obra de tu estrés y hasta qué punto es porque realmente la relación se ha vuelto así.

Amy suspiró y asintió.

—Sí, quizás solo sea eso. No sé. Realmente,  no tengo cabeza para esto ahora. Las relaciones humanas son tan complejas. Es más fácil entender la psique de otro que la de uno mismo y eso que en ambos casos es prácticamente imposible —dijo y esbozó una media sonrisa—. En fin —Suspiró—, ¿te quedas a dormir?

Nancy abrió los ojos de par en par.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó sin creer lo que acababa de oír—. Eres tú la que siempre dice que no te gusta convivir conmigo. ¿Desde cuándo quieres que me quede?

—Sabes que me encanta que me hagas compañía.

—Antes no decías lo mismo.

—Pues ahora he cambiado de opinión. Las personas cambian, los pensamientos cambian. Anda, ¡quédate! Por favor —le pidió, poniendo la cara del gato con botas.

—Ay, si es que… Okey, okey, me quedaré. ¿Contenta?

—Super. ¿Me ayudarás a repasar?

—¿Para eso quieres que me quede? —preguntó, incrédula.

—No, bueno… está bien, podemos ver una de esas pelis viejas que tanto te gustan.

—Eso me parece mucho mejor plan para quedarme a dormir en lo de mi mejor amiga después de dos meses de no verla más que por holo-llamada.

—Pues eso haremos. Eso sí, si me quedo dormida, me disculpas.

—Te llenaré la cara de pasta dental.

—¡Nan! No tenemos quince años.

—Ni cuando teníamos esa edad te hacía gracia —repuso, blanqueando los ojos.

Amy sonrió y negó con la cabeza. Amaba la amistad que compartían. Era justamente el tipo de amistad que no querías perder por nada del mundo. Nan era esa amiga en la que sabías que podías confiar a pesar de todo; que podías llamar a las tantas de la madrugada por cualquier motivo y allí estaría para escucharte; esa que te apoyaba en cada idea, a pesar de que por momentos te marcara lo loca que podías llegar a estar. Sí, esa era Nan, su mejor amiga, su hermana de la vida; quien le daba un abrazo cuando lo necesitaba y un cachetazo mental cuando correspondía.

Nancy lo era todo para ella. Era quien, sin saberlo, la había ayudado a sobrellevar la desilusión más grande y dolorosa de su vida. Porque sí, aunque intentara negarlo, no podía mentirse del todo a sí misma y aquel recuerdo aparecía en su mente con más frecuencia de la que quería y podía admitir.

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