—¿Qué haces, cielo? —preguntó Adam, frunciendo el ceño mientras bajaba las escaleras, al ver que Erín se encontraba trapeando el suelo de mármol de la enorme sala de la mansión que él había heredado junto con la cristalería cuando sus padres fallecieron.
Si bien le había ofrecido a Rebecka, su hermana, la parte correspondiente a aquella vivienda, esta no había hecho más que rechazarlo una y otra vez, por lo que habían decidido, de común acuerdo, que ella solo se encargaría de la parte de la empresa que le correspondía y se quedaría con la vivienda que sus padres habían adquirido a las afueras de Cork.
—Limpio —respondió la mujer, alzando la vista por un segundo, antes de encogerse de hombros y continuar con la tarea—. Veo que la edad te está volviendo cada vez más ciego, cariño —agregó entre risas.
—Muy graciosa —repuso Adam, blanqueando los ojos—. Ya sabes lo que opino de…
—Lo sé, sé muy bien lo que opinas —lo interrumpió—, pero tú también sabes a la perfección que no puedo vivir en una caja de muñecas sin hacer nada. Llevamos juntos treinta años, ya deberías asumirlo, ¿no crees?
—¿Cómo que sin hacer nada? Tienes un cine, una biblioteca a rebosar de libros, una fonoteca repleta de cassettes, CD, vinilos…
—Amo todo eso y lo sabes, pero me siento inútil, por así decirlo, si no hago nada físico.
—Pero es que no tienes por qué hacerlo.
—Lo sé, pero eso no quita el que quiero hacerlo.
—Sabes que para eso está Fiona —agregó.
Erín suspiró. Al parecer no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer, y ella tampoco lo haría.
—Lo sé —repitió—, pero, si puedo colaborar, ¿por qué no hacerlo?
Adam suspiró, resignado. Era imposible ganar aquella batalla, por mucho que lo intentara. Con una media sonrisa, se acercó a su esposa y la rodeó por la cintura, antes de alzar su cabeza tomándola por la barbilla.
—Eres imposible. —Amplió su sonrisa—. Lo sabes, ¿no?
—Llevamos treinta años manteniendo esta conversación y sabes que no cambiaré de opinión.
—Y tú sabes que no me cansaré de decirte que no es necesario que limpies tanto cuando ya contamos con alguien que se encarga de eso —repuso Adam, rozando con sus labios la coronilla de Erín.
—Pues entonces dejemos de tener estas conversaciones y comencemos a asumir que, en eso, ninguno de los dos cambiará.
Adam rio. Su esposa era lo mejor que le había pasado en la vida. Era una mujer maravillosa que lograba que todos los días estuviera aún más enamorado de ella.
—Está bien, perdóname —dijo, y depositó un suave beso en sus labios.
—Siempre lo hago —respondió Erín, sonriendo.
—Te amo.
—Y yo a ti.
—Por cierto —Suspiró, apartándose de Adam—, ¿sabes algo de Brendan? —preguntó, dejando la mopa en el interior del balde.
—No, ¿por? ¿Ocurre algo? —inquirió, enarcando las cejas.
—Nada. —Sonrió—. Es solo que lleva demasiado tiempo sin llamar y no es propio de él. Hoy le envié un par de mensajes y no le llegan. Ya sabes… me preocupo por él.
—Tranquila, cariño —dijo, posando una mano sobre el hombro de su esposa—. Estoy seguro de que está más que bien. Quizás esté de viaje por alguno de los pueblos de Inglaterra. Ya sabes lo mucho que le gusta viajar.
—Sí, lo sé, pero él siempre avisa cuando estará incomunicado… —replicó.
—En serio, no te preocupes en vano. Tarde o temprano se pondrá en contacto. Confiemos en que tal vez necesita tiempo a solas —repuso Adam con una sonrisa—. Ya lo conoces. Si bien siempre intenta mantenernos al tanto de lo que sucede en su vida, es bastante despistado.
—Lo sé —dijo en un murmullo—. Tienes razón.
Sin embargo, por mucho que lo intentara, no podía alejar la preocupación.
—Ven —dijo Adam, apartándola del balde y el trapeador—, vamos por algo de beber.
—Son las cinco de la tarde —repuso Erín, abriendo los ojos de par en par.
—Es solo un aperitivo. Solo para que te relajes un poco. Nada más —prometió, dedicándole una sonrisa torcida.
Erín suspiró y sonrió, negando con la cabeza, mientras lo seguía hasta la cocina. No sabía cómo ni por qué, pero cada día, por muchos años que hubiesen pasado ya, se las apañaba para enamorarla más.
Una vez en el interior de la inmensa cocina, en la que podía caber tranquilamente dos Mustang último modelo, Erín tomó asiento en una de las butacas que rodeaban la isla, que hacía las veces de encimera, mientras Adam se dirigía hacia la nevera, de donde tomó una botella de un añejo y caro Malbec.
—No me sirvas demasiado —pidió Erín, en el momento en el que su marido sacaba dos copas de la alacena y comenzaba a rellenarlas.
—¿Ahí está bien, madame? —preguntó, haciendo una reverencia, como si se tratara de un experimentado sommeliere.
—Más que perfecto —respondió Erín con una amplia sonrisa, mientras tomaba la copa y se la llevaba a los labios, en el mismo momento en el que el timbre comenzaba a sonar con insistencia.
Adam frunció el ceño y observó a su esposa.
—¿Esperábamos a alguien?
—No que yo sepa —repuso Erín, tan o más desconcertada que su esposo.
Ladeando la cabeza y con el ceño cada vez más fruncido, Adam se dirigió hacia el portero eléctrico, seguido por su esposa.
Una vez junto a la puerta, ambos observaron la pequeña pantalla táctil que se desplegó, luego de que Adam oprimiera un diminuto botón que se encontraba en la pared.
La imagen que les devolvía la pantalla los dejó aún más confundidos. Tras el portón de entrada se encontraba un hombre de unos treinta años, de espaldas a la cámara, en compañía de tres maletas. Había metido las manos en el bolsillo y un bolso al hombro. Oteaba la oscuridad de la noche, como quien está seguro y tranquilo en un lugar al que pertenece. Un gorro de lana, propio para la fría época que estaban transitando, le llegaba hasta las orejas y no les permitía ver con claridad de quién podía tratarse.
Erín se llevó una mano al pecho. ¿Podría ser que…? No, eso era imposible, ¿o no?
Adam pulsó la opción de intercomunicador y, tras aclararse la garganta, preguntó:
—¿Hola? ¿Qué se le ofrece?
—¡Por fin! —exclamó el hombre al otro lado dándose la vuelta—. ¿Pueden abrirme? Se está bastante mal aquí fuera. No imaginé que pudiera hacer tanto frío en esta época del año —agregó, alzando la vista y permitiendo que la cámara de la entrada captara su rostro.
—¿Brendan? —preguntó Erín, desviando la mirada hacia su esposo quien parecía tan o más confundido que ella.
—Sí, mamá, soy yo —respondió el joven, con voz temblorosa por culpa del frío.
—¿Qué haces aquí? —inquirió Adam.
—Les explicaré todo una vez que esté dentro. Realmente hace demasiado frío aquí fuera —respondió, riendo.
Adam sonrió y negó con la cabeza, antes de pulsar el botón que abría la puerta de rejas de la entrada. Con la mirada fija en la pantalla flotante, vio como su hijo mayor tomaba su equipaje y cruzaba el umbral hasta la puerta principal. Rápidamente, corrió a abrir.
Antes de que Brendan acabara de cruzar el umbral, su madre se precipitó hacia él, estrechándolo en un fuertísimo abrazo.
—Hola, mamá —dijo entre risas—. Espera. Me harás caer —agregó, manteniendo el equilibrio gracias al asa de una de sus maletas.
—Ay, lo siento, hijo —Sonrió, alejándose un par de pasos—, pero es que te extrañé demasiado —agregó, tomándolo por los hombros y evaluando su aspecto—. ¿Qué te ha sucedido? Estás tan cambiado. ¿Es que acaso en Londres no hay buena comida? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Cariño, no lo atosigues —dijo Adam, divertido—. Estoy más que seguro de que Brendan se ha estado alimentando correctamente. ¿No es así? —preguntó, acercándose a su hijo y rodeándolo por los hombros.
—Así es. Me he estado alimentando correctamente. Es más, he aprendido a cocinar que no te imaginas. Pero, bueno, el estrés y el gimnasio hacen que me mantenga delgado. Es solo eso. Te juro por lo que más quieras que desnutrido no estoy —respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
Amaba tanto a sus padres. No sabía cómo, pero siempre lograban alegrarle el día, a pesar de que, muchas veces, sus ideas no concordaran, y eso los llevara a discutir.
—Okey, elegiré creerte —dijo Erín con una sonrisa tierna—. Sin embargo, no te librarás de que te cocine tu plato favorito.
—¿Raviolis con salsa de camarón? —preguntó Brendan, abriendo los ojos de par en par.
—Por supuesto. ¿O tus gustos han cambiado?
—No, creo que en buena parte sigo siendo el mismo idiota de siempre —comentó, provocando la risa en sus padres.
—Ay, sí, sigues siendo el mismo —murmuró Erín, negando con la cabeza, divertida.
Adam movió la cabeza de un lado al otro, viendo como su esposa tomaba a Brendan por el antebrazo y lo guiaba hacia la cocina.
No tenía ni la más remota idea de cuál era la razón de que su hijo se encontrara allí, pero fuera por el motivo que fuera, estaba más que feliz de tenerlo nuevamente en casa.
Suspiró y ensanchó su sonrisa, mientras se dirigía tras su esposa y su primogénito: dos de las personas que más amaba en el mundo.
***
Luego de que Erín terminara de preparar la cena, los tres se sentaron ante la amplia mesa del comedor frente a sus respectivos platos, los cuales se encontraban a rebosar de comida. El aroma que impregnaba el ambiente era único y hacía que Brendan se sintiera aún más en casa. ¡Cuánto los había extrañado!
Tras un par de minutos en los que simplemente se dedicaron a degustar aquellos exquisitos raviolis, Brendan suspiró, sonrió y se decidió a romper el silencio en el que se habían sumido.
—Sigues siendo una experta en la cocina. Mis dotes culinarias, son un asco al lado de esto —Rio—. Por cierto, ¿dónde está Nessa? Pensé que cenaría con nosotros.
—No dudo de que no has estado comiendo bien, si estás en los huesos —dijo Erín, ignorando la última pregunta de su hijo, tan enfocada como estaba en su aspecto.
—Mamá, sabes que te quiero muchísimo, pero si hay algo que siempre nos ha molestado, a Nessa y a mí, es que comentes nuestro estado físico. Te juro que me he alimentado correctamente y que no me falta ni el más mínimo nutriente. Por favor, ¿podemos hablar de algo que no sea mi cuerpo? —preguntó con una media sonrisa.
Sabía que su madre no se lo decía en mal plan, pero, si algol le había molestado siempre, era que la gente se fijara en la apariencia física de las personas, pensando que lo que veían era todo lo que había, y eso incluía a su madre, por mucho que la amara.
—Sabes que solo lo hago porque me preocupo por ti.
—Lo sé, mamá y te lo agradezco, pero… —Suspiró y sonrió—. En fin, ninguno de los dos me respondió. ¿Dónde anda la pequeña insufrible de la casa? ¿Por qué no está cenando con nosotros esta noche?
—Muy insufrible, ¿eh? Pero bien que te preocupas por ella.
—Que sea insoportable no quita que sea mi hermana y que la quiera, a mi manera.
Adam rio.
—Está en lo de una amiga. Se fue esta mañana. Por lo poco que nos dijo, últimamente está cero comunicativo, pasarían la noche viendo películas en el nuevo proyector de la familia de Marie —respondió su padre, blanqueando los ojos e indicando que no creía ni lo más mínimo de lo que su hija les había dicho.
Era consciente de que lo más seguro era que terminaran haciendo algo completamente diferente, como era su costumbre. Lo único que lo tranquilizaba era la falta de interés de su hija para salir de fiesta.
—No dudo de que eso es lo último que harán —Rio Brendan, adivinando los pensamientos de su padre—. En fin, me alegra que se esté animando a salir más. La última vez que estuve aquí, si no venían sus amigas… Además, quizás no le haga mucha gracia que esté aquí —Sonrió.
—Ay, no digas eso —dijo Erín—. Ya sabes lo mucho que te quiere.
—No sé, lo último de lo que supe es que quería quedarse con mi dormitorio, para poder hacer fiestas con sus amigos, para no tener que salir de casa —repuso, divertido.
—¡Eso, nunca! —exclamó Adam, negando con la cabeza—. Tu hermana no traerá ningún amigo que no esté previamente aprobado por mí y eso lo tiene muy claro.
Brendan rio.
—Parece que te hubiesen sacado del medioevo, ¿te lo habían dicho alguna vez? —preguntó, sin parar de reír.
—Creo que Denise me lo dijo alguna vez, cuando le conté acerca de ti y de tu madre, cuando recién nos conocíamos. Pero, mi cabeza está tan envejecida que puede que lo haya soñado. En definitiva, esas ideas locas de tu hermana duran lo mismo que el verano: un parpadeo —Rio.
—Bueno, de todas formas, quería quedarse con mi cuarto.
—Eso es cierto, pero ahora tendrá que contentarse con el suyo. No pensará que te quedarás durmiendo en el sofá de la sala —repuso Erín, alzando una ceja—. De todos modos, creo que prefiere tenerte aquí antes que un cuarto nuevo.
—Me agrada que piensen eso, me tranquiliza saber que recuperaré mi antiguo dormitorio. —Erín y Adam enarcaron las cejas, intrigados—. Verán —continuó Brendan con seriedad—, lo reclamaré por una indeterminada cantidad de tiempo. —Sus padres lo observaron aún más confundidos. Brendan sonrió—. Ya es hora de que les diga el porqué de mi visita —enfatizó.
»No sé si recuerdas, papá —dijo, enfocando la mirada en Adam—, pero hace unos meses me comentaste que estabas teniendo fugas monetarias en la empresa.
—Sí, claro que lo recuerdo, es uno de los temas que más me están preocupando últimamente. Fuera de eso, la empresa está perfectamente. Pero, dime, ¿qué tiene que ver el agujero negro de la cristalería con que estés aquí?
—Pues muy simple. Como ya saben, tenía una oferta laborar sumamente importante en una multinacional reconocidísima. Sin embargo, ¿por y para qué dedicaría mi tiempo y mis conocimientos en algo que no me daría más prestigio que estar en la empresa familiar? —respondió, como si aquello fuese lo más obvio del planeta. Y así era, pero sus padres no tenían ni la más mínima idea de que así era como pensaba.
»Si esperé hasta este momento para viajar, fue pura y exclusivamente porque tenía que presentar mi tesis y poder recibir, por fin, mi doctorado en administración —explicó—. Podría haberme quedado un tiempo más en Londres, pero mi intención, siempre, desde el principio, fue regresar a Irlanda. De hecho, jamás quise irme.
Adam ladeó la cabeza sin comprender.
—¿Cómo que nunca quisiste irte? Durante los últimos siete años hemos pensado que estudiar administración y doctorarte era lo que más querías.
—Sí, así es, pero podría haberlo hecho en el país.
—No entiendo.
—Verás, no quiero sacar a relucir ciertos temas que realmente no creo que tengan sentido en este momento. El pasado ya pasó y no se puede hacer nada para remediarlo.
—Ya, pero nos gustaría entender —expresó Erín, colocando una mano sobre la de su hijo, la cual reposaba junto a su plato.
—Verás —Suspiró, mirando a sus padres. Realmente no le hacía ni pizca de gracia sacar aquel tema a colación. No quería que sus padres se sintiesen culpable por lo que había sucedido, ya que él tenía una enorme responsabilidad en ello. Pero, tal vez, era momento de decirlo—, cuando recibí la beca de Oxford, lo último que quería hacer era marcharme.
—Pero… ¿por qué no dijiste nada? —inquirió Adam, sin comprender.
—Porque sabía que era tu sueño. Sabía que, aunque no lo dijeras, querías que tuviera la misma o mejor formación académica que tú. Tú siempre quisiste asistir a Oxford, sin embargo, te viste obligado, en cierta forma, a llevar a cabo la carrera en Irlanda.
—Sí, pero eso no hace que no tuvieras elección. Simplemente, me pareció que con tus capacidades, con las notas que habías demostrado a lo largo de todo el instituto, tenías más posibilidades de ingresar en una universidad de gran prestigio. Pero jamás te hubiese obligado a nada, nunca lo he hecho —respondió Adam, sintiendo una punzada culpabilidad.
—Lo sé y no te estoy echando la culpa de nada, papá —dijo, dibujando una sonrisa tranquilizadora—. Simplemente es que… en ese momento creí que lo mejor era seguir lo que tú habías trazado para mí. Lo que no sabía era que pasaría los próximos siete años de mi vida arrepintiéndome de aquella decisión. Lamentando no haberte dicho lo que sentía y lo que quería.
—Lo siento, hijo, te juro que de haberlo sabido…
—No te preocupes, lo hecho, hecho está. No hay nada por lo que lamentarse. ¿Cometí un error hace siete años, al no decir lo que sentía? Sí. Pero ya está. No puedo dar marcha atrás. Ahora solo queda seguir adelante y aprender del pasado. Eso es para lo único que sirve lo que pasó: aprender.
—Así es —asintió Erín con una sonrisa—. Lo importante en esta vida es aprender de los errores. Para eso existen, cariño.
—Sí, para eso existen. El tema es que hay errores de los que no se puede aprender, cuando el corazón es el que manda —dijo más para sí mismo que para sus padres.
—¿De qué hablas? —lo interrogó Adam.
—Es… algo complicado de explicar. Quizás, algún día, en otro momento… pueda hablarte de ello. Pero, sí, hace siete años cometí un error más grande que irme de aquí sin querer. De hecho, podríamos decir que ese era uno de los motivos por el que no quería partir —respondió con pesar, sintiendo como su corazón se estrujaba ante aquel recuerdo.
Sí, podría haber continuado sin más, dejando aquello atrás y comenzando de cero, pero no podía, no cuando sabía que había hecho más daño del que jamás se había creído capaz.
—En fin, ese no es el tema —«No al menos por ahora», pensó—. La cuestión es que estoy aquí y estoy dispuesto ayudarte en todo lo que sea necesario para descubrir dónde está ese bendito agujero negro que produce pérdidas en la empresa —aseguró, mirando a su padre con convicción.
—¿Estás seguro? Ni los mejores expertos han podido descubrir dónde está la fuga.
Brendan sonrió con suficiencia.
—Eso es porque no has contratado al mejor. Es decir, a mí.
—Ay, mi niño, siempre tan modesto. Eres igual que tu padre —Rio Erín, sirviendo un poco de vino en su copa.
—No, ahora, hablando en serio, haré todo lo posible. Para algo tiene que servirme haber pasado siete años en el extranjero y haber estudiado en una de las mejores universidades del mundo.
—Si estás seguro, entonces, adelante. Sabes que siempre eres bienvenido en esta casa y eres más que bienvenido en la empresa —repuso Adam, alzando su copa—. Brindemos por el regreso de Brendan y su incorporación en la empresa.
Brendan sonrió e imitó a su padre alzando la copa y entrechocándola con las de ambos.
—Bienvenido, hijo —dijeron Adam y Erín al unísono, antes de ponerse de pie rodearlo en un fuerte abrazo.
—¿Alguna vez les he dicho cuanto los amo? —preguntó Brendan.
—Nunca, que yo recuerde —respondió Adam.
—Pues, lo lamento mucho…, pero ahora lo saben. ¡Los amo!, y no saben lo feliz que me hace estar aquí de nuevo —aseguró.
Lo que decía era una verdad al cien por ciento. Los amaba con todo su ser.
Inspirando profundamente, ensanchó su ya amplia sonrisa y los estrechó más contra él, sintiendo, por fin, que su vida comenzaba a recobrar el sentido.
Jamás debería haberse alejado ni de ellos ni de… Suspiró. Ninguna beca, ningún doctorado, ningún posible puesto importante en una multinacional de gran prestigio, justificaba haber estado tanto tiempo alejado de las personas que más amaba. Sin embargo, lo había hecho y, tal y como le había dicho a sus padres, ya no había marcha atrás. Al menos, ese tiempo alejado de Waterford le había permitido ver las cosas de otro modo, valorar la vida desde otra perspectiva y a darse cuenta de que abrazar a sus padres y decirles que los amaba era una prioridad, que regresar a su tierra, a la mansión en la que había crecido, era el mejor de los regalos.
Aunque no se sintiera del todo completo —una parte de su ser aún se sentía dolida por los acontecimientos pasados—, podía decir que en ese momento era feliz.
El gélido aire, atípico para aquella época del año, se colaba a través de la ventana de la cocina, frente a la cual se encontraba Amy, fumando un cigarro mientras leía los resúmenes que había hecho mientras se encontraba en la casa de sus padres.Aún le quedaban unos cuantos días para presentarse a aquel examen, pero, si bien era consciente de que estaba más que preparada, sentía que nunca era suficiente. Aquella asignatura la volvía loca. Era una de las más complicadas de la especialización en psiquiatría, y no quería perder un año para poder rendir las siguientes, si no le iba bien en ese momento. Para ella, un año más, era un año que perdía de poder ejercer y poder ayudar, tal y como deseaba.En ese momento, poseía sentimientos contradictorios. Por un lado, se creía completamente capaz de aprobar sin mayor problema; sin embargo, la ansiedad le hacía pensar en que quizás no era más que una ilusión. Por eso mismo, en lugar de descansar, tal y como le había prometido a su madre, se en
Brendan se desperezó en el sofá y abrió los ojos, ante el insistente sonido de su teléfono móvil, preguntándose en qué momento se había quedado dormido.La noche anterior, la tercera tras su regreso, después de cenar con sus padres y Nessa, su hermana de catorce años, había decidido recostarse en el sofá de la sala con la intención de ver una de las tantas películas que coleccionaba su padre. Sí, por su puesto podría haber ido a la sala de cine que poseían en la mansión, pero para él nada se comparaba al sofá y a la televisión.Hacía demasiado tiempo que no se permitía ser ocioso y creía que aquella era una buena oportunidad de recuperar aquel viejo hábito; a pesar de que le había prometido a su padre que comenzaría a trabajar en la empresa al día siguiente.Sin embargo, al parecer, aquella antigua película que había sacado de la videoteca que su padre había comenzado a armar cuando era tan solo un adolescente, no había sido lo suficientemente entretenida, dado que ni siquiera recorda
—¡Es hora de despertar! —exclamó la voz de Kendra, a través de los altavoces del departamento, acompañada por una melodía que poco permitía un despertar tranquilo y relajado.Nancy se despertó de un sobresalto, con el corazón palpitando. Desorientada, miró a su alrededor, recordando que la noche anterior se había quedado a dormir en casa de Amy.Bostezó y se incorporó en la cama que compartía con su amiga, notando que esta no se encontraba a su lado. Frunciendo el ceño, se levantó de la cama y se encaminó hacia la cocina, desde donde provenía un intenso aroma a café sobrecargado.—Gracias, Kendra —dijo Amy, divertida, al ver a su amiga con el rostro enrojecido, con la marca de la almohada en su mejilla derecha y el cabello despeinado.—Buenos días, Amy querida —repuso Nancy, mirándola con cara de asesina serial—. Me alegra que seas tan considerada y me hayas despertado tan amable y dulcemente —agregó, mientras se encaminaba hacia la cafetera.—Lo siento. —Rio su amiga—. Intenté desper
Brendan salió de la empresa con una sonrisa que abarcaba todo su rostro. Jamás había pensado que trabajar junto a su padre sería tan increíble, por el contrario, si bien sabía que su padre era bastante considerado y permisivo, en ciertos aspectos, con sus empleados, sabía que le gustaba la excelencia y, aunque él se había capacitado para alcanzarla, de camino hasta la cristalería, había sentido los nervios a flor de piel por lo que pudiese suceder. Sin embargo, todo había ido viento en popa, como solía decir Adam, mucho mejor de lo que él podía esperar de su preparación.El problema con las cuentas administrativas había sido por un fallo general en la empresa. No eran pérdidas como su padre pensaba, sino que, por el contrario, las ganancias eran abismales. Eso le confirmaba lo exacto de las matemáticas, un número, por muy pequeño que fuera su valor, podía cambiar todo y pasar de ganancias a pérdidas en cuestión de segundos.Suspiró y se montó en su BMW, dispuesto a marcharse a donde s
Ébha, durante sus primeros años de vida, había sido como su segunda madre. Ella era la que estaba siempre para él, para consentirlo y mimarlo como solo una abuela es capaz de hacer, pero sin dejar de regañarlo cuando era necesario, marcándole así los límites necesarios que, él consideraba, lo habían llevado a ser quien era. Sí, tenía mil defectos, pero las virtudes que había desarrollado a lo largo de sus treinta años habían sido gracias a su familia, en especial a su «Ena» como se había acostumbrado a llamarla desde que había pronunciado sus primeras palabras.Luego de enterarse de su fallecimiento por causas naturales, —había sufrido un infarto mientras dormía—, Brendan había entrado en una etapa de negación. No, no podía creer que su abuela hubiese fallecido. Sí, tenía trece años y era consciente de que aquello sucedería tarde o temprano. Poco a poco, esa negación de la realidad se había transformado en enojo. No era posible que su Ena ya no estuviese con él, que ya no le preparase
Al principio, la ruptura lo había dejado completamente descolocado y el bajón propio de dicha situación lo había dejado devastado. Sin embargo, con el tiempo terminó por comprender que lo que más le dolía era la soledad. Marga era increíble, pero…, aunque le costara admitirlo, no la amaba. La quería muchísimo, como a una amiga o a una hermana, pero no le era posible sentir por ella más que eso; un simple cariño fraternal.No, lamentablemente, en todo ese tiempo, no había conocido a nadie que le «moviera el piso» como solía decir su padre cuando le preguntaba por su vida sentimental. No entendía por qué era, pero tampoco le preocupaba demasiado, pero sabía que, tarde o temprano, terminaría por encontrar alguien que fuera para él, alguien que lo amara y él pudiese corresponder con la misma intensidad. Porque sí, era un romántico empedernido y, aunque no tenía problemas con entablar una relación con cualquier mujer que llamase mínimamente su atención, jamás cometería el mismo error que s
Cuando su móvil comenzó a vibrar acompañado de una melodía tranquila y relajante, Nancy alzó la vista del libro que tenía entre sus manos y se incorporó en el sofá. Ya era hora de llamar a su amiga, tal y como le había prometido. Si por ella fuera la dejaría dormir mucho más, sin embargo, ella era de las personas que creían que las promesas debían ser cumplidas.Suspiró, tras comprobar que, en efecto, era la hora que había programado, se puso de pie y se encaminó hacia la habitación de su amiga.Al ingresar en el dormitorio, pudo observar como el pecho de su amiga subía y bajaba acompañando a su acompasada respiración. Realmente no le apetecía en lo más mínimo sacarla de aquel sueño que tanto necesitaba, mas no podía evitarlo. Sí, podía dejar que descansara un poco más, pero cuando despertara y se diera cuenta de que no había tenido tiempo de darle, aunque solo fuera, un repaso simple a sus apuntes pondría el grito en el cielo.Tragó saliva y se dirigió hasta la cama, sentándose al bo
Una hora más tarde, Amy y Nancy salían del apartamento, cerrando con llave tras sí, antes de que la primera activara la alarma. Nancy y su madre habían colaborado con aquella pequeña obsesión en la seguridad. Las dos se habían hartado de asegurarle que, por muy seguro que pareciera el país en el que vivían, no podía fiarse de ello. Su madre consideraba que en todos los países del mundo existía la inseguridad, ya que el ser humano era propenso a repetir patrones a lo largo de la historia, por mucho que se hiciera para que eso no fuese así.—¿Tras el gas pimienta? —preguntó Nancy, abriendo la puerta del coche del lado del acompañante.—Como siempre. Aunque no creo que me sea útil en caso de necesitarlo, me hace sentir más segura. Sobre todo, desde que mi madre y tú se encargaron de meterme miedo —dijo, blanqueando los ojos.—Yo también traigo el mío y no nos encargamos de meterte miedo, solo nos preocupamos por ti. —Se encogió de hombros.—Sí, lo sé, pero no me pasará nada. Es más, de l